Acompaño muy de cerca las políticas de izquierda de España en los últimos veinte años. Por cierto, un periodo de grande renovación política y de la emergencia de liderazgos de un nuevo perfil: una nueva lectura de la transición de 1978, una mirada crítica sobre la monarquía y sobre el bipartidismo, una revalorización de las autonomías, un intento de articular democracia representativa con democracia participativa, el fin de los dogmatismos pos (y pre) Segunda Guerra mundial que dividían las izquierdas y así facilitaban la vida a las derechas cuyos negocios siempre les exige la unión.
El agente político partidario emergente fue Podemos y, más tarde, Unidas Podemos y la personalidad política dominante fue Pablo Iglesias, asesorado por un grupo de jóvenes entusiastas y un gran científico político, Juan Carlos Monedero.
Mi interés particular en acompañar este proceso era (y es) mi lucha por la articulación entre las diferentes fuerzas de izquierda, siempre divididas, menos por ideología que por inercias antiguas o rivalidades entre personalidades.
En Portugal logramos una articulación exitosa en 2016 que, lamentablemente, fracasó en 2021.
Todos los grandes movimientos innovadores, también cuando fracasan, inscriben su marca en la Historia del país, y de la ruina suelen emerger semillas que florecen en el periodo siguiente. Así paso en España. Hoy, Yolanda Díaz es la primera figura incontestable de la izquierda española a la izquierda del PSOE. Su estilo es muy distinto al de Pablo Iglesias y parece haber aprendido con los defectos de este sin perder sus virtudes. ¿Hasta qué punto? El contexto político de Yolanda es muy distinto del de hace diez años. Las recientes elecciones probaron que el gran tema de la política española es cómo contener a la extrema-derecha.
La memoria histórica en España se reveló un recurso precioso. Pero esto no basta para construir una nueva política, tanto en los procesos como en el contenido. El gran problema de Pablo Iglesias fueron las rivalidades internas de liderazgos y un estado de confrontación permanente con las derechas que lo levaran a olvidarse del ADN de democracia participativa del 15 M y posteriormente condujeran a su aislamiento.
Yolanda se propone un doble reto: construir al mismo tiempo un partido y un frente de partidos. ¿Una misión imposible? Yolanda nos ha acostumbrado a que nada es imposible en política. Este doble reto mismo si imposible es urgente. Lo más difícil es que presupone una condición hasta ahora nunca realizada: una triple capa de articulación entre democracia representativa y democracia participativa, la articulación que a mi juicio va a determinar los partidos del futuro, como partidos-movimientos, los únicos capaces de sobrevivir: mantener la democracia participativa al interior de su nuevo partido, al interior de los muchos (¿quince?) partidos que podrán integrar el Frente (lo que no depende de ella) y en todas las decisiones del Frente en cuanto agente político autónomo. En este contexto, parece adecuado recordar lo que escribí hace poco sobre el partido-movimiento del futuro.
1. No hay ciudadanos despolitizados; hay ciudadanos que no se dejan politizar por las formas dominantes de politización, sean partidos o movimientos de la sociedad civil organizada.
Los ciudadanos y las ciudadanas no están hartos de la política, sino de esta política; la inmensa mayoría de la ciudadanía no se moviliza políticamente ni sale a la calle a manifestarse, pero está llena de rabia en casa y simpatiza con los que se manifiestan; en general, no se afilian a partidos ni participan en movimientos sociales ni están interesados en hacerlo, pero cuando salen a la calle solo sorprenden a las élites políticas que han perdido el contacto con “las bases”.
2. No hay democracia sin partidos, pero hay partidos sin democracia.
Una de las antinomias de la democracia liberal en nuestro tiempo es que se basa cada vez más en los partidos como forma exclusiva de agencia política, mientras que los partidos son internamente cada vez menos democráticos. Como la democracia liberal, la forma tradicional de partido ha agotado su tiempo histórico. Los sistemas políticos democráticos del futuro deben combinar la democracia representativa con la democracia participativa en todos los niveles de gobierno. La participación ciudadana debe ser multiforme y multicanal.
Los propios partidos deben estar constituidos internamente por mecanismos de democracia participativa.
3. Estar a la izquierda es un punto de llegada y no un punto de partida y, por lo tanto, se demuestra en los hechos.
La izquierda tiene que volver a sus orígenes, a los grupos sociales excluidos que ha olvidado durante mucho tiempo. La izquierda dejó de hablar o de saber hablar con las periferias, con los más excluidos. Quien habla hoy con las periferias y con los más excluidos son las iglesias evangélicas, pentecostales o los agitadores fascistas. Hoy en día, el activismo de izquierda parece limitarse a participar en una reunión del partido para hacer un análisis de la situación (casi siempre escuchar a los que están haciendo). Los partidos de izquierda, tal como existen hoy, no pueden hablar con las voces silenciadas de las periferias en términos que estas entiendan. Las izquierdas deben reinventarse.
4. No hay democracia, hay democratización.
La responsabilidad de la izquierda radica en que es la única que realmente sirve a la democracia. No la limita al espacio-tiempo de la ciudadanía (democracia liberal). Por el contrario, lucha por ella en el espacio de la familia, la comunidad, la producción, las relaciones sociales, la escuela, las relaciones con la naturaleza y las relaciones internacionales. Cada espacio-tiempo exige un tipo específico de democracia. Solo democratizando todos los espacios-tiempos se podrá democratizar el espacio-tiempo de la ciudadanía y la democracia liberal representativa.
5. El partido-movimiento es el partido que contiene en sí a su contrario.
Para ser un pilar fundamental de la democracia representativa, el partido-movimiento debeconstruirse a través de procesos no representativos, sino más bien participativos y deliberativos. Esta es la transición de la forma tradicional de partido a la forma de partido- movimiento. Consiste en aplicar a la vida interna de los partidos la misma idea de complementariedad entre democracia participativa / deliberativa y democracia representativa que debe orientar la gestión del sistema político en general.
La participación / deliberación concierne a todos los dominios del partido-movimiento, desde la organización interna hasta la definición del programa político, desde la elección de los candidatos a las elecciones hasta la aprobación de líneas de acción en la situación actual.
6. Ser miembro de la clase política es siempre transitorio.
Tal calidad no permite ganar más que el salario medio en el país; los parlamentarios electos no inventan temas ni toman posiciones: transmiten los que surgen de las discusiones en las estructuras de base. La política de partidos debe tener rostros, pero no está hecha de rostros; idealmente, existen mandatos colectivos que permiten la rotación regular de representantes durante la misma legislatura; la transparencia y la rendición de cuentas deben ser completas; el partido es un servicio ciudadano a los ciudadanos y, por lo tanto, debe ser financiado por ellos y no por empresas interesadas en capturar el Estado y vaciar la democracia.
7. El partido-movimiento es una contracorriente contra dos fundamentalismos.
Los partidos convencionales sufren de un fundamentalismo anti-movimiento social.
Consideran que tienen el monopolio de la representación política y que este monopolio es legítimo precisamente porque los movimientos sociales no son representativos. A su vez, los movimientos adolecen de un fundamentalismo anti-partido. Consideran que cualquier colaboración o articulación con las partes, comprometen su autonomía y diversidad y siempre acaba en un intento de cooptación.
Mientras la democracia representativa esté monopolizada por partidos anti-movimiento y la democracia participativa por movimientos o asociaciones sociales anti-partidos, no será posible la vinculación entre democracia representativa y participativa, en detrimento de ambas. Es necesario vencer a los dos.
8.El partido-movimiento combina la acción institucional con la acción extrainstitucional
Los partidos tradicionales favorecen la acción institucional, dentro de los marcos legales y con la movilización de instituciones como el Parlamento, los tribunales, la Administración pública. Por el contrario, los movimientos sociales, aunque también utilizan la acción institucional, suelen recurrir a la acción directa, las protestas y manifestaciones en calles y plazas, las sentadas, la difusión de agendas a través del arte (“artivismo”). En vista de esto, la complementariedad no es fácil y debe construirse con paciencia.
Hay condiciones políticas en las que las clases que están en el poder son demasiado represivas, demasiado monolíticas; hay otras en las que son más abiertas, menos monolíticas y hay mucha competencia entre ellas. A mayor competencia entre las élites, se abren más brechas para que el movimiento popular y la democracia participativa ingresen a través de ellas.
Lo importante es identificar las oportunidades y no desperdiciarlas. Con frecuencia se desperdician por razones de sectarismo, dogmatismo, arribismo.
La práctica de los movimientos a menudo tiene que oscilar entre lo legal y lo ilegal. En algunos contextos, la criminalización de la impugnación social está reduciendo la posibilidad tanto de lucha institucional como de lucha legal extrainstitucional. En tales contextos, la acción colectiva pacífica puede tener que enfrentar las consecuencias de la ilegalidad.
Sabemos que las clases dominantes siempre han utilizado la legalidad y la ilegalidad a su conveniencia. No ser clase dominante radica precisamente en tener que afrontar las consecuencias de la dialéctica entre legalidad e ilegalidad y protegerse al máximo.
9. La revolución de la información electrónica y las redes sociales no son, en sí mismas, un instrumento incondicionalmente favorable al desarrollo de la democracia participativa.
Por el contrario, pueden contribuir a manipular la opinión pública hasta tal punto que el proceso democrático puede quedar fatalmente desfigurado. El ejercicio de la democracia participativa requiere hoy más que nunca encuentros presenciales y discusiones presenciales. Hay que reinventar la tradición de células partidarias, círculos ciudadanos, círculos culturales, comunidades eclesiásticas de base. No hay democracia participativa sin una estrecha interacción.
10. El movimiento de partidos se basa en la pluralidad no polarizada y el reconocimiento de competencias concretas.
Unapluralidad no polarizada es aquella que permite distinguir entre lo que separa y lo que une a las organizaciones y promueve articulaciones entre ellas a partir de lo que las une, sin perder la identidad de lo que las separa. Lo que las separa solo se suspende por razones pragmáticas.
El partido-movimiento debe saber combinar cuestiones generales con cuestiones sectoriales. Los partidos tienden a homogeneizar sus bases sociales y a enfocarse en temas que abarcan a todos o a grandes sectores. Por el contrario, los movimientos sociales tienden a centrarse en temas más específicos, como el derecho a la vivienda, la inmigración, la violencia policial, la diversidad cultural, la diferencia sexual, el territorio, la economía popular, etc. Trabajan con lenguajes y conceptos distintos a los utilizados por los partidos.
Los partidos pueden sostener una agenda política más permanente que los movimientos. El problema con muchos movimientos sociales radica en la naturaleza de su estallido social y mediático. En un momento tienen una gran actividad, están en la prensa todos los días, y al mes siguiente están ausentes o entran en reflujo y la gente no va a reuniones o asambleas.
La sostenibilidad de la movilización es un problema muy grave porque, para lograr una cierta continuidad en la participación política, se necesita una articulación política más amplia que involucre a los partidos. A su vez, los partidos están sujetos a transformar la continuidad de la presencia pública en una condición para la supervivencia de cuadros burocráticos.
11. El partido-movimiento prospera en una lucha constante contra la inercia.
Se pueden generar dos inercias: por un lado, la inercia y reflujo de los movimientos sociales que no logran multiplicar y densificar la lucha y, por otro, los partidos que no modifican en absoluto sus políticas y quedan sujetos al estancamiento burocrático.
Superar estas inercias es el mayor desafío para la construcción del partido-movimiento.
Trabajando con experiencias concretas, se advierte que los partidos que tienen vocación de poder suelen afrontar bien el tema de los desequilibrios en el espacio público. Pero como compiten por el poder, no quieren transformarlo, quieren tomarlo.
Los movimientos sociales, por el contrario, saben que las formas de opresión provienen tanto del Estado como de actores económicos y sociales muy fuertes. En algunas situaciones, la distinción entre opresión pública y privada no es demasiado importante. Los sindicatos, por ejemplo, tienen una experiencia notable en la lucha contra los actores privados: jefes y empresas. Tanto los movimientos sociales como los sindicatos están hoy marcados por una experiencia muy negativa: los partidos de izquierda nunca dejaron de cumplir sus promesas electorales al llegar al poder tanto como lo han hecho últimamente. Este incumplimiento provoca que la descalificación de partidos sea cada vez mayor en más países. Esta pérdida de control sobre la agenda política solo puede recuperarse a través de los movimientos sociales en la medida en que se articulan con los nuevos partidos-movimiento.
12. La educación política popular es la clave para sostener el partido-movimiento.
Las diferencias entre partidos y movimientos son superables. Para ello es necesario promover el conocimiento mutuo a través de nuevas formas de educación política popular: círculos de conversación, ecologías de saberes, talleres de la Universidad Popular de Movimientos Sociales; discusión de posibles prácticas de articulación entre partidos y movimientos (presupuestos participativos, plebiscitos o consultas populares, consejos sociales o gestión de políticas públicas). Hasta ahora, las experiencias son principalmente a escala local. Debe desarrollarse la complementariedad a escala nacional y mundial.
13.El partido-movimiento va más allá de la articulación entre partido y movimiento social.
Después de más de cuarenta años de capitalismo neoliberal, de colonialismo y de un patriarcado siempre renovado, con una concentración escandalosa de la riqueza y destrucción de la naturaleza, las clases populares, el pueblo trabajador, cuando estalla o irrumpe indignado, tiende a hacerlo fuera de los partidos y los movimientos sociales. Ambos tienden a sorprenderse e ir tras la movilización. Además de los partidos y los movimientos sociales, es necesario contar con los movimientos espontáneos, con su presencia colectiva en las plazas públicas. El partido-movimiento debe ser consciente de estos estallidos y solidarizarse con ellossin intentar dirigirlos o cooptarlos.
14. Vivimos en un período de luchas defensivas. Corresponde al partido movimiento ser freno sin perder de vista las luchas ofensivas.
La ideología de que no hay alternativa al capitalismo —que, de hecho, es una tríada: capitalismo, colonialismo (racismo) y patriarcado (sexismo) — acabó siendo interiorizada por gran parte del pensamiento de izquierda. El neoliberalismo logró conjugar el fin supuestamente pacífico de la historia con la idea de crisis permanente (por ejemplo, la crisis financiera). Esta es la razón por la que vivimos hoy en el dominio del corto plazo. Sus demandas deben ser satisfechas porque quienes tienen hambre o son víctimas de violencia de género, no pueden esperar a que llegue el socialismo para comer o ser liberados.
Pero no se puede perder de vista el debate civilizador que plantea la cuestión de las luchas ofensivas y de medio plazo. La pandemia, si bien hizo del corto plazo una máxima urgencia, generó la oportunidad de pensar que hay alternativas de vida y que si no queremos entrar en un período de pandemia intermitente, debemos prestar atención a las advertencias que nos está dando la naturaleza. Si no cambiamos nuestras formas de producir, consumir y vivir, nos dirigiremos hacia un infierno pandémico.
15. Solo el partido-movimiento puede defender la democracia liberal como punto de partida y no como punto final.
En un momento en que los fascistas están cada vez más cerca del poder -cuando no lo han alcanzado ya-, una de las luchas defensivas más importantes es la defensa de la democracia. La democracia liberal es de baja intensidad porque es poca. Acepta ser una isla relativamente democrática en un archipiélago de despotismo social, económico y cultural. Hoy en día, la democracia liberal es un buen punto de partida, pero no un punto de llegada. El punto de llegada debe ser una articulación profunda entre democracia liberal, representativa y democracia participativa, deliberativa. En este momento de luchas defensivas, es importante defender la democracia liberal representativa para neutralizar a los fascistas y radicalizar desde ella la democratización de la sociedad y la política. Solo el partido-movimiento puede librar esta lucha.
*Sociólogo. Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.)
Fuente → estrategia.la
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