Julián Grimau, el último fusilado de una guerra civil interminable
Julián Grimau, el último fusilado de una guerra civil interminable / Fernando Hernández Sánchez

Al régimen le importaba más la política activa de Grimau en la dirección del PCE, que su pasado republicano; para ellos la guerra no había terminado

El 9 de noviembre de 1962, ABC informó de la detención a bordo de un autobús de la línea 18, Plaza de Roma-Cuatro Caminos, de un individuo portador de un DNI falso a nombre de Emilio Fernández Gil que resultó ser Julián Grimau García, miembro del Comité Central del PCE. Conducido a las dependencias de la DGS, «antes de ser interrogado, se arrojó por el balcón del despacho en que se hallaba y cayó al callejón de San Ricardo». Una comisión de tres médicos franceses intentó visitarlo, sin éxito. Sus conclusiones fueron tajantes: «Es totalmente inverosímil la tesis del suicidio. Todo hace pensar que los policías que torturaron al señor Grimau, creyéndole muerto, intentaron desembarazarse del cadáver, defenestrándolo».

El periódico ABC, Manuel Fraga, Carrero Blanco… todos conspiraron para poder ejecutar y limpiar el crimen

A Grimau se le instruyó un expediente por parte de la jurisdicción militar en el que supuestos crímenes de guerra cometidos durante su labor como miembro de la policía republicana llevaban aparejada la petición fiscal de pena de muerte. Múltiples irregularidades tuvieron cabida en el procedimiento. No hubo personación de testigos ni se permitió a Grimau carearse con ellos. El Ministerio de Información y Turismo encabezado por Fraga Iribarne lanzó una campaña de propaganda en la que el futuro fundador de Alianza Popular hizo gala de su peculiar concepto de presunción de inocencia: «En unos días daremos un dossier espeluznante de crímenes y atrocidades cometidas personalmente por este caballerete». El ponente del consejo de guerra carecía de titulación y había falsificado su expediente académico. Carrero Blanco falseó el acta de la reunión del Consejo de ministros en que se aprobó la creación del Tribunal de Orden Público (TOP) para que Grimau fuese enjuiciado por un tribunal militar y no por uno civil, garantizándose la máxima pena.

ABC denunció «una campaña internacional antiespañola» y, para contrarrestarla, blandió un informe realizado por el servicio médico de Carabanchel: «Grimau realiza vida normal: come con apetito, se asea él personalmente y pasea cuando quiere. Únicamente presenta secuelas postraumáticas de las lesiones sufridas que no precisan ningún tratamiento especial […] Su pulso es de 70 por minuto. Temperatura: 36,8. Tensión arterial: máxima, 13,5, y mínima, 8,5». Este texto apareció en la página 52 de la edición del 20 de abril de 1963. Su titular rezaba: «Grimau, plenamente restablecido». Cuando el periódico llegó a los kioscos, Julián Grimau ya había sido fusilado a pesar de las súplicas de la comunidad internacional, desde Nikita Jrushchov al Papa Juan XXIII. La ejecución había tenido lugar a las 5 de la mañana, a cargo de un pelotón de soldados de reemplazo del regimiento de Wad Ras en el campo de tiro de Campamento. Ese día se cumplían veinticuatro años y diecinueve días del final de la guerra civil. Faltaban poco más de once meses para que el régimen inaugurara la más eficaz de sus campañas de imagen, la de los «XXV Años de Paz», que estamparía en el imaginario colectivo un determinado canon interpretativo de nuestra historia reciente: la guerra civil había sido una necesidad dolorosa; sus resultados, lo mejor que le podía haber acontecido a España; el baño de sangre posterior, una purificación imprescindible; su legado, tan trascendente que, si fuese preciso, no habría duda alguna en repetirla. Con Grimau se buscó castigar con carácter ejemplarizante el mantenimiento de un activismo continuo en un contexto de reactivación de los movimientos de oposición obrera, estudiantil e intelectual. Aunque su condena se publicitara como la punición por un tenebroso pasado que se remontaba a la guerra civil, la sentencia dedicó casi la mitad de sus considerandos a describir la trayectoria del dirigente comunista en la última década: su designación como miembro del Comité Central en el V Congreso (1954); la preparación de la «jornada nacional de reconciliación» (1958); su participación activa en el VI Congreso (1959), donde se adoptaron las acciones contra el Plan de Estabilización, la intensificación de las huelgas y el impulso a la acción legal e ilegal; su paso clandestino a España para asumir la dirección del interior; su estímulo a la creación de la Oposición Sindical Obrera; su recorrido por distintas regiones para organizar comités e impulsar la intensificación de la propaganda. Todo lo anterior no remitía a un remoto pasado, sino a un presente inmediato. El caso Grimau demostró que no había contradicción entre la España que corría a bordo de un Seat 600 en pos de los 1.000 dólares de renta per cápita y los cuadros de Gutiérrez Solana. Para el núcleo duro del régimen, aquel que siempre mantuvo vivo el fuego del 18 de julio, la guerra no debía terminar nunca.


Fuente → mundoobrero.es

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