Los trasterrados hispanos tenían como aliciente para establecerse en Argentina la existencia de una colectividad española muy numerosa y a la vez con inclinación mayoritaria al republicanismo. Condición contraria a la de México, el gran centro de recepción de exiliados de América Latina, donde había una comunidad mucho menos numerosa y con predominio conservador. Si se mira a los gobiernos la relación se invertía: El mexicano le abrió los brazos a los refugiados y el argentino procuró imponer fuertes restricciones al ingreso de los republicanos, sospechados de “rojos”.
Éstos se valieron de diferentes estrategias para ingresar al país y establecerse en él. Muchos lo hicieron como turistas o en carácter de antiguos residentes, en algunos casos con contratos de trabajo. Otros entraron de manera ilegal. Las puertas siempre se encontraban entreabiertas para aquellos que dispusiesen de los recursos suficientes o de los contactos necesarios. En numerosos casos, la intervención de familiares y conocidos, sean estos españoles o argentinos, fue factor determinante para la entrada y permanencia.
El estímulo inicial para residir en el país tenía asimismo mucho que ver con la imagen de Argentina como país rico, cercano a los parámetros europeos en muchos aspectos y “civilizado” en sus hábitos sociales.
La mirada que se tenía sobre la sociedad argentina era la de que vivía un auge material y cultural, lo que prometía hacer de esta nación una morada acogedora. Escribió la historiadora Diana Schwarztein: “Los que llegaron encontraron un país que parecía corresponder a sus sueños: la vitalidad cultural y económica parecían firmemente arraigadas, el perfil social de las grandes ciudades parecía haber consolidado una democracia urbana, y el ambiente cultural era aparentemente propicio para el desarrollo de las actividades científicas y artísticas propias de los recién llegados.”
Se sumaba como factor favorable el espíritu antifascista extendido en otras colectividades del país, como la italiana y la judía, ambas generosas en la ayuda al exilio español.
No estaba ausente la acción ominosa del franquismo. Su representante oficial en el país, Juan Pablo Lojendio declararía: “Los españoles que ahora se hallan fuera de la patria, por tener culpas graves, por sus antecedentes, puede constituir una peligrosa amenaza para la sociedad argentina.” Su prédica y la de la derecha conservadora o nacionalista local no tuvieron sin embargo éxito en contener el flujo de refugiados ni su establecimiento duradero en el país.
La presencia de los intelectuales.
Por las razones antes aducidas, para quienes poseían formación académica elevada y querían dedicarse a la investigación, la docencia o la escritura, Argentina era un polo de atracción. De hecho los intelectuales marcaron la tónica principal en el exilio que arribó y permaneció aquí.
Algunxs habían tenido estancias anteriores. Incluso hubo quienes habían vivido entre España y Argentina durante un buen tiempo.
Llegaron personalidades como Pío del Río Hortega, destacado médico, la pedagoga y feminista María de Maeztu, el historiador Claudio Sánchez Albornoz, el sociólogo Francisco Ayala, el filólogo Américo Castro, el músico Manuel de Falla, el filósofo Manuel García Morente, el pedagogo Lorenzo Luzuriaga, y el ensayista e historiador Salvador de Madariaga.
Todos ellos, durante las décadas de 1920 y 1930 ya habían estado en el país, invitados por la Institución Cultural Española (ICE) de Argentina, fundada en 1914, que tenía intervención en invitaciones a intelectuales españoles a dar cursos o conferencias en nuestro país. Incluía una cátedra de cultura española que funcionaba en la Universidad de Buenos Aires.
La ICE se activó ante la situación de conflicto en España para colaborar con quienes desearan arraigarse aquí.
Para 1939 había sólo seis universidades nacionales en las que pudieran insertarse: Córdoba, Buenos Aires, La Plata, Santa Fe, Tucumán y la recién creada de Cuyo.
Poblada por una élite profesoral local y nacional, mayormente conservadora, la UBA veía a los recién llegados como “rojos” y agitadores, siendo también bastante probable que los sectores profesionales nativos tuviesen celos de la competencia que sus colegas españoles iban a representar.
Distinta fue, en cambio, la actitud de universidades del interior del país, más necesitadas de personal de prestigio y solvencia intelectual. Allí sí la ICE y la Comisión Argentina de Ayuda a los Intelectuales españoles (constituida en abril de 1939) lograron contratos de trabajo para exiliados y la visa necesaria para su ingreso al país. Tal fue, por ejemplo, el caso de los mencionados Ayala, Luzuriaga y Claudio Sánchez Albornoz, el jurista Luis Jiménez de Asúa y Luis Santaló, matemático.
Aunque más de la mitad de los intelectuales y científicos españoles se concentraron en la capital del país, casi otro tanto lo hicieron en Rosario, Córdoba, La Plata, Mendoza, Tucumán y, más tarde, Bahía Blanca (al inaugurar también su universidad).
Hubo intelectuales españoles con residencia aquí previa a la guerra, que actuaron como receptores de los republicanos en el exilio y les facilitaron su desempeño profesional. Por ejemplo, en el terreno de las ciencias exactas jugó un gran papel Julio Reyna Pastor, matemático. Y en de la filología y lingüística, Amado Alonso, titular del Instituto dedicado a esa materia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
En Cuyo destacó en esa tarea el médico Gumersindo Sánchez Guisande. Después de años, Guisande logró ingresar como profesor en la universidad cuyana y allí integrar un calificado grupo médico de exiliados españoles.
Los diferentes saberes.
Entre los abogados y juristas la principal figura del derecho español acogida en universidades argentinas fue Jiménez de Asúa. Había sido personalidad de importancia en el mundo de la política republicana y redactor principal de la Constitución española de 1931. Militaba en el PSOE.
Llegado al país, caída la república, fue profesor en la Universidad Nacional de La Plata, la del Litoral, y luego director del Instituto de Derecho Penal y Criminología de la UBA. Fue autor de un decisivo Tratado de Derecho Penal y de una obra más breve, también muy influyente, La ley y el delito. Curso de dogmática penal. Fue Presidente de la República en el exilio.
Guillermo Cabanellas se destacó como jurista especializado en derecho del trabajo, campo en el que realizó publicaciones que incluyeron un extenso Tratado de Derecho Laboral. En otro ámbito del derecho fue autor del Diccionario Enciclopédico de Derecho Usual. Dueño de una editorial llamada Heliasta, luego adquirió Claridad, que venía de un lugar de privilegio entre las casas editoriales del país.
Fue autor de una extensa historia del conflicto español, llamada La guerra de los mil días: nacimiento, vida y muerte de la II República Española. La que se complementó con Cuatro generales, otro estudio concienzudo sobre la contienda.
Ángel Ossorio y Gallardo era un abogado y político que comenzó su trayectoria como legislador y funcionario (llegó a ser ministro) al servicio de la monarquía, cuya fidelidad abandonó luego para considerarse “un monárquico sin rey”. Y siguió actuando en política ya en el campo republicano, sin asumirse nunca como tal. La República lo nombró embajador en Argentina en 1938, cargo en el que actuó como un verdadero propagandista de la resistencia antifranquista.
Caída la república no podía retornar a España y se estableció aquí. Se dedicó a la escritura, publicando dos volúmenes de memorias y autobiografía (Uno de ellos se tituló significativamente La España de mi vida) y también Vida y sacrificio de Companys. En España había sido abogado defensor del dirigente catalán. Fue ministro sin cartera del gobierno en el exilio encabezado por José Giral.
Miguel de Amilibia, también abogado y político, actuó como diputado por Guipozcoa del Frente Popular, en representación del PSOE. Durante la Guerra Civil defendió la República como jefe de la Junta de Defensa de la misma provincia. Luego de pasar por Francia y Argelia en 1942 consiguió ir a Buenos Aires.
En Argentina trabajó como traductor, periodista y asesor literario, particularmente en El Mundo. Fue presidente de la Comisión Española de la Paz en la Argentina e integrante del Comité Argentino de Solidaridad con Vietnam.
En 1951 publicó una síntesis sobre la guerra civil española, una de las primeras en ser escritas desde Argentina. Volvió a España y allí fue dirigente del nacionalismo vasco más radical (Herri Batasuna).
En el campo de la filología los españoles, tanto residentes aquí de antemano como expatriados por la guerra, tuvieron un papel protagónico. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas había sido creado en 1923.
El primer director del Instituto en la década de 1920, fue Américo Castro, quien posteriormente vivió un breve exilio en Argentina hasta trasladarse a Estados Unidos a comienzos de la década de 1940. En 1927, fue nombrado en ese puesto Amado Alonso, que volcaría su gran capacidad y su entusiasmo en el desarrollo del Instituto. De convicciones republicanas, después de la caída de la Segunda República, Alonso sería considerado por muchos, de hecho, un desterrado, a pesar de no serlo en términos estrictos. Otros expertos en el ramo arribaron a Argentina después de 1936, como Juan Corominas y Clemente Hernando Balmori.
Castro, Corominas y Balmori entraron a formar parte de la plantilla docente de las universidades argentinas al poco de arribar a Buenos Aires, aunque ninguno lo hiciera en la universidad porteña; La Plata, Cuyo y Tucumán fueron las que les abrieron sus puertas. En cambio, Alonso permaneció en la UBA hasta que fuera cesado por el peronismo.
Como historiador el más conocido fue Claudio Sánchez Albornoz. La Universidad Nacional de Cuyo no dudó en contratar a Claudio, cuando se negó a hacerlo la Universidad de Buenos Aires. Tiempo después se trasladó a la capital federal cuando la ICE contribuyó a fundar el Instituto de Historia de España. Su dedicación esencial fue a la historia medieval española, deteniéndose en la presencia del Islam en el país y en el reino astur leonés, allí donde comenzó la llamada “reconquista” de España.
En 1961 fue nombrado presidente de la República Española en el exilio y permaneció en el cargo hasta 1972.
Hubo al menos un sociólogo y estudioso de la política, que fue profesor en la Universidad Nacional del Litoral, el ya mencionado Ayala, autor además de un valorable libro de memorias y persistente articulista de La Nación.
Un filósofo especializado en temas de ética, Manuel García Morente, tuvo un breve paso como exiliado, enseñando en la Universidad Nacional de Tucumán, hasta que, como parte de un viraje vital e ideológico, regresó a España y se ordenó sacerdote.
La pedagogía tuvo una destacada figura procedente del exilio, Lorenzo Luzuriaga, catedrático en Tucumán.
Años más tarde muchos exiliados fueron separados de sus cargos docentes o renunciaron a ellos durante el primer peronismo. Lo que tuvo mucho que ver con el declive de su influencia, por más que parte de ellos regresaron a sus puestos después de 1955.
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La historia de la vida intelectual argentina y de las universidades del país en el segundo tercio del siglo XX no puede estar completa sin prestar atención al papel de los desterrados hispanos en su seno. Formaban parte de una comunidad del exilio que no fue tan numerosa. Y sin embargo concentraba una elevada proporción de sujetos de alto nivel intelectual y dedicación a la construcción de saberes.
Representaban la mejor época de la cultura española hasta entonces, cercenada de modo salvaje por la irrupción franquista. Siguieron su itinerario en el Río de la Plata, con la colaboración de compatriotas ya afincados aquí. Y se integraron en el país dejando una huella imborrable en su patrimonio cultural.
Fuente → tramas.ar
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