
Es muy fácil criticar las decisiones, los acuerdos o las apuestas
tácticas desde la posición de observador. Es habitual, en estas
situaciones, quedarse en el plano de las conclusiones inducidas por los
posicionamientos maximalistas de partida. Sin embargo, en aquellos
ámbitos donde nosotras y nosotros también tenemos la responsabilidad de
tomar decisiones, de llegar a acuerdos, de hacer apuestas… las
reflexiones suelen cambiar. En estos casos aparecen los matices, los
condicionamientos, la ponderación entre el valor del acuerdo y las
consecuencias del no acuerdo… El mismo rigor con el que analizamos
nuestras decisiones es con el que tenemos que juzgar las acciones de las
organizaciones que operan en la política institucional.
Desde
que la izquierda abertzale iniciase hace más de una década su cambio de
rumbo estratégico, muchos activistas sociales y sindicales, entre los
que me encuentro, optamos por normalizar esta situación, posicionándonos
ante ella como ante el resto de los actores políticos institucionales.
Esto es, partiendo de nuestra independencia y planteando abiertamente
nuestras críticas ante determinadas decisiones y apuestas coyunturales
de la coalición. En ocasiones, he de reconocerlo, en este país se ha
caído en la sobreactuación. Se han dirigido contra EH Bildu críticas más
ácidas y más contundentes que contra otras organizaciones políticas. No
es el momento ni el objetivo de esta reflexión analizar los porqués de
tales actuaciones, si no, más bien, de plantearnos una pregunta: ¿Cómo
nos posicionamos ante las elecciones generales?
No quiere decir
lo anterior que hayamos de caer en la aquiescencia o en rehuir la
crítica por lo que esta pueda suponer de desgaste de una expectativa
electoral. En ningún caso, lo que sí estamos obligadas y obligados es a
establecer una dialéctica distinta entre los militantes sociales y
sindicales y las organizaciones políticas transformadoras. Nos queda
mucho aún a las unas y a las otras por avanzar en este camino, pero nos
va la vida en ello.
Mientras muchas seguimos en nuestros debates
en torno a la utilidad o no de la lucha electoral y focalizando más en
aquellas cuestiones que nos distancian que en aquellas que nos unen,
quienes representan los intereses del capital tanto de Neguri como
Madrid lo tienen muy claro, no quieren a EH Bildu ni en pintura. El
cordón sanitario que PNV, PSE, UPN y PP han construido en Hego Euskal
Herria para alejar a EH Bildu del poder en todas las instituciones que
han podido no tiene que ver con las cortinas de humo en torno al pasado
de determinadas candidatas y candidatos de la coalición, en absoluto. El
verdadero motivo para no permitir que EH Bildu gobierne la diputación
de Gipuzkoa, o ayuntamientos como los de Gasteiz o Iruñea no es otro que
mantener el statu quo. Ese estado de las cosas en el que el programa
neoliberal sigue adelante privatizando servicios públicos y donde la
colaboración público-privada sigue nutriendo los beneficios
multimillonarios de las empresas amigas.
En una perspectiva
estatal podemos hacer una reflexión bastante similar. Creo que una gran
cantidad de personas de izquierdas podríamos convenir que a pesar de que
el gobierno de Pedro Sánchez no haya ido todo lo lejos que nos hubiera
gustado en muchas materias o de que se hayan tomado por el mismo
decisiones que se nos han atragantado (mención expresa merece la
traición al pueblo saharaui), estos últimos años hubiéramos tenido que
afrontar un contexto mucho más negativo y enfrentar unas políticas mucho
más lesivas con un gobierno PP-Vox. La ultraderecha política y
mediática sabe que EH Bildu va a ser en un futuro mucho más relevante
numéricamente para sostener un gobierno «progresista» en Madrid que lo
que lo ha sido en los pasados años, ahí están las encuestas y los
resultados del 28M. Ni a Feijóo ni a Abascal ni a quienes manejan las
líneas editoriales de los mass media que fijan el marco del debate
político les importan un ápice las cuestiones éticas. Lo que les
preocupa de verdad es que con un EH Bildu fortalecido se pueda reeditar
un gobierno «progresista» que pueda seguir profundizando en medidas de
protección para los y las trabajadoras, en una fiscalidad que grave más
las rentas de los capitalistas o en políticas que empoderen a las
mujeres y contribuyan a desmontar el patriarcado.
EL 23 de julio
hay unas elecciones en el Estado español; en ellas afrontamos el riesgo
real de que el gobierno vuelva al PP y lo haga con la participación de
Vox. Ante ello todas y todos tenemos que comportarnos con
responsabilidad y dar un paso al frente. Si no queremos que el BOE esté
en manos de los herederos del franquismo y de los fascistas de nuevo
cuño, tenemos que alimentar una ola electoral que ponga los interés de
las trabajadoras, los derechos humanos y el respeto a la vida y al
planeta en el centro del debate político. Entre todas tenemos que
alimentar una ola de ilusión y de cambio.
Espero sinceramente
que el 23 de julio se inicie un nuevo viaje para un gobierno
«progresista», el rumbo y las coordenadas concretas de ese viaje las van
a marcar, sin embargo, la correlación de fuerzas con la que las fuerzas
de izquierda transformadoras cuenten en las Cortes Generales. Desde el
mejor de los deseos para el proyecto que lidera Yolanda Díaz, creo
sinceramente que nuestra mejor alternativa es una EH Bildu fuerte que
consiga situarse como el principal partido en términos electorales en
Hego Euskal Herria este próximo 23 de julio.
Sin obviar los
problemas, sin pasar por alto las legítimas críticas que como militante
social y sindical he realizado y seguiré realizando a los agentes que
operan en la política institucional, en esta coyuntura electoral es
necesario apostar por un proyecto político fuerte, enraizado en la
sociedad y con estructuras sólidas. Es el momento de seguir alimentando
la ola del cambio que se está cristalizando en torno a EH Bildu, una ola
que ha de permitir una fuerte representación de la izquierda
soberanista en Madrid y que nos debe permitir soñar con un cambio en el
gobierno de Gasteiz en las próximas elecciones autonómicas.
Fuente → naiz.eus
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