Los que nos criamos ligados a la escuela franquista nunca olvidaremos los dos retratos que presidían las aulas, uno a cada lado de la cruz: la imagen del Caudillo Franco y la de un joven con camisa azul que no sabían demasiado quien era pero que intuían que debía de ser alguien también importante. Con el tiempo supimos que era tal José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, entonces el partido oficial del régimen y única fuerza política oficial. También que era hijo del general Miguel Primo de Rivera, que había dirigido el país de forma dictatorial entre 1923 y 1929, después de un pronunciamiento militar realizado desde Barcelona con el consentimiento del rey Alfonso XIII. Precisamente hace cien años de aquella primera dictadura.
Cuando, más adelante, tuvimos en el programa escolar una asignatura que recibía el nombre de FEN (Formación del Espiritu Nacional) ya nos informamos suficientemente de la personalidad de aquel joven, que había sido fusilado durante la guerra por los republicanos y rodeado de una mitología, sobre todo en cuanto a su exhumación y traslado del cadáver a pie de Alicante a El Escorial, que a los niños que todavía estábamos no dejaba de impresionarnos. Recuerdo que nuestros padres nos advertían, con la prudencia que aconsejaban los tiempos, que era un personaje histórico del régimen y por tanto no había motivo para considerarlo una figura a valorar positivamente.
José Antonio Primo de Rivera, fue efectivamente un personaje curioso, muy influenciado por la trayectoria de su padre y muy convencido de que se había cometido una injusticia con la forma en que el rey se había librado del dictador. Siempre defendió la dictadura de su padre y la buena relación que se mantuvo con Mussolini. Esta influencia del fascismo italiano le llevó a fundar Falange Española, con un ideario contra los políticos, el sistema liberal, el catalanismo, el nacionalismo católico, etc. todo ello las bases sobre las que Franco levantaría poco después su dictadura. Entre los generales Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco, entre ambas dictaduras, gobernaron España durante 43 años y es innegable que dejaron una huella que aún hoy se reconoce.
José Antonio Primo de Rivera tuvo en la historia del país un papel que fue sobredimensionado por el propio Franco. Nunca fue una figura relevante pero Franco hizo un mito para utilizar su imagen al servicio de su dictadura. En la creación del mito de José Antonio y su figura en la constelación franquista, debe situarse la exhumación, al final de la guerra, de sus restos y su traslado, a pie, a espaldas de falangistas , desde Alicante hasta el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Un auténtico aquelarre necrológico imitando el increíble recorrido que hizo a principios del siglo XVI por una parte del país la reina Juana con el cadáver de Felipe el Hermoso, lo que quedó grabado como uno de los episodios tragiocómicos de nuestra historia.
Pero el baile de cadáveres no había terminado, y pasados los años asistimos a otra exhumación, en este caso que cerraba la etapa iniciada en 1939, la de la dictadura del general Franco. Pero la muerte de Franco en 1975 no significó el fin absoluto del franquismo. La herencia de la dictadura franquista fue muy larga y su influencia profunda, tan profunda que todavía hoy resuenan en algunas formaciones políticas como VOX claramente sus notas. Durante la Transición, cuando España empezaba a gozar de libertades democráticas, algunas estructuras del Estado mantenían todavía actitudes franquistas, como en la Justicia, o, en los primeros tiempos de libertades, la propia policía no había cambiado demasiado las formas de hacer de la dictadura. Sin embargo, lentamente las cosas se fueron situando de acuerdo con la realidad lejos de situaciones propias del pasado y de nostalgias de los tiempos perdidos. Sin embargo, en Cuelgamuros quedaban la tumba del Caudillo y la de José Antonio, como si los dos fueran centinelas de otra época.
Por último, el 15 de febrero de 2019 el gobierno de Pedro Sánchez aprobó la exhumación y reubicación del cadáver de Francisco Franco. A partir de ese momento se inició una batalla con el cadáver de Franco como protagonista. Sus partidarios lucharon para que los tribunales anularan el acuerdo del gobierno, o si esto no era posible, que el cadáver de Franco fuera trasladado a la catedral de la Almudena, cuestión ésta que fue rechazada, proponiendo definitivamente el gobierno que los restos del dictador fueran trasladados al cementerio de Mingorrubio, situado en el distrito madrileño de El Pardo. Por último, el 24 de octubre de 2019, con una expectación máxima y con 500 periodistas acreditados, se procedió de nuevo a la exhumación de los restos de Francisco Franco, esperamos que definitivamente.
Pero quedaban los restos de José Antonio, unos restos viajeros. Primero, y una vez fusilado, fueron depositadas en una fundición común de la Sacramental de Florida Alta (Alicante), en 1938 fueron trasladadas a un nicho del cementerio alicantino de Nuestra Sra. de los Remedios y una vez terminada la guerra, en 1939, los restos fueron trasladados al Monasterio de El Escorial, y, desde 1959 ocupaban un lugar preeminente en la basílica del Valle de Cuelgamuros. Finalmente (?), y por decisión de la familia, los restos reposan en el cementerio de San Isidro, en Madrid, desde el 24 de abril de 2023, en un traslado hecho discretamente y sólo “amenizado” por los disturbios que en la puerta del cementerio protagonizaron un grupo de simpatizantes del fundador de la Falange.
Dos dictaduras y dos exhumaciones que han marcado la historia de España de los últimos cien años. Dejemos que descansen para siempre ambas.
Fuente → expresospolíticadelfranquisme.com
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