Cuánto desprecio, cuánto clasismo, cuánta caspa feudal en la salida del partido de ultraderecha del Parlamento español para protestar por el uso de las cuatro lenguas del Estado. Ellos solos se desacreditan. A propósito de esta ‘performance’, retomo a Erri de Luca, uno de los escritores europeos más importantes de la actualidad, que se consideraba un «napátrida», “alguien que se ha raspado del cuerpo sus orígenes para entregarse al mundo”. Escritor-obrero frente a políticos-señoritos que se sirven de manipular a obreros, agricultores y ganaderos para sus rancios intereses de clase.
Creo que muchos hemos pensado lo mismo: si para evitar que los neofranquistas estén en las Cortes hacía falta que en el Parlamento se hablara en los otros idiomas oficiales del Estado, ¿por qué no lo hemos hecho antes? Qué alegría ver a los diputados de Vox salir del hemiciclo, aunque sea con ese desprecio altivo que tienen siempre. Con qué clasismo soltaron el pinganillo. Ya sabemos que para ellos no existen los trabajadores, sino los esclavos. La libertad de la que hablan es la de los señores feudales, nunca la de la gente que viaja en metro.
Una medida, por otro lado, la de permitir que se pueda hablar en otras lenguas cooficiales en la Cámara Baja, que si se hubiera implantado hace años habría contribuido a que nos entendiéramos mejor entre los diferentes pueblos de España. Para respetar es importante conocer al otro. Cuántos males habríamos evitado si desde la Transición se hubiera ofrecido en las escuelas e institutos, por ejemplo, la opción de aprender gallego, euskera o catalán. A Felipe González y Guerra, que cuando lo necesitaron pactaron con los del tres por ciento ( el clan Pujol/CiU, los “padres” de Junts, no lo olvidemos) no se les ocurrió, claro.
Me opondré siempre a los nacionalismos (tanto al centralista/franquista como a expresiones de los periféricos que no dejan de tener una base xenófoba, racista y clasista), pero nunca a la cultura y al aprendizaje de la lengua. Como le ocurre a Erri de Luca, en mi vocabulario no figura la palabra patria. Mientras los patriotas nos enredan con sus cosas, dejamos de atender a lo importante: la crisis ecológica, la lucha de clases, los alquileres, cómo llegar a fin de mes, la homobofia, los asesinatos por violencia de género, la vida de los animales. De la patria habla Erri de Luca en un libro breve pero intenso y necesario, como todos los suyos, Napátrida (Periférica), que recoge varios ensayos en torno a su origen napolitano, la identidad, la revolución, el fútbol, la escritura o la rebeldía.
“De joven, durante mucho tiempo me adherí a una juventud revoltosa y comunista que repetía el lema `El proletariado no tiene nación´. Los obreros, los explotados, según esa creencia, eran compatriotas de otros como ellos que vivían más allá de las fronteras nacionales, mucho más que de sus conciudadanos de clase burguesa. Por lo tanto, patria es un término ajeno a mi diccionario, y tal vez lo escriba aquí por primera vez”, narra en el texto titulado así, Patria. Nápoles, como casi todo el Sur, ha sido tradicionalmente una zona de emigración y sus habitantes han mantenido siempre una ambivalencia frente al territorio. Nunca olvidan su origen del todo, pero creen que la patria es la que te da de comer. “La reducción del lugar de pertenencia a un dispensador de alimentos era la definición más amarga, pero no la más despectiva”, dice el autor de A tamaño natural.
Más que un apátrida, Erri de Luca se considera a sí mismo un napátrida, “alguien que se ha raspado del cuerpo sus orígenes para entregarse al mundo”, escribe con esa poesía y contundencia que le caracteriza en el primero de los ensayos y que da título al libro. Se fue de casa a los dieciocho años, “tras una infancia soportada como una cuarentena”. Sin embargo, Erri de Luca, que trabajó como obrero en distintos oficios antes de dedicarse a escribir, no ha dejado de regresar a esa infancia, a Montedidio, a través de sus novelas, poesía y ensayos.
Paradójicamente, diría que toda su obra se construye a partir de esa
experiencia, la de la infancia y la de su marcha. “Aunque Nápoles es
barroca, mi vida y mi cuerpo no lo son: se ha amueblado con un estilo
distinto. Pero el olfato del regreso, que olisquea materiales inertes de
talleres extintos, ese olfato que preside los recuerdos sí es barroco.
Busca el desperdicio, el hedor, la pátina del desgaste, la barca metida
en el agua cada primavera para empapar bien la madera antes de volver a
utilizarla”. En cierta forma, a Nápoles le debe todo. “Nápoles me
adiestró para los demás”, asegura en este ensayo que abre el libro y
que, de nuevo, como en otros ensayos, nos adentra en su escritura,
forjada a partir de la privación, de la austeridad, de compartir con
otros obreros una habitación donde convivían seis personas y tenían que
turnarse para cocinar o lavar la ropa. “Quien escribe no debe ocupar
demasiado espacio ni tampoco demasiado silencio a su alrededor. He
escrito en lugares estrechos e incómodos porque provengo de la tupida
humanidad de una ciudad abarrotada: ni puertas ni ventanas atrancadas
salvaban del potaje sonoro de perlas, discusiones, comidas, cisternas,
fiestas, lutos e insomnios ajenos”. A Nápoles le debe todo, sí, también
el napolitano, que su padre volvió a hablar mientras agonizaba. “Su tono
tenía una gravedad que sólo el dialecto podía
soportar”.
Napatria es un libro que encandilará a quienes seguimos la obra de Erri de Luca, a la legión de lectores europeos que leemos sus obras incondicionalmente. Pero es también una piedra de toque, un libro que abrirá a los amantes de la buena literatura, la necesaria, las puertas de uno de los escritores europeos imprescindibles de la actualidad.
Fuente → elasombrario.publico.es
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