
A pesar de la designación por Felipe VI de Feijoo
como candidato a la moción de investidura el próximo 26 de septiembre
sus posibilidades de articular una mayoría parlamentaria son
inexistentes. Le faltan cuatro votos, que dependen directamente de las
derechas nacionalistas vasca o catalana. La derecha se ha tropezado así
con los límites del Régimen del 78, cuya crisis acentúa la alianza del
PP con Vox, que gobierna en siete comunidades autónomas procediendo a
“desmontar el sanchismo”. Mientras tanto, Feijoo intenta
melancólicamente resucitar el bipartidismo, buscando el apoyo del PSOE
para un gobierno de dos años que lleve a cabo esa tarea a través de seis
“pactos de estado”. Este viaje hacia ninguna parte, en un continuo
zigzag estratégico, ha acabado por sedimentar en la acumulación de poder
territorial con la extrema derecha, un crisis interna paralela del PP y
Vox y convertir a Feijoo en un zombie político a la espera del estacazo
que le retire del escenario político.
El único escenario
salvífico para las derechas extremas es la repetición de elecciones tras
el fracaso de la moción de investidura de Pedro Sánchez prevista para
el 17 de octubre. La mayoría parlamentaria progresista depende de
mantener todos los apoyos de la pasada legislatura y añadir el voto
positivo de los diputados de Junts. La elección de la mesa del Congreso
por ese bloque de votos y la posibilidad de utilizar las lenguas
cooficiales en su funcionamiento regular ha abierto el espinoso camino
de la negociación para la investidura de Sánchez. Puigdemont ha expuesto públicamente sus condiciones,
que pasan inicialmente por una amnistía para los procesados
independentistas, una relatoría o mediación internacional y la apertura
posterior de un proceso democrático sobre la cuestión nacional catalana.
La clave parece ser una Ley de Amnistía aprobada o en proceso de
adopción antes de la moción de investidura de Sánchez. El PNV también ha
hecho publica, a través de la propuesta del lendakari Urkullu,
su propuesta de una “conferencia constitucional”, que articule un
concierto político entre los gobiernos autonómicos las “naciones sin
estado” y el gobierno central.
Bloquear la negociación para ir a elecciones
El
objetivo de la derecha extrema es bloquear este proceso cuestionando la
constitucionalidad jurídica de una Ley de Amnistía desde la derecha
extrema, desde el Tribunal Constitucional y el Poder Judicial y desde el
propio PSOE. La primera y última instancia tienen como función
deslegitimar políticamente la negociación y erosionar el apoyo social,
para hacer posible que, junto a la mayoría conservadora del poder
judicial -cuestionada por su no renovación anticonstitucional-, la débil
mayoría progresista del Tribunal Constitucional objete y se decante por
la posición conservadora, como ocurrió ya en julio de 2010 en relación con el Estatut “cepillado” de 2005, que desencadenó la crisis constitucional en Cataluña.
La
campaña la abrió el propio Feijoo, al declarar que no sería presidente
al precio de un acuerdo que “rompiese España”. Durante la última semana
se han sucedido en cascada las declaraciones de antiguos dirigentes
“felipistas” del PSOE, asegurando la anticonstitucionalidad de una Ley
de Amnistía. Pero la verdaderamente importante -porque parece reflejar
un mensaje de la mayoría progresista del Tribunal Constitucional- es la
de Tomás de la Cuadra-Salcedo, ex-ministro de justicia del PSOE,
señalando que una amnistía no sería anticonstitucional, pero si
políticamente inasumible.
La estrategia del “Tamayazo”
de 2023 no se articula por lo tanto en la compra de votos en el
Congreso, sino en la búsqueda de estos en el Tribunal Constitucional a
partir de la mayoría conservadora anticonstitucional en el poder
judicial. Y en paralelo una movilización en la calle de las derechas
extremas y una crisis interna en el PSOE que permitan en unas nuevas
elecciones consolidar una mayoría para el PP, bien a través del apoyo de
una parte del PSOE sin Sánchez, (reconstruyendo el bipartidismo
dinástico, que es la fórmula que desearían las clases dominantes) o con
Vox (en una re-interpretación reaccionaria del régimen del 78).
A juzgar por las encuestas tras las elecciones del 23 J, en especial la de 40dB,
tendría que producirse un vuelco en la opinión pública para articular
una mayoría parlamentaria a favor de un gobierno Feijoo, en cualquiera
de sus dos variantes hipotéticas, de las que solo la de Vox parece tener
posibilidad por el momento. En primer lugar, porque hay una mayoría
inicial a favor de la “desjudicialización” de la crisis constitucional
catalana (44,2% frente al 39,4% en contra). En segundo lugar, porque
solo el 6,3% de los votantes del PSOE estarían dispuestos a apoyar un
gobierno del PP, un acuerdo PP-PSOE para excluir a los nacionalistas
tiene una mayoría general en contra (45% frente a un 41,2% a favor) y el
18% esta a favor de nuevas elecciones. En tercer lugar, cara a las
mociones de investiduras, el 33,2% de los consultados optaría por un
gobierno PSOE-Sumar apoyado por nacionalistas y soberanistas, un 30% por
un gobierno Feijoo en sus distintas variables (13% PP-PSOE, 16% en la
fórmula coalición con Vox). Es más, en otra encuesta de EM-Analytics
sobre la posible estabilidad de un gobierno surgido de la investidura,
el 54,26% cree que durará más de dos años (por encima del 86% en los
partidos del bloque progresista, 27% en el PP) y el 31,75% entre uno y
dos años.
La negociación con Puigdemont y la cuestión nacional
Por
lo que se refiere a Pedro Sánchez, la cuestión es hasta qué punto será
capaz de encontrar soluciones en el marco de la Constitución del 78 para
una situación de crisis del modelo territorial y nacional generada en
parte por ese mismo marco. De que la voluntad existe y que no contempla
nuevas elecciones, no parece caber dudas. La decisión de utilización de
las lenguas co-oficiales en el Congreso, con la necesaria reforma del
reglamento, es una prueba en este sentido (a pesar de que en las
encuestas no parece encontrar apoyo mayoritario).
La Ley de Amnistía, a pesar del ruido de tertulianos y juristas, parece tener cabida constitucional, como siempre ha defendido Javier Perez Royo y ahora ha ratificado Tomás de la Cuadra-Salcedo. La cuestión es la de su conveniencia política o no,
sobre todo cuando Puigdemont no renuncia por cuestiones de principio a
la unilateralidad. Y sobre ello no parece tener la menor duda las
fuerzas del bloque progresista, con Sánchez a la cabeza, ni la mayoría
de la opinión pública. Los ritmos son más complejos, porque parece
difícil su aprobación definitiva antes del 17 de octubre, teniendo en
cuenta los 20 días inevitables tras su rechazo por la mayoría del PP en
el Senado y la presión en la calle, en los medios y en el poder judicial
que se orquestará.
En cuanto al relator o mediador
internacional, fue una figura planteada en su día por el independentismo
y rechazada por el PSOE y el PP como una estrategia de
internacionalización del conflicto. El estado no acepta límites a su
soberanía, aunque la razón de estado pueda sugerir otras vías para
establecer clara y públicamente los compromisos. Y es el reflejo inverso
de la renuncia o no a la unilateralidad independentista. En cualquier
caso, la credibilidad de los compromisos, teniendo en cuenta que el
modelo territorial exige finalmente una reforma constitucional, tiene
que partir de antemano con un acto de buena fe. El propio inicio de las
negociaciones y su efecto en la opinión pública y distintas fuerzas
políticas abren un camino sin retorno que, como en el caso de Ithaca,
será mas importante que su destino final desconocido, por mucho que haya
distintas intuiciones sobre cual será y se puedan producir fases
intermedias como un nuevo ciclo de reformas estatutarias para testar los
actuales límites constitucionales.
La propuesta de Urkullu va en
este sentido. La primera parte de la formula es evidente. La
“convención” pretende trasladar la formula de la mesa de diálogo
acordada con ERC al plano de un concierto político entre los gobiernos
de las “naciones históricas” -Euskadi, Catalunya, Galicia- y el gobierno
central. Hasta qué punto el adjetivo de la fórmula, “constitucional”,
tenga cabida en la constitución del 78 es evidente que ninguno. Pero la
propuesta de Urkullu pretende formular el compromiso de un camino a
recorrer después de la investidura de Sánchez para constatar si hay
acuerdo o consenso suficiente para en una legislatura posterior ir a una
reforma constitucional. A la vez que sitúa en primer plano al PNV en la
negociación, aparece como mediador imprescindible ante Junts y como
ejemplo de un posible co-gobierno, que ya intentó con su fracasada
mediación en los días álgidos del procés.
Sumar por su parte
parece ser un componente importante en el ejercicio de mediación: es la
única fuerza declarada plurinacional, la que más a avanzado en las
conversaciones gracias Jaume Assens y la que marca el camino a seguir en
términos de compromiso de buena fe con la entrevista de Yolanda Díaz
con Puigdemont en Bruselas.
Igual que Sánchez tiene que minorizar
las presiones en contra del sector “felipista” partidario de un acuerdo
con el PP, Puigdemont necesita gestionar la oposición de posiblemente
la mayoría de la ANC que defiende “la independencia o nada” y cuya
capacidad de movilización se pondrá a prueba en la Diada del 11 de
septiembre.
Las tareas defensivas
En
paralelo se ha abierto un debate sobre las tareas y prioridades que debe
abordar en la nueva legislatura la mayoría progresista en caso de
formar gobierno.
Es evidente que la primera de las tareas era
frenar la involución que provocaría la formación de un gobierno PP-Vox.
Pero también que la coalición de la derecha extrema gobierna diez
comunidades autónomas y con mayoría absoluta del PP en Madrid; mientras
que el PSOE conserva Asturias, Castilla-La Mancha y Navarra, el PNV con
el PSE Euskadi, ERC en Catalunya y Coalición Canaria lo hace con el
apoyo del PP y Vox en aquellas islas. Cualquier planteamiento de
reconstruir el sistema de financiación autonómico -del que depende en
buena parte el gasto social transferido- chocará con la mayoría
territorial del PP y la “bilateralización” de los socios del gobierno en
Euskadi y Cataluña. La derecha extrema está lejos de ser derrotada y
dispone de una base sustancial territorial, a la que hay que sumar la
mayoría conservadora en el poder judicial y una parte de la
administración del estado y las fuerzas de seguridad.
En este terreno de defensa de las reformas y avances de la pasada legislatura aparecen cinco aspectos esenciales:
a) Una transición ecológica justa
que lleve a un nuevo modelo productivo y de país y permita contribuir a
los objetivos fijados internacionalmente por los Acuerdos de París.
Necesitamos tener más protagonismo en este terreno.
b) La lucha por la Igualdad,
que ha tenido sus momentos decisivos en la Ley del “si es si” y en la
Ley Trans. La policrisis vuelve a poner el foco en el papel de las
mujeres en nuestra sociedad, en el salto a dar hacia una sociedad de los
cuidados, y en la defensa de los derechos LGTBIQ+. La forma que adopte
la digitalización del sector servicios, del que las mujeres constituyen
una parte esencial, será determinante para el avance en la igualdad.
c) Las reformas del mercado de trabajo y el diálogo social,
desde la subida del SMI, los ERTEs, el reforzamiento de la negociación
colectiva, la defensa de las pensiones. En la nueva fase de ajuste
fiscal exigido por la UE será fundamental para que los trabajadores y
las trabajadoras no paguen una vez más la recesión que viene.
d) Una política exterior progresista y feminista,
cuyo eje y principal instrumento sea el multilateralismo. Cuando la
Agenda 2030 se había situado en el centro de la situación internacional,
con un programa de reformas imprescindibles para acabar con la
desigualdad global, la crisis geopolítica global amenaza con hacerla
descarrilar. Es necesario acabar con la fase bélica de esta crisis y
encauzarla diplomáticamente de acuerdo con los principios de la Carta de
NNUU.
Las izquierdas necesitan por tanto recuperar capacidad de
movilización social, no solo para la defensa de sus reivindicaciones
ante la crisis inflacionaria, sanitaria, educativa y de vivienda, sino
muy probablemente para defender al gobierno progresista del acoso de la
derecha económica y social. Sin un cambio en la correlación de fuerzas
social a favor de las izquierdas es difícil imaginar cómo se podrán
producir avances o conservar lo conseguido. El ejemplo del “caso
Rubiales” apunta claramente a que es posible si hay una articulación
entre la autonomía de los movimientos sociales y las políticas
gubernamentales.
La moción de investidura ha planteado
inexcusablemente la crisis constitucional del modelo territorial y la
cuestión nacional del régimen del 78. Feijoo no será presidente por ella
y esta aun por ver si lo podrá ser Sánchez. Ya se han abordado sus
elementos iniciales que, para tener solución acabarán planteando la
necesidad de una reforma constitucional.
Los nuevos retos
Otros
cuatro retos que se van a plantear ineludiblemente en el próximo
periodo legislativo y que debemos abordar desde el comienzo:
1) Una reforma fiscal progresista:
la injusticia de nuestro sistema fiscal es patente en la caída de los
ingresos salariales en relación con los beneficios y en la falta de
capacidad redistributiva de un estado que se considera social y
democrático. Este debe ser uno de los instrumentos de que dispongamos
para abordar desde una perspectiva progresista el ajuste de la deuda
acumulada que exige la UE y que ya esta implementando la subida de los
tipos de interés del BCE.
2) Una reforma de la financiación del estado de las autonomías.
El sistema transitorio actual ha estallado y ha sido sustituido por una
tensión bilateral continua con cada comunidad autónoma, que lo hace
insostenible. Gran parte del gasto social esta transferido a las
autonomías y carecen de los recursos suficientes, acumulando deudas,
generando desigualdad entre los ciudadanos, erosionando los servicios
universales del estado de bienestar y poniendo en peligro la legitimidad
de nuestra democracia. Será la precondición, una vez garantizadas las
condiciones materiales de ciudadania, para abordar un nuevo pacto
territorial y plurinacional.
3) Una reforma del Estado de Bienestar.
La crisis del Covid ha llevado al limite la capacidad de resiliencia
del sistema sanitario, educativo de dependencia públicos. Frente a su
erosión y privatización, es urgente su modernización y financiación. El
acceso universal a ellos es la base de la ciudadania y del contrato
social. Como las pensiones, es necesario garantizarlos y ampliarlos,
hacerlos de verdad universales. Es decir, que se sustituyan los
programas condicionados para pobres -mientras los sectores privilegiados
minoritarios acceden a la concertada y la privada donde articulan su
estatus social- por el acceso universal a los derechos como ciudadanos.
El paso a una sociedad de los cuidados plena, donde la igualdad no sea
una cuestión meramente jurídica sino la práctica cotidiana, está
condicionada por esta transformación.
4) La reforma de la administración del estado y de la administración de justicia.
Sobre la situación de nuestro sistema judicial, que es ya un escándalo
anti-constitucional en el caso de la renovación del poder judicial, ha
llegado a una situación que afecta a la credibilidad del estado de
derecho. La pretensión del PP de que esa renovación se sitúe de manera
corporativa en los jueces y no en el Congreso de los Diputados no es
democrática ni aceptable.Por lo que se refiere a la administración
general del estado, con una media de edad de más de 50 años, con
plantillas sin cubrir y falta de funcionarios, con tendencia a la
externalización para evadir sus problemas, con una multiplicación de
cuerpos de dirección y de gestión, ha llegado a una situación limite que
hace difícil imaginar su digitalización.
La encrucijada
Si
las negociaciones para la moción de investidura de Pedro Sánchez llegan
a término y es posible constituir una mayoría parlamentaria y un
gobierno de coalición progresista -lo que aún esta por ver dadas las
resistencias que habrá que superar y establecer una mejor correlación de
fuerzas-, la encrucijada en la que se encontrará es evidente. Por parte
del PSOE se insiste ya que la nueva mayoría parlamentaria dependerá más
del PNV y de Junts, los partidos de la derecha nacionalistas. Aplicando
una lógica “frente populista”, la necesidad de estas alianzas marcará
el techo de cristal de las políticas progresistas en la nueva
legislatura. Que habrá que sacrificar las transformaciones sociales, en
especial las políticas redistributivas frente al ajuste del déficit
fiscal y la reducción de la deuda exigidas desde Bruselas en el proceso
de negociación de un sistema territorial que combina explosivamente la
solución democrática de la cuestión nacional con la ampliación del gasto
social transferido hasta alcanzar al menos la media de la zona euro.
Esta
argumentación, encuentra eco en algunos sectores de la izquierda
alternativa, con distintas consecuencias tácticas que van desde el
abandono del espacio de confrontación política institucional hasta
quienes a la inversa pretenden priorizar esta exclusivamente y
subordinar a ella la movilización social. No es una cuestión nueva en
las izquierdas el cómo desarrollar una política defensiva que al mismo
tiempo cambie a su favor la correlación y la acumulación de fuerzas.
Esta era en definitiva la orientación de frente único de los años 20,
que es necesario recuperar y reformular en nuestras circunstancias
históricas, en términos de instrumentos organizativos y de políticas.
Jordi
Solé Tura, representante del PCE en la comisión constitucional, que
cargaba sobre sus espaldas el balance del fracaso de la “vía comunista
al socialismo” con el desplome de la URSS y con el fracaso en Chile de
la “vía democrática al socialismo”, resumió en 1991,
antes de los primeros síntomas de la crisis constitucional del régimen
del 78, el actual marco: “Es lo que tenemos. Ese marco puede admitir
retoques, pero no reformas básicas”. De hasta dónde se llegue en los
retoques y como se construya una hegemonía y el consenso social para las
reformas ya imprescindibles dependerá que esta legislatura pueda
comenzar y de cual será su balance posterior.
Fuente → sinpermiso.info
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