El Gobierno de la Segunda República impulsó en 1933 el evento cultural como una herramienta popular para la difusión de la lectura. Estas fueron las razones de su éxito, que siguen vigentes casi un siglo después.
El nacimiento de la Feria del Libro de Madrid se enmarca en un contexto político que favoreció la difusión de la lectura entre la población española. La Segunda República promueve la creación de bibliotecas y nutre de fondos a las ya existentes, una compra masiva que, además de fomentar la cultura, beneficia a los editores. Cuando Manuel Aguilar, vicepresidente de la Cámara del Libro de Madrid, reconoce en una entrevista concedida a El Sol que "la labor del Gobierno no puede ser más beneficiosa" para el sector, el periodista le responde: "Ya era hora de oír dentro de la República frases de optimismo a algún animador de empresas industriales".
Un editor, al fin y al cabo, era un empresario, y muchos recelaban de la República y rechazaban las reformas sociolaborales emprendidas por el ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero. Sin embargo, los primeros eran conscientes de que popularizar la lectura no estaba reñido con mejorar sus cuentas, sino todo lo contrario. Aunque, para ello, hubiese que aplicar nuevas estrategias comerciales, como la creación de la propia Feria del Libro de Madrid, cuya idea partió de Rafael Giménez Siles, un moderno editor que planteó sacar los libros a la calle y revestir esa gran exposición de atractivos para los potenciales compradores, como las firmas o el descuento de un 10% en las novedades, una iniciativa que rechazaban los libreros.
No bastaba con convertir las aceras en una extensión de las librerías, donde los tenderetes exhibían los restos a precios reducidos, como ya se hacía en la Fiesta del Libro, luego reconvertida en la Semana del Libro, que al principio se celebraba el 7 de octubre —porque entonces se pensaba erróneamente que Cervantes había nacido ese día— y luego el 23 de abril —fecha de la muerte del autor del Quijote—. El escenario sería una localización singular, el paseo de Recoletos, donde se instalaron unas atractivas casetas, diseñadas por Mariano Rawicz o Arturo Ruiz-Castillo, que ofertaban ejemplares recién salidos de la imprenta. Sobre el público, carteles con frases de escritores que incitaban a la lectura, como Cicerón: "Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma".
Nacía así, el 23 de abril de 1933, la Feria del Libro de Madrid, apoyada por las autoridades republicanas con su presencia y con la compra de ejemplares, así como por diversas instituciones, entidades bancarias, asociaciones y empresas municipales, que prestaron su ayuda económica y logística. Como los libreros, más conservadores, se negaron a participar, pues preferían atraer el público a sus negocios que convocarlo en un espacio al aire libre, y la Sección de editores se echó atrás, temerosa del riesgo económico, una veintena de editoriales se lanzaron a la aventura y acordaron sufragar los gastos con el 30% de la recaudación, una cantidad que fue adelantada por la Cámara del Libro de Madrid.
Además, algunas casetas son destinadas a instituciones públicas y privadas, mientras que en 1934 y 1935 se abre a Hispanoamérica, pero solo México aceptó el ofrecimiento. "La Feria del Libro actual es heredera, incluso igualita, a la que creó Rafael Giménez Siles. Solo han cambiado las dimensiones y el escenario, pues en 1967 se trasladó al parque del Retiro. Ahora bien, el descuento, las firmas, el país invitado o los actos culturales ya formaban parte de las cuatro Ferias republicanas", explica Ana Martínez Rus, profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense y autora de Edición y compromiso. Rafael Giménez Siles. Un agitador cultural (Renacimiento).
El éxito de la primera edición, tanto de asistencia como de ventas, propició que se ampliase su duración y que se sumasen las editoriales catalanas y alguna librería. En cuatro años, la recaudación pasó de 43.399 a 238.666 pesetas, aunque la prensa subrayaba su labor de difusión cultural. "La eficacia de esta primera Feria del Libro ha sido indudable. Más que como negocio, como propaganda, como iniciación de un camino, como siembra. Merced a esta primera Feria, gente que no conocía libros leerá ahora por primera vez", destacaba el periódico La Libertad (30 de abril de 1933), que se hacía eco del "gran número de mujeres compradoras" de "libros de alta literatura, obras de preocupación y de estudio".
También aludía a la presencia de "un gran contingente de obreros, de trabajadores de todas clases" que, tras salir de sus talleres y oficinas, "se arraciman ante los libros expuestos", entre los que figuraban obras marxistas, comunistas y revolucionarias. Precisamente, ese era uno de los objetivos de Giménez Siles y de los demás miembros del comité organizador: atraer a los alérgicos a las librerías, habituales de los puestos callejeros. Otro desafío superado, pues se despacharon miles de publicaciones populares, cuyo ventajoso precio estaba al alcance de todos los públicos, aunque entre los libros más vendidos figuraron Sonata de estío, de Valle-Inclán, y Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque. "El pueblo no entra a las librerías. Por su aspecto y por su tradición, tienen algo de recinto sacro, para iniciados solamente", reflexionaba Félix Lorenzo en el diario Luz.
"Por eso la República debería invitar al libro a salir a la calle con frecuencia. Debería fomentar en el libro el espíritu golfo. Es una de las pocas cosas que puede hacer la República sin que se enfaden mucho sus enemigos", dejaba claro el periodista, del mismo modo que el editor catalán Gustavo Gili auguraba en 1935 que "ha de llegar a ser la fiesta republicana por excelencia, la gran fiesta cultural del pueblo madrileño, que atraiga a todos los españoles, que sustituya noblemente a las tradicionales fiestas de San Isidro". Lorenzo, quien firma su artículo bajo el seudónimo de Heliófilo, añadía que el evento representaba mejor los valores democráticos que los desfiles militares que habían conmemorado el segundo aniversario de la proclamación de la Segunda República el 14 de abril. Ya en 1934, Alardo Prats rebautizaba en El Sol el paseo de Recoletos como "la verdadera avenida de la Libertad" y de la "discusión".
Tal y como escribe Ana Martínez Rus en Edición y compromiso. Rafael Giménez Siles. Un agitador cultural, "las Ferias fueron reflejo de la socialización de la lectura, así como producto del ambiente cultural republicano". El nuevo régimen había conseguido, gracias a las bibliotecas y a iniciativas como esta, popularizar el contacto de la gente con los libros, antes circunscritos a unas librerías que a muchos les resultaban elitistas. Ahora, en un espacio público al aire libre, la Feria del Libro de Madrid propiciaba un ambiente lúdico y cultural, al tiempo que beneficiaba comercialmente a la industria editorial. Tal fue el éxito que, para trasladar esa atmósfera más allá de la capital, la Agrupación de Editores Españoles habilitó dos camiones-librería que fomentaron la lectura en los pueblos.
Así la describe en su libro la historiadora: "El Paseo de Recoletos se transformó en un espacio de sociabilidad, donde convivían distintos colectivos de la ciudad compartiendo su interés por el libro [...]. Se distinguían gorras, sombreros, sotanas, uniformes y vestidos ya que acudían gentes de toda condición social y profesional. Los niños y las mujeres se confundían con los profesionales de traje, los obreros de blusón, los militares y los religiosos. Y entre la multitud se entreveraban puestos de helados y de arropías de miel", dulces típicos de Málaga, donde Giménez Siles había nacido en 1900. "La feria puso en contacto a toda la sociedad con el libro ya que las librerías tenían un carácter más restrictivo, reservado a los profesionales, universitarios, intelectuales y a las clases ilustradas".
Sin embargo, los libreros desplazan a los editores en la Cámara del Libro, por lo que en la edición de 1936 cambia la organización, un revés para Rafael Giménez Siles, fundador de Cenit, que publicó en español a autores extranjeros como John Dos Passos, Erich María Remarque, Henri Barbusse, Máximo Gorki, Hermann Hesse o Stefan Zweig. También a Karl Marx, cuya obra voló de la caseta de su editorial un sábado de 1934, cuando hizo un descuento especial a los obreros, quienes se mostraron especialmente interesados por Historia de la revolución rusa, de Lenin, y por el Balance del primer plan quinquenal, de Stalin. Era la Feria del Frente Popular, que había ganado las elecciones el mes anterior, cuyo reglamento "prohibía la venta a plazos, los regalos, los descuentos y la exhibición de libros pornográficos o prohibidos, así como los anuncios de casas editoriales en los stands de los libreros", escribe Martínez Rus en Edición y compromiso.
Fuente → publico.es
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