Pinochet no conoció personalmente a Franco, al que admiraba profundamente. Pero al día siguiente al golpe del 11 de septiembre, encontró tiempo para escribirle una carta, anunciándole el envio a Madrid de un nuevo embajador, el general retirado Francisco Gorigoitía Herrera. Pinochet viajaría a la capital de España para el funeral del dictador, en noviembre de 1975, siendo el único jefe de Estado, junto con Rainiero de Mónaco y el rey Hussein de Jordania en viajar a Madrid. Anunció que lo hacía para “rendir homenaje a este guerrero, que sorteó las más fuertes adversidades”. Su foto sentado junto a Imelda Marcos -la esposa del dictador filipino-, de uniforme y con su majestuosa capa gris, fue una de las imágenes del funeral en la Plaza de Oriente.
Antes de regresar a Chile, Pinochet visitó el Alcázar de Toledo y el Valle de los Caídos. En el viaje de regreso hizo una escala de cinco horas en Canarias, donde fue protocolariamente recibido por el gobernador civil en funciones de Gran Canaria, Lorenzo Olarte, al que le expresó su admiración por el Valle de los Caídos y le confesó que le gustaría que algo similar le construyeran a él en Chile.
Pinochet asistió a la proclamación de Juan Carlos en las Cortes, pero no al Te Deum posterior, porque varios mandatarios de países democráticos amenazaron con no acudir si estaba Pinochet. En sus memorias, el dictador chileno recordó su viaje a Madrid e hizo un reproche a Juan Carlos, a pesar de que el rey lo recibió en Madrid al pie del avión, con un abrazo, y lo despidió en Barajas de la misma forma: “De la ceremonia en el palacio de las Cortes guardo un sentimiento de dolor, pues cuando habló S.M. el Rey Juan Carlos I no tuvo ni una frase de reconocimiento para el Generalísimo Franco ni para la familia de éste. Fue un gesto de ingratitud que no se aviene con la hidalguía española”.
Pinochet viajaría a la capital de España para el funeral del dictador, siendo el único jefe de Estado, junto con Rainiero de Mónaco y el rey Hussein de Jordania
En los dos años en que Pinochet y Franco coincidieron en el poder, intercambiaron cartas de apoyo y admiración. El 2 octubre de 1975, ante una nueva condena de la ONU al régimen franquista por los fusilamientos de 5 integrantes de ETA y el FRAP, Pinochet le escribió: “Ante la infame campaña internacional que enfrenta España (…) estoy cierto que de esta dura prueba emergerá una España aun más fuerte, unida y respetada por la fortaleza de sus convicciones y la reciedumbre de sus actitudes y abrigo la esperanza de que en el futuro se valorizará mejor el esfuerzo de los pueblos de carácter para forjar su destino propio”.
En su carta de agradecimiento, Franco escribió: “No podemos tolerar que la maquinación urdida por organizaciones enemigas de nuestra patria comprometa el normal desarrollo, en paz y prosperidad, de nuestro pueblo y es deber del gobernante preservar la paz y la seguridad de su país contra aquellos que subvierten el orden público poniendo en peligro la estabilidad y el sosiego de la sociedad”.
Solo una dictadura militar se había identificado en la región con el franquismo tanto como la de Pinochet, la del general Juan Carlos Onganía en Argentina (1966-1970). La profesora chilena Isabel Jara Hinojosa asegura que la España franquista tuvo una importancia simbólica especial para Pinochet y su dictadura: “El general chileno sintió una admiración personal por el general Franco y pretendió inspirar su gobierno en la dictadura española. Asimismo, en tanto se propuso refundar la cultura chilena tanto como el Estado, apeló, entre otros recursos legitimadores al pensamiento tradicionalista español y, específicamente, al discurso hispanista conservador.
La España franquista tuvo una importancia simbólica especial para Pinochet y su dictadura
Desde los años 30 del siglo pasado había en Chile una corriente de pensamiento católica representada por el historiador Jaime Eyzaguirre y los filósofos Osvaldo Lira -sacerdote, amigo de Pinochet- y Julio Philippi. Días después del golpe, Lira declaraba: “Lo que llaman hoy día democracia no es más que la caricatura grotesca e impúdica de la democracia verdadera, de la medieval, de la orgánica, de la que impulsaba a los Reyes Católicos a construir la Santa Hermandad, milicia apoyada en los democratísimos y gloriosísimos municipios españoles”. El filósofo, que era amigo de Pinochet, sostenía que la Junta Militar estaba compuesta por “caballeros y hombres de bien, dotados de una abnegación a toda prueba y de una honestidad que ningún espíritu recto puede poner en duda”.
Académicos e intelectuales crearon la revista Portada donde se defendían las ideas de la “democracia orgánica”. Admiraron el pensamiento tradicionalista español y específicamente el hispanismo conservador. El Instituto de Cultura Hispánica, y su filial chilena tuvieron un papel importante. Uno de sus referentes era el exministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora y sus libros La Partitocracia y El Crepúsculo de las ideologías. Pero en el combo entraban también José Antonio Primo de Rivera.
En noviembre de 1975, la titular de la Secretaría Nacional de la Mujer hizo una gira por España invitada por Pilar Primo de Rivera, la jefa de la Sección Femenina. Ese mismo año se creó en Chile la Secretaría General de la Juventud, a imagen del Frente de Juventudes del franquismo. También este mismo año la editorial estatal Quimantú reimprimió la obra de Ramiro de Maeztu Defensa de la Hispanidad.
En estos manantiales abrevaría Jaime Guzmán, el civil más influyente en el régimen de Pinochet, a pesar de no haber ocupado -por voluntad propia- ningún cargo en el gobierno. Fue el autor de los principales discursos de Pinochet durante los primeros años y quien diseñó la Constitución de 1980. Y ejerció su influencia desde la Universidad y los medios. Fue miembro del Consejo Editorial de la revista Qué Pasa, columnista de los diarios El Mercurio, La Tercera, La Segunda y Ercilla, integró el directorio del canal de televisión de la Universidad Católica y fue panelista en otros medios.
Guzmán fue el organizador del Movimiento Gremial en la Universidad Católica en 1965, creciendo a partir de esa fecha. Fue el principal grupo juvenil de oposición a la Unidad Popular. “No sabes la emoción indescriptible con que te escribo. Emoción de pisar suelo europeo, de estar en la patria de Velázquez, Calderón, Cervantes, Tirso, Franco y tantos otros”, le dirá a su madre en una carta desde Barcelona en 1962. Al regreso de este viaje, en una conferencia en su colegio, dirá: “Francisco Franco no puede ser catalogado como dictador, sino por un retardado mental, ya que su admisión al poder esta más que legitimada, por un pueblo que se levantó en armas por Dios, por España y por Franco”.
Franco condecoró a Pinochet con la Gran Cruz del Mérito Militar, máxima distinción en tiempos de paz
Las relaciones entre ambas dictaduras tuvieron un obstáculo inicial, por la decisión del gobierno de Pinochet de no asumir un acuerdo entre los países, firmado durante el gobierno de Allende, para que Pegaso fabricara camiones en Chile. Pero en unos meses se llegó a un acuerdo. En los primeros años fueron frecuentes los viajes oficiales que mostraron la cercanía entre Santiago y Madrid. En enero de 1975, el almirante José Toribio Merino fue el primer integrante de la Junta en visitar España. Franco condecoró a Pinochet con la Gran Cruz del Mérito Militar, máxima distinción en tiempos de paz. La condecoración se la impuso en Santiago el teniente general Emilio Villaescusa, jefe del Estado Mayor Central del Ejército español.
Cuando el primer embajador de Pinochet dejó Madrid, en enero de 1977, el diario El Alcázar organizó una comida de despedida en el Casino de Madrid, cuya sede estaba custodiada por miembros de Fuerza Nueva y Guerrilleros de Cristo Rey. Asistieron, entre otros, Alfonso de Borbón Dampierre, Mariano Sánchez Covisa, Gonzalo Fernández de la Mora, Raimundo Fernández Cuesta, José Utrera Molina y Pilar Primo de Rivera.
Pero la transición española y los nuevos aires de democracia se impusieron. En 1978 España votó contra Chile en la ONU. “La apertura democrática de España ha tenido consecuencias desfavorables para los lazos que la unen a Chile”, reconoció el embajador.
“EL MERCURIO” Y AGUSTÍN EDWARDS
JGM y GM
Uno de los civiles más poderosos e influyentes durante la dictadura de Pinochet no tuvo ningún cargo en el gobierno, pero impuso ministros, apoyó la política económica, encubrió la represión y justificó los peores aspectos del régimen. Se trata de Agustín Edwards Eastman -fallecido en 2017-, todopoderoso presidente del principal conglomerado de medios del país, con “El Mercurio” como buque insignia, con intereses económicos y financieros que lo hacían una de las fortunas más grandes de Chile. Enemigo jurado del gobierno de Allende, fue el principal apoyo mediático de Pinochet.
El 15 de septiembre de 1970, once días después de que Salvador Allende fuera elegido presidente y 49 días antes de asumir el cargo, Edwards ingresaba al despacho Oval de la Casa Blanca para un encuentro con el presidente Richard Nixon. Solo seis horas después de este encuentro, Nixon dio órdenes a la CIA para comenzar a operar contra Allende y “hacer chillar” la economía del país.
Edwards era ya un personaje muy conocido en los más altos círculos de Washington cuando se entrevistó con Nixon. Henry Kissinger, asesor de Seguridad Nacional, que se reuniría también ese mismo día con el chileno, le avisó al presidente: “Agustín Edwards ha huido y llega aquí el lunes. Me voy a reunir con él”.
No se sabe exactamente qué habló Edwards con Nixon, pero constan sus conversaciones con el jefe de la CIA, Richard Helms, y con el asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger. Edwards, que recibió una generosa financiación de la CIA antes y después del golpe, entregó a los americanos información sobre los militares que podrían actuar para impedir la asunción de Allende. Y actuó como emisario de las necesidades de estos militares para llevar adelante la conspiración.
Agustín Edwards, todopoderoso presidente del principal conglomerado de medios del país, con “El Mercurio” como buque insignia, fue el principal apoyo mediático de Pinochet
“Más que ningún otro chileno, militar o civil, Agustín Edwards fue el más temprano, contundente y efectivo proponente de la intervención de Estados Unidos para socavar las instituciones democráticas y procesos constitucionales de su propio país”, dijo Peter Kornbluh -investigador del National Security Archive- al portal chileno “CIPER”.
No solo influyó en la intervención de la CIA para hostilizar a Allende, desde su diario apoyó incondicionalmente a la dictadura hasta el último día de Pinochet en el poder y después, defendiendo su legado.
Desde El Mercurio, además, se apoyó la política económica del régimen, impulsando a los Chicago Boys e imponiendo algunos ministros. Entre ellos, Sergio de Castro, el más emblemático de los neoliberales chilenos, que pasó de encargado de la opinión editorial en la sección de Economía del diario durante el gobierno de Allende, a ministro de Economía y Hacienda de Pinochet. Cuando dejó el cargo se convirtió en asesor personal de Edwards y gerente del banco de la familia.
El apoyo fue recompensado. Víctor Herrero, en su biografía sobre el dueño de El Mercurio, Agustín Edwards Eatsman, una biografía desclasificada, sostiene que Edwards estuvo a punto de perder el diario por la enorme deuda que había acumulado con el Banco del Estado, pero el gobierno de Pinochet perdonó buena parte de la misma.
El 31 de agosto de 2013, en vísperas del 40 aniversario del golpe, el entonces presidente Sebastián Piñera dijo al diario chileno “La Tercera”: “Si buscamos responsables de lo ocurrido durante el gobierno militar y, particularmente, de los atropellos a los derechos humanos y la dignidad de las personas, por supuesto que hay muchos. Por de pronto, las máximas autoridades del gobierno militar, que sabían o debían saber lo que estaba ocurriendo. Pero no solamente ellos. Hubo muchos que fueron cómplices pasivos, que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada. También hubo jueces que se dejaron someter y que negaron recursos de amparo que habrían permitido salvar tantas vidas. Y también periodistas, que titularon sabiendo que lo publicado no correspondía a la verdad”.
No solo influyó en la intervención de la CIA para hostilizar a Allende, desde su diario apoyó incondicionalmente a la dictadura hasta el último día de Pinochet en el poder
En aquel momento, la referencia a los “cómplices pasivos” por parte del presidente conservador Piñera, causó conmoción. En el obituario del diario “El Mostrador”, se califica a Edwards como el cómplice pasivo número 1. Pero el propietario de “El Mercurio” fue mucho más, fue un activo colaborador de la dictadura, como fue un conspirador eficiente contra Allende.
En 2013 testificó ante el juez Mario Carroza que investigaba a los gestores del golpe. Aunque más tarde se pidió su procesamiento, murió sin llegar a esa instancia. Ni él ni el diario expresaron nunca el menor arrepentimiento por su papel en la preparación del golpe ni en la cobertura que ofrecieron a la dictadura.
En 2015 fue expulsado por el Colegio de Periodistas de Chile por haber recibido dinero de la CIA para la campaña contra Allende. Un año más tarde, el Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas de Chile condenó en el 2016 a los directores de El Mercurio y su competidor en la derecha La Tercera, por prestarse a justificar y encubrir la Operación Colombo de septiembre de 1974, cuando 119 militantes de izquierda fueron asesinados por el régimen, pero cuyas muertes fueron atribuidas a enfrentamientos internos de grupos de izquierda. Dicha operación fue parte de la Operación Cóndor y al informar de la muerte de 59 de estas víctimas en Argentina, el diario “La Segunda”, también propiedad de Edwards, tituló: “Exterminados como ratones”.
Carmen Hertz, diputada comunista, cuyo marido fue desaparecido por la dictadura, dijo al conocer el fallecimiento de Edwards: “Siniestro Agustín Edwards, conspirador, sedicioso cobarde, financiado con plata
Fuente → nuevatribuna.es
No hay comentarios
Publicar un comentario