Unas declaraciones recientes del militar golpista Antonio Tejero Molina, cabeza visible del 23F junto a Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch, dan un poco más de luz sobre uno de los acontecimientos más oscuros del mal llamado período de democracia del Estado español. Según estas confesiones, el objetivo principal del 23F era imponer un gobierno presidido por Alfonso Armada, lo cual estaría pactado con el entonces monarca Juan Carlos de Borbón. Según el militar fascista, si ese golpe fue un fracaso se debió a que él mismo lo abortó al ver que en ese gobierno habría políticos de «izquierdas».
Por supuesto, estas palabras hay que entenderlas en su contexto: un franquista venido a menos que quiere redimirse y arrogarse el mérito de haber impedido una dictadura fascista que a él le habría encantado. Lo cierto es que los documentos que se han ido haciendo públicos, tanto escritos como sonoros, apuntan a una traición por parte de Miláns del Bosch, Armada y el propio Juan Carlos a Tejero, ante la posibilidad de que la comunidad internacional, que ya no estaba hegemonizada plenamente por el bloque imperialista yanki, respondiese con contundencia desencadenando una insurrección en el Estado español. Era necesario medir el grado de fascistización del Estado y, en realidad, la forma de una monarquía parlamentaria era la más adecuada.
No obstante, si de algo nos pueden servir estas declaraciones, es para confirmar definitivamente la complicidad activa del entonces rey Juan Carlos en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. El gran argumento de la facción monárquica de la burguesía era que Juan Carlos había evitado un golpe de Estado fascista y, probablemente, una segunda guerra civil. Ahora, ese argumento forma parte del basurero de la historia. Es más, Juan Carlos no solo organizó este golpe, sino que se benefició de él, a pesar de su aparente fracaso, reforzando la imagen de la monarquía ante la opinión pública.
No es casualidad que en esta misma década de los 80 el Estado español hubiese comenzado a participar en las dos principales organizaciones del imperialismo: la OTAN (formando parte de ella en 1982 sin consulta popular y, desde 1986, a partir de una consulta traicionada) y la Unión Europea (desde 1986). El Estado español entendió perfectamente su papel dentro de la cadena imperialista: eran tiempos de «democracia» y de «globalización», no de fascismos.
Sin embargo, el capital sabe pagar muy bien a sus siervos: Milans del Bosch fue condenado a 20 años, pero solo cumplió 10 en prisión. Armada fue condenado a 30 años de cárcel, pero fue indultado por el Gobierno de Felipe González por «acatar la Constitución española» y vivió sus últimos 25 años en su pazo de Santa Cruz de Ribadulla. Antonio Tejero pasó 10 años en la cárcel, a pesar de que el Tribunal Supremo estuvo a favor de su indulto. Además, mantuvo el 80 % del sueldo que tenía como teniente coronel una vez se jubiló, llegando a cobrar 300 000 pesetas al mes en 2001. Finalmente, Juan Carlos de Borbón disfruta de su retiro dorado en la dictadura de los Emiratos Árabes.
La mal llamada democracia del Estado español no es más que una dictadura del capital que no ha sido capaz de alcanzar su forma más perfecta (la república parlamentaria) debido a la persistencia de la facción más reaccionaria y chovinista de la burguesía. Dentro de los márgenes del capitalismo no hay posibilidad de liquidar el fascismo de las instituciones, comenzando por la monarquía y terminando en el ayuntamiento más pequeño y modesto del Estado, pasando por los tribunales, la policía, los hospitales, los centros educativos, etc. Solo la República Socialista de carácter Confederal puede garantizar un Estado a favor del progreso de la humanidad y al servicio de la clase obrera.
Fuente → unidadylucha.es
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