Fascismo público
Fascismo público
Maria Toca
 
Primera parte:

“Sembrar el terror… eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros. (…) Echar al carajo toda esa monserga de derechos del hombre, humanitarismo y filantropía.”

Emilio Mola, 19 de julio de 1936.

Al reivindicar el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, nos suelen interpelar con la pregunta de ¿por qué nos molestan los nombres, los monumentos si hace tiempo que están ahí y no hacen daño a nadie? La solapada queja ante una ley, que imagino igual a otras, es de obligado cumplimiento, es constante. Nos dicen que no molestan, que no es importante, que hay otras cosas urgentes, que no toca, que llevan tiempo y la gente está acostumbrada a la nomenclatura –respuesta manida y reincidente que da nuestra genuina alcaldesa al ser preguntada por el cambio de nomenclatura en la vía más larga de Santander y que tengo el disgusto de ser vecina, General Dávila-

Suelo responder que cuando cierran calles al tráfico o nos ponen bolardos, o señales de ceda el paso o stop no se toman tantos miramientos. Las ponen y si  incumplimos te ponen multa o sanción gubernativa sin miramiento. ¿Qué motivos se ocultan en la psique social y política de los/as gestores para incumplir durante años la Ley de Memoria? Me fascina y perturba a la vez esta pregunta, lo confieso. Solo después de meditar y de buscar mucho,  he podido intentar responderme  a esta pregunta…Y aún con todo, sigo con dudas.

El revulsivo de este artículo se me produjo en una visita a  la bellísima Colegiata de Castañeda regresando de Penilla de Toranzo. Tenemos la suerte de vivir en una comunidad muy bella por lo que  se me suele ocurrir que, teniendo tiempo, me desvío del camino previsto para recrear la vista contemplando las bellezas tanto paisajísticas como monumentales. Un placer que les aconsejo.

La Colegiata brillaba con la magnificencia de una tarde no muy soleada lo cual producía unos tonos en la piedra y el paisaje  circundante que agrandaban su belleza. Hasta que de pronto…mis ojos chocaron con un monolito al lado de la entrada principal que me hirió la vista hasta la  ofensa.

La colegiata de Santa Cruz de Castañeda, en Socobio, se sitúa junto a la N-634 entre Vargas y Sarón a unos 2 km. de la primera localidad. La historia de la misma es difusa por cuanto que los documentos de su archivo desaparecieron. Gracias a documentación de otros monasterios se sabe que a finales del XII existió un abad «Iohannis de Sancta Crux de Chastanieta«. Al parecer fue en origen monasterio cluniacense pasando con posterioridad a albergar una canóniga agustiniana. Sus cuidados volúmenes y su majestuosidad le confieren un aire inusual entre los templos rurales cántabros. A pesar de los añadidos posteriores y modificaciones sufridas, el edificio muestra con rotundidad su diseño original, que por la coherencia de formas y escultura debió de edificarse en un periodo corto de tiempo, probablemente en el primer tercio del S XII.

A mano derecha, según la entrada tenemos el monumento fascista que “honra” a los caídos por España (por una parte de España, se supone) Ahí seguía después que la Ley de Memoria Histórica primera fuera puesta en vigor por José Luis Rodríguez Zapatero, que explicaba  hace dieciséis años en su artículo 15 que “las administraciones públicas en el ejercicio de sus competencias tomarán medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas, exaltación personal o colectiva de la sublevación militar, la Guerra Civil y la represión de la dictadura” La de Cantabria,  en noviembre de 2021, y el mismo Código Penal que condena   en el artículo 410, del Capítulo III  “ a las autoridades o funcionarios públicos que se nieguen abiertamente a dar el debido cumplimiento a resoluciones judiciales, decisiones u órdenes de la autoridad superior dictadas dentro del ámbito de su respectiva competencia y revestidas de las formalidades legales”.

Todo esto habría que recordarle también al Ayuntamiento de Santander cuando respondió al diariodecantabria.es  al ser preguntado por las placas de las calles:

Estas placas se ubican en edificios privados y no corresponde al Consistorio su retirada. La institución ha retirado ya los monumentos que había en espacios públicos y ha cambiado progresivamente el nombre de varias calles. Se actúa por tanto en lo que respecta al ámbito público y en el ámbito privado no se puede intervenir

En el mapeo que recientemente han realizado el grupo Foro Cantabria No se Vende, se registran más de sesenta monumentos en Cantabria de tipología fascista además quedan dieciséis calles en Santander con nombres de fascistas y algunas a las que se les ha  cambiado, siguen luciendo la placa anterior como es el caso de Alcázar de Toledo…O al contario. Calles con nombres de personajes represaliados por la dictadura, como la calle Matilde Zapata, que ni tienen rótulo ni nadie conoce su ubicación (reto a los escuchantes/lectoras a que me indiquen si alguien sitúa la calle…)

Es evidente que el incumplimiento de la ley debería ser suficiente aliciente para buscar un remedio de inmediato, y más si son instituciones que imponen leyes, como los ayuntamientos de las dos ciudades, Torrelavega, Santander y de los pueblos afectados.  Además de la obligatoriedad,  quisiera exponer la importancia sociológica que tiene la eliminación de tales nombres y monumentos fascistas.

Ante todo, creo que debiera hacerse por limpieza ideológica. El problema de nuestro país es que han pasado cuarenta años de la muerte del dictador y más de ochenta del golpe de estado y no se ha acometido jamás una desfascistización de la sociedad. Difícilmente podemos entender que la Transición nos impuso silencio, o prudencia ante los desmanes de la ideología fascista que fue anatemizada en todo el mundo con la derrota del nazismo y el descubrimiento del exterminio y el genocidio impulsado por los aliados del dictador español.

Nadie puede negar los lazos ideológicos y humanos que existían entre las potencias del Eje y la dictadura del general Franco, nadie, porque eran lo mismo y bien que los gerifaltes franquistas se ocuparon de exhibir afinidades. Claro que a la derrota alemana le siguió un “aggiornamiento” apresurado con el disimulo de los recuerdos fascistas. Fue mero barniz porque muchas personas de mi edad y más jóvenes hemos sido obligadas a estudiar Formación Espíritu Nacional que era asignatura obligatoria donde se impartían las enseñanzas del líder fascista José Antonio Primo de Rivera. Hemos levantado el brazo y por muchos esfuerzos que hagamos en olvidar, seguimos teniendo en la memoria el himno falangista aprendido de niñas y repetido en mil ocasiones. La sección femenina sobrevivió demasiados años, siendo como era una copia de las asociaciones nazis de mujeres, con la salvedad que el nazismo incidía más en el deporte, la salud y la naturaleza  mientras que  las consignas imprimidas por el desvarío de Pilar Primo de Rivera, Marichu de la Mora, y sobre todo de Mercedes Sanz Bachiller que creó el Auxilio Social, al modo alemán para lo cual viajó repetidas veces al país teutón y se formó con las autoridades ideológicas nazis, insistían en una forma de ser mujer más pacata y religiosa.

El Patronato de Protección a la Mujer, es otro organismo creado en los primeros tiempos que fue disuelto nada menos que en 1988…y por denuncia de unas internas que se jugaron la vida subiendo al tejado para llamar la atención de las cámaras de televisión y del director general que visitaba el centro. Pueden ustedes informarse con detalle en el detallado artículo y entrevista a “patronatas” que realizamos en lapajareramagazine.com

Por no hablar de la  Brigada Político Social (BPS), o de los Tribunales de Orden Público, reconvertidos de un día para otro en entes “democráticos” sin preparación ni reeducación ninguna. En España, las entidades de poder se acostaron un día siendo fascistas y se levantaron demócratas de toda la vida. Y así nos va.

Por ponerles un ejemplo que puede servir, en Alemania, también hubo que esperar para desnazificar al país, por pura lógica. No es que todos los alemanes fueran nazis, pero sí se conformaron con más o mejor grado al nazismo imperante la inmensa mayoría de la población. No hubo resistencia en Alemania, más que unas pocas y heroicas personas que se opusieron y fueron exterminadas en su mayoría. Todos los estamentos del estado colaboraron en mayor o menor medida con el régimen. El ejército, la iglesia, los empresarios, los trabajadores, el sistema público administrativo…En la derrota de la II Guerra Mundial, los aliados entendieron que no se podía parar a un país y que mucho menos podían juzgar a todos sus habitantes así que crearon una fórmula jurídica que amparó una especie de impunidad para los indiferentes, para los cómplices, para los ¿cobardes? o meramente supervivientes. Eran los Mitlaüfer,  palabra que se puede traducir como los indiferentes, amnésicos, los cómplices sin culpa

Los Mitlaüfer, fueron los millones de alemanes que contemplaron el éxodo de cientos de miles de judíos hacia los campos, que miraban por la mirilla cuando los sacaban a rastras de sus casas, los que cambiaban de acera cuando rompían los cristales de sus tiendas, o les escupían o les ponían la estrella en la chaqueta mientras ellos corrían a guarecerse en sus cómodas casas mejoradas por el sistema de prebendas nazis.

Llegados a este punto les aconsejo que lean el magnífico libro Los Amnésicos, de Geraldine Schwarz que explica perfectamente como era y qué hizo la sociedad alemana…y del resto de países de la órbita nazi. Porque nos olvidamos de polacos, húngaros, franceses, belgas, holandeses…Todos integrantes de países invadidos por la bota nazi en donde la inmensa mayoría de la ciudadanía miró para otro lado ante los crímenes del invasor.

Hay un pasaje desolador en el libro citado, cuando la autora, cuyo abuelo era un gendarme francés de la zona dominada por Vichy, que se pregunta si su dulce abuelo era uno de los gendarme que cuando apresaba a un resistente, a un izquierdista, judío, gitano, gay…era de los que les ayudaba a huir o de los que entregaban a las SS al proscrito para su depuración en forma de humareda en los campos.  Porque pensamos que el país vecino fue resistente, y no. De los casi 50 millones de franceses tan solo fueron resistentes 100.000 personas, algunas de ellas españolas, que lucharon a muerte contra el fascismo y el nazismo una vez perdida la guerra civil. ¿Dónde estaban el resto de franceses?

También cuestiona la autora, si su agradable abuela materna, al salir a pasear veía las filas de judíos esperando los camiones que les conducirían a los vagones de la muerte. Y si en el rellano de su escalera hubo alguna familia desposeída de su hogar, sacada a rastras de madrugada entre el silencio del resto del vecindario. Imaginamos el silencio de los millones de Mitlaüfer, como imaginamos el silencio cómplice y delatorio de los millones de españoles en la postguerra.

Fue en los años setenta, cuando la segunda generación después de la guerra, los alemanes comenzaron a preguntarse en prensa, universidad y en la calle los porqués del silencio de padres y abuelos e increparon a los mismos con la pregunta de ¿dónde estabas y qué hacías durante  el nazismo?

Dura pregunta que padres y no digamos abuelos eludían como podían. Y gobernantes, porque cuando comenzaron a remover el territorio social, los alemanes se encontraron con preciadas figuras políticas, económicas, judiciales y sociales  que tuvieron mucho que ver con los chicos de la camisas pardas. Políticos que habían militado en el NSDAP, o en las Juventudes Hitlerianas, que durante años aventaron su mente en pos del caudillo redentor y mantenían en secreto cierta admiración por los “logros” del Fhürer. Como ocurrió en España, en la dictadura nazi se produjo un progreso ficticio y más falso que moneda de papel pero progreso al fin,  que la gente interiorizó. Cuántas veces hemos escuchado a los viejos (viejos reaccionarios, claramente) decir que con Franco se vivía bien, que a ellos les fue  estupendo, que había seguridad, que se podían hacer negocios…

Con Hitler también les fue bien a los alemanes hasta que les fue mal, claramente. Porque los dictadores son criminales sociales pero no tontos. Saben que deben poner a la población a su favor, si no, es imposible mantener el poder y  para ello deben repartir prebendas, mejorar las economías familiares e imponer miedo a la disidencia. Mucho miedo. Mucha propaganda. Recuerden el valor que tenía en el gobierno alemán el ministro de  Información y Propaganda, señor Goebbels, segundo o tercero en importancia después de Hitler, solo  en algún caso detrás de  Goering, cuando la guerra se puso compleja. En España, les recuerdo que el hombre fuerte del régimen, fue durante tiempo, el ministro de Información y Turismo, señor Fraga Iribarne, a la sazón fundador y alma mater de diversos partidos de derechas entre ellos, el PP.

Franco y sus propagandistas tomaron primero las radios – Queipo de Llano y sus arengas desde Radio Sevilla, el “parte” nacional que tenían que conectar todas las emisoras del país de forma obligatoria a las diez de la noche- y luego la televisión. Fraga llevó la pantallita a todos los pueblos y a los rincones recónditos del país, creando los teleclubs, abriendo con ello la ventana dentro de cada hogar, para propagar las virtudes de la dictadura y las maldades del exterior. Es común a todos los dictadores: la propaganda que cala hasta el tuétano en el tejido social con mensajes sencillos pero machacones. “La política es mala, perdición pura, para eso estamos nosotros, para que no vengan politicastros” “Franco/Hitler/ Mussolini/ Stalin/ Pol Pot/ Videla/ Pinochet…solo les preocupa el bienestar del pueblo, trabajan a toda hora por y para el pueblo” Podríamos seguir con las pocas consignas que son grabadas a fuego en la mente social de un país que no tiene controversia ni disensión porque se han prohibido las críticas.

Span. Innnenminister besichtigt die Kaserne der SS in Lichterfelde; Serano Suner (2. v. links); SS Obergrf. Wolff; Span. General Morcardo; Verteidiger Alcazar; Daluege; Himmler
 

En Alemania se realizó una  desnazificación precaria después de la guerra. Muy precaria, diría yo, porque los aliados se vieron incapaces de encarcelar o llevar a puntos de formación a los millones de alemanes que habían transigido con Hitler y sus locuras. En los años setenta se comenzó de nuevo y, a mi juicio, se hizo relativamente bien el proceso.

Para ellos, se empezó por donde se debe. Explicando la verdad, asumiendo los terribles horrores y errores de un país ante el despeñadero nazi. Se purgaron los libros de los colegios e institutos de las mentiras piadosas o de las obviedades y ninguneos de la verdad. Se explicó a los jóvenes la historia, que era lo importante, porque las generaciones pasadas bastante tenían con asumir lo vivido. Y se realizaron depuraciones ejemplares donde se expurgó (no todo ni a todos) a los estamentos estatales de cualquier nazi disimulado.

Labor formativa y depuradora. Labor de contar y asumir la historia que pudo sanar mejor que el disimulo o la mentira, la sociedad alemana hasta cauterizar las heridas de la guerra.

¿Por qué en España no se ha hecho lo mismo? A mi criterio, primero, porque ganaron los malos. Ganaron ellos, los nazis, los fascistas y la democracia perdió la guerra. Es muy difícil convencer al ganador que se baje del pedestal y es muy difícil que el perdedor tenga ni la más mínima fuerza para imponerse. Bastante tenían con sobrevivir.

Segundo punto: miedo. Miedo cerval a la repetición de la contienda. En mis recuerdos infantiles, la frase “a ver qué va a pasar cuando muera” repicaba como las campanas a misa. He contado muchas veces la anécdota de la monumental bronca que me echó mi abuela (mujer bragada donde las hubiera, que contaba los sucesos de la guerra y no se arredró ante nadie, guardia civil incluida) al verme con una publicación que lucía en su portada una hoz y un martillo. La revista era Cambio 16 y la había comprado en un kiosco de prensa…El miedo a que me metiera en líos era letal para las personas que vivieron la contienda. A que me significase: “no te signifiques, hija” frase mil veces repetida en cualquier casa de aquellos años.

Había miedo al ejército, a los fascistas que asomaban sus cadenas, pistolones y banderas al  mínimo atisbo de controversia o de reversión de “su” historia. Y miedo a nosotros/as mismas, a las izquierdas, a la gente represaliada, a los/as exiliados que volvieran y reclamaran resarcirse del sufrimiento, del fusilado, de la tortura porque fue una guerra que partió el país a la mitad. Había miedo en general, por eso se tragó tanto en la Transición.

Hace unos meses, un viejo militante y luchador antifranquista, comunista, preso y represaliado con bastante cárcel encima, me recriminaba que fuéramos tan críticas con la Transición: “no sabes cómo era aquello, María me decía “teníamos información de los cuartos de banderas, por militantes comunistas que hacían la mili, que a cada momento se preparaba un golpe, que los militares maquinaban constantemente la forma de revertir las tímidas reformas que el gobierno y la oposición tomaban. Sabíamos que  cualquier desliz suponía que saltaran de nuevo al ruedo las armas y los tanques. Como ejemplo tenemos el 23 de febrero Y yo, sinceramente, he creído al viejo comunista porque lo viví.

Acusamos, con razón al PSOE de connivencia, de confraternizar con el adversario, de no haber hecho más. Olvidamos que tomaron el poder poco  después del 23f. Hay una respuesta de Felipe González ante la pregunta de su cambio de opinión con respecto a la OTAN.

Dijo, “cambié para protegernos de un golpe, cambié para asegurarme de que si saltaba al ruedo otro Tejero, la Alianza Atlántica pararía el golpe de estado” Esta respuesta no justifica en absoluto la inacción de un partido que «era» en esencia republicano y gobernó en mayoría absoluta, pero explica las cosas…

Continuará…


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