
A fines de marzo de 1939 las tropas sublevadas al mando de Francisco Franco Bahamonde entraban a Madrid luego de 2 años, 8 meses y 15 días de una guerra sangrienta que dejó a España en ruinas, medio millón de muertos y millones de exiliados.
El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde (Radio Nacional de España) difundía el último parte de la guerra civil española, que decía lo siguiente: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, 1.º de abril de 1939, año de la victoria. El Generalísimo. Fdo. Francisco Franco Bahamonde».
Finalizadas «oficialmente» las acciones bélicas, el bando ganador desató una feroz persecución contra los republicanos que no alcanzaron a abandonar España y aquellos que aún permanecían activos en la clandestinidad. Fue otra masacre.
Cadalso o paredón
La pobreza reinaba en el país y el nuevo gobierno fomentaba la delación. «Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino» se proclamaba desde todas las radios de la nación.
Quienes caían en las redadas no podían esperar ninguna indulgencia. Eran sometidos a juicios sumarios y siempre eran hallados culpables de algo. El destino era el cadalso o el paredón.
Entre los republicanos que conspiraban, una de las organizaciones más activas fueron las Juventudes Socialistas Unificadas, pero la Guardia Civil estaba tras sus pasos y las detenciones eran cotidianas. No se hacía distinción de sexo o de edad. Tan es así que la cárcel de mujeres de Ventas estaba desbordada de personas arrestadas por la más mínima sospecha.

El atentado y la respuesta
El 27 de julio de 1939, en las afueras de Madrid, una bomba hizo volar por los aires el automóvil en el que se conducía el comandante Isaac Gabaldón, un colaborador directo del Generalísimo. En el atentado murió el militar, su hija de 16 años y el chofer del vehículo.
El franquismo tomó el atentado como un desafío. Si bien nadie se lo atribuyó, el gobierno decidió culpar a una gigantesca red comunista y todos eran sospechosos por cualquier motivo, sobre todo quienes estaban detenidos en las cárceles madrileñas.
El régimen decidió dar un castigo ejemplar, que más que tratar de sancionar a los perpetradores del atentado, pretendía dar un mensaje a todos los que tuvieran ideas locas. Así fue que, una semana después, el Consejo Permanente de Guerra sentenciaba a muerte a 56 personas. Eran 43 hombres y 13 mujeres. Las 13 Rosas y los 43 Claveles.
Elegidas al azar
«Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 –dice la sentencia– que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados responsables de un delito de adhesión a la rebelión, fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados a la pena de muerte».
Las mujeres fueron elegidas al azar entre las reclusas que se encontraban en ese momento en la cárcel de Las Ventas de Madrid. Una de ellas, Julia Conesa, estaba acusada de haber sido «cobradora de tranvías durante la dominación marxista».
Y es que todas las condenadas eran trabajadoras: modistas, empleadas, secretarias… una era modista y otra, pianista. 9 de las 13 eran menores de 21 años y ninguna superaba los 23.
Los nombres de las rosas
En una nota que le pudo enviar a su madre, Julia escribió: «Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia». Tenía 19 años.
En la madrugada del sábado 5 de agosto de 1939, las reas fueron trasladadas del complejo carcelario al cementerio del Este (actualmente de la Almudena). A algunas les habían dicho que antes de la ejecución podrían despedirse de sus novios o maridos que también serían fusilados, pero cuando llegaron a destino les informaron que ya habían sido ajusticiados.
Además de Julia Conesa, enfrentaron aquella mañana al pelotón de fusilamiento Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas.
Temporada de fusilamientos
De más está decir que los fusilamientos eran cosa de todos los días. En su libro «Madrid en la posguerra, 1939-1946. Los años de la represión», el historiador Pedro Montoliú afirma que «los peores meses fueron junio, con 227 fusilados; julio, con 193; septiembre, con 106; octubre, con 123, y noviembre, con 201. Por días, los más sangrientos fueron el 14 de junio: 80 fusilados; 24 de junio, 102; 24 de julio, 48; el 5 de agosto, 56. Ese día, y 48 horas después de dictar sentencia, fueron fusiladas las ‘trece rosas’».

Citada por la periodista de El País Lola Huete Machado, Mari Carmen Cuesta, que compartió presidio con las 13 Rosas, recuerda aquella madrugada: «Algunas permanecimos arrodilladas desde que se las llevaron, durante un tiempo que me parecieron horas, sin que nadie dijera nada. Hasta que María Teresa Igual, la funcionaria que las acompañó, se presentó para decirnos que habían muerto muy serenas y que una de ellas, Anita, no había fallecido con la primera descarga y gritó a sus verdugos: ‘¿es que a mí no me matan?».

«No guardes nunca rencor»
Todas eran hijas, novias, hermanas, esposas, madres de alguien. Las había ateas y religiosas, amas de casa y trabajadoras. Como Blanca Brisac, que en su último mensaje a su hijo, escribió: «Voy a morir con la cabeza alta. Sólo te pido que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor. Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí. Hijo, hijo, hasta la eternidad».
Al Este de Madrid, un discreto monumento preserva su memoria en el muro donde fueron fusiladas, sobre una de las avenidas laterales del cementerio de la Almudena, bautizada con el nombre de Avenida de las 13 Rosas.
Fuente → altagracianoticias.com
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