Martín Rodrigo y Alharilla
Universitat Pompeu Fabra
En su artículo 1, el primer texto constitucional español (la Constitución de Cádiz, aprobada en marzo de 1812) definió explícitamente a la nación española como “la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Desde sus primeras expresiones, por lo tanto, el imaginario liberal español contempló a la nación española como un sujeto político que incorporaba no sólo a los españoles de Europa sino también a los de América. Y aunque el complejo proceso de crisis del antiguo régimen y de construcción de un Estado-nación liberal en España tuvo lugar de forma paralela al proceso de independencia de las posesiones españolas en la América continental,[1] España pudo conservar, tras la muerte de Fernando VII, un imperio insular en el que destacaba, sobre todo, Cuba. Una isla que no era, ni mucho menos, una colonia más: Tal como definió en su día William Clarence-Smith, durante el siglo XIX Cuba fue “probablemente la más rica colonia del mundo”.[2] A la hora de afrontar, sin embargo, la historia de España en el siglo XIX no siempre se tiene en cuenta dicha realidad de manera que buena parte de los análisis sobre el pasado decimonónico del Estado español se centran exclusivamente en la dimensión peninsular, estrictamente europea, del reino de España. No siempre se ha abordado, por ejemplo, el estudio de la conformación de las élites (económicas, políticas, militares, ….) españolas de los siglos XIX y XX integrando y teniendo en cuenta la notable importancia de Cuba y, singularmente, el peso de la economía esclavista cubana en la configuración de dichas élites.[3] En esa línea se inscribe, precisamente, esta nota dedicada a rastrear, a través de un estudio de caso, la importancia oculta (u ocultada) del pasado familiar de un influyente personaje de la política española del siglo XX, el fundador y líder principal de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. Un pasado estrechamente vinculado con la isla de Cuba y, de forma singular, con su economía esclavista.
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Resulta bien conocido que José Antonio Primo de Rivera descendía de una saga de militares, por vía paterna. No sólo su padre, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, alcanzaría el grado de Capitán General en el ejército español sino que antes lo había alcanzado su tío abuelo Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, quien fuera Capitán General de Filipinas en dos ocasiones (en 1880-1883 y en 1897-1898). Resultan menos conocidos, sin embargo, sus ascendentes familiares por vía materna. Unos ascendentes que relacionan estrechamente al fundador y líder principal de Falange Española con el mundo colonial español, en Cuba, y que lo vinculan, además, por una doble vía. La madre de José Antonio fue Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín y era hija, a su vez, de Gregorio Sáenz de Heredia y Tejada, quien fuera, según apunta el historiador Alejandro Quiroga, el último alcalde español de La Habana, en 1898, justo antes de la cesión de la soberanía de Cuba a los Estados Unidos.[4] Por otro lado, la abuela materna del fundador de Falange, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, había nacido en la capital cubana en el seno de una riquísima familia de empresarios vinculados al mundo del azúcar, al tráfico ilegal de africanos esclavizados y a la explotación de mano de obra esclava. Entre los antepasados directos de José Antonio Primo de Rivera cabe destacar a su bisabuelo, el traficante de esclavos José Antonio Suárez Argudín, a quien el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals definió en su día como uno “de los primeros contrabandistas negreros del mundo”.[5] Tal vez a José Antonio Primo de Rivera le bautizaron precisamente como José Antonio en recuerdo de aquel bisabuelo negrero enriquecido en Cuba.
José Antonio Suárez Argudín, un gran contrabandista negrero
Nacido en Avilés, en 1799, José Antonio Suárez Argudín García-Barbosa emigró en su juventud a La Habana, en 1816, para trabajar en una tienda de ropas que un tío abuelo suyo llamado Miguel Galán tenía en la capital cubana.[6] Dejó al poco tiempo aquel trabajo para convertirse en empleado del empresario segoviano Gabriel Lombillo Herce, a quien Fernando VII convirtió, en 1829, en primer marqués de Lombillo. Fue entonces y de la mano de su nuevo jefe cuando el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera se inició en el “odioso comercio” de personas esclavizadas.[7] Tuvo, sin duda, un buen maestro. Consta fehacientemente que Lombillo despachó, desde La Habana, al menos 14 expediciones negreras sucesivas, entre 1813 y 1820, a las costas de África. Lo hizo en seis buques diferentes, todos de su propiedad, llamados Esmeralda, Brillante, Campeador, Diamante, Vengador y Laura. Y sabemos también que aquellas 14 expediciones organizadas por el jefe de Suárez Argudín permitieron desembarcar en la capital cubana un total de 4.286 cautivos africanos vivos, para ser allí esclavizados.[8] Las ganancias netas que obtenían quienes organizaban y financiaban aquel tipo de expediciones, en aquellos años finales de la trata legal en Cuba, se situaban en torno a los 133,1 pesos por cada africana o africano desembarcado y vendido.[9] Siendo así, Lombillo y sus socios habrían obtenido unos beneficios netos por valor de 570.466 pesos fuertes. Una verdadera fortuna. Ninguna actividad comercial proporcionaba entonces, de hecho, tantos beneficios como el tráfico de esclavos.[10]
Según apuntó en su día el historiador cubano Moreno Fraginals en su monumental obra El Ingenio, Gabriel Lombillo aparece en 1820, año en que se ilegaliza el comercio de esclavos hacia Cuba, como “el séptimo negrero de la época”. Y añade, a continuación: “Asociado a José Antonio Suárez Argudín desarrolla una febril actividad importadora de negros, que se incrementa en la etapa de contrabando. Posiblemente ellos dos, junto a Joaquín Gómez, constituyen el más importante triunvirato del contrabando de negros de la década de 1820”.[11]
En La Habana se empezó pronto a rumorear sobre los amoríos secretos entre el joven Suárez Argudín y la esposa de su jefe, Teresa Ramírez de Arellano. Lo cierto es que en 1830 Gabriel Lombillo falleció envenenado y las sospechas se dirigieron enseguida al bisabuelo de Primo de Rivera, quien pasó un tiempo en la cárcel, acusado de aquella muerte. Las investigaciones no permitieron, sin embargo, encontrar pruebas de su autoría y finalmente el juez lo dejó en libertad. El hecho de que José A. Suárez Argudín se casara poco después con la viuda de Lombillo alimentó, aún más si cabe, las sospechas de que ambos habían planeado y ejecutado la muerte de aquel rico empresario. Por eso, un hermano del difunto seguía intentando, aun cinco años después de la muerte del primer conde de Casa Lombillo, que se mantuviera la acusación contra los dos sospechosos de su muerte.[12] No tuvo, sin embargo, éxito. Aquel truculento asunto se conservó durante mucho tiempo en la memoria de los habaneros ricos, tal como demuestra la siguiente nota biográfica del bisabuelo de Primo de Rivera, tomada de un manuscrito anónimo escrito en La Habana en la década de 1870, es decir, más de cuarenta años después de la muerte de Gabriel Lombillo:
“Suárez Argudín, Dn. José. Peninsular, asturiano, al llegar a la Habana fue dependiente de una tienda de ropas de la plaza del Espíritu Santo. De allí pasó a ser dependiente del rico hacendado, peninsular, Conde de Lombillo, con cuya esposa, la Sra. Doña Teresa Ramírez de Arellano, natural de la isla e hija de un Director que fue de la Fábrica de tabacos, dio en decir la gente que tenía Argudín relaciones. Era aquella señora tan aficionada a contraer deudas para atender, según voz pública, a las exigencias de algún amante, que obligó al Conde de Lombillo a anunciar por medio de los periódicos que no pagaría ninguna deuda contraída por su esposa, que se le presentara.
A la muerte del Conde, Argudín, que era entonces buena figura, se casó con la viuda y en aquel tiempo se habló mucho de cierta causa de envenenamiento en la que resultaba víctima el expresado Lombillo”. [13]
Hacendado y propietario de una finca para criar niños esclavos
No cabe duda de que, a pesar de los rumores y acusaciones, aquel matrimonio con la viuda de Lombillo permitió a Suárez Argudín aumentar notable y rápidamente su fortuna y su estatus social. Pudo dedicarse, de entrada, a gestionar aquellas fincas que habían sido del conde de Lombillo y que, por herencia, pasaron a ser propiedad de su esposa o de los hijos que Teresa había tenido con el difunto empresario. Así sucedió con el ingenio azucarero San Gabriel, ubicado en el partido de San Diego Núñez.[14] Más aún, el empresario asturiano se dedicó a partir de entonces a comprar y fomentar nuevas fincas cafetaleras y, sobre todo, azucareras, a título individual. Así, a la altura de 1860, José A. Suárez Argudín era el propietario de, al menos, un cafetal (llamado Rotunda y ubicado cerca de Artemisa) y de tres ingenios azucareros, equipados los tres con modernas máquinas de vapor y situados en la región occidental de Cuba.[15] Se trata de los ingenios Santa Teresa (de 241 hectáreas de extensión), San Juan Bautista (de 295 hectáreas) y Angelita, llamado así en honor de su única hija (de 671 hectáreas).[16] Todavía quince años después, el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera mantenía en propiedad aquellas tres haciendas de producción de caña de azúcar. En el antiguo ingenio Santa Teresa (renombrado como Nueva Teresa), ubicado en la jurisdicción de Bahía Honda, trabajaban, en 1877, 188 esclavos, 21 culíes chinos y 121 trabajadores “alquilados y libres” mientras que la dotación del ingenio Angelita, ubicado en la jurisdicción de Cienfuegos, la componían 95 personas esclavizadas. Según fuentes fiscales, en un solo año, en 1877, el propietario de aquellas tres fincas había obtenido de su explotación un producto líquido total de 116.366 pesos fuertes (equivalentes a 581.830 pesetas, en la España peninsular). Una verdadera fortuna.[17] De una de aquellas haciendas nos dice Moreno Fraginals que su dueño “hizo de su ingenio Angelita, de Cienfuegos, un importante centro de cría” de niños y niñas hijos de esclavas, destinados a convertirse también en futuros esclavos.[18] Al estilo de una granja.
Mientras tanto, el bisabuelo asturiano de Primo de Rivera no había dejado de dedicarse al tráfico de africanos esclavizados, una actividad que era ilegal desde 1821 pero que se mantuvo, en Cuba, hasta 1867. Todavía en agosto de 1855, el cónsul británico en La Habana denunció ante el Capitán General de la Isla la reciente llegada de un velero con 510 cautivos africanos, señalando los nombres de quienes habían organizado aquella expedición y destacando, entre ellos, precisamente a Suárez Argudín.[19] Una denuncia que, ante la inacción de las autoridades españolas en Cuba, la diplomacia británica acabó trasladando, meses después, al Ministerio de Estado, en Madrid, con nulos resultados.[20]
Tanto la presión británica como el contexto político en el mundo occidental hacían cada vez más difícil la actividad de los traficantes de esclavos en Cuba. Mientras tanto, la economía agroexportadora de la Isla no dejaba de requerir brazos y más brazos para seguir produciendo más y más azúcar. Surgieron entonces diferentes iniciativas para allegar colonos supuestamente libres a trabajar en los campos cubanos. La Real Junta de Fomento promovió, por ejemplo, la llegada de culíes chinos (fueron casi 125.000 los que arribaron a Cuba entre 1847 y 1874) mientras que diversos particulares impulsaron, en paralelo, otras iniciativas. Uno de ellos fue el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera quien planteó, a partir de 1853, la idea de organizar legalmente la llegada de “inmigrantes africanos” a Cuba. Esbozó y publicó, en La Habana y en 1855, un primer y breve folleto titulado Proyecto o representación respetuosa sobre inmigración africana, dirigido al Capitán General de Cuba, y realizó además gestiones en Londres, para convencer a las autoridades británicas de la bondad de su proyecto. La negativa de los gobernantes españoles y británicos a dar por bueno su plan le llevó a formular, con más detalle, su propuesta, ampliando sus horizontes y buscando nuevos aliados. Fue así como, en 1860 publicó, también en La Habana, un extenso folleto titulado Proyecto de inmigración africana para las islas de Cuba, Puerto Rico y el imperio del Brasil, a sus respectivos gobiernos. Un proyecto que él lideraba y que contaba con la implicación directa de un paisano suyo, el asturiano Luciano Fernández Perdones, así como del portugués Manuel Basilio da Cunha Reis. Este último fue uno de los últimos grandes negreros de Brasil y optó por trasladar su residencia desde Río de Janeiro a Nueva York, en la década de 1850, tras el cese del tráfico de esclavos hacia la antigua colonia portuguesa. Antes había vivido unos años en Angola. Desde Manhattan, Da Cunha Reis se mantuvo como uno de los grandes comerciantes negreros del Atlántico en aquellos años 1850, proveyendo de africanos esclavizados a los hacendados cubanos. Tal era su relación con Cuba y con los traficantes de la Isla que se mudó finalmente, de Nueva York a La Habana, en 1858.[21] No hay que descartar que las relaciones entre Manuel Basilio da Cunha Reis y José A. Suárez Argudín se hubieran tejido, precisamente, por su previa asociación en la trata ilegal con destino a Cuba.
Detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen
De su matrimonio con el asturiano José Antonio Suárez Argudín, la cubana Teresa Ramírez de Arellano alumbró un hijo (llamado José Antonio, como su padre) y una hija (Ángela). El primogénito, José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, tío abuelo de José Antonio Primo de Rivera, se casaría, en La Habana y en 1860, con Francisca María del Valle Iznaga.[22] Un hermano, por cierto, de Francisca María, José María del Valle Iznaga, es bisabuelo tanto de las hermanas Ana y Loyola de Palacio del Valle Lersundi, dirigentes del PP de Aznar, como del periodista y actual eurodiputado de VOX Hermann Tertsch del Valle Lersundi. Los tres son, por lo tanto, primos lejanos de José Antonio Primo de Rivera.
Cabe señalar que Amadeo I otorgó, en 1872, el título de marqués de casa Argudín al tío abuelo del fundador de Falange Española.[23] Poco tiempo pudo disfrutar, sin embargo, de su dignidad nobiliaria pues José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de Arellano fue asesinado, en La Habana y cuatro años después, en el marco de un sonado litigio cuyo principal protagonista era su padre. En palabras, nuevamente, de Manuel Moreno Fraginals: “Su vida se cierra con la mayor quiebra fraudulenta que conociera Cuba, que origina dos atentados contra su vida y el asesinato de su hijo del mismo nombre y apellido, ya transformado en marqués de Casa Argudín. El victimario, Sánchez Iznaga, era uno de los más ricos propietarios azucareros de Cuba”. Y concluye: “La historia real de estos dos negreros supera al más truculento folletín de la época”.[24] Cobra aquí sentido la frase atribuida a Balzac según la cual “detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”. O dos o tres, podríamos añadir.
La otra hija de José A. Suárez Argudín, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, abuela materna de José Antonio Primo de Rivera, nació en La Habana, en 1839, y se casó en la misma ciudad, en 1864, con el riojano Gregorio Sáenz de Heredia, de quien le separaban veinte años. Ambos fueron, por lo tanto, los padres de Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín, la cual se casó a su vez, en Madrid y en 1902, con el militar Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Hay que tener en cuenta que el futuro dictador no fue el primer militar que optó por casarse con una rica cubana. O americana, en general. El general Francisco Serrano, quien acabaría siendo Alteza Real y Regente de España (entre 1869 y 1871) se había casado, en 1850, con la cubana Antonia Domínguez Borrell, que era nieta del hacendado José Mariano Borrell Padrón, cuyo ingenio Guaimaro había realizado, en 1827, la zafra más alta del mundo en su época, y sobrina además del primer conde de Casa Brunet, propietario del ingenio San Carlos. Domingo Dulce, Capitán General de Cuba, se casó por su parte, en Madrid, en 1867, con Elena Martín de Medina, condesa viuda de Santovenia y propietaria del ingenio Australia. Por otro lado, el general Joan Prim se había casado, en 1856 y en París, con la joven y rica mexicana Francisca Agüero González. Y esa tendencia a casarse con ricas criollas que encontramos en numerosos jefes y oficiales del ejército español, se dio también entre españoles peninsulares con otros perfiles. En 1858, por poner un ejemplo, arribó a la Isla un joven letrado asturiano llamado Apolinar Rato Hevia, para hacerse cargo del juzgado de Baracoa. Se trasladó, años después, a La Habana y dejó la judicatura para ejercer como abogado en el ámbito privado. Y allí, en la capital cubana, acabó casándose con Ana Duquesne O’Farrill, hija del conde Duquesne y de María Josefa O’Farrill Herrera. Una nota biográfica sobre Apolinar Rato consigna que “se casó con una rica hija del país” y que “dedicado [en La Habana] a la abogacía, en la que demostró una moralidad acomodaticia […] aumentó bastante su caudal”.[25] Tras veintidós años en Cuba, Apolinar Rato Hevia regresó, junto a su mujer, a España, instalándose en Madrid y conformando una saga familiar en la que cabe incluir a Rodrigo Rato Figueredo, quien fuera vicepresidente del Gobierno Español, director gerente del Fondo Monetario Internacional y presidente de Caja Madrid, y después de Bankia, “hasta ser procesado y condenado a cuatro años de prisión por corrupción”.[26] En sus matrimonios y a su descendencia, ellas aportaban sus notables capitales, acumulados en tierras americanas. Y uso la palabra “capitales” en plural y en un doble sentido, tanto crematístico como social. Fueron esos capitales los que permitieron después, a su regreso a España, ascender económica y socialmente.
Quien dio buena cuenta de dicho fenómeno fue el novelista Benito Pérez Galdós. Lo hizo, sobre todo, en su obra El amigo Manso, publicada en 1882. Escrita en primera persona y en tono autobiográfico por un ficticio Máximo Manso, uno de los personajes centrales de la trama es un hermano del narrador llamado José María Manso. Aquel personaje de ficción nacido en Asturias (justo donde habían nacido, en la vida real, tanto José Suárez Argudín, bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera, como Apolinar Rato, antepasado de Rodrigo Rato), había emigrado a Cuba, inmediatamente después de la muerte de su padre, con voluntad de hacer las Américas. Y allí “casó, en Sagua la Grande, con una mujer rica”, de nombre Manuela pero a la que llamaban Lica, con la que acabó teniendo cuatro hijos. Unos cuantos años después, en septiembre de 1880, José María Manso, su mujer embarazada, su cuñada, su suegra y sus tres hijos mayores (así como sus criados, “la mulata Remedios y el negro Rupertico”), se mudaron de Cuba a la península, instalándose en Madrid. En la capital española, el rico indiano supo hacer gala de su notable fortuna para emprender una ambiciosa carrera, especialmente en el plano político. Tal y como apunta Benito Pérez Galdós, por boca de Máximo Manso, “las relaciones de familia aumentaban de día en día, cosa sumamente natural habiendo en casa olor de dinero”.[27]
En ese camino hacia la notoriedad y el poder, el español José María Manso le es infiel a su esposa. Una infidelidad que provoca mucho dolor a la rica criolla Lica y que ha sido interpretada como una metáfora de la relación colonial entre la mayor de las Antillas y España: en aquel matrimonio entre el asturiano José María y la rica cubana Manuela, ella viene a ser la imagen que representa la Isla donde nació (es decir, la opulencia, la riqueza) mientras que él viene a representar la España que se aprovecha de la fortuna de su mujer, o sea, de Cuba, y que, no obstante, la trata con ingratitud y deslealtad, tal como ha señalado sagazmente Lisa Surwillo.[28] Fue aquel uno de los numerosos elementos críticos que Benito Pérez Galdós incluyó en una novela plagada de críticas a la España de aquella época, la España de los primeros años de la Restauración.
El prolífico escritor canario sabía muy bien de lo que hablaba. Se ha considerado, de hecho, a El amigo Manso una novela de carácter cuasi autobiográfico. No en vano su propio hermano mayor, Sebastián Pérez Galdós, había emigrado también a tierras cubanas. No se había instalado, sin embargo, en Sagua la Grande sino en Cienfuegos, en cuyas cercanías fomentó una plantación de caña de azúcar a la que llamó Santa Teresa de Jesús.[29] El matrimonio entre el asturiano José María Manso y la cubana Manuela (o Lica) expresa, en la ficción, un fenómeno muy extendido, en términos reales: para un peninsular (como el asturiano José Antonio Suárez Argudín, primero, o el andaluz Miguel Primo de Rivera, muchos años después) casarse con una mujer cubana y rica, o descendiente de ricos cubanos, era una buena forma de incorporar sus capitales a su familia, y de hacerlo especialmente en beneficio de su futura descendencia. Está claro que sin la previa experiencia cubana, ni los Sáenz de Heredia ni los Suárez Argudín habrían alcanzado el estatus económico y social que llegaron a acreditar tras su retorno a la Península. Un estatus que legaron, después, a sus descendientes, como, por ejemplo, a José Antonio Primo de Rivera o a su primo hermano, el cineasta José Luis Sáenz de Heredia.
Notas
[1] Un análisis de ese proceso se encuentra en el sugerente y voluminoso trabajo de Josep Maria Fradera, La nación imperial (1750-1918), Barcelona, Edhasa, 2015.
[2] William Clarence-Smith, “The economic dynamics of Spanish colonialism in the nineteenth and twentieth centuries”, Itinerario, 1991, vol. 15 (1), pp. 71-90.
[3] Un ejemplo, a contrario sensu, en Ángel Bahamonde y José Cayuela, Hacer las Américas. Las élites coloniales españolas en el siglo XIX, Madrid, Alianza, 1992.
[4] Alejandro Quiroga, Fernández de Soto, “Miguel Primo de Rivera: La Espada y la Palabra” en Alejandro Quiroga y Miguel Ángel del Arco, Soldados de Dios y apóstoles de la patria: Las derechas españolas en la Europa de entreguerras, Granada, Comares, 2010, pp.
[5] Manuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico-social del azúcar cubano, Barcelona, Crítica, 2001, p. 162 [ed. original, 1978].
[6] Archivo Histórico Nacional, Ultramar, legajo 331, documento 10.
[7] Tomo dicha expresión del título del libro de David R. Murray, Odious commerce. Britain, Spain and the abolition of the Cuban slave trade, Cambridge, Cambridge University Press, 1980.
[8] TransAtlantic Slave Trade Database, consultada en slavevoyages.org (11 de agosto de 2023), # 14645, 14681, 14684, 14740, 14794, 14803, 14807, 14815, 39016, 42020, 42064, 42271, 42306 y 42334.
[9] Martín Rodrigo y Alharilla, “Beneficios y beneficiarios del comercio de esclavos en Cuba (1815-1867)”, Ayer, 2022 (4), núm. 128, pp. 103-129.
[10] José Miguel Sanjuan-Marroquín y Martín Rodrigo-Alharilla, “’No commercial activity leaves greater benefit’. The profitability of the Cuban-based slave trade during the first half of the nineteenth century”, Economic History Review, 2023, https://doi.org/10.1111/ehr.13272
[11] Manuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico-social del azúcar cubano, Barcelona, Crítica, 2001, p. 147 [ed. original, 1978].
[12] Archivo Histórico Nacional, Ultramar, legajo 1613, documento 11.
[13] Biblioteca Nacional de España, Manuscritos, MSS/14497/21: “Datos biográficos de varias personas visibles de Cuba”.
[14] Carlos Rebello, Estados relativos a la producción azucarera en la isla de Cuba, La Habana, Intendencia del Ejército y Hacienda, 1860.
[15] Para el cafetal Rotunda, cfr. Archivo Nacional de Cuba, Gobierno Superior Civil, legajo 1033, documento 35769.
[16] Para los tres ingenios, cfr. Carlos Rebello, Estados relativos a la producción azucarera en la isla de Cuba, La Habana, Intendencia del Ejército y Hacienda, 1860.
[17] Dirección General de Hacienda de la Isla de Cuba, Noticia de los ingenios o fincas azucareras que en estado de producción existen actualmente en toda la isla, Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General, 1877.
[18] Manuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico-social del azúcar cubano, Barcelona, Crítica, 2001, p. 199 [ed. original, 1978].
[19] House of Commons, Parliamentary Papers, Slave Trade, Class B, Correspondence with the British Ministers and Agents in Foreign Countries and with Foreign Ministers in England, relating to Slave Trade. From April, 1, 1855 to March 31, 1856. London, 1856: “Consul-general Crawford to the Earl of Clarendon. Havana, August 10, 1855”.
[20] Archivo Histórico Nacional, Estado, Legajo 1848, documento 10 (2).
[21] John Harris, The last slave ships. New York and the end of the middle passage, New Haven y Londres, Yale University Press, 2020.
[22] Tomo los datos biográficos de la colección Historia de familias cubanas por Francisco Xavier de Santa Cruz y Mallén, Conde de San Juan de Jaruco y de Santa Cruz de Mopox, escrita en presencia de documentos inéditos, 9 tomos, La Habana-1940, Miami-1988.
[23] Gaceta de Madrid, 6 de diciembre de 1872, p 1.
[24] Manuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico-social del azúcar cubano, Barcelona, Crítica, 2001, p. 544 [ed. original, 1978].
[25] Biblioteca Nacional de España, Manuscritos, MSS/14497/21: “Datos biográficos de varias personas visibles de Cuba”.
[26] José Antonio Piqueras Arenas, Negreros. Españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2021, pp. 67-68.
[27] Benito Pérez Galdós, El amigo Manso, Madrid, Administración de la Guirnalda y Episodios Nacionales, sin fecha. Las citas corresponden a las páginas 51, 54 y 61.
[28] Lisa Surwillo, Monsters by Trade. Slave Traffickers in Modern Spanish Culture and Literature, Stanford, Stanford University Press, 2014.
[29] Un amigo de Sebastián Pérez Galdós, el vizcaíno Agustín Goytisolo Lezarzaburu (bisabuelo de los escritores Juan, José Agustín y Luis Goytisolo Gay), propietario a su vez de varias haciendas azucareras en las cercanías de Cienfuegos, le contó a su mujer que aquel hacendado canario, hermano del novelista, había sufrido, en diciembre de 1875, en plena guerra de los Diez Años, un ataque a su finca que causó la muerte de “7 trabajadores, un hombre de su confianza y 3 guardias”, cfr. Fundación Luis Goytisolo, Fondo Agustín Goytisolo Lezarzaburu, caja 97, exp. 97: carta de Agustín Goytisolo Lezarzaburu (Cienfuegos) a su mujer Estanisláa Digat Irarramendi (Barcelona), de 2 de enero de 1876.
Fuente: Una versión más reducida se publicó en Diario.es el 13 de Septiembre de 2023
Portada: Ingenio Buena Vista (1852), situado en el Valle de los Ingenios, en Trinidad (Cuba). Grabado del litógrafo y pintor cubano Eduardo Laplante
Fuente → conversacionsobrehistoria.info
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