La figura de Pío XII es una de las más controvertidas del siglo XX, sobre todo por su actitud sumisa, silenciosa y complaciente ante las dictaduras fascistas de Italia y Alemania. Pío XII, además, nunca condenó abiertamente el Holocausto, que las iglesias católicas de Polonia, Hungría, Croacia y Eslovaquia conocían, y se negó a enfrentarse con la Alemania nazi por el exterminio de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Su personalidad, así como sus posiciones ideológicas siempre contemporizadoras con los fascismos europeos de la época, a los que auxilió y protegió durante la contienda mundial e incluso después, está ligada a la polémica por su frialdad ante los crímenes perpetrados por los nazis y su tolerancia frente al fascismo italiano.
La tibieza del pontífice, cuando no abierta simpatía hacia determinadas causas, como el apoyo a la “cruzada” española de Franco y a la campaña de Hitler contra Rusia, pone de relieve el escaso espíritu combativo de la Iglesia católica frente a las tropelías y desmanes cometidos por los fascistas alemanes, italianos, húngaros y croatas, principalmente, en la contienda mundial. Radio Vaticano, en 1941, llegó a calificar la campaña contra Rusia como una lucha entre los “valerosos” soldados alemanes e italianos contra los “hijos de Satanás”, es decir, los soviéticos.
Alemania, donde antes había estado destinado Pío XII, en un informe redactado por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich nada más llegar a la máxima jefatura de la Iglesia católica, definía así al nuevo papa: “Pacelli siempre se ha mostrado favorable al mantenimiento de buenas relaciones con Mussolini y la Italia fascista. Particularmente durante la guerra de Abisinia, alentó y apoyó la actitud nacionalista del clero italiano”.
Los clamorosos silencios del Vaticano
El 15 de marzo de 1938, la Alemania nazi invade Bohemia y Moravia, después de un ultimátum a los checos para que se rindan, y la reacción del Vaticano es el silencio. Hitler había amenazado con bombardear Praga si los checos no aceptaban su aciago destino. Nada más entrar los nazis, los judíos pasan a ser ciudadanos de segunda, los partidos políticos y sindicatos son prohibidos y un régimen de terror se instala en las zonas ocupadas, en las que, por cierto, vivían miles de católicos.
El 1 de septiembre de 1939, en un trueno tan esperado como brutal, Alemania ataca e invade Polonia en una guerra relámpago, o Blitzkrieg por su nombre en alemán, y el país es devastado por los bombardeos alemanes. Nuevamente, al igual que en Bohemia y Moravia, se impone una administración colonial para la nueva nación conquistada, los judíos son enviados a los guetos y después a los campos y miles de polacos, incluidos sacerdotes católicos, son ejecutados sin contemplaciones por los nazis. De nuevo, el silencio vaticano, como si nada hubiera ocurrido en Polonia.
A estas conquistas, muy pronto se le vendrían a unir Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo y la misma Francia, donde nuevamente se repite el mismo guion de brutalidad, terror y persecución política y étnica. Estábamos en junio de 1940 y Hitler era el amo indiscutible de Europa. Los judíos, nuevamente, son perseguidos en todos estos países y enviados sin contemplaciones a los campos de la muerte, muchas veces con la complicidad de las fuerzas policiales de estos países y de los grupos fascistas. La Francia del colaboracionista Petain envía a miles de judíos a una muerte segura en trenes fletados por los franceses. Nuevamente, el Vaticano, más concretamente Pío XII, calla, y quien calla, otorga.
Ese mismo año de 1940, las neutrales Noruega y Dinamarca también son ocupadas por los alemanes. La Alemania nazi, después de haber conquistado toda Europa menos Rusia y el Reino Unido, impone su orden sin apenas resistencia y lucha por parte de las naciones conquistadas. La suerte está echada para los judíos, que se han convertido en asunto central en esta guerra de Hitler contra Europa y no en una cuestión colateral. En el discurso nazi, la aniquilación de los judíos es un objetivo fundamental de la guerra porque la contienda misma se concibe como una guerra de exterminio. Antes estos hechos, ni una palabra de Pío XII, ni una condena vaticana.
Ya Hitler, profético, había anunciado en 1939:”:”Hoy quiero ser profeta: si la judería financiera internacional en Europa y más allá consigue sumir una vez más a los pueblos en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la Tierra ni la victoria de los judíos sino la aniquilación de la raza judía en Europa”. Pero el Vaticano, a pesar de estas advertencias y las numerosas pruebas que atestiguaban las matanzas de judíos y otras minorías en toda Europa, como gitanos, serbios y rusos, nuevamente calló y no condenó los trágicos acontecimientos que se sucedían en toda la Europa ocupada por los nazis. Pío XII, incluso, se negó a condenar y a implorar clemencia por los centenares de sacerdotes asesinados por los nazis.
Según el historiador Michael Phayer, en su monumental obra The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965, el 18 de septiembre de 1942, Pío XII recibió una carta de Monseñor Montini (futuro Papa Pablo VI), en la que decía: “las masacres de los judíos alcanzan proporciones y formas espantosas”. Más tarde, ese mismo mes, Myron Taylor, representante de Estados Unidos en el Vaticano, advirtió a Pío XII que el “prestigio moral” del Vaticano estaba siendo herido por el silencio sobre las atrocidades europeas. Según Phayer, esta advertencia fue repetida simultáneamente por los representantes de Gran Bretaña, Brasil, Uruguay, Bélgica y Polonia acreditados ante el Vaticano.
El Holocausto italiano que Pío XII no quiso ver
La situación de los judíos italianos, a pesar de que Italia era aliada de la Alemania de Hitler, fue relativamente buena hasta septiembre de 1943, en que los alemanes ocuparon el norte del país, e incluso hasta esa fecha miles de judíos de otras partes de Europa encontraron refugio en el país. El régimen fascista de Mussolini no colaboró en el exterminio sistemático de los judíos ni en Italia ni en los territorios que ocupó en otras partes de Europa, a pesar de que no tenía ninguna simpatía hacia la causa judía y había adoptado medidas antisemitas.
Así relata los hechos que sucedieron tras la ocupación de Italia por las fuerzas alemanas la Enciclopedia del Holocausto de Museo Memorial de los Estados Unidos: «En octubre y noviembre de 1943, los alemanes organizaron la redada de judíos en Roma, Milán, Génova, Florencia, Trieste y otras ciudades importantes del norte de Italia. Los judíos eran confinados en campos de tránsito como el campo Fossoli di Carpi, originalmente un campo de detención dirigido por los italianos aproximadamente a 20 kilómetros al norte de Módena, y el campo Bolzano en el noreste de Italia, establecido a fines de 1943. Periódicamente, los nazis deportaban judíos de estos campos al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau».
Las deportaciones de judíos también se pusieron en marcha en otras ciudades italianas, con la ayuda del ejército alemán, que nunca fue inocente durante el Holocausto en todos los países conquistados por Alemania, y ciudades como Mantua, Milán y Borgo San Dalmazzo fueron otros puntos de concentración de los judíos capturados, la mayor parte de los cuales también acabarían sus días en el campo de concentración de Auschwitz-Bikernau. El Vaticano, y el mismo Pío XII, tenían que conocer estos hechos que ocurrían ante sus ojos y de los cuales eran testigos, pero nuevamente el silencio se impuso como política oficial.
La gran redada de Roma
Una de las grandes redadas contra los judíos italianos tuvo lugar en la capital de Italia, Roma, el 16 de octubre de 1943, cuando los ocupantes alemanes se lanzaron a la «cacería» humana de miles de judíos de esta ciudad, muchos de los cuales estaban en el gueto creado, con lo cual se convirtieron en presa fácil, y otros miles escondidos o protegidos por amigos o simples ciudadanos italianos. Los nueve meses de ocupación alemana en Roma, de septiembre 1943 a junio de 1944, fueron terribles para los judíos.
Por unas razones o por otras, el Vaticano no hizo nada por evitar la persecución de los judíos, ni siquiera en la Roma ocupada por los nazis, donde 1.021 judíos fueron deportados el 16 de octubre de 1943 en una auténtica cacería, y 839 de ellos fueron asesinados en campos de concentración y de exterminio. Un rabino que se opuso a la beatificación de Pío XII señalaba a este respecto: “No olvidamos las deportaciones de los judíos, y en particular el tren que el 16 de octubre de 1943 llevó a 1.021 deportados hasta Auschwitz desde la estación Tiburtina de Roma ante el mutismo de Pío XII”.
El Museo Yad Vashem, al dar cuenta del Holocausto italiano, evalúa en un 17% la población total judía exterminada por los nazis, lo que elevaría la cifra hasta las casi 8.500 víctimas, algo más alta que la que dan otras fuentes. La oportuna invasión aliada de Italia y la retirada de los alemanes por la presión de las fuerzas que atacaban desde el norte evitó, sin ningún género de dudas, el exterminio definitivo de toda la población judía de Italia.
El historiador Saul Friedländer, experto en historia del Tercer Reich, sentencia: “La ambigüedad y la prudencia, atributos muy romanos, marcaron su actuación. Declaraciones genéricas contra el antisemitismo hizo varias. Pero casi siempre que se le pedía una condena concreta de la persecución judía, miraba hacia otro lado. En sus cartas de diciembre de 1940 al cardenal Bertram, de Breslau, y al obispo Preysing, de Berlín, Pío XII expresó su conmoción por el asesinato de los enfermos mentales. En ambos casos, y aparte de eso, sin embargo, no dijo nada de la persecución de los judíos”.
Fuentes citadas y consultadas:
FRIEDLÄNDER, Saul (2007), Por qué el Holocausto, Barcelona, Gedisa, y Pio XII y el Tercer Reich, Barcelona, Península.
Fuente → diario16plus.com
No hay comentarios
Publicar un comentario