Tres aniversarios de la represión franquista
Tres aniversarios de la represión franquista
C. Hermida
Se cumplen en este mes de agosto tres aniversarios de la represión franquista: fusilamiento de Federico García Lorca (18 de agosto de 1936), matanza de Badajoz (14-15 de agosto de 1936) y fusilamiento de las “Trece Rosas” (5 de agosto de 1939). Los tres hechos se explican a la luz de los objetivos que perseguía el golpe militar de julio de 1936 y la guerra civil que desencadenó la sublevación.

 

La guerra civil fue el camino escogido por la burguesía industrial, los terratenientes, la oligarquía financiera, un amplio sector del Ejército y la Iglesia Católica para aplastar a unas clases sociales que se habían atrevido a poner en práctica un mundo diferente. Aquí radica la explicación de la represión genocida de los sublevados: destruir el proyecto modernizador del régimen republicano y erradicar el movimiento de emancipación social que estaban llevando adelante los sectores populares en los años treinta. La represión franquista no fue producto de las pasiones desatadas por la contienda, como se ha sostenido en ocasiones, sino una operación premeditada y planificada que se ejecutó a través de la guerra civil.

Desde el inicio de la contienda, los militares rebeldes desataron una represión salvaje contra las organizaciones políticas y sindicales de izquierda. Los fusilamientos masivos mostraban una voluntad de exterminio y aniquilación del adversario. El terror generalizado tenía como objetivo la extirpación de lo que la derecha consideraba la anti-España. El propio Franco, en una entrevista que concedió al corresponsal estadounidense Jay Allen aseguró que estaba dispuesto a matar a media España para conseguir sus objetivos.

Por eso asesinaron a Federico García Lorca. La burguesía granadina, la barbarie falangista, los militares traidores, todos ellos fueron los criminales. Le odiaban por su republicanismo, por sus inclinaciones sexuales, por su denuncia de la injusticia y del oscurantismo. Aborrecían su alegría, su pasión por la vida y su libertad de pensamiento. Despreciaban su cultura, su sensibilidad, su poesía.

Las “Instrucciones” del general Mola dictadas antes de la sublevación y en los primeros días de la guerra inciden en que la acción de los militares debe ser extremadamente violenta:

“Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas” (Instrucción reservada nº 1, de 25-5-1936).

19 de julio de 1936, en Pamplona, dirigiéndose a los alcaldes navarros, afirmó:

“Hay que sembrar el terror…, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.

Las declaraciones de otros mandos militares como Yagüe y Queipo de Llano eran del mismo tenor, con insistencia en la voluntad de aniquilar, de arrancar lo que ellos consideraban las “malas hierbas”. No se trataba únicamente de ganar la guerra, sino de borrar y eliminar todo lo que significase libertad de pensamiento, modernización, reivindicación social y progreso. Por ello, el terror alcanzó a poetas, maestros, líderes sindicales, dirigentes políticos y a cualquiera que se identificase con el ideal republicano. Fue una operación vastísima de limpieza ideológica y social que pretendía destruir hasta sus cimientos el entramado de organizaciones sociales y culturales de los trabajadores: periódicos obreros, ateneos libertarios, Casas del pueblo, bibliotecas populares; en fin, todo lo que el proletariado había construido con enorme esfuerzo desde el último cuarto del siglo XIX fue arrasado. De esta manera, a sangre y fuego, con saña, con decidida voluntad de exterminio, se fue materializando el genocidio republicano.

El avance del ejército sublevado iba siempre acompañado de terribles matanzas. En su marcha por tierras de Badajoz, la columna mandada por el teniente coronel Yagüe sembró el terror en los pueblos conquistados, fusilando a 6.610 personas. La ciudad de Badajoz fue sometida a un brutal saqueo por parte de legionarios y marroquíes, y en su plaza de toros se fusiló a más de mil republicanos, según hizo constar en sus crónicas el periodista portugués Mário Neves.

La mejor muestra de la mentalidad de los sublevados la ofrecen varias declaraciones de Gonzalo de Aguilera y Munro, aristócrata, terrateniente y capitán del ejército franquista, que desempeñó el cargo de oficial de prensa de Franco y Mola durante un período de la guerra. A un periodista norteamericano le dijo sin inmutarse:

“Todos nuestros males vienen de las alcantarillas. Las masas de este país no son como sus americanos, ni como los ingleses. Son esclavos. No sirven para nada, salvo para hacer de esclavos. Pero nosotros, las personas decentes, cometimos el error de darles casas nuevas en las ciudades en donde teníamos nuestras fábricas. En esas ciudades construimos alcantarillas y las hicimos llegar hasta los barrios obreros. No contentos con la obra de Dios, hemos interferido su voluntad. Si no tuviéramos cloacas en Madrid, Barcelona y Bilbao, todos esos líderes rojos habrían muerto de niños, en vez de excitar al populacho y hacer que se vierta la sangre de los buenos españoles. Cuando acabe la guerra destruiremos las alcantarillas. El control perfecto para España es el que Dios nos quiso dar. Las cloacas son un lujo que debe reservarse a quienes las merecen, los dirigentes de España, no el rebaño de esclavos”.

En una entrevista con el periodista inglés Peter Kemp afirmó:

“El gran error que han cometido los franquistas al empezar la Guerra Civil Española ha sido no fusilar de entrada a todos los limpiabotas. Un individuo que se arrodilla en el café o en plena calle a limpiarte los zapatos está predestinado a ser comunista. Entonces ¿por qué no matarlo de una vez y librarse de esa amenaza?”.

Y en una conversación con al periodista norteamericano John T. Whitaker declaró:

“Tenemos que matar, matar, ¿sabe usted? Son como animales, ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo. Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste. Ahora espero que comprenda usted qué es lo que entendemos por regeneración de España… Nuestro programa consiste… en exterminar un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del proletariado. Además también es conveniente desde el punto de vista económico. No volverá a haber desempleo en España… ¿se da cuenta?”.

El terror se convirtió en la forma de dominación de los militares golpistas. Las decenas de miles de fusilados eran enterrados en fosas comunes, al pie de un árbol, lanzados a profundas simas o arrojados al mar con un peso en los pies. Los pozos de Caudé, en Teruel; la sima de Jinámar, en Gran Canaria; la fosa de Candeleda, en Ávila; la fosa de la Barranca, en la Rioja, y tantas otras, fueron el destino de miles de hombres y mujeres cuyo delito era defender la legalidad republicana.

El furor represivo contó con la bendición de la Iglesia Católica que, con pocas excepciones, apoyó la sublevación militar, denominó “Cruzada de Liberación” a lo que era una guerra de exterminio, participó directamente en la represión y la justificó, considerándola como una obra de depuración y redención. Los militares y falangistas nunca hubieran podido asesinar en masa si la Iglesia hubiera manifestado su oposición. Una actuación decidida de los obispos habría servido para salvar decenas de miles de vidas. Muy al contrario, adoptó una postura beligerante contra la República e incitó al odio y la venganza.

El final de la contienda no atenuó el furor represivo. Por el contrario, el régimen franquista se dedicó a una operación sistemática para liquidar cualquier oposición. El 5 de agosto de 1939 trece jóvenes, conocidas como “Las Trece Rosas”, varias de ellas menores de edad, fueron fusiladas por su pertenencia a las Juventudes Socialistas Unificadas. Fue un episodio de la violencia que se desató contra las mujeres republicanas que se habían atrevido a desafiar entre 1931 y 1939 el orden social y moral conservador impuesto por las clases dominantes y la Iglesia Católica durante siglos.

No tenemos una cifra exacta de la represión franquista, y probablemente nunca la conoceremos, debido a la destrucción de documentación que se llevó a cabo tras la muerte de Franco para ocultar la obra genocida, pero contamos con un buen número de estudios y tesis doctorales que nos proporcionan cifras escalofriantes. Los últimos estudios arrojan un total de 130.192 personas asesinadas en la zona franquista durante la guerra (Ángel Viñas, ed.: En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil, el Franquismo. Barcelona, Pasado&Presente, 2012. Pág. 495). Pero todavía hay centenares de fosas comunes por exhumar y habría que añadir los fusilamientos de posguerra, los muertos en cárceles y campos de concentración a causa del hambre, las enfermedades y los malos tratos. La represión franquista no bajará de 200.000 víctimas entre guerra y posguerra.

La dictadura franquista cometió un genocidio con los republicanos españoles. Un genocidio que el pacto de silencio de la mal llamada “transición democrática” ha mantenido oculto, pero que el tesón de investigadores honestos y familiares de las víctimas está rescatando del olvido. Cada vez que se abre una fosa común y se recuperan los restos de republicanos fusilados surgen voces que hablan de olvidar, de no remover el pasado. Son voces conocidas, las voces de la derecha, de los beneficiarios de la dictadura; las voces de los que no quieren que se sepa lo que ocurrió en España durante el franquismo porque ellos mismos o sus familiares tienen las manos manchadas de sangre.

Ni olvido ni perdón. Olvidar no sólo sería una injusticia histórica para todos los que dieron su vida defendiendo la libertad, sino que permitiría aflorar (ya está ocurriendo) versiones justificadoras de la rebelión militar y la dictadura franquista. El estudio de las causas de la guerra y de la represión franquista permitirá mantener viva la conciencia antifascista de las jóvenes generaciones. Y en cuanto al perdón, son los responsables de la rebelión militar y de la posterior guerra civil los que deben pedir perdón al pueblo español. El Ejército debe pedir perdón, la Iglesia, los jueces del Tribunal de Orden Público y todos los que colaboraron de forma activa con la dictadura fascista y se lucraron con ella.


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