Barea y los escritores del exilio
Barea y los escritores del exilio
Michael Eaude


La obra literaria de Arturo Barea, casi totalmente producida desde su exilio en Inglaterra, se ocupa únicamente de España. Michael Eaude repasa en ‘Arturo Barea. Triunfo en la medianoche del siglo’ (Editorial Renacimiento), la biografía y la obra de este escritor que capturó en ‘La forja de un rebelde’ sus experiencias en la Guerra Civil.

José Marra-López cita a Barea como el ejemplo sobresaliente de la teoría de su libro sobre los novelistas españoles de la diáspora de 1939, una teoría que conviene examinar por la luz que arroja sobre Barea. Marra-López afirma: «Como escritor, Barea, para bien y para mal, ha permanecido fiel al arraigamiento español, hasta el punto de que casi es el único escritor emigrado que no se ha apartado en ningún momento en su trayectoria narrativa del suelo patria».

Es decir, que Barea escribió solo sobre su país de origen. Las únicas excepciones en toda su obra publicada son unos breves cuentos: por lo demás todo lo que escribió transcurría en suelo español o trataba temas españoles.

Marra-López mantiene que los exiliados políticos españoles, emigrados en oleadas sucesivas durante el siglo XIX y XX, sufrieron especialmente de la obligada ausencia de España y encontraron muchas dificultades en integrarse en las sociedades locales. Sea como sea, en el éxodo de 1939, las precarias circunstancias económicas de muchos emigrados aumentaron este aislamiento. Además, la magnitud histórica de la Guerra Civil y la longitud posterior del exilio, con el ahogo paulatino de la esperanza a medida que el régimen de Franco se consolidaba después de 1945, profundizaron la miseria de estos exiliados.

Los exiliados políticos españoles, emigrados en oleadas sucesivas durante el siglo xix y xx, sufrieron especialmente de la obligada ausencia de España

Son factores que contribuyen a que los principales escritores en prosa de esta diáspora más reciente escribieran casi exclusivamente de su país de origen. Una ojeada más superficial a Aub, Ayala, Chacel, Rodoreda, Sender o Barea, o en otros campos a Sánchez Albornoz o Américo Castro, confirma que estos escritores tuvieron la obsesión de explicar España y sus problemas. En esto, siguieron la llama y recogieron la llamada de sus antecesores de la «Generación del 98», que habían instado a los españoles a que examinasen las razones para el desastroso estado del país. La carnicería de la Guerra Civil, sólo 40 años después de las desastrosas guerras de 1898, actuó como una imperiosa orden para cualquier pensador español de llevar a cabo este examen.

Por lo tanto, dado que el exilio de 1939 no supo escribir de nada que no fuera España, surge una cuestión vital: ¿Quién era su público? Francisco Ayala se preguntó tristemente en 1948: «¿Para quién escribimos nosotros? Para todos y para nadie, sería la respuesta. Nuestras palabras van al viento: «confiemos en que algunas de ellas no se pierdan».

El exiliado, según la tesis de Marra-López, tiene un «eterno añorar desesperado» a su país, expresado en una conciencia constante de desarraigo violento y una preocupación obsesiva por la patria. Sin embargo, en cuanto pasan los años, va alejándose más y más de la realidad de su propio país. Este proceso conduce a la creación de «la España inventada» por autores a los que no les queda nada más por decir sobre el pasado español, pero que no saben como es el presente. El escritor exiliado termina corriendo el riesgo de escribir sobre un país irreal para un publico inexistente.

El escritor exiliado termina corriendo el riesgo de escribir sobre un país irreal para un publico inexistente

En los casos más extremos, el exiliado vuelve a una España amada y añorada, pero aquella España imaginada en el exilio no existe en la actualidad. Esto es lo que ocurre, en la ficción, en El regreso de Ayala y La raíz rota de Barea, y en la no-ficción, La gallina ciega de Max Aub; y el que vuelve tiene poca más opción que la de marcharse de nuevo, después de la humillación final de sentirse exiliado en su propio país. Como concluye el protagonista de Barea, Antolín, al final de La raíz rota: «En Londres… siempre estaba pensando si no me sentiría menos solo entre gente que hablara mi lengua. Esto se acabó. Claro que voy a ser toda mi vida un extranjero en Inglaterra; pero aquí también soy un extranjero y esta clase de soledad es peor y me hiere mucho más, porque me hiere en la propia carne».

El caso de Arturo Barea, parece que encaja perfectamente en la tesis de Marra-López. Su exilio era en Inglaterra, un destino bastante solitario dentro de esta diáspora. Su obra literaria, casi totalmente producida en el exilio, se ocupa únicamente de España. Sus logros más importantes, La forja de un rebelde y Lorca, se fijan en la España que conoció íntimamente y luego recuerda en cada detalle lleno de añoranza. Y su libro más flojo, La raíz rota, es precisamente aquel en el que el autor imagina un regreso que en la realidad no puede hacer.

Este es un fragmento de ‘Arturo Barea. Triunfo en la medianoche del siglo’ (Editorial Renacimiento), por Michael Eaude.


Fuente → ethic.es

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