De febrero a julio de 1936
En febrero, el Frente Popular había obtenido una ajustada victoria en las elecciones generales en términos de voto popular.1
Inmediatamente después, el desigual desarrollo de España comenzó a mostrarse en la desigual difusión de la agitación y la violencia. En las periferias del litoral avanzado de Cataluña y el País Vasco – dedicadas respectivamente a las fases primaria (textil) y secundaria (metalúrgica) de la industrialización – reinaba una calma relativa. En Cataluña, el Frente de Izquierda había obtenido el 59% del voto popular. La Lliga Catalana, que representaba a la burguesía, había aceptado su derrota y el papel de oposición leal. La Esquerra, el partido pequeñoburgués republicano de izquierdas y principal vencedor, se había moderado. Tomás ROIGLLOP, abogado nacionalista catalán y miembro destacado de la Lliga, creía que no había ninguna razón para que nadie en Cataluña favoreciera un levantamiento militar, y menos aún el temor a una revolución proletaria.
‘Un golpe militar sólo podría amenazarnos con la pérdida de lo que tanto esfuerzo nos había costado ganar: nuestro estatuto de autonomía’.
La relativa calma de Cataluña – «oasis de paz»- no significaba que la clase obrera estuviera necesariamente satisfecha con el estado de cosas. Los militantes de la CNT, en particular, reprochan a la República su incapacidad para satisfacer las necesidades de la clase obrera. Sin embargo, la CNT se abstuvo de llamar a sus afiliados a la abstención en las recientes elecciones, como había hecho en 1933. Sus votos, para liberar a los miles de presos políticos encarcelados desde octubre de 1934, habían contribuido a la victoria del Frente Popular. En opinión de Andreu CAPDEVILA, obrero textil de la CNT, el pueblo votó para dar carta blanca al gobierno republicano para acabar con la amenaza del fascismo.
-Todo el mundo sabía que la oficialidad conspiraba. ¿Por qué el gobierno no tomó medidas, creó un nuevo ejército leal a la república? En su defecto, llamar a la clase obrera a levantar barricadas alrededor de todos los cuarteles de España bajo la dirección de oficiales de confianza.
Encontrándose cara a cara con la clase obrera, había un 80% de posibilidades de que las tropas no se hubieran sublevado. Pero los republicanos tenían más miedo de la clase obrera que de los militares …
*
En las regiones donde predominaba el campesinado de mediana y pequeña propiedad, que se extendían en un amplio arco hacia el este y el oeste por encima de Madrid, no había una violencia particular, pero sí un sentimiento generalizado de hostilidad. La república no había hecho nada para aliviar las dificultades de esta gente: de hecho, la derecha podía argumentar que la república había empeorado su situación.
Productores de trigo, su producción sólo permitía un excedente escaso y fluctuante en el mejor de los casos. Dos excelentes cosechas de trigo, las importaciones extranjeras y la depresión habían hecho bajar los precios.
Entre este campesinado mayoritariamente católico, la opinión de que la «república representaba el desorden» estaba muy extendida. Lo que necesitábamos era ley y orden, paz y bienestar». Los que apoyaban el régimen republicano no paraban de hacer huelgas y de impedir que la gente trabajara», recuerda el hijo de un latifundista del pueblo castellano de Castrogeriz.
Antonio GINER no pertenecía a ningún partido político. Empleador de mano de obra, apoyaba el derecho de los trabajadores a un sindicato que defendiera sus intereses, pero no cuando sus dirigentes exigían que los afiliados abjuraran de su catolicismo, «una fe querida y tradicional para nosotros», lo que denigraba el concepto mismo de sindicato. Quería un precio justo para el trigo: en la granja tenían almacenadas las cosechas de dos años con la esperanza de poder venderlas a un precio razonable.
Tuvimos suerte de disponer de espacio y dinero. La mayoría de los pequeños agricultores tenían que vender a los precios ridículos que se ofrecían’. Pero sus verdaderas necesidades, en su opinión, podían resumirse sucintamente. Era agricultor y sólo quería tres cosas: familia, religión y trabajo. Nada más». Apoyando este punto de vista, un labrador local, Fernando SANCHEZ, expuso sus razones para ser de derechas.
-Me gustaba el orden. Me gustaba trabajar honradamente. Cobrábamos poco, comíamos ajo y un trocito de pan, y con eso trabajábamos todo el día, y vivíamos de lo que ganábamos. Yo no pertenecía a ningún partido político, pertenecía a la tierra …
Castrogeriz2 había votado a la derecha por una mayoría de 570 a 270, una proporción aún mayor que en el conjunto de la provincia de Burgos.
El fracaso de la izquierda en la organización del campesinado castellano no sólo era evidente, sino que tendría consecuencias dramáticas en el futuro, pensaba un mecánico y simpatizante de la CNT en la capital de la provincia. La clase obrera, veía José BESAIBAR, necesitaba al campesinado de su lado para evitar el éxito de la contrarrevolución capitalista. Si el campesinado se pasaba a los capitalistas -como era casi seguro que haría si no se organizaba- proporcionaría la mayor parte de la carne de cañón de los capitalistas. El fracaso de la izquierda se debió sobre todo, en su opinión, a una razón.
-Las organizaciones obreras se negaron a dejar en paz la cuestión religiosa. En lugar de unirse en torno a sus verdaderos intereses -hacer la revolución-, se preocupaban de si la gente iba o no a la iglesia. Fue un error fatal en lo que respecta al campesinado…
La derrota electoral de la derecha, en particular de la CEDA, el partido católico de masas, dejó desilusionados a muchos de sus partidarios: la vía parlamentaria hacia el Estado autoritario corporativo había quedado bloqueada. La desilusión fue particularmente fuerte en el mayor movimiento juvenil católico de derechas, la JAP, muchos de cuyos miembros desertaron a la Falange. Un miembro de la JAP de Burgos de clase obrera consideraba que Gil Robles, el líder de la CEDA, había cometido un error fatal al no tomar el poder cuando estaba en el gobierno unos meses antes. Desde la quema de conventos de mayo de 1931,3
Maximiano PRADA, impresor y miembro del Círculo Católico de Obreros de Burgos, tenía claro que las cosas iban mal. La victoria del Frente Popular no hizo más que confirmarlo. Había creído, incluso esperado, que la paliza que habían recibido los mineros asturianos tras su insurrección de octubre de 1934 calmaría las cosas; en cambio, éstas parecían haber empeorado. Queríamos una república fuerte, que impusiera la ley y el orden en el país, que permitiera los partidos políticos pero que prohibiera la persecución religiosa. Gil Robles era demasiado blando’ La opinión de PRADA sobre la situación se vio agudizada por el aumento del paro tras las elecciones, consecuencia del boicot inversor del capital.
-Los capitalistas boicotearon el trabajo, negándose a dar trabajo a los obreros, y los sindicatos de izquierda nos boicotearon a los obreros católicos. Las cosas se pusieron tan mal que teníamos que cobrar el sábado a mediodía; si cobrábamos el sueldo por la tarde, nos lo podían robar los izquierdistas que no trabajaban…
La radicalización de la juventud del país, tanto de derechas como de izquierdas, fue un fenómeno distintivo de la crisis política, y la huida de los miembros de la JAP a la Falange presagiaba el futuro del partido matriz durante la guerra. En Valladolid, la ciudad más importante de Castilla la Vieja, Mariano ESCUDERO, miembro destacado de la CEDA, intentó sin éxito frenar el flujo hacia la Falange. Abogado, secretario local de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas de Valladolid y ex teniente de alcalde, comprendió las razones de su fracaso:
«Todo el mundo estaba convencido de que iba a haber una revolución comunista; los militantes de la JAP creían que todos actuábamos como cobardes ante la amenaza».
La Falange, con su fuerza local, era la única organización preparada para hacerle frente. Incluso él, a su pesar, había llegado a creer que la legalidad republicana, destrozada primero por los socialistas en la insurrección de octubre, ya no podía restaurarse por medios parlamentarios. La verdadera causa de la quiebra del régimen residía en la incapacidad de desarrollar un diálogo entre la CEDA y el partido socialista. La CEDA tiene su parte de culpa. Había atraído a personas que se habían afiliado simplemente por miedo, que se habían hecho lo suficientemente fuertes dentro del partido como para bloquear reformas como las propuestas por su propio ministro de agricultura.4
Los católicos, creía, tenían la obligación de practicar una justicia social que impidiera a la gente «pensar en soluciones de extrema izquierda». Dollfuss, en Austria, fue quien más se acercó a este ideal. Pero la CEDA había sido a menudo retrógrada. Los socialistas habían recurrido a la violencia. El diálogo no había sido posible. Y ahora veía venir la violencia.
-Me reí, pero no sentí ninguna risa dentro de mí. Pasara lo que pasara, el desenlace iba a ser seguramente muy cruel…
Su colega, Ernesto CASTAÑO, había llegado a Valladolid para hablar con los miembros de la guarnición sobre el levantamiento. Uno de los principales organizadores del Bloque Agrario de Salamanca,5 había sido reelegido diputado de la CEDA en las elecciones y, con otros dos de su provincia natal, desbancado por dudosos motivos de prevaricación electoral, CASTAÑO creía que la república había fracasado irremediablemente, y por razones muy parecidas a las de la monarquía anterior: la negativa a permitir que el espectro político se ampliara hasta sus límites, a derecha e izquierda. Los republicanos de izquierda no toleraban ninguna influencia competidora y sostenían que Gil Robles estaba dominado por la Iglesia, y quería «unirse a la república sólo para hundirla». Nada más lejos de la realidad.
‘Si la CEDA hubiera ganado las elecciones de 1936 no habríamos cambiado un ápice de la república. Gil Robles nunca soñó con hacer aquello de lo que le acusaban sus enemigos: buscar el poder para instaurar un régimen fascista. Nadie fue mayor enemigo del fascismo’ … 6
CASTAÑO encontró a la guarnición de Valladolid indiferente a la idea de sublevarse, algo que no cambiaría hasta mayo. En cuanto a la dirección falangista local, mantenía la «absurda postura» de que un levantamiento debía producirse sin participación militar.
Actuando sin conocimiento de Gil Robles ni de ninguno de los dirigentes de la CEDA, CASTAÑO siguió haciendo sondeos en distintos puntos del país para el alzamiento que consideraba la única solución.
Valladolid era la cuna de las JONS, el movimiento nacionalsindicalista que, en 1934, se había fusionado con la recién creada Falange en la misma ciudad. Reclutaba principalmente entre estudiantes universitarios, empleados de servicios (camareros, taxistas), artesanos y pequeños agricultores. Onésimo Redondo, cofundador de las JONS, dirigía un sindicato de cultivadores de remolacha azucarera, que había conseguido mejorar la suerte del pequeño campesinado de este sector.
Su estrecho colaborador, Tomás BULNES, creía que el campesinado era antirrepublicano, no a priori ‘sino por lo que la república había resultado ser: antirreligiosa, tolerante cuando no fomentadora de una anarquía nacional, ruinosa para el campesino. Castilla, sobre todo, era religiosa, patriarcal. No en vano el campesinado castellano proporcionaba la mayor parte de los curas, frailes y monjas de España».
Militancias 2
ALBERTO PASTOR
Agricultor falangista
En el pequeño pueblo de Tamariz de Campos, al noroeste de Valladolid, Alberto PASTOR, militante de las JONS desde 1932, ayudaba a su tío a trabajar la finca familiar de 400 obradas (algo más de 200 hectáreas). Tamariz – «pueblo de pocos que poseían mucho»- contaba con 100 yuntas de mulas (y, en consecuencia, otros tantos jornaleros para trabajarlas), pero su población, de entre 800 y 900 habitantes, no disfrutaba de calles asfaltadas ni de agua corriente en sus casas, muchas de adobe. No obstante, era un lugar de prósperos agricultores de trigo, dos o tres de los cuales poseían el doble de tierras que PASTOR. La Tierra de Campos era buena para el cultivo de cereales.
Hacía un par de meses que PASTOR languidecía en la cárcel de Valladolid. Desde que entró la república, las cosas habían cambiado. Antes, recordaba, había camaradería entre los jornaleros y los agricultores. Aunque era hijo del dueño, trabajaba junto a los jornaleros en el campo, comía lo mismo, se sentaba a fumar y hablaba de cualquier cosa en los descansos. No había ninguna diferencia entre nosotros». Pero la república había echado todo a perder. Los jornaleros habían cambiado, los agitadores venían a agitarlos, se había vuelto peligroso salir al campo. Llevaba una pistola en el bolsillo cuando iba a trabajar; hombres que habían sido como hermanos para él antes de la república ahora apenas le dirigían la palabra. Pero le conocían, sabían que iba armado.
Siempre había preferido estar con obreros que con gente de su misma clase. Su padre (médico) y su madre le habían educado así; sus mejores amigos de niño habían sido los niños más pobres. Uno de sus hermanos fue de los primeros en afiliarse a las JONS. Menos de un año después de su creación, él también se había afiliado. Le atraía la injusticia social que veía a su alrededor y la lucha contra el terrorismo y la subversión que libraban. Otras naciones podrían estar preparadas para la democracia, pero él estaba firmemente convencido de que «la raza latina sólo podía vivir en dictadura». La democracia era un ideal, pero en España la libertad se convirtió inmediatamente en libertinaje. La revolución nacional-sindicalista que proponían las JONS sería diferente.
-Significaba redistribuir parte de la riqueza del país de una manera nueva, más justa; significaba que todos tendrían que trabajar -pero trabajar en armonía todos juntos-; era evangelismo puro, la doctrina de Jesucristo de que todos vivan mejor, no que unos sean acomodados y otros pobres…
Esto no significaba que todos los que poseían riquezas debían ser expropiados. Significaba que los ricos debían sacrificar una parte de su riqueza para que los pobres vivieran mejor. Un terrateniente con 2.000 hectáreas que se negara a cultivar la tierra adecuadamente no tenía derecho a tanto mientras había 2 millones de españoles pidiendo tierra a gritos; el latifundista sería adquirido e indemnizado -aunque a precios no muy altos. Pero un terrateniente que pagara salarios decentes no sería expropiado, aunque hubiera que pedirle un beneficio del 7% en vez del 10% para que otros pudieran vivir mejor.
-Nuestras ideas eran revolucionarias, no evolutivas. Pero no ofrecíamos una revolución sangrienta y destructiva, sino constructiva. No éramos ni de izquierdas, ni de derechas, ni de centro. Éramos un movimiento con espíritu propio, no para defender a los ricos, pero tampoco para poner a los pobres por encima de los ricos. En muchos puntos estábamos de acuerdo con los socialistas. Pero ellos eran revolucionarios materialistas y nosotros espirituales. Lo que más nos diferenciaba era que carecíamos del odio al capitalismo que ellos exhibían. Los marxistas declaraban la guerra a todo el que tuviera riquezas; nuestra idea era que el derecho debía renunciar a una parte para permitir que los demás vivieran mejor…
En marzo de 1934 asistió en Valladolid a la reunión en la que se unificaron la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera y las JONS. Esta última, en su opinión, era más revolucionaria, la Falange «menos dictatorial, más filosófica».7
No en vano la de las JONS se autodenominaba sindicalista; «en ocasiones éramos capaces de utilizar las mismas tácticas que los anarcosindicalistas». La reunión terminó con un tiroteo en las calles de Valladolid.
De vuelta a su pueblo, donde era el único falangista y prácticamente no podía salir de casa por la noche, intentó volar la casa del pueblo socialista con un cartucho de dinamita; las amenazas de los jornaleros se le hacían insoportables 8.
En una ocasión, interrumpieron una procesión religiosa bailando y gritando a su alrededor por las calles. Un hombre orinó públicamente contra la puerta de la iglesia. La justicia se encargó de que muriera un año después de cáncer de ano. El cartucho de dinamita explotó; pero, al carecer de experiencia en estas lides, no supo colocarlo correctamente para causar daños graves.
Su novia a veces tenía que llevar su pistola en el pecho cuando salían al pueblo porque la guardia civil siempre estaba buscando armas. No es que tuviera mucho tiempo libre para salir; con la jornada de ocho horas que la República había introducido para los jornaleros agrícolas, la agricultura se estaba volviendo imposible. Tenía que dormir en los establos para conseguir que los cinco pares de mulas estuvieran alimentados y listos para salir al campo a las ocho de la mañana, y traerlos de vuelta por la tarde, para aprovechar al máximo la jornada laboral de los jornaleros, que antes era de sol a sol.
Si antes las cosas iban mal, después de la victoria del Frente Popular en las urnas empeoraron aún más. Uno de los jornaleros encañonó con una pistola a su tío en el campo. ‘¡Me cago en la leche! Vamos a acabar con todos estos carcas’, gritó el hombre. Su tío, gordo y cobarde, que no se había atrevido a bajarse del caballo en los campos desde que se proclamó la república, cabalgó hasta su casa en un estado lamentable.
-Me hirvió la sangre. Recuerdo que cosía cascos para las mulas. Cuando los trabajadores llegaron del campo, desarmé al hombre y entregué su pistola al juez de paz. A la mañana siguiente, cuando mi tío abrió la puerta para que entraran los jornaleros, uno de ellos volvió a amenazarle de muerte…
Con la pistola en el bolsillo, se dispuso a acompañar a su tío al ayuntamiento. La plaza del pueblo estaba abarrotada: los obreros se habían declarado en huelga. No corras», advirtió a su tío. Se refugió detrás de una columna; en ese momento, la gente empezó a acercarse a ellos. Asustado, su tío echó a correr, perseguido por un jornalero en cuya mano PASTOR vio un cuchillo reluciente. Su tío tropezó y cayó.
-Saqué mi pistola. A ver si me matan», pensé. Empecé a disparar. La gente huyó. Mi tío estaba muerto de miedo, pero ileso. Entré en el ayuntamiento, donde se reunía el consejo socialista. Manos arriba. A punta de pistola les hice salir. Dame esa pistola’, dijo el juez de paz.
Agárrala por el cañón’, respondí. No la iba a entregar con cien hombres fuera, en la plaza, esperando para matarme…
Mirando en la sala del consejo, descubrió la pistola del obrero que había entregado la noche anterior. Iba a necesitar dos para salir de allí con vida.
En la plaza ve a hombres armados con horcas de madera y escopetas dispuestos a ir a por él. Mientras tanto, rebuscando entre unos papeles, encontró «las listas negras de todos los que íbamos a ser asesinados». No sólo querían matar a su tío. Volvió a mirar por la ventana y vio que la guardia civil había llegado desde Medina de Rioseco. No habría más disparos. Antes de salir del ayuntamiento, mandó buscar el mejor puro que se podía encontrar en el estanco del pueblo.
-Salí, levanté el puro con las manos maniatadas por encima de mi cabeza y grité «¡Arriba España!». Hubo un alboroto tremendo. Me habrían linchado si no hubiera estado protegido por la guardia. No se veía ni un solo campesino terrateniente; todos, aunque pensaban como nosotros, se habían encerrado en sus casas…
Su abogado quería convertir el juicio en un caso apolítico. Oponiéndose a esta defensa, PASTOR llegó al tribunal con su camisa azul falangista y su corbata roja y negra, e hizo el saludo fascista. ¡Arriba España!», gritó. Condenado a varios meses de prisión, pronto se encontró en la cárcel con el grueso de la cúpula falangista local que estaba en prisión preventiva.
Tras un atentado contra un destacado profesor y diputado socialista en Madrid, la dirección de Falange en la capital había sido detenida y su sede clausurada. José Antonio Primo de Rivera continuó dirigiendo el movimiento desde la cárcel. En Segovia, el jefe local de Falange, Dionisio RIDRUEJO, estudiante, seguía en libertad. Convencido de que las elecciones generales de febrero habían sido las últimas, estaba igualmente seguro de que si el Frente Popular se establecía en el poder, iba a haber revolución: los socialistas tomarían el poder.
-Eso era ciertamente lo que sentía la burguesía, con razón, pensaba. Los socialistas mantenían una presión continua sobre el gobierno desde la calle. Las masas tomaban la iniciativa, aunque no se dirigieran intencionadamente hacia la revolución. La burguesía estaba asustada. Al no haber hecho nunca su propia revolución, estaba mucho más asustada de la revolución que su homóloga francesa. Para ella, una revolución era el fin del mundo. La burguesía española nunca tuvo confianza en sí misma, y a lo largo de su historia se apoyó en la fuerza armada para sostenerse…
Tras las elecciones, eran frecuentes las peleas callejeras, los intentos de asesinato, los funerales que se convertían en disturbios y generaban nuevos enfrentamientos, nuevos funerales. Mientras que antes de las elecciones, observó, la izquierda solía provocar esas peleas, ahora los falangistas comprendían instintivamente que necesitaban alargar la lucha para conseguir sus objetivos. Si los militares se alzaban de repente, era poco probable que entregaran el poder a la Falange.
-Pero, en general, la burguesía no mostró mucho entusiasmo por la réplica falangista. Estaban esperando a que se alzaran los militares; no querían que continuara la lucha, el desorden: querían que terminara. No se puede permitir que las cosas sigan así», era una frase que se repetía interminablemente. Se insultaba públicamente a los agentes, se les llamaba cobardes por no sublevarse. La creciente falta de ley y orden era la causa aparente. (En realidad, el desorden era más o menos el que cabría esperar en un país democrático durante un momento crítico de huelgas y agitación estudiantil). La verdadera causa fue el miedo a que las organizaciones obreras hicieran su revolución. La prueba es que el complot militar no empezó realmente a tomar forma firme hasta después de las elecciones. Ya lo habían intentado antes -desde que se proclamó la república- pero sin éxito. Ahora se convirtió en una apuesta para ver quién se sublevaba primero…
Varios generales planearon sublevaciones en abril y en mayo; la Falange iba a participar en una de estas últimas. Los carlistas, que llevaban la sublevación «en las entrañas» y habían estado entrenando a sus requetés durante los dos últimos años, también planeaban sublevarse por su cuenta, en Andalucía. Desgraciadamente para la república, todos estos intentos fueron cancelados en el último momento, siendo su éxito dudoso.
No nos engañemos. Un país puede vivir bajo una monarquía o una república, con un sistema parlamentario o presidencial, bajo el comunismo o el fascismo. Pero no puede vivir en la anarquía. Ahora, por desgracia, España está en la anarquía. Y hoy asistimos al funeral de la democracia. Gil Robles, dirigente de la CEDA (Discurso parlamentario, 16 de junio de 1936)
Hay huelgas en España. Eso es natural, lógico… Sabemos que el espíritu innovador del proletariado no puede conciliarse con los intereses de una república que pretende preservarse a sí misma y a las instituciones que la conforman. Solidaridad Obrera, CNT (Barcelona, 2 de junio de 1936)
Lo que ningún país puede soportar es la sangría constante y el desorden público sin un fin revolucionario inmediato … Os digo que esto no es la revolución … es el clima que requiere el fascismo …Indalecio Prieto, líder socialista (discurso del Primero de Mayo, Cuenca, 1936)
Se acabaron las huelgas, se acabaron los cierres patronales, se acabaron los intereses usurarios, se acabaron las fórmulas financieras abusivas del capitalismo, se acabaron los salarios de hambre, se acabaron los sueldos políticos ganados por feliz accidente, se acabó la libertad anárquica, se acabó la pérdida criminal de la producción, porque la producción nacional está por encima de todas las clases, de todos los partidos y de todos los intereses. Muchos llaman a eso Estado fascista. Si lo es, yo, que comparto esa idea del Estado (integrador) y creo en ella, me declaro fascista. Calvo Sotelo, líder monárquico (Discurso parlamentario, 16 de junio de 1936)
El proletariado no debe limitarse a defender la democracia burguesa, sino que debe asegurar por todos los medios la conquista del poder político para hacer la revolución social. La forma de gobierno en el período de transición entre la sociedad capitalista y la socialista será la dictadura del proletariado. Resolución de la Agrupación del Partido Socialista de Madrid, ala-Caballero (21 de mayo de 1936)
En la apenas industrializada capital de
Madrid y hacia el sur, en la región latifundista de Castilla la Nueva,
Extremadura y Andalucía, con su alta concentración de jornaleros sin
tierra, el nivel de agitación y violencia comenzó a elevarse. A la
violencia callejera urbana entre la Falange, reforzada por la afluencia
de miembros de las JAP, y las juventudes socialistas, ahora fusionadas
con los jóvenes comunistas en las Juventudes Socialistas Unificadas
(JSU), se añadió una renovada agitación rural. Los republicanos de
izquierda en el poder dependían (como lo habían hecho en toda la
república) del apoyo de la clase obrera y éste les estaba siendo negado
en gran medida; el proletariado revolucionario no iba a ser contenido
dentro del programa moderado del Frente Popular. De derecha a izquierda,
los partidos republicanos burgueses vieron el peligro e intentaron
momentáneamente superar su anterior antagonismo y cerrar filas;9 pero ya
era demasiado tarde.
Aunque en decenas de pequeñas ciudades y pueblos no hubo problemas, en otros la hostilidad acumulada durante años estalló en cuanto se conocieron los resultados de las elecciones. Tal fue el caso de Fuensalida, un pequeño pueblo no lejos de Toledo. Mirando por la ventana de su casa, el hijo del veterinario local, Pedro GARCÍA, vio a un hombre, escopeta en mano, conteniendo a una multitud que se dirigía hacia él en la pequeña plaza, lanzando piedras. Se trataba de un rico terrateniente de derechas, el único que se había atrevido a dar la cara. Parecía sacado del lejano oeste, pensó. La tensión en el pueblo iba en aumento desde hacía años. Los jornaleros, que constituían el grueso del pueblo, se habían vuelto cada vez más violentos, y los terratenientes respondían del mismo modo. En 1932, la guardia civil disparó contra una manifestación de campesinos, matando a un padre y a su hijo e hiriendo a varios más10 .
-La tensión nos afectaba incluso a los niños. Los Pioneros, la organización juvenil socialista, nos aterrorizaban en la escuela. Nos llamaban hijos de parásitos -la palabra fascista aún no estaba de moda-, señoritos que comían chuletas. Había un abismo insalvable entre «ellos» y «nosotros», entre los que comían chuletas y los que no podían permitírselo…
La victoria del Frente Popular galvanizó al campesinado de las regiones latifundistas. Apenas un mes después de las elecciones, 60.000 campesinos de Badajoz, organizados por la Federación de Trabajadores de la Tierra, dirigida por los socialistas, tomaron 3.000 fincas previamente seleccionadas y empezaron a roturarlas. De un solo golpe, el campesinado ocupó más tierras de las que les había concedido la reforma agraria de los tres años y medio anteriores.
José VERGARA, ingeniero agrónomo liberal republicano, que había sido delegado del Instituto de Reforma Agraria en la provincia de Toledo, consideraba que la situación había cambiado radicalmente en los dos años transcurridos desde que él se había marchado de allí.
-Se estaba gestando una revolución en el campo, la burguesía estaba asustada. No había forma de que la república resolviera el problema. La ley de reforma agraria como tal era inviable.11
En su ausencia, los campesinos se apoderaban ellos mismos de las tierras…
El partido comunista, el más decidido de los partidos obreros en su apoyo al Frente Popular, participó activamente en las tomas de tierras. Según el partido, era tarea del Frente Popular llevar hasta el final la revolución democrático-burguesa «que nunca se había hecho en España».12
La expropiación de latifundios se inscribía en el marco de esta revolución, cuya tarea histórica era abolir los vestigios «semifeudales» en el campo.
Trinidad GARCIA, hija de jornalero y miembro del comité provincial de Toledo del partido comunista, venía diciendo al campesinado durante la campaña electoral que si «los que mandan» no hacían la reforma agraria, «la haremos nosotros». La tierra era el problema clave. En algunos pueblos, los campesinos salieron incluso antes de las elecciones y tomaron las fincas de los grandes terratenientes y formaron cooperativas o colectivos por su cuenta. En otros, como La Villa de don Fadrique, bastión comunista, fueron necesarias las elecciones para poner en marcha el proceso de toma de posesión. El alcalde comunista convocó una asamblea de los 10.000 habitantes del municipio y explicó la política del partido: siempre que fuera posible, el campesinado pobre y los jornaleros sin tierra debían llevar a cabo la reforma agraria sin esperar al Instituto de Reforma Agraria.
-A continuación propuso que todos los latifundios de la zona fueran ocupados y trabajados colectivamente por los jornaleros; los pequeños propietarios deberían obtener tierras adicionales de los latifundios, de modo que sus explotaciones se convirtieran en unidades familiares viables. Pero instó a los pequeños propietarios a trabajar toda su tierra colectivamente, subrayando las ventajas sociales y económicas de ello, recordó Julián VAZQUEZ, un obrero de la confección comunista que había sido enviado por un semanario del partido desde Madrid para cubrir el acto. La propuesta fue aprobada por abrumadora mayoría. Los tres mayores propietarios eran hermanos, cada uno de los cuales, recuerdo, pertenecía a un partido republicano distinto; ¡la astucia política de los ricos! No les sirvió de nada, todos fueron expropiados, ¡incluido el que se había afiliado a los republicanos de izquierda! …
Los vestigios «semifeudales» en el campo estaban siendo liquidados no sólo a costa de la aristocracia, sino también de la burguesía. Esto era inevitable, ya que la nobleza poseía poco más del 10% de las tierras cultivables, un hecho poco comentado en la época, pero que iba a tener sus repercusiones en la burguesía rural.
Mes tras mes aumentaron las huelgas
agrícolas; en los dos meses y medio que precedieron a la guerra, hubo
casi tantas como en el año más conflictivo de 1933. Los salarios de la
cosecha se duplicaron, los costes reales de la mano de obra en la tierra
probablemente se triplicaron.13
Las cosas se habían puesto lo suficientemente mal como para que José AVILA, un labrador de Espejo, un agropueblo de la provincia de Córdoba, no supiera si merecía la pena sembrar la tierra porque no podía estar seguro de si llegaría la cosecha. La mayoría de los labradores estaban en su misma situación. Había renunciado a sembrar cultivos que no podían permanecer en los campos cuando maduraban. Los salarios eran la causa aparente de las luchas, pero cuando se trataba de reclamaciones al final siempre habían llegado a un acuerdo. ¿Qué querían realmente estos trabajadores? ¿Qué era lo que provocaba estos frecuentes relámpagos?
-La política, ahí estaba el problema. Cada uno leía mucho, cada uno tenía su punto de vista, cada uno iba por su lado. Si sólo hubiera habido dos tipos de política, izquierda y derecha, las cosas habrían ido mejor. Pero había tantas ideologías, sobre todo en la izquierda: republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas. No sé qué querían realmente los trabajadores. Creo que ni ellos mismos lo sabían. Pero fuera lo que fuera, no era bueno para nosotros, los granjeros.
En el trabajo empezaron a hacernos comentarios a la cara. ‘No hay que dejar vivir ni a un solo fascista’. Se volvió arriesgado para nosotros vivir en los cortijos. Los obreros hablaban del reparto, pero ¿era eso lo que realmente querían? Cuando la República se apoderó de las tres fincas del duque de Medinaceli, cerca de aquí14 , la gente no parecía satisfecha con las tierras que recibían. Querían algo más.
Si hubiera habido una organización política fuerte, de izquierdas o de derechas, republicana o no republicana, las cosas no habrían llegado al punto en que llegaron. Garantías, derechos, ¡bien! Pero también ley y orden. Eso era lo que faltaba…
Militancias 3
JUAN MORENO
Jornalero de la CNT
-¿Qué queríamos? No la reforma agraria que pretendía hacer la república. El Estado y el capitalismo son los dos peores enemigos del trabajador. Lo que queríamos era la tierra, que los trabajadores se apoderaran de ella y la trabajaran colectivamente sin que interviniera el Estado…
MORENO, de cuarenta y tres años, había sido militante sindicalista en su pueblo natal de Castro del Río durante los últimos veinte años o más, incluyendo los «Tres Años Bolcheviques» de 1918-20 cuando, en el espacio de dieciocho meses, él y sus compañeros habían declarado seis huelgas generales. Habían conseguido algunos logros notables, aunque no habían derrocado ni al Estado ni al capitalismo. Castro, con más de 10.000 habitantes, se había convertido en uno de los principales centros anarcosindicalistas de Andalucía occidental.
A diferencia del municipio vecino de Espejo, donde los trabajadores participaron en la toma de las fincas del duque de Medinaceli por el Instituto de Reforma Agraria, los anarcosindicalistas de Castro se negaron a tener nada que ver con la reforma agraria. La actitud de los militantes de Castro había sido determinada muchos años antes, durante los «años bolcheviques», cuando un congreso sindicalista había decidido «no mendigar tierras a las clases dominantes, ya que somos enemigos irreconciliables de la autoridad y la propiedad; si queremos tierras debemos seguir el ejemplo de los bolcheviques».15
Más recientemente, en su primer Congreso Nacional bajo la república, la CNT anarcosindicalista había declarado su hostilidad a la reforma agraria: la tarea de los sindicatos rurales no era obtener tierras cooperando con la reforma agraria del gobierno, sino trabajar por la «preparación revolucionaria de las masas rurales» y el día en que, en colaboración con el proletariado, derrocarían al capitalismo y tomarían la tierra. El Congreso había declarado que la CNT seguía en «guerra abierta» con el Estado y que el régimen republicano, que entonces tenía dos meses de vida, era a todos los efectos un poder tan «opresor» como cualquier otro.
-Los reformistas, los socialistas de Estado, querían la reforma agraria, querían todo controlado por el Estado. Cuando el Estado dijera «basta», basta; cuando dijera «rindan cuentas», rindan cuentas; cuando llegara la cosecha, allí estaría exigiendo su parte. No queríamos eso. La tierra debía estar en manos de los trabajadores, trabajada y gestionada colectivamente por ellos. Era la única manera de que los trabajadores controlaran sus propios asuntos, de que los productos resultantes de su trabajo siguieran siendo suyos y pudieran disponer de ellos libremente.
No es que cada colectivo pueda permanecer aislado, una unidad por sí misma. No. Cada uno sería responsable ante la organización local de la CNT, la local ante la regional, la regional ante la nacional. Pero cada uno sería dirigido por un comité elegido por los propios colectivistas, cada uno al final del año repartiría el excedente producido entre los colectivistas…
El temor de que la distribución de la
tierra a los trabajadores individuales, incluso si decidían trabajar sus
parcelas colectivamente, significara la continuación de la «propiedad
privada» y la eventual recreación de las desigualdades de riqueza, fue
otro factor que militó en contra de la reforma, en opinión de Moreno.
Volveríamos al punto de partida; mañana tendríamos de nuevo a la
burguesía. Y si algo no necesitábamos era burguesía «16.
La burguesía constituía el grueso de los 200 terratenientes y de todos los labradores -estos últimos superaban en número a los primeros- de Castro. Los aristócratas ausentes poseían algunas fincas, pero las arrendaban a grandes labradores en condiciones fáciles, como solía ser costumbre en la nobleza. El tamaño medio de las fincas era de unas 300 hectáreas; pocas llegaban a las 550. (En el sur latifundista, una finca de 100 hectáreas se consideraba grande; 250 hectáreas era un latifundio, y más de 500 hectáreas era una explotación gigante). Por debajo de esta burguesía existía, en Castro, una «clase media» bastante numerosa de pequeños hortelanos en parcelas de regadío a lo largo del río, artesanos, arrieros. Los jornaleros sin tierra constituían el grueso del municipio.
Tras la muerte por tuberculosis de su padre, jornalero, Juan MORENO comenzó a trabajar en una finca a los diez años. Su primer recuerdo fue perder uno de los cerdos que le habían encargado y volver llorando. El capataz le descontó su «ración», el trocito de tocino que los jornaleros recibían en el cocido y que era «casi el único alimento que contenía». Había comenzado su aprendizaje.
Pronto estuvo trabajando en el campo, arando, sembrando y segando con la hoz en las fincas donde los jornaleros pasaban períodos fijos de tiempo, «siempre hambrientos con la poca comida que nos daban, delgados como rastrillos», durmiendo sobre paja en cobertizos con suelo de tierra, «todos juntos como en un barracón». La paja era el material más áspero que los bueyes y las mulas rechazaban como forraje. Los hombres se quitaban las botas y los chalecos para dormir. En primavera íbamos a los establos, no se podía dormir en el dormitorio por las pulgas’. En un buen año, el empleo podía durar ocho meses, en un mal año quizá ni seis. No había subsidio de desempleo.
El problema, declaraba un anarquista castrista en 1919, era «no sólo de pan, sino de odio».17
El problema no había cambiado década y media después.
-Odiábamos a la burguesía, nos trataban como animales. Eran nuestros peores enemigos. Cuando les mirábamos, pensábamos que estábamos mirando al mismísimo diablo. Y ellos pensaban lo mismo de nosotros.
Había un odio entre nosotros, un odio tan grande que no podía ser mayor. Ellos eran burgueses, no tenían que trabajar para ganarse la vida, llevaban una vida cómoda. Nosotros sabíamos que éramos trabajadores y que teníamos que trabajar, pero queríamos que nos pagaran un salario decente y que nos trataran como a seres humanos, con respeto. Sólo había una forma de conseguirlo: luchando contra ellos…
Lucharon para abolir el trabajo a destajo, que era «amoral» porque obligaba a un hombre a trabajar como un bruto para ganar otra peseta; para acabar con la práctica de que los niños tuvieran que levantarse en mitad de la noche en las fincas para dar de comer a las mulas; para conseguir mejores alimentos. Luchaban por más dinero. Pero nada disminuiría su odio a la burguesía y al capitalismo hasta que se aboliera la explotación del hombre por el hombre. La burguesía no era necesaria.
Que los obreros se hicieran cargo de las haciendas y pronto se vería la verdad’. Cuando se colectivizara la propiedad y todo perteneciera a los trabajadores, no habría capitalismo, ni necesidad del Estado, ni de que existiera el dinero.
-Todo el mundo haría su trabajo habitual, todo el mundo trabajaría. Si se necesitaba algo, un pantalón o un par de zapatos, el colectivo se lo procuraba a otro colectivo intercambiando sus mercancías. El dinero no era necesario para nada. El dinero es la soga al cuello, el mayor peligro al que puede enfrentarse un pueblo. Si necesitan dinero, no habrá más que esclavitud, miseria por todas partes. Mira al gran terrateniente con sus millones: manda más que el Estado o la guardia civil o cualquiera. No, no necesitábamos dinero, lo único que necesitábamos eran los medios para poder vivir…
El odio de la burguesía no había remitido en 1936. La república, si acaso, lo había agudizado. ‘Cada vez más burgueses se unían a la Falange, se hacían fascistas’. Tampoco la república había traído beneficios para los trabajadores como creían algunos republicanos.
-Los que no creíamos en la política simplemente nos reíamos. Sabíamos que la política no era más que eso, política. Bajo la república, bajo cualquier sistema político, los trabajadores seguiríamos siendo esclavos de nuestro pedacito de tierra, de nuestro trabajo. A fin de cuentas, a los políticos les importa un bledo si el común de los mortales come o no.
Claro que un régimen puede dar un poco más de libertad que otro, un poco más de libertad de expresión; pero la mayoría de las cosas no las puede cambiar. En muchos aspectos estábamos peor bajo la república que bajo la monarquía; la derecha se volvió aún más agresiva y reaccionaria, y tuvimos que defendernos…
Para amplios sectores de la burguesía provincial más allá de los «litorales avanzados», la ley y el orden casi habían suplantado a la cuestión religiosa como principal grito de guerra. Implícita, si no explícitamente, el grito expresaba la exigencia de defender un modo de vida tradicional, los privilegios y los intereses materiales de quienes se consideraban dignos de llamarse, como siempre habían hecho, «la gente de orden». Era una clase que, ideológicamente, se sentía unida por la religión, especialmente por la lucha en defensa de la iglesia.18
A los ojos de esta burguesía, la república había «atacado a la religión»; ahora se mostraba incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos burgueses o la integridad de sus propiedades.
En resumen, la República se ha convertido en un símbolo del desorden. Tan infame era la palabra entre las clases medias», recordaba el hijo de un maestro liberal de Córdoba, «que cualquier desorden o confusión se calificaba simplemente de «república»».
Roberto SOLIS, estudiante de Derecho, había saludado la república y, al cabo de un mes, tras la quema de conventos, se había vuelto contra ella.
El «anticlericalismo ingenuo» de gran parte de la izquierda le parecía infernal. Se había convertido en simpatizante de la CEDA. La noche de las elecciones de 1936 había recorrido los colegios electorales de Córdoba; unas muchachas de un barrio obrero le habían puesto en fuga, insultándole en los términos más groseros imaginables. El hecho de llevar corbata bastaba para identificarle.
-Había una simple distinción social: los que llevaban corbata y los que no. Era un símbolo, el uniforme de la clase media…
En realidad, reflexionaba, se trataba de una pequeña burguesía que conocía pocos lujos -en su casa su familia no tenía cuarto de baño, entre otras cosas-, pero que gozaba de un privilegio abrumador: «la clase obrera estaba ahí para servirnos». Como siempre había sido así, la clase media creía que así debía seguir siendo. Cualquier desviación de la norma era calificada de «comunista».
Era un pequeño consuelo que el «bogy» de la burguesía -el partido comunista- no compartiera la opinión de que la república se hundía en el desorden, amenazando su propiedad. Como la mayoría de los militantes comunistas, Pedro CLAVIJO, secretario general de la federación juvenil comunista andaluza, estaba convencido de que la situación estaba dentro de los límites tolerables para una república democrática. No había un sentimiento generalizado de «salir a tomar las tierras de la burguesía»; las invasiones de tierras en Andalucía eran mucho menos extensas de lo que se solía afirmar.
Los campesinos -pequeños arrendatarios, por ejemplo, que habían sido injustamente expulsados de sus tierras durante los dos años de gobierno de centro-derecha- estaban corrigiendo las injusticias cometidas contra ellos. La gente confía en que la República pueda avanzar hacia la reforma social en el marco de la democracia burguesa, «y al mismo tiempo duda de la forma en que avanza». Los partidos socialista y comunista presionaron constantemente al gobierno para que lograra la democratización más amplia posible: «El tipo de cosas, por poner un ejemplo contemporáneo, que Allende estaba intentando en Chile».
Un diputado republicano conservador por Córdoba estaba de acuerdo. Federico FERNÁNDEZ DE CASTILLEJO, cofundador con Alcalá Zamora (que había sido depuesto como presidente de la república tras la victoria del Frente Popular) del partido republicano liberal de derechas, DLR (Derecha Liberal Republicana), consideraba el programa del Frente Popular como «extremadamente conservador» y una clara expresión del deseo del electorado de evitar que los enemigos de la república se hicieran con el poder.
-No había ninguna amenaza de intento comunista de tomar el poder; el partido era, aparte de todo, demasiado pequeño. Indiscutiblemente, la clase obrera y las masas campesinas anteponían sus intereses de clase a otras lealtades.
Esto hacía difícil, si no imposible, convencerles de que «esperaran y aguantaran el hambre» y no pusieran las cosas difíciles a un gobierno que intentaba ayudarles. Tanto más cuanto que el proletariado sabía por larga experiencia que las concesiones económicas sólo podían arrancarse por la fuerza a los capitalistas…
Había visto cómo, desde el primer día de la república, la oligarquía reaccionaria había utilizado el boicot económico, la fuga de capitales, el cierre de fábricas, la negativa a invertir y a trabajar la tierra como armas terribles para derribar el régimen. Y cuando los obreros, sobre todo en las infames zonas latifundistas de Andalucía, invadían fincas para conseguir alimentos o labrar la tierra, eran recibidos a veces con balas, no con pan. La república defendía la propiedad privada, la ley y el orden».
Demasiado bien, pensaba Juan MARÍN, obrero de la FAI en Sevilla. Pero la victoria del Frente Popular ponía en peligro los privilegios de la clase dominante, del propio capitalismo.
-El pueblo sentía que habría que hacer reformas socialistas para resolver los problemas que la república había demostrado que no podía resolver: el problema agrario en particular. Era una situación prerrevolucionaria …
Bajo presiones constantes y amenazas de nuevas invasiones masivas de tierras (de hecho, tras la toma de las 3.000 fincas de Extremadura, no hubo más), el gobierno se hizo con casi 600.000 hectáreas de tierra cultivable y asentó a 100.000 trabajadores de la tierra en cuatro meses.
Que el problema agrario se resolviera con una revolución «democrática» o «socialista» era de interés académico para la burguesía rural, que se arriesgaba a perder una gran cantidad de tierras en cualquier caso, si no, como muchos temían, también sus vidas. La democracia nunca había sido su solución; ésta tendría que buscarse en aquellas fuerzas dispuestas a poner fin a la amenaza.
La agitación aumentó; una huelga tras otra afectaron a casi todas las industrias y comercios, culminando en la huelga de la construcción de Madrid, que todavía estaba en marcha al comienzo de la guerra. La violencia callejera en Madrid, Sevilla y Málaga incluye asesinatos intersindicales de militantes de UGT y CNT.
El 1 de mayo, Indalecio Prieto, líder socialista centrista, advirtió al país de que la violencia estaba allanando el camino al fascismo y señaló al general Franco como probable líder de un levantamiento militar. Ese mismo día se produjeron manifestaciones masivas en ciudades de toda España.
SALAMANCA
-Los manifestantes bajaban por la calle en dirección al ayuntamiento; a su cabeza iban un centenar de mujeres con pañuelos rojos. Una de ellas conocía a mi amigo, un falangista alto y fuerte que estaba a mi lado; se la había follado o algo así. Le sacudió el puño en la cara y le gritó: «¡Viva Rusia, fascista!».
Él le gritó: «¡Viva España, puta!». Todos nos pisotearon hasta que nos salía sangre por la nariz y las orejas. Todo por gritar: ‘¡Viva España! Aquello se había convertido en un grito subversivo…
Juan CRESPO, el estudiante monárquico con simpatías falangistas, curó sus heridas. Todos deseábamos que se alzaran los militares, que una dictadura pusiera fin a este caos. No es que pensáramos que el ejército … ‘
MADRID
-Nosotros, miembros de las milicias antifascistas obreras y campesinas, marchábamos a la cabeza con nuestros uniformes y cinturones de cuero, haciendo el saludo del puño cerrado. La burguesía, la aristocracia, que miraban desde los balcones de sus casas a lo largo de la Castellana, se llevaron un buen susto.
La tarea de nuestra milicia era defender la república del ataque fascista que todos veían venir, no organizar la revolución, sostenía el secretario de las juventudes comunistas, Pedro SUAREZ, en línea con la estrategia de su partido. De hecho, si hubiéramos intentado hacer la revolución se habría montado un buen lío: los militares simplemente se habrían sublevado incluso antes. El periodo postelectoral fue el de la consolidación de la república democrática que acababa de ser reconquistada en las urnas…
Sin embargo, la nueva juventud socialista unificada, a la que él pertenecía, había enarbolado las consignas de un «gobierno obrero», un «Ejército Rojo» en la manifestación del Primero de Mayo, que el periódico de Largo Caballero, Claridad, describió como un «gran ejército de trabajadores en marcha hacia la cumbre, cerca del poder». Caballero, líder socialista de izquierdas, apodado ahora el «Lenin español», llamó insistentemente a la revolución, a la dictadura del proletariado, diciendo a los trabajadores que no frenaran sus acciones revolucionarias por miedo a un golpe militar. En junio, invitó a los republicanos de izquierda en el gobierno a «dejar su lugar a la clase obrera», y pidió al presidente Azaña que armara a los trabajadores. Como era de esperar, no ocurrió ni lo uno ni lo otro. De hecho, el partido socialista, con diferencia el mayor partido de la clase obrera, quedó paralizado. Las posturas revolucionarias de Largo Caballero, el deseo de Prieto de restablecer la coalición republicano-socialista de los dos primeros años, los ataques de Besteiro a los «bolchevizadores», habían desgarrado el partido ideológica, táctica e incluso personalmente. La revolución que el ala izquierda socialista había estado predicando durante los últimos dos años y más no iba a culminar, aparentemente, en la toma del poder. El partido se mantenía firmemente dentro de la política del Frente Popular.
ASTURIAS
Desde la victoria electoral de 1936, reflejada por un minero socialista, José MATA, veterano de la insurrección revolucionaria de octubre, que mantuvo el poder en los pueblos mineros durante quince días, la clase obrera estaba a la defensiva.
-Esperando a que se levanten los demás. Recuerdo a uno de nuestros líderes sindicales, Antuña, diciendo que veintitrés de las veinticinco guarniciones eran hostiles a la república. ‘¿Quieres decir que sabes que se van a sublevar?’. pregunté. Sí…
Pero no se había hecho nada al respecto. El gobierno envió a Franco a Canarias, donde estaba más cerca de Marruecos y del Ejército de África; y a Mola a Pamplona, donde podía conspirar entre conocidos opositores a la república: los carlistas. No era culpa de los socialistas, pensó: Prieto había advertido varias veces al gobierno. La culpa era de los pequeños burgueses republicanos.
Otro veterano del levantamiento de octubre, Alberto FERNÁNDEZ, panadero socialista, creía que su partido había cometido un gran error al dejar el gobierno únicamente en manos de los republicanos de izquierda. Frente a la amenaza del fascismo, la política del Frente Popular era la correcta; la fase revolucionaria de octubre de 1934 había terminado.
Con la participación socialista, el gobierno no habría podido impedir la sublevación, «pero habría podido tomar las precauciones necesarias para apagarla antes de que pudiera extenderse».
MADRID
El partido comunista advirtió insistentemente del peligro de un golpe militar. La idea central de su política era mantener el Frente Popular con la pequeña burguesía como única alianza antifascista eficaz.
El partido había crecido rápidamente desde la insurrección de octubre, a la que se había unido en el último momento y en la que sus militantes habían desempeñado un papel importante. La unidad de acción con las demás organizaciones obreras le estaba aportando una influencia en la política obrera que el aislamiento sectario anterior había impedido. En opinión del partido, la necesidad de unidad entre la clase obrera y todas las «clases y capas sociales antifascistas» dispuestas a buscar una solución democrática a los problemas del país, significaba que la alianza antifascista y la búsqueda de la revolución democrático-burguesa estaban vinculadas. Pero no había duda de cuál de las dos debía tener prioridad. Había que mantener la presión de las masas, especialmente en el campo, sobre el gobierno para que siguiera adelante con la revolución, pero no había que permitir que nada pusiera en peligro el Frente Popular.
La lucha de la democracia contra el fascismo debe ser lo primero», dijo José Díaz, secretario general del partido comunista.
El POUM comunista disidente, cuya principal fuerza estaba en Cataluña, creía exactamente en la política contraria. ‘La única lucha antifascista es la lucha revolucionaria de la clase obrera para tomar el poder e implantar el socialismo’, escribía en aquella época Andreu Nin, dirigente del POUM.
Wilebaldo SOLANO, estudiante de medicina de veinte años que pronto se convertiría en secretario de la Juventud Comunista Ibérica (JCI), movimiento juvenil del POUM, trazó la visión que su partido tenía de los acontecimientos a partir de la victoria del Frente Popular: el pueblo había votado a la izquierda porque veía las elecciones como una batalla entre muchas otras por venir; estaba preparado para votar un día y luchar con las armas en la mano al día siguiente. Las masas avanzaban, el proceso revolucionario recibía un nuevo impulso con la victoria electoral.
-Y mientras las masas avanzaban -casi se podría trazar en un gráfico- el partido socialista y la juventud unificada, bajo la presión comunista, retrocedían. Al abrigo de un programa exclusivamente frentepopulista y pequeñoburgués, dejando el poder en manos de los republicanos de izquierda…
Pero, como reconocía Nin, a falta de un partido revolucionario de masas y de organizaciones que aseguraran la unidad de la clase obrera en la acción, el momento no estaba maduro para la toma del poder.19
Había que aprovechar al máximo la situación prerrevolucionaria para crear estos instrumentos necesarios.
La CNT, algunos de cuyos elementos habían hecho tres intentos insurreccionales para establecer el comunismo libertario en 1932 y 1933, se dedicaba ahora a curar la división entre las tendencias anarquistas y sindicalistas que la habían desgarrado durante los últimos cuatro años.
En su Congreso Extraordinario, que se inauguró en Zaragoza el 1 de mayo, la propuesta de crear una milicia libertaria para aplastar una sublevación militar fue rechazada casi con desprecio, en nombre de un antimilitarismo tradicional. En su lugar, se dedicó mucho tiempo a esbozar cómo sería la vida bajo el comunismo libertario20.
Así, menos de dos años después del levantamiento de octubre de 1934, ninguna organización de la clase obrera estaba dispuesta a tomar medidas preventivas para impedir que el enemigo se hiciera con el poder, aunque era evidente que el inestable equilibrio social (que había subyacido a la crisis de la monarquía, y que a su vez era la causa de los relativamente débiles gobiernos republicanos) no podía permanecer mucho más tiempo sin resolverse. Las vacilaciones de las organizaciones obreras reflejaban una realidad dominante: no era una situación revolucionaria.21
Faltaba una de las dos condiciones fundamentales. Mientras que las «clases bajas» (sobre todo las rurales) no querían seguir «viviendo a la vieja usanza», las «clases altas» aún no eran capaces de continuar a la «vieja usanza». El miedo a que su poder para hacerlo se viera amenazado les llevó a tomar medidas para restaurar por completo, no el «modo» de los últimos cinco años, sino el de la dictadura que les había precedido: un estado autoritario que haría impotentes a las fuerzas de la clase obrera. Los medios para restaurar el «viejo camino» estaban al alcance de la mano.
En lugar de las fuerzas parlamentarias que habían fracasado, estaba el ejército. Junto a él estaba el «ejército de reserva» de falangistas, carlistas y monárquicos, unidos en su determinación de aplastar la amenaza de la revolución socialista y el separatismo (unidos también, en diversos grados, por su adhesión al concepto de democracia orgánica22), aunque desunidos en otros ámbitos. El fracaso de cinco años de proceso prerrevolucionario para cristalizar en una situación revolucionaria iba a ser la medida del éxito de la contrarrevolución.
*
En Pamplona, el general Mola planificó la operación definitiva. En junio, los planes estaban muy avanzados. Muchos de los conspiradores de su cuartel general creían firmemente que se iba a producir un golpe planeado por la Comintern para instalar un régimen soviético bajo Largo Caballero.23
Mola fijó la fecha del 12 de julio, pero surgió un serio escollo. La dirección carlista rompió relaciones con él porque no se habían cumplido sus exigencias mínimas para unirse a la sublevación: que tuvieran responsabilidad política en la reconstrucción «orgánica y corporativa» del nuevo Estado, y que el levantamiento tuviera lugar bajo la bandera monárquica, no republicana.
Mola, cuyos planes eran mantener un régimen republicano bajo una dirección militar, no podía permitirse poner en peligro otras alianzas de derechas hipotecando políticamente la sublevación al carlismo. El 12 de julio, aún sin acuerdo, envió un oficial legionario a Marruecos con el mensaje: ‘A partir de las 24:00 horas del día 17’. El plan consistía ahora en que el Ejército de África se sublevara primero, seguido de los levantamientos en el continente, escalonados de veinticuatro a treinta y seis horas más tarde.
El mismo día, en Madrid, fue asesinado el teniente José Castillo, un oficial de la guardia de asalto de izquierdas. La respuesta fue inmediata. Calvo Sotelo, el principal político monárquico de derechas, fue sacado de su casa por compañeros del oficial asesinado y asesinado.
La responsabilidad del asesinato de Sotelo recayó en la Unión Militar de Republicanos Antifascistas (UMRA). Dos meses antes, el capitán Faraudo había sido tiroteado en plena calle con el pretexto de que había estado entrenando a milicianos socialistas. En respuesta, el capitán ORAD DE LA TORRE, oficial de artillería retirado, redactó una declaración en nombre de los militares antifascistas.
-La declaración expresaba nuestra conmoción y advertía de que, en caso de que se produjera otro atentado similar, responderíamos con la misma moneda, pero no en la persona de un oficial del ejército, sino en la de un político. Porque eran los políticos los responsables de esta situación. Enviamos la declaración a la Unión Militar Española (UME)…
Cuando el teniente Castillo fue asesinado, la amenaza se cumplió. Un camión ligero de la guardia de asalto salió con unos quince hombres en busca de Goicoechea, el líder monárquico, o de Gil Robles. Al no encontrar a ninguno de los dos, pasaban por la calle Velázquez cuando alguien comentó que allí vivía Calvo Sotelo.
-El Gobierno no tuvo nada que ver, fuimos nosotros los de la UMRA24…
El capitán ORAD DE LA TORRE, que acababa de casarse, no participó en el asesinato; pero no creía que estuviera mal, pues ¿no había asesinado la derecha a dos oficiales de izquierdas?
Condenado inmediatamente por el gobierno, el asesinato suscitó una ola de indignación atónita en la derecha y entre los republicanos moderados.
Alfredo LUNA, director de periódico (UR): Fue horrible. Sacudió al gobierno. Represaliar un asesinato con otro, el de Castillo con el de un destacado político, ¿qué justificación podía tener?
Padre Alejandro MARTÍNEZ: Un transeúnte se acercó cuando me dirigía al seminario donde enseñaba. ‘Menos mal que lo han matado, di lo que quieras, habría que matar a toda la derecha’, me gritó. ‘Bien, hijo’, le contesté, ‘cada uno administra su bolsillo y su conciencia’, y seguí mi camino.
David JATO, líder estudiantil falangista (SEU): Un asesinato más o menos en ese momento no hubiera tenido mucha repercusión. Pero el hecho de que fuera Calvo Sotelo y que hubiera sido asesinado por las fuerzas policiales del gobierno hizo que la gente se posicionara finalmente en contra del gobierno. Muchas guarniciones, muchas personas que una semana antes habían dudado o incluso se habían opuesto, vieron ahora la necesidad de una solución violenta. Sin el asesinato, el levantamiento militar, estoy convencido, habría fracasado.
Antonio PEREZ, estudiante, juventud socialista unificada (JSU): Nos pareció uno más de una larga lista de asesinatos. Las implicaciones políticas parecían no tener importancia: era una muerte más.
*
De no haber sido por la intransigencia carlista, el levantamiento ya se habría producido. El asesinato facilitó el acuerdo con los carlistas. Una piadosa carta del general Sanjurjo, que debía asumir la dirección del levantamiento una vez que pudiera regresar de su exilio en Lisboa, sugería un compromiso que tanto Mola como los carlistas aceptaron.
Dolores BALEZTENA viajó con su hermano Joaquín, presidente de la junta carlista de Navarra, a San Juan de Luz, en Francia. Allí Fal Conde, el líder carlista, le entregó unos papeles. Escóndelos donde mejor te parezca. No deben encontrarlos en la frontera’. Ella los escondió en sus sandalias. Mientras regresaban a Pamplona, su hermano le dijo que eran las instrucciones del rey para que los requetés se unieran a la sublevación.
Las fiestas son alegres
Y las chicas guapas son
Mas yo me voy pues me llama
Alfonso Carlos Borbón.
Las fiestas están alegres
Y las chicas guapas
Pero yo me voy
Porque me llama Alfonso Carlos Borbón.25
-Cuando oí a un grupo carlista cantar esta canción por las calles a mi regreso a Pamplona, sentí una angustia tremenda, y me metí en un portal a llorar…
En el cine de Pamplona, el anuncio de una semana Paramount que comenzaba el 19 de julio aparecía en la pantalla. Media docena de las mejores películas Paramount del año. Rafael GARCIA SERRANO, estudiante falangista, sintió un placer anticipado. Una de las películas era Los lanceros de Bengala.
-una película de heroísmo, de aventura imperial, de lucha-, una película que gustaba especialmente a nuestro fundador, José Antonio Primo de Rivera, y que nos recomendó. Coño, ¡qué gran película! le dije a mi compañero. ‘Maravillosos combates -‘ ‘No será una mala película de combates la que vamos a tener el diecinueve nosotros’, me contestó en la oscuridad…
¡ALEA JACTA EST!
EL EJERCITO SE LEVANTA CONTRA EL GOBIERNO DEL FRENTE POPULAR
DECLARA QUE SU PROGRAMA ES SALVAR A ESPAÑA DE LA ANARQUÍA
EL GEN. FRANCO ES EL JEFE MILITAR DEL MOVIMIENTO
Defensor de Córdoba, titulares (Córdoba, 20 de julio de 1936)
VIVA LA ¡REPÚBLICA!
ABC, titular (Madrid, 21 de julio de 1936)
La victoria pertenece a los trabajadores
Los tanatorios están llenos de cadáveres de proletarios acribillados por la escoria militarista … Pero entre ellos no hay ningún ministro ni ex ministro, ningún ex concejal. Sólo proletarios de carne y hueso…
¿Intentarán los ministros y ex ministros, los colaboradores del ejército traidor, administrar la victoria obtenida por el proletariado?
Mejor que no lo intenten. El proletariado está en la calle, con las armas en la mano. El proletariado sabe conservar las conquistas que tanta sangre le ha costado ganar. La CNT nunca se rendirá mientras haya un enemigo de la libertad ante el proletariado.
Solidaridad Obrera, CNT (Barcelona, 24 de julio de 1936)
Notas
- Para las cifras, véase Prólogo, p. 44, n. 2.
- En un aspecto, Castrogeriz era un pueblo castellano atípico por tener una gran proporción de jornaleros sin tierra, lo que tendía, como en todas partes, a aumentar los conflictos sociales (véanse pp. 281-3).
- Véase Puntos de ruptura, B.
- Véase Puntos de ruptura, A.
- Véase Puntos de Ruptura, A.
- Tras su negativa inicial a declararse inequívocamente republicana, la dirección de la CEDA había acordado, desde hacía dos años, «servir y defender a la república para servir y defender a España».
La campaña electoral de 1936 agudizó los temores de sus enemigos de que, si salía victorioso, en el peor de los casos impondría un régimen fascista totalitario y, en el mejor, reformaría drásticamente la Constitución. Gil Robles abogó públicamente por esto último. Al mismo tiempo, sus eslóganes electorales de «Todo el poder para el jefe», el saludo semifascista, su movimiento juvenil de camisas pardas vociferando consignas antisemitas llevaron a sus oponentes a creer que sus verdaderos objetivos iban aún más lejos. No se olvidaba que Hitler había llegado al poder mediante elecciones. (Véase también Puntos de ruptura, E.)
- Las similitudes fundamentales eran mayores que las diferencias: ambos eran movimientos fascistas revestidos de catolicismo. La autoridad, la disciplina, el sometimiento de las masas, el control pero no la liquidación del capitalismo, un Estado corporativo, eran elementos comunes», en palabras de Tomás BULNES, socio del cofundador de las JONS, O. Redondo. El intento de diferenciarse del fascismo provenía del hecho de que «como movimiento muy nacional, no queríamos que la gente pensara que estábamos imitando ningún modelo extranjero. Teníamos que volver la vista a nuestro propio Siglo de Oro, seguir el ejemplo de los Reyes Católicos del siglo XV». (Para más información sobre la Falange, véase Militancies 10, p. 313.)
- La influencia socialista se extendió desde la localidad más cercana, Medina de Rioseco, que contaba con un núcleo de ferroviarios socialistas y fue uno de los pocos núcleos de Castilla la Vieja donde tuvo repercusión la insurrección de octubre de 1934 (véase D. Ruiz, «Aproximación a octubre de 1934», Sociedad, política, y cultura en la España de los siglos XIX-XX, Madrid, 1973). En Tamariz, veintidós personas fueron detenidas durante los sucesos de octubre, acusadas de tenencia ilícita de armas y cócteles molotov, según PASTOR.
- Gil Robles, líder de la CEDA, quería reforzar la autoridad de Azaña, con la esperanza de que éste hiciera girar al gobierno hacia el centro. El líder de la CED A quería un «gobierno de entendimiento material, fuerte y autoritario», que podría haber dirigido Prieto. La maniobra fracasó cuando el partido socialista impidió que Prieto se convirtiera en primer ministro en mayo (véase R. Robinson, «The Parties of the Right and the Republic», en The Republic and the Civil War in Spain (ed. R. Carr), Londres, 1971). El fracaso electoral, además, había debilitado la posición de Gil Robles; Calvo Sotelo, ministro de Hacienda monárquico bajo la dictadura de Primo de Rivera que precedió a la república, asumió ahora el liderazgo de la derecha.
- No había pasado un año de las matanzas de Castilblanco, en la que campesinos masacraron a cuatro guardias civiles, y Arnedo, donde la guardia abatió a tiros a siete manifestantes pacíficos, entre ellos cuatro mujeres y un niño, e hirió a treinta más. Sólo unos meses después de los fusilamientos de Fuensalida, en lo que se convirtió inmediatamente en una causa célebre, una veintena de campesinos fueron masacrados por guardias de asalto en Casas Viejas.
- Véase Puntos de ruptura, A.
- Para la discusión de las posiciones del partido comunista sobre la necesidad de completar la revolución democrático-burguesa bajo la dirección de la clase obrera y el campesinado antes de pasar a la siguiente etapa histórica -la revolución socialista- véase Puntos de Ruptura, E.
- E. Malefakis, op. cit., p. 373. La censura de prensa hace imposible juzgar las dimensiones exactas de la agitación rural. Además, los nuevos alcaldes parecen haberse mostrado reacios a denunciar las invasiones de tierras. En abril, el gobernador civil republicano de izquierdas de Córdoba les dio una orden para que lo hicieran, dadas las «reiteradas denuncias» de los terratenientes sobre diversos abusos (Defensor de Córdoba, 7 de abril de 1936).
- La situación en Andalucía y otros lugares empeoró debido a las lluvias más intensas desde hacía un siglo, que impidieron el trabajo de la tierra. Mientras tanto, la prensa comunista extranjera publicaba relatos elogiosos de las tomas de tierras. La «acción revolucionaria» del campesinado causaba «pánico absoluto en los círculos gubernamentales», escribió el delegado de la Comintern, Cesar Falcón, en mayo (citado por B. Bolloten, The Grand Camouflage, Londres, 1968, p. 22).
- Para una descripción de la toma del poder, véase Points of Rupture, A.
- J. Díaz del Moral, Historia de las agitaciones campesinas andaluzas – Córdoba (Madrid, 1929, 1967), p. 329. En el mismo congreso se adoptó también por mayoría una resolución en la que se afirmaba que «debemos exigir a las potencias que entreguen a los sindicatos las tierras mal cultivadas a los tipos impositivos actuales». La contradicción entre ambas resoluciones es sintomática de las tendencias anarquistas y sindicalistas del movimiento. (Para un examen más detallado de estas dos tendencias, y de su importancia para el concepto anarcosindicalista de la revolución, véase Puntos de ruptura, D.
- De hecho, la ley de reforma agraria no otorgaba la propiedad de la tierra sino su uso al beneficiario, que no podía venderla, hipotecarla ni arrendarla. La propiedad quedaba en manos del Estado. Los anarcosindicalistas militantes se opusieron a ambas cosas.
- Díaz del Moral, op. cit., p. 355.
- Para profundizar en este tema, véase Puntos de ruptura, B.
- Véase A. Nin, «Después de las elecciones del 16 de febrero», en Los problemas de la revolución española (París, 1971).
- La trayectoria del movimiento anarcosindicalista, de crucial importancia para la revolución, se esboza en Puntos de ruptura, D.
- «Para que se produzca una revolución», escribió Lenin, «no basta con que las masas explotadas y oprimidas se den cuenta de la imposibilidad de vivir a la vieja usanza y exijan cambios; para que se produzca una revolución, es esencial que los explotadores no puedan vivir y gobernar a la vieja usanza. Sólo cuando las «clases bajas» no quieran vivir a la vieja usanza y las «clases altas» no puedan continuar a la vieja usanza, podrá triunfar la revolución’ (‘Comunismo de izquierdas – Un trastorno infantil’, Obras Completas, vol. 31, Moscú, 1966, p. 85).
- Para una consideración de este concepto, véase n. 1, pp. 319-20.
- Se sigue dando crédito a esta trama, ridiculizada en su momento por Claridad, el periódico de Largo Caballero (véase F. Maíz, Mola, aquél hombre (Barcelona, 1976); también J. del Burgo, Conspiración y guerra civil (Madrid, 1970)). Eduardo Comín Colomer, que se encargó de mantener vivo el «complot» en su historia del partido comunista español (1965), se retractó de su postura anterior. Sé que el complot fue obra de gente de derechas. Creyendo que España iba a caer en manos comunistas, elaboraron el plan, basándose en el esquema esbozado por el VII Congreso de la Comintern, como advertencia al país». A Caballero ya le llamaban el «Lenin español». Cuando suscribí la autenticidad del complot, lo hice a sabiendas, creyendo que aún no había llegado el momento de revelar la verdad.» (Declaración al autor, 26 de septiembre de 1974.)
- «Cuando el comandante Díaz Varela, uno de los ayudantes militares del presidente del Gobierno, le informó del asesinato, Casares Quiroga le contestó: En menudo lío nos han metido» -sus palabras literales, muchas veces repetidas ante mí por Díaz Varela-» (ORAD DELA TORRE).
- Rey de los carlistas y pretendiente al trono de España, Alfonso Carlos fue el último descendiente directo de don Carlos. Murió en septiembre de 1936, y le sucedió como regente el príncipe Javier.
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