La inagotable potencia de la República española
La inagotable potencia de la República española 
Juan Manuel Alcoceba (*)

Quienes trataron de borrar su huella, hicieron de ella un anhelo eterno, una idea inmune al paso del tiempo 

El 14 de abril, día en que se celebra su aniversario, la República española sigue tan presente en el inconsciente colectivo de nuestro país como el día en que fue proclamada por segunda vez, hace ya 92 años. Pese al tiempo transcurrido desde entonces, la capacidad del ideal republicano para interpelar a la sociedad española permanece intacta. Los nombres, formas y colores pueden haber cambiado, su papel dentro del imaginario político no. Para quienes creemos que la transformación democrática de la sociedad es la vía adecuada para mejorar las condiciones de vida y garantizar los derechos de la ciudadanía, el proyecto republicano continúa siendo un poderoso referente, una meta irrenunciable, la esperanza de un futuro mejor.

Al igual que Claudia, esa niña centenaria que no podía crecer, interpretada por Kirsten Dunst en Entrevista con el vampiro, la hija predilecta de Sócrates y Platón permanece, en su versión patria, eternamente joven. Aparenta apenas 8 años, los únicos en que pudo desarrollarse antes de que su imagen y espíritu quedaran congelados en el tiempo por obra y gracia de la reacción. Pero, quienes trataron de acabar con su vigencia, de borrar su huella, también hicieron de ella un anhelo eterno, una idea inmune al paso del tiempo, un lugar donde buscar respuestas sobre cual debe ser el siguiente paso en la consolidación de nuestro Estado de Derecho.

A diferencia de lo que ocurre con nuestros vecinos europeos como Portugal, Francia o Italia, donde la tradición republicana constituye simple y llanamente la base fundamental de su identidad nacional -un fetiche histórico al que venerar por lo bueno sucedido y también culpabilizar de los defectos locales-, en España la Republica es, sobre todo, potencia. La potencia viva e incólume de aquello que germinó y comenzó a ser, pero no ha podido tomar aun otra forma que la de los tiernos años de infancia, unos años donde se es más futuro que presente.

Nuestra idea de República, a diferencia también de otras de aspecto más envejecido que hoy dominan el mundo -como la República de los Estados Unidos de América o la República Popular China-, se muestra cargada de mañana y no de ayer. Desprovista en su haber de gloriosas hazañas históricas o épicas gestas bélicas cosechadas durante siglos, como ocurre con sus hermanas mayores, está hecha de conquistas sociales por culminar y avances civilizatorios inconclusos, lo que la convierte en el escaparate de aquello que podemos llegar a ser como Estado y como sociedad, de todo lo que podemos conseguir colectivamente.

Así, la República encarna el potencial democrático de nuestro pueblo, porque ofrece la posibilidad de decidir en conjunto sobre aquello que hoy nos está vetado decidir. Es también potencia de libertad, dado que como nos enseñó George Washington, toda andadura republicana parte siempre de un acto emancipatorio, ya sea respecto de la metrópolis, del despotismo de las clases dirigentes o del yugo del pasado. Se muestra además capaz de regenerar la degradada legitimidad del tejido institucional representativo, al devolver a la ciudadanía el lugar central que le corresponde. Supone una oportunidad para reducir la insoportable desigualdad generada por nuestro modelo productivo, pues tal y como se encargó de señalar Camille Desmoulins, la solidaridad es parte de su ADN. Y constituye, además, una solución potencial al carácter plurinacional del Estado, en la medida que invierte el sentido en que fluye la soberanía.

La República española es, en esencia, la viva imagen de un mejor porvenir como sociedad y Estado. Una imagen que, por halagüeña, resulta aborrecible para quienes se sirven del miedo y el desaliento como herramienta de dominación. Una imagen que contrasta, por su nitidez y color, con el paisaje difuso y gris que interesadamente se nos presenta hoy a modo de único futuro posible. Una imagen que nos muestra y recuerda cómo es posible construir un sujeto político colectivo más libre, plural, justo y solidario de aquel que hoy tenemos, cómo el mañana puede ser un lugar más deseable que el que ya habitamos.

Aristóteles identifica en su metafísica la potencia con el concepto de movimiento, que define como “el acto imperfecto de lo que está en potencia en tanto está en potencia”. La República es en España, tras casi un siglo de su nacimiento, ese motor del cambio, esa posibilidad inagotable que, como toda potencia, tiende a concretarse en acto modificando la realidad a su paso. Por eso resulta a la vez temida y odiada por quienes quieren que nada cambie, por los que han hecho del inmovilismo su bandera. La República es, ante todo, fuente de futuro y esperanza. Es potencia, utopía y realidad.

(*) Profesor de Derecho de la Universidad Carlos III


Fuente → mundoobrero.es

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