ERAT, el grupo armado que cometía atracos para ayudar a la lucha obrera: "Éramos voluntariosos y torpes"
ERAT, el grupo armado que cometía atracos para ayudar a la lucha obrera: "Éramos voluntariosos y torpes" / Pau Rodríguez
El libro 'ERAT, el ejército de la SEAT' rescata la historia de esta efímera y controvertida banda de trabajadores de la fábrica barcelonesa de coches que robaba bancos para dar el dinero a los obreros y que cayó en 1978 víctima de un infiltrado policial
Manuel Nogales, que prefiere no aparecer con su rostro, fue uno de los integrantes de Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores (ERAT)

 

Frente al número 33 de la avenida Mònaco, en la frontera entre Santa Coloma de Gramenet y Badalona, Manuel Nogales, un jubilado de 71 años, se para y señala una persiana bajada: “Creo que estaba aquí. Aquí me reuní por primera vez con Cruz Cabeleira. Tenía una pistola y una recortada y sabía manejarlas”. El lugar era el bar Los Cazadores. La fecha, 1977. Y ambos estaban dando forma sin saberlo todavía al ERAT, unas siglas —hoy olvidadas— que escondieron durante seis frenéticos meses a un grupo armado barcelonés de ayuda a los obreros represaliados.

Integrado mayoritariamente por empleados de la SEAT de Barcelona, pero también por libertarios que flirteaban con la delincuencia común, el Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores (ERAT) tuvo una vida corta, intensa y con claroscuros. Entre la nochevieja de 1977 y abril de 1978 cometieron media docena de atracos a bancos, supermercados y oficinas, antes de caer víctimas de un confidente. A los golpes los llamaban expropiaciones y el dinero iba para las familias de los obreros represaliados.

“Éramos voluntariosos, pero torpes”, sonríe hoy Nogales. Entonces tenía poco más de 25 años y todo el mundo le conocía por su nombre de guerra: El Curita.

La historia de ese grupo armado con alma de Robin Hood la ha rescatado recientemente el exdiputado de la CUP en el Parlament Pau Juvillà. En el libro ERAT, l’exèrcit de la SEAT (Editorial Tigre de Paper, 2023) relata sus peripecias, los recelos que despertaron entre los sindicatos de la SEAT y sus años de cárcel hasta que llegó el indulto de Felipe González. Además, se adentra también en la figura de Joaquín Gambín, que fue el infiltrado que les delató y el mismo que instigó ese año a un grupo de anarquistas para atentar contra la sala de fiestas Scala.

Durante años, la sombra de Gambín alimentó la tesis de que la existencia del ERAT pudo ser un montaje policial, de principio a fin, para criminalizar la lucha de la SEAT. Algunos sindicalistas lo denunciaron en su momento. Nogales lo desmiente. Y la cronología que establece Juvillà a partir de sus entrevistas a varios testimonios, también. “Yo tuve esa duda, pero mi conclusión es que no lo fue. Hay encuentros y acciones previas a la entrada de Gambín”, afirma.

“El objetivo del ERAT era llenar las cajas de resistencia del Baix Llobregat”, relata Juvillà, en referencia a la comarca metropolitana e industrial de Barcelona que fue testigo de decenas de huelgas en la década de los 70. En ese contexto, desgrana Juvillà, la SEAT, con más de 25.000 trabajadores, había pasado de ser “la niña de los ojos del régimen franquista” a convertirse en punta de lanza de la lucha obrera en España. Eso provocaba que a sus puertas acudieran las parejas de trabajadores en huelga o encarcelados de otras fábricas que pedían ayuda económica.


Manifestación de trabajadores de la SEAT que pide la libertad de obreros represaliados, entre ellos los del ERAT Arxiu Memorial SEAT

El ‘ejército de la Seat’ en acción

Manuel Nogales era en 1977 un empleado de la SEAT de 26 años. Un joven impetuoso y de espíritu ácrata, según se desprende de su relato, que ya acumulaba un buen historial de lucha antifranquista y represión policial. Habiendo pasado ocho meses en la cárcel por participar en una manifestación, hacía tiempo que le rondaba una idea por la cabeza: “Los obreros no deben ser los que paguen el coste de la huelga, sino quienes provocan la miseria”.

De eso habló con Manuel Cruz Cabeleira ese día en el bar Los Cazadores de Santa Coloma, recuerda. Y alrededor de esa idea se fueron juntando una decena de personas, la mayoría de la SEAT, para formar el grupo.

Firmados los Pactos de la Moncloa ese año y con unos sindicatos ya reconocidos en el Consejo de Fábrica de la SEAT, obreros como Nogales sentían que aquel no era el camino. “Nos reíamos del PSUC porque eran moderados”, rememora. Y reconoce que, a la vez, su apuesta por las armas respondía a la rabia que el franquismo había alimentado desde su infancia. “Por la represión que había sufrido mi familia, que habían sido republicanos, y porque cuando sales a protestar y te pegan una y otra vez, y te meten en la cárcel, poco a poco te vas endureciendo”, reflexiona. “Era un joven dañado”, resume.

“Los Pactos de la Moncloa sedujeron al Partido Comunista (PCE), pero dejaron fuera a los independentistas, por entonces minoritarios, a la CNT… Y a una parte del movimiento obrero más autónomo”, resume Juvillà. En ese último grupo se encuadraban el ERAT y perfiles como el de Nogales.

Con una decena de integrantes, una base secreta para esconder el dinero en un pueblo de Girona y armas que recibieron del grupo armado independentista catalán FAC, el ejército de la Seat cometió su primer atraco en Nochevieja del 77. Las víctimas de la expropiación fueron dos cobradores del Banco Transatlántico de Santa Coloma a los que quitaron 600.000 pesetas. Luego vendrían asaltos a un depósito de butano, a dos cobradores del Banco de Bilbao en el tren, a una cooperativa de Manresa… La sentencia condenatoria cifró el total en más de 4 millones, aunque los cálculos de Juvillà son inferiores.

Sobre los golpes que daban, Nogales asegura que nunca vaciló. “Piensa que el factor sorpresa está de tu lado y a la que llevas dos de ellas vas lanzado. A veces teníamos incluso que decir que éramos obreros para que no tuviesen miedo”, relata. Su mejor atraco, asegura, fue a dos cobradores de un banco en Badalona. “Lo decidimos porque estaba en el trayecto del bus de la SEAT”. Esa mañana, relata, emboscaron a los empleados con dos coches, uno por cada lado, y les sacaron el dinero a punta de pistola. “Unos continuaron en el coche y llevaron el dinero al escondrijo. Los que éramos de la SEAT simplemente nos fuimos a coger el autobús para ir a trabajar”, cuenta como si nada.

Tanto en sus actuaciones como en la entrega del dinero a las familias, el ERAT se caracterizó también por ser un grupo poco metódico. Lo que expropiaban se lo daban en sobres a las mujeres de los huelguistas que aparecían por la fábrica sin registrarlo ni preguntar demasiado. “Me acuerdo que le dimos un sobre con 50.000 pesetas a las mujeres de unos de la Bultaco [la fábrica de motocicletas de Sant Adrià]. No sabían de dónde salíamos. Alucinaban”, dice Nogales.

En cuanto a sus acciones, relata Juvillà, no tenían una estructura jerarquizada como los grupos armados de ese momento, como ETA, sino que eran poco exigentes a la hora de incorporar a integrantes. El propio Cruz Cabeleira, de hecho, era un delincuente común que alternaba la militancia en el ERAT con atracos por su cuenta. De ahí que resultara relativamente sencillo que se les colase en abril de 1978 el confidente de la policía Joaquín Gambín, un hombre con un larguísimo historial delictivo y carcelario en Murcia y Valencia pero que se había infiltrado en el movimiento anarquista barcelonés.

El libro de Juvillà se adentra profusamente en ese personaje, que fue el instigador del atentado en la sala de fiestas Scala que acabaría con cuatro muertos y una dura campaña estatal de criminalización contra la CNT, puesto que lo habían ejecutado algunos de sus militantes. El exdiputado de al CUP rescata una entrevista de Gambín en Cambio 16 donde este explica que el comisario Roberto Consa –ilustre de la represión franquista– le hizo el encargo de “crear” un grupo obrero armado en Barcelona.

Pero el grupo ya existía. Según Juvillà, la lógica del Estado fue usar el ERAT para manchar las reivindicaciones obreras de la SEAT y lanzarles una advertencia. Portadas de periódicos como el ABC no dudaron en vincular desde el primer día el grupo armado con los sindicatos. “Le dieron mucho más bombo del que merecía y eso les permitió criminalizar el núcleo obrero del Baix Llobregat. No es casualidad que las penas que les cayeron fueran tan duras teniendo en cuenta que eran cuatro principiantes que no hacían demasiado daño a nadie”, se extiende el exdiputado.

El ejército de la Seat cayó en abril del 78, alrededor de un mes después de que Gambín se hubiese unido al grupo. Hubo seis detenidos. Entre ellos no estaba el infiltrado, aunque la mayor parte de las armas confiscadas sí aparecieron en su domicilio. De ahí los arrestados pasaron a la Comisaría de Via Laietana en Barcelona, donde fueron torturados, y permanecieron en la cárcel Modelo de forma preventiva hasta la sentencia, en julio de 1980. A Nogales le caerían 25 años de cárcel por varios delitos de robo; a los otros, cifras parecidas. Salieron cuatro años después, en diciembre de 1984, indultados por el PSOE.


Folleto de apoyo a los presos del ERAT durante una huelga de hambre, en 1981

Años de cárcel y de tensiones en la Seat
 

Sobre su paso por la cárcel, Nogales asegura que su anecdotario daría por otro libro. Los del ERAT ingresaron en prisión en 1978, en plena ebullición de las reivindicaciones de los derechos presos. El Curita militó en el sindicato de internos COPEL, recibió una paliza por parte de ultraderechistas de la Triple A, nada más llegar vivió la gran evasión de los 45 de la Modelo… “¡Y el Vaquilla me robó unas botas!”, exclama.

Desde el otro lado de los muros, el seguimiento del proceso judicial de los integrantes del ERAT fue muy controvertido. El Consejo de Fábrica de la Seat pedía oficialmente su libertad y que se ayudase a sus familias, igual que la Asociación de Familiares de Presos Políticos, pero lo cierto es que internamente estaban divididos. La irrupción del grupo armado, integrado además por empleados a los que muchos conocían, no se veía con buenos ojos por parte de la cúpula sindical de la planta.

“Dentro de la fábrica la información corría y la gente sabía quienes eran… Nosotros les advertíamos que los tiempos no correspondían a la lucha armada”, recuerda Carles Vallejo, histórico de la CCOO en la Seat, que también pasó por las torturas de Via Laietana y la cárcel Modelo. “Les dimos apoyo humano, incluso el comité de empresa les visitó en la cárcel, pero más allá de eso las fuerzas democráticas de izquierdas no compartían sus acciones”, señala.

La acción armada, argumenta Vallejo, “paralizaba” y “penalizaba” el movimiento obrero.

La discusión fue subida de tono en el seno de la Seat, tal como recoge Juvillà. CCOO fue muy dura tras la detención: “Es lamentable que compañeros que han mostrado su honradez caigan en este tipo de acciones, creyendo que con sus métodos pueden mitigar en parte los problemas que conlleva el paro”. Tiempo después, algunos dirigentes insistieron en que todo había sido un montaje policial. Pero la que se acabó consolidando fue una posición de apoyo a los presos, de quienes afirmaron que no se habían movido por el “lucro personal”.

Las sombras que rodean el ERAT más de 40 años después, debido al papel que desempeñó Gambín, no serán fáciles de disipar. Juvillà, a través de la CUP en el Congreso, solicitó acceder al expediente policial de infiltrado. La respuesta fue breve y contundente: todo lo que tiene que ver con los servicios de información de la policía, incluidas sus fuentes, son secreto de Estado.


Fuente → eldiario.es 

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