La historia casi desconocida de un gallego de Dumbría que dio su vida, como muchos otros españoles, para detener al nazismo
Máximo nacía en San Martiño de Olveira, una parroquia del municipio de Dumbría, en la provincia de A Coruña, el 11 de mayo de 1906. Máximo podría haberse quedado en su aldea a vivir del campo o de los animales, pero, como muchos otros gallegos, decidió dejar atrás su casa y su familia para buscar un nuevo futuro.
En los años 30 parte a la capital de España con su hermano, donde les sorprende la guerra civil y donde deben elegir un bando. Escogieron el bando del gobierno legítimo, la República, quizá influenciados por un maestro que había dado clase en su pueblo, Francisco Ponzán, un ovetense reconocido y condecorado a título póstumo por Francia, Reino Unido y Estados Unidos por su red de evasión con la que salvó a más de 3.000 personas de los nazis.
Se alistaron para combatir en las Milicias populares gallegas y su hermano fallecería en la batalla de Brunete en 1937, mientras que él, con las milicias ya integradas en el Ejército popular de la República, luchó hasta el último día de la guerra.
Tras la derrota, al igual que otro medio millón de españoles, cruzó los Pirineos en busca de refugio en el país vecino, Francia. Pero lo que allí encontró fue más miseria. Pasó por el campo de refugiados de Argeles sur Mer, levantado en una playa por la que pasarían más de 100.000 españoles en busca de ayuda. Tiempo después llegaría al campo de internamiento de Vernet d’Ariège y más delante al de Barcarès, un campo que, tras estallar la Segunda Guerra Mundial, fue puesto bajo autoridad militar y pasó a utilizarse para la instrucción de tres regimientos de soldados formados por voluntarios del propio campo. Es probable que aquí fuera donde Máximo entró en contacto con la Resistencia francesa, con la que se enroló para combatir a los nazis.
Durante años Máximo demostró ampliamente sus méritos formando parte de la AGE (Agrupación de guerrilleros españoles), pero sería el 21 de agosto de 1944 cuando su valor cambió el rumbo de la historia.
Los alemanes sabían que la invasión de Francia llegaba a su fin, así que decidieron arrasar con todo lo que se encontraban a su paso. La mañana del 21 de agosto de 1944, una columna de 2.000 soldados alemanes arrasaba la localidad francesa de Rimont, masacrando a los civiles y quemando el pueblo hasta los cimientos. Su objetivo era seguir avanzando hacia La Bastide-de-Sérou y la localidad de Foix, liberada dos días antes por los combatientes de la 3ª brigada de la AGE.
Ese día por la tarde, desde Foix llegaron a Rimont los batallones de la 1ª y 2ª brigada de la AGE para intentar ayudar a la escasa Resistencia francesa a parar el avance de los nazis. Había que impedir a toda costa que continuaran su viaje.
Pero los españoles, con armas cortas, ya que las preferían para la lucha de guerrillas, poco podían hacer ante un ejército regular bien entrenado, formado y equipado como el alemán. Había pocas ametralladoras y poca munición y una de ellas era cargada por Máximo, al que le dieron una orden: “Hay que pararlos como sea”.
Para ello se apostó en un cobertizo en la aldea de Micassou, a las afueras de Rimont. El objetivo de su misión suicida era detener a los alemanes el tiempo suficiente para evacuar la ciudad de Foix y reorganizar el ejército aliado.
Cuando Máximo vio aparecer a la columna enemiga, comenzó a disparar desde su estratégica posición, provocando que tuvieran que parar su avance y dispersarse. Durante casi una hora disparó sin cesar, ganando tiempo para sus compañeros y los civiles de Foix, hasta que fue abatido.
Su gesta fue premiada a título póstumo por el gobierno francés con la Cruz de Guerra con Palmas, ya que su heroica acción permitió no solo salvar a miles de civiles, sino ganar el tiempo suficiente para vencer a los alemanes en la batalla de Castelnau-Durban.
En España nadie tenía constancia de sus hazañas, hasta que el historiador Secundino Serrano, en su libro, “La última gesta”, destapó su historia tras rescatarla de los archivos franceses.
Aquel día otros cinco españoles más sacrificaron su vida en la lucha contra el nazismo de Adolf Hitler.
Tras la liberación de París en el verano de 1944, el general Charles de Gaulle realizó una gira por algunas de las ciudades liberadas. En Toulouse, la capital del exilio español, pasó revista a los combatientes españoles. Durante aquella visita les dijo: “Y ahora, volved a vuestras casas”. El problema era que aquellos héroes que habían luchado por la libertad y por De Gaulle llevaban en guerra desde 1936 y ya no tenían ni casa ni un país al que regresar. Confiaban en que una vez derrotado Hitler, los aliados continuarían con Franco, algo que nunca ocurrió.
Los homenajes oficiales a estos héroes españoles son numerosos en Francia. Los guerrilleros han recibido la Medalla de la Villa de París, se levantó un monumento nacional a los guerrilleros españoles en Prayols, Ariège, donde se celebran ceremonias oficiales cada año y en París tienen placas oficiales por toda la ciudad.
Y es curioso, porque en España se habla de los campos de exterminio, de Anna Frank, de Pearl Harbor o de los legendarios generales americanos, británicos y franceses, pero no se habla ni se sabe nada de los miles de españoles que pelearon y dieron su vida por la libertad en la Segunda Guerra Mundial.
Al menos, desde hoy, ya conocemos a uno de ellos: Máximo Ingilde Maseira
Fuente → quincemil
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