El neoliberalismo, ¿un crimen perfecto?
El neoliberalismo, ¿un crimen perfecto?
Antonio Gómez Villar 
 
La idea de que en las luchas feministas, antirracistas o ecologistas reside ya el germen del neoliberalismo es una hipótesis reaccionaria. Una mirada políticamente operativa habría de preguntarse por qué el neoliberalismo tiene la necesidad de “capturar”, atender a sus componentes amenazantes y al potencial radical de las demandas.


Es conocida la capacidad de la racionalidad neoliberal de cooptar, integrar y engullir luchas sociales. Es cierto que ha mostrado una gran capacidad política al lograr que algunas luchas operen virtuosamente a favor del capitalismo. En efecto, el neoliberalismo trata de consumir el espíritu de rebeldía. Slavoj Žižek considera que el capitalismo capturó la retórica de los estudiantes de los años sesenta y setenta en el tránsito de un “espíritu del capitalismo” a otro. La retórica sesentayochista, considera el filósofo esloveno, nunca consistió en la impugnación del sistema, sino en el tránsito de una forma particular de dominación a otra diferente. Los estudiantes querían un nuevo amo y lo consiguieron, “disfrazando el permisivo amo posmoderno cuyo dominio es aún mayor porque es menos visible”[1]. Žižek cita al Lacan que se refería a los estudiantes que se manifestaban en las calles parisinas: “como revolucionarios, sois unos histéricos en busca de un nuevo amo. Y lo tendréis”.

Al igual que Žižek, los sociólogos franceses L. Boltansky y È. Chiapello también trataron de mostrar los efectos “perversos” de las luchas de los años sesenta y setenta. En su obra El nuevo espíritu del capitalismo argumentan que la crítica al capitalismo de aquellas décadas fue recuperada y aprovechada por el propio capitalismo asumiendo las reivindicaciones del 68 como propias de su estructura productiva. Responsabilizan a la “crítica artística” de haber jugado un papel fundamental en la configuración del orden económico, político y social actual. Conciben la actividad artística como el modelo sobre el que la economía neoliberal supuestamente se ha inspirado. Además, argumentan que la “crítica artística” –fundada sobre la libertad, la autonomía y la autenticidad– y la “crítica social” –fundada sobre la solidaridad, la seguridad y la igualdad– son incompatibles. La consecuencia del 68 fue el abandono del análisis de las estructuras del capitalismo y su sustitución por la reivindicación de puntos de vista morales de los individuos en las sociedades democráticas.

Creo que estos planteamientos obvian que la pretensión conservadora de desviar las tendencias en curso, de surfear los acontecimientos y momentos de ruptura, de pretender hegemonizar y liderar los desplazamientos acaecidos, ha sido una constante a lo largo de la historia. El capitalismo siempre ha buscado neutralizar las impugnaciones al status quo, las críticas antisistémicas, incorporarlas en su interior dándoles un lugar heterónomo. No hay nada de particular en la relación neoliberalismo/mayo del 68, ni en las actuales reivindicaciones feministas, antirracistas y ecologistas, que no haya tenido lugar en otros momentos históricos. Ello no quiere decir que no sea pertinente analizar cómo el capitalismo posfordista integró la crítica en nuevas formas hegemónicas de pensamiento, pero siempre y cuando el reproche sea lanzado al capitalismo y no a la crítica, o sea, siempre y cuando sigamos el camino inverso al trazado tanto por Žižek como por Boltanski y Chiapello. El arquitecto Eyal Weizman narra cómo las tácticas militares diseñadas por varios generales de las Fuerzas armadas del ejército israelí están influenciadas por algunos conceptos de G. Deleuze, F. Guattari, G. Debord o J. Derrida[2]. Luego de leer su interesante análisis, sería un sinsentido culpar a la filosofía francesa contemporánea del “giro posmoderno” en las tácticas de las guerras urbanas.

Son muchas las perspectivas que profesan una enorme fe a la capacidad del sistema para absorberlo todo. Pero la captura nunca tiene lugar de manera total, cual crimen perfecto, pues es siempre un lugar de disputa. Es curiosa tanta atención al dispositivo de captura, cuando se trata de un dispositivo simbólico, pero al que se le atribuye un poder tal que es capaz de catalizar demandas. La idea de que en las luchas feministas, antirracistas o ecologistas reside ya el germen del neoliberalismo es una hipótesis reaccionaria. Una mirada políticamente operativa habría de preguntarse por qué el neoliberalismo tiene la necesidad de “capturar”, atender a sus componentes amenazantes y al potencial radical de las demandas.

¿No es la dimensión excesiva, desbordante de las luchas lo que hace que puedan ser posteriormente cooptadas? La creencia en el “crimen perfecto neoliberal”, ¿no tiene su origen en la asunción de un principio de límite, de apego a lo que ya existe? ¿No es esta diferencia cualitativa, entre el exceso y el límite de las luchas, lo que puede explicar la posibilidad o no de su captura? La fuerza del crimen perfecto es también síntoma de cancelación de futuro, incapaz de atisbar que, justamente, por la fuerza y potencia de transformación hacia el futuro es que las luchas pudieron ser cooptadas.

Una segunda mirada, también propia de “criminalistas perfectos” suele poner el acento en la supuesta autenticidad de las luchas antes de la captura, en su momento prístino, incontaminado, puro y original. Lo que en ocasiones suele conducir a la exaltación de la explotación, la dominación, la exclusión o la marginalización. El lamento ante la impotencia del presente suele venir acompañado de una mirada nostálgica del pasado. Hastiados de tanta captura neoliberal sobre las mal llamadas luchas culturales (ciudades verdes que gentrifican, camisetas en las tiendas Zara con el lema «I’m feminist» o publicidad multicultural en Benetton), se espera que la vida vuelva a adquirir cierta textura a través de la restitución simbólica del paisaje doméstico y urbano, un estilo junto a una forma de hacer, una forma detenida en torno a un pasado industrial, fábricas victorianas, arquitectura brutalista entre la neblina, bronco entramado industrial, edificios de ladrillos rojos dickensianos, oxidados almacenes portuarios, calles oscuras, suburbios, aserraderos, ambientes ruidosos, residuos en los ríos, ciudad humeante, hormigón armado, barrios racionalistas, plazas duras, tejados de plomo, fósiles modernos, restos de objetos metálicos, estatus de ruinas, espectros industriales, realismo sucio, rusticidad, feísmo y rudeza estética. La reproducción de un paisaje, una colección de fotogramas, que imponga sus ciclos naturales, una nostalgia material de repetición y permanencia. En esta carga utópica en torno al paisaje, su fantasía renovadora e imagen depurada, se esconde también su reverso, aquello aún no capturado: la brutalidad de siempre y sus cotidianos crímenes imperfectos.


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