Tras la división de ETA VI, trotskista, mayoritaria en el interior del movimiento armado vasco, la renovación de quienes se habían mantenido fieles a los dictados de la V Asamblea, sufrió un espaldarazo con tres secuestros (Behil, Zabala y Huarte) que reforzaron su reorganización. Liderados en su frente militar por Eustakio Mendizabal, ‘Txikia’, el aporte de dos centenares de jóvenes procedentes de EGI, impulsó su activismo.
En 1972, la estructura se estabilizó y, entre múltiples medidas, la dirección tomó diversas medidas sancionadoras y temporales contra varios militantes. Dos de ellos eligieron Madrid como refugio, ante el acoso en Ipar Euskal Herria a los refugiados: José Miguel Beñaran, ‘Argala’, e Iñaki Pérez Beotegi, ‘Wilson’. El primero había participado en la confección de un túnel que a punto estuvo de lograr la fuga de los condenados a muerte en Burgos y Pérez Beotegi había sido detenido en Londres, en las mismas fechas, por quemar una bandera monárquica española.
En Madrid, ambos contactaron con varios integrantes del comité de apoyo a los procesados en Burgos y con algún estudiante vasco a través de Mikel Etxeberria, ‘Makauen’, refugiado entonces en Cuba. Beñaran, en especial, fue tejiendo una pequeña red de apoyo, que se convertiría en un año en infraestructura para ETA y para posibles acciones: escritores, intelectuales, feministas, ex militantes del PCE y sindicalistas de CCOO.
A comienzos de 1973, Argala se reunió con Txikia en Lasarte y le trasladó en qué estado se encontraba la red tejida en la capital del Estado. La dirección de ETA pensó en la posibilidad de realizar un atentado contra el periodista Jorge Semprún, que se había caracterizado por su inquina contra la incipiente organización armada. Pero posteriormente, y gracias a la información aportada por un estudiante vasco, decidieron que el objetivo sería el delfín de Franco, Luis Carrero Blanco, desde 1967 vicepresidente del Gobierno. El almirante asistía todas las mañanas a la misa de San Francisco.
El secuestro
Los éxitos en los tres secuestros anteriores, y la previsión de otros dos en Niza y Bruselas, llevaron a que ETA diseñara el del almirante. Para entonces, la infraestructura de la organización vasca, ya había logrado seis pisos de seguridad en la periferia de Madrid, en especial en Alcorcón, y compró una tienda de ropa con la intención de ubicar al secuestrado.
El objetivo del operativo, ya bautizado como ‘Operación Ogro’, sería el intercambio del almirante por los presos vascos con más de diez años de condena. La salida de prisión de sus militantes se había convertido en una obsesión para ETA. En 1973 eran 150 los que cumplían más de los diez años, por lo que la lista fue filtrada en caso de negociación para encuadrarla en los de más de 30 años de castigo, que eran 34. Entre ellos Eduardo Uriarte, Jokin Gorostidi, Venancio Etxeberria, Mario Onaindia, Lontxo Egia, José María Iartza, Kepa Fernández Trincado y Garratz Zabarte, que se acercaban al siglo de condena.
Para el secuestro, ETA diseñó un operativo que incluía la participación de tres comandos. Mientras, y con enseñanzas propias y los cursos compartidos con militantes uruguayos del MLN-Tupamaros, construyeron dos zulos, en la tienda adquirida en las cercanías del estadio de fútbol del Real Madrid, y en una casa de seguridad en Alcorcón. Varios militantes se desplazaron a la capital del Estado para la ejecución de las obras y los preparativos. Iñaki Mujika, ‘Ezkerra’, fue designado responsable y correo con la dirección.
La última reunión que tuvo Txikia antes de que lo mataran en una emboscada policial en Algorta, en abril de 1973, fue, precisamente, con Ezkerra, que, llegado de Madrid, le traslado cómo iban los preparativos. La muerte de Mendizabal supuso un duro golpe para ETA que renovó el proyecto de secuestro y lo ubicó en las vísperas del 18 de julio, festividad que los franquistas celebraban con pompa y boato el principio de su régimen.
El 9 de junio, Carrero Blanco fue elegido presidente de Gobierno, mientras Franco continuaba siendo el Jefe de Estado. El nombramiento trastocó los planes de ETA, que decidió abortar el proyecto del secuestro. Los movimientos de Carrero ya no eran los habituales, y, como era de esperar, redobló su escolta. Excepto Argala, el resto de militantes regresó a Euskal Herria. Javier Larreategi, ‘Atxulo’, seguiría haciendo de puente.
El tiranicidio
El último año había sido especialmente virulento represivamente. Las fuerzas policiales mataron a siete militantes de ETA, a tres civiles en controles de carretera y en las comisarías un detenido había fallecido por torturas. Desde 1968, con el atentado que costó la vida al comisario Manzanas, ETA no había originado víctimas mortales, con la excepción de dos tiroteos imprevistos que causaron la muerte a un agente en Galdakao y a un taxista en Bilbo. Y sus cerca de 200 acciones desde 1961 habían tenido lugar en Hego Euskal Herria.
A finales de octubre, la dirección de ETA decidió dar una respuesta contundente a la represión y reactivó el proyecto ‘Operación Ogro’, modificando el secuestro con la ejecución. Envió a Madrid a Jesús Zugarramurdi, ‘Kixkur’, como jefe del comando, a los que se le unieron Atxulo y Argala. Para el operativo eligieron como modelo el atentado fallido de unos anarquistas contra el dictador portugués Oliveira Salazar, que el periodista António Araújo había plasmado en libro. Y la experiencia de Argala en cavar túneles.
El 15 de noviembre, el comando alquiló un sótano en la calle Claudio Coello, por donde pasaba el coche del almirante con su escolta para asistir a misa, y el 7 de diciembre comenzó la construcción del túnel, que estuvo finalizado en seis días y medio. El 13 del mismo mes, otro comando dirigido por Txomin Iturbe trasladó la dinamita hasta Burgos y desde la ciudad castellana conducida hasta el sótano. El explosivo robado en una cantera de Hernani meses antes, lo colocaron en los extremos del túnel concluido en forma de T, y el 17 hicieron las pruebas pertinentes. El ingenio funcionaba.
El día elegido, 18 de diciembre, la presencia policial en Madrid se acrecentó y el comando decidió posponer la acción. El motivo fue que Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, había viajado a París para juntarse con Lê Ðức Thọ y recomponer los acuerdos de paz sobre Vietnam que Washington no estaba respetando. Aprovechó al viaje transoceánico para reunirse con el dictador Franco, el ministro de Exteriores, López Rodó, el príncipe y hoy emérito Juan Carlos Borbón y Carrero Blanco. Según la nota conjunta de Washington y Madrid, los temas tratados fueron el apoyo de España a los movimientos de la OTAN y su posicionamiento en la guerra de Yom Kipur (Egipto-Siria-Israel, en una época que España estaba aliada con los países árabes). La visita rompió las rutinas.
El día 20, Carrero volvió a misa, como era habitual. El comando, a través de un cable, hizo explosionar la carga del túnel y esperó a que, por simpatía, hiciera lo propio la colocada en un coche marca Morris, estacionado en doble fila para que las detonaciones reventaran el vehículo. Por el contrario, el Dodge del presidente ascendió 35 metros y cayó en la residencia paralela de los Jesuitas.
Tres circunstancias hicieron que el final fuera una puesta en escena inesperada. La primera, con la experiencia del atentado contra Oliveira Salazar, que las paredes del túnel habían sido reforzadas con sacos terreros para evitar una explosión lateral bajo tierra. La segunda, que el coche no estaba blindado, como suponían los miembros del comando. Y la tercera, que ante la sospecha que la dinamita ya estuviera caducada, las cargas fueron superiores a las previamente concebidas. Explosivo de la misma procedencia y con el mismo temor de estar caducado, fue doblado en un atentado en Donostia, semanas antes, contra un establecimiento y su potencia reventó, asimismo, el hotel adyacente sin causar víctimas.
Las consecuencias
Tras la explosión, el comando supuso que el coche había sobrepasado intacto el punto de la deflagración. Se enteraron por las emisoras de radio del éxito de su acción. Atxulo recogió a Kixkur y Argala en un coche aparcado en la calle adyacente, y tras cambiar posteriormente de vehículo, se refugiaron durante un mes en un piso de seguridad en Alcorcón. A finales de enero, viajaron a Hondarribia y en una pequeña embarcación cruzaron a Hendaia. En el camping de Biarritz, regentado por Félix Likiniano, organizaron una comida de rencuentro. El informante de las rutinas de Carrero había abandonado su vivienda la víspera del atentado, exiliándose hasta que en 1978 regresó a Euskal Herria.
La primera impresión policial fue la de una explosión de gas, trasformada con el paso de las horas y comprobada la muerte de Carrero, en un ataque comunista, ya que en esa misma jornada se celebraba en Madrid un juicio contra dirigentes de CCOO. Hubo también sospechas sobre el FRAP. Ante las dudas, ETA emitió un comunicado esa misma noche, redactado por Eduardo Moreno, ‘Pertur’, que emitió Radio París y en el que acotaba las intenciones de su objetivo: «La represión ha demostrado claramente su carácter fascista deteniendo, encarcelando, torturando y asesinando a quienes combaten por la libertad de su pueblo». Unos días más tarde, cinco figurantes en nombre de ETA, daban una rueda de prensa, en las cercanías de Burdeos, confirmando la autoría y ofreciendo como prueba la existencia del vehículo que no había explotado, trasladado con la carga a un depósito policial.
Ya en ‘Zutik’ y en ‘Hautsi’, ETA desgranó su reivindicación. En esta última reveló la razón de la elección de la víctima, «porque era el segundo de a bordo», y quitó fuerza a la idea de que con su muerte el régimen se replegaría: «La desaparición de Carrero Blanco no equivale a la entrada en barrena del franquismo y menos aún del sistema fascista». Al contrario, EEUU supuso que el general Díaz Alegría, de talante liberal, sería el sucesor de Carrero. La realidad fue otra. Franco designó presidente a Arias Navarro, representante del sector más ultra, que abrió una etapa represiva durísima, con centenares de detenciones y torturas en Euskal Herria, numerosas ejecuciones extrajudiciales y judiciales (Puig Antich, Georg Welzel, Jon Paredes, Angel Otaegi, Ramón García, José Luis Sánchez y Humberto Baena), y muertes en controles de carretera.
Después del atentado, las fuerzas policiales alumbraron una razia que afectó a decenas de estudiantes vascos y jóvenes que realizaban el servicio militar en Madrid. En la capital hispana, la Policía mató a Pedro Barrios, de 19 años, en quien creían haber identificado a Iñaki Mujika Arregi, ‘Ezkerra’. Según la nota oficial era «uno de los jefes militares de ETA» que había resultado herido en la explosión. Seis años más tarde, la madre de la víctima fue indemnizada por sentencia que condenó al Estado. En Baiona, Hendaia y Donibane Lohizune, decenas de refugiados fueron detenidos y asignados a residencia. Algunos ingresaron en prisión.
En mayo de 1974, ETA desvelaba en el ‘Zutik’ 64 y con señuelos incluidos, algunos detalles del tiranicidio. Buena parte de esa información fue recogida un mes más tarde en el libro firmado con el seudónimo Julen Agirre, y más tarde con el de Eva Forest, con el título ‘Operación Ogro’. Prohibido por España y Francia, su difusión fue espectacular, y en poco tiempo, fue editado por grandes editoriales en diversos idiomas. Los engaños del libro fueron atribuidos a Argala, que ya había dejado, asimismo, pistas falsas en el sótano de Claudio Coello. A modo de ejemplo, la afirmación de Atxulo de que se topó con un amigo de la escuela en Madrid, mientras preparaba la operación, y al que negó conocer. En realidad, se trataba de Javier Salutregi, exdirector de ‘Egin’, al que sí reconoció y con el que tuvo varias citas, sin que el periodista supiera de sus intenciones. Tras el atentado, Salutregi y su pareja, Maite Collado, se refugiaron en Ea, donde serían detenidos una semana después, ingresando durante unos meses en Carabanchel y Yeserías.
El 6 de abril de 1974, el Boletín Oficial del Estado publicó las requisitorias de los primeros imputados, 17 personas, de los que entonces 14 estaban huidos. Algunos de ellos, como José Félix Azurmendi o Josu Urrutikoetxea, no habían tomado parte en la elaboración del proyecto. El sumario se concluyó el 29 de enero de 1975. Cuando un año más tarde la jurisdicción militar se hizo cargo del caso, se sumaron otros 11 imputados. No hubo juicio, porque la Ley de Amnistía de 1977 cerró el caso.
Sin embargo, la sombra del Estado fue alargada. Y la base de la actividad paramilitar fue precisamente la de las diligencias 142/73 y el sumario 3/1977. De los que fueron imputados, José Miguel Beñaran y Tomás Pérez Revilla sufrieron atentados mortales. Jesús Zugarramurdi sufrió graves heridas en un atentado en el que falleció su compañero Rafa Goikoetxea. Josu Urrutikoetxa y Txomin Iturbe salieron ilesos de sendos atentados, mientras que a Segundo Marey le secuestraron suponiendo que era José Miguel Lujua. La vivienda familiar de Iñaki Mujika fue incendiada. Sin aparecer en el sumario, Pertur, autor de la reivindicación y de los textos de ‘Zutik’ y ‘Hautsi’, fue secuestrado y continúa desaparecido. Jokin Apalategi, que concentró a los periodistas en la rueda de prensa de los figurantes que reivindicaron la autoría, sufrió un atentado de los GAL. José Manuel Pagoaga, ‘Peixoto’, continuador de los contactos previos de Txikia, resultó gravemente herido en atentado paramilitar.
La película de Gillo Pontecorvo ‘Operación Ogro’, en la que se hacía una reconstrucción sumamente detallada del atentado, la explosión y el vuelo del vehículo del presidente, agrandó la leyenda. A Gabriel García Márquez se le estropeó su final de ‘El Otoño del Patriarca’, en borrador y similar al de ‘Operación Ogro’. Solicitó una entrevista con ETA en París, a la que no llegó a acudir. En Euskal Herria, ‘Yup lala’, la canción interpretada por dos Eñaut, Etxamendi y Larralde, se convirtió en símbolo para toda una generación.
Fuente → naiz.eus
No hay comentarios
Publicar un comentario