El día que la Justicia absolvió a Largo Caballero

El día que la Justicia absolvió a Largo Caballero
Marcos López

Jamás se pudo probar que el líder socialista participara en crimen alguno, tal como proclaman los revisionistas de la extrema derecha de hoy

El discurso de moción de censura de Ramón Tamames ha vuelto a traernos la figura de uno de los hombres más controvertidos de la historia contemporánea de España: Francisco Largo Caballero. Para la derecha es el gran villano, el culpable de la degradación de la República por su deriva revolucionaria bolchevique, casi un golpista que puso en marcha la insurrección popular de 1934 en Asturias. Para la izquierda fue un personaje comprometido, un socialista que jamás renunció a sus ideales. En cualquier caso, el historiador Raymond Carr nunca se refirió a él como el hombre que dio un golpe de Estado en España dos años antes de la Guerra Civil, tal como dijo Tamames. Pero ese bulo revisionista ha terminado por calar en la opinión pública que, lamentablemente, ya no lee libros de historia.

Largo Caballero entra en la etapa republicana como miembro del Comité revolucionario surgido del Pacto de San Sebastián, tras la proclamación de la Segunda República Española el 14 de abril de 1931. Formó parte del Gobierno Provisional como ministro de Trabajo, cargo que mantuvo en el gobierno del primer bienio presidido por Manuel Azaña. Su labor en asuntos laborales fue encomiable. Puso en marcha importantes reformas sociales y laborales inéditas hasta entonces en nuestro país, como la Ley de Contratos de Trabajo, los decretos de laboreo forzoso y de términos municipales, la jornada de 40 horas semanales y la creación de jurados mixtos para resolver las controversias laborales. Nunca antes en España se había dado un impulso tan notable a los derechos de los trabajadores. Hasta ese momento, los obreros españoles habían sido tratados como animales o esclavos. La situación del proletariado era lamentable, cruel, no solo en las grandes ciudades más industrializadas de Cataluña o País Vasco, sino en el campo, donde los braceros eran sometidos a condiciones de vasallaje por parte de caciques y señoritos. Salarios misérrimos, despido libre, familias numerosas viviendo en auténticos establos o cabañas sin las mínimas condiciones de salubridad, plagas, enfermedades, miseria y hambre. España era el país más injusto de Europa. Largo Caballero quiso regularizar esta situación, sacar a los trabajadores de la explotación laboral y darles un marco jurídico capaz de protegerlos. Fue un paso decisivo hacia el respeto de los derechos humanos.

En el XIII Congreso del partido celebrado en octubre de 1932 accedió a la presidencia del PSOE. Eran momentos difíciles para el partido desde la dimisión de Julián Besteiro en febrero de 1931. Pero fue en el verano de 1933 cuando nuestro personaje radicalizó sus posiciones ideológicas hacia planteamientos revolucionarios. El giro bolchevique. De sus escritos se infiere que en ese momento empezó a creer que la República burguesa no sería suficiente para emancipar a los parias de la famélica legión. “Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”, dijo en el Cinema Europa. El historiador Paul Preston asegura que el líder socialista no era sino un “loro” y que su marxismo agresivo era puramente verbal. En cualquier caso, fue ahí cuando la derecha lo bautizó como “el Lenin español”. Había que crear al enemigo público número 1, a la gran bestia negra sobre la que hacer recaer todos los males de la patria. Y Largo daba el perfil.

La Revolución asturiana de 1934

Tras la derrota de la izquierda en las elecciones de 1933 y la victoria del centro derecha (bienio radical cedista) ya abogaba abiertamente por la opción revolucionaria. “Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista”, argumentó. Es así como da el paso crucial y encabeza la malograda Revolución de 1934 de los mineros asturianos. Corrió la sangre, hubo crímenes, violaciones. Los amotinados tomaron ayuntamientos, iglesias, cuarteles de la Guardia Civil y las fábricas de armas de Trubia y La Vega. A los diez días, unos 30.000 trabajadores formaban el autodenominado Ejército Rojo y se hablaba de una marcha para tomar Madrid.

La represión del Gobierno de la República, que envió al ejército para controlar la situación, fue durísima. Largo Caballero es detenido, encarcelado en la Modelo, junto a otros cabecillas de la UGT y del PSOE, e imputado en delitos de rebelión. Sus abogados logran que sea juzgado por el Supremo. Son meses duros en los que no sale de la celda, salvo para asistir al entierro de su esposa, al que acudieron Azaña y Maura. Durante el juicio oral la Fiscalía pide 30 años de prisión. Su caso es puntualmente seguido por la prensa y la opinión pública, que presta gran interés. Finalmente, el 30 de noviembre se conoce la sentencia, que absuelve a Largo Caballero de todos los cargos por falta de pruebas. El líder socialista sale de la cárcel pocos días después.

El exilio en Francia

Tras la guerra se vio obligado a huir a París, donde se instaló en un pequeño apartamento con sus tres hijas y su concuñada. Cayó en manos de la policía francesa colaboracionista y la Gestapo. Franco solicitó su extradición. ​El régimen nacional lo acusó de todo, de asesinatos, de poner en marcha las checas, de robos y saqueos. “Era la manera típica de proceder de los sicarios del régimen de Franco, capaces de alegar un repugnante conjunto de acusaciones indemostradas e indemostrables que pretendían hacer del dirigente un mero delincuente común”, asegura el historiador Julio Aróstegui, autor de Franco: la represión como sistema. Se negó la extradición a España y fue confinado en diversos lugares. Al final los nazis se hicieron cargo de él. “¡Matadme! Matadme ya, ¡será más rápido!”, les dijo. Trasladado al cuartel de la Gestapo, fue interrogado por Klaus Barbie, “el carnicero de Lyon”. Malos tratos, torturas, el horror. Después fue llevado a París, a Berlín y al campo de concentración de Sachsenhausen, donde permaneció recluido dos años hasta la liberación del centro por el Ejército Rojo. Los soviéticos lo trataron como un héroe, incluso fue invitado a visitar Moscú, aunque decidió no aceptar. Volvió a la política en el exilio francés con la esperanza de derrotar al franquismo. No lo vería. Falleció en 1946 de un cólico nefrítico. Sus restos fueron depositados en el cementerio parisino de Père Lachaise. El proletariado español había perdido al hombre más representativo de su clase.


Fuente → diario16.com

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