Ricardo Robledo: «Hartos de vivir de limosnas, los jornaleros querían labrar la tierra»
Ricardo Robledo: «Hartos de vivir de limosnas, los jornaleros querían labrar la tierra» / Jaume Claret

Referente de la historia agraria, Ricardo Robledo (Lumbrales, 1946) ha vivido siempre a caballo entre Cataluña y Castilla. Instalado en Barcelona como profesor visitante de la UPF (2016) poco después de su jubilación como catedrático en la Universidad de Salamanca, combina el papel de abuelo de sus nietos catalanes con la investigación y la divulgación. Así, a sus casi 200 publicaciones acaba de sumar La tierra es vuestra (Pasado & Presente, 2022), mientras dirige, desde 2018, el influyente blog Conversación sobre la historia.


Escuelas de Lumbrales, construidas en 1927 por Joaquin Secall . La mejor enseñanza posible en el marco del nacionalcatolicismo,

De Salamanca a Barcelona, vía Madrid

Provengo de un ambiente familiar más bien humilde. Hice mis primeros estudios, interno, en el Seminario de Ciudad Rodrigo. Más tarde, 1964, en Burgos (IEME). Cuando comprendí que había caminos que era mejor no acabarlos, me fui a Madrid, donde podía simultanear la Universidad con trabajos de ‘ir tirando’. Llegué a la Autónoma madrileña en 1968, donde el referente era Miguel Artola y donde, sobre todo, sintonicé con un Antoni Juglar en plenitud intelectual y física. Él me descubrió que existían otras Españas, que había una forma diferente de aproximarse a las grandes cuestiones históricas, y que, en la Autónoma de Barcelona (UAB), era posible escoger el plan de estudios. No más latín y griego. Me convenció y el segundo año ya lo cursé allí.

En la UAB todo era diferente. Encontré un profesorado en el que, con la excepción de Carlos Seco Serrano, dominaba el rojerío, con gente como Jordi Nadal, Jaume Torras, Josep Termes, Ramon Garrabou, Josep Fontana… Lisa y llanamente: lo mejor de la escuela Vicens Vives lo encontré allí. Disponíamos de clases con pocos alumnos en las que, por ejemplo, Nadal nos presentaba el borrador de su clásico El fracaso de la revolución industrial en España (Ariel, 1975). En parte por esta base académica y en parte por necesidad económica, en cuarto curso me incorporé como docente a los Jesuitas de la calle Caspe. Es decir, lo que aprendía por la mañana como alumno de Fontana. p.e., lo enseñaba por la tarde como profesor. Me salían unas clases muy redondas

 
FOTO: MANÉ ESPINOSA. CLAUSTRE DEL MONESTIR DE SANT CUGAT donde se iniciaron las clases de Filosofía y Letras de la UAB en 1968 
 
El oficio de profesor de historia 
 
Mi vida cambia, primero, por la obtención de una beca predoctoral del Banco de España (1974-75) y, segundo, por el inicio de mi trayectoria como docente ya más o menos estable. Al principio, y de la mano de Garrabou, entré de profesor en el ICESB (Institut Catòlic d’Estudis Socials de Barcelona) (1974-76). Juntamente con Joaquim Nadal, enseñábamos historia social y política a trabajadores dispuestos, después de su jornada laboral, a escuchar los fundamentos del materialismo histórico. En paralelo, ya como ayudante, también había empezado a dar clases en el Col·legi Universitari de Girona (1976-79), sustituyendo a Jordi Maluquer. En Girona se impartía una historia económica no puramente cuantitativa, sino todavía regida más por la mirada histórica y social. 
 
Estas dos experiencias me prepararon para el aterrizaje —siguiendo de nuevo los pasos de Maluquer— en la Escola Universitària d’Estudis Empresarials de Sabadell (1979-84). Durante aquellos años, me dediqué de lleno a la docencia y a hacer crecer el centro. Conseguimos transformar la antigua Escola de Comerç en un auténtico núcleo de estudios económicos y empresariales, con incorporaciones de gente como Arcadi Oliveres. Allí llegue a catedrático de Escola Universitària (1980) y, como ya pertenecía al Departament d’Història Econòmica, doy el salto la UAB como titular (1986). 
 
De una tesis pionera a especialista en historia agraria
 

Mi tesis (1978) empezó infringiendo la ley porque se basaba en registros notariales supuestamente preservados durante cien años. Pero, en una muestra de la importancia de las relaciones personales, un vecino de mi pueblo, archivero de los protocolos notariales de Ciudad Rodrigo, me dejó acceder a ellos sin limitaciones. A partir de una información básicamente cualitativa y aislada como eran los contratos de arrendamiento, extraje una cuantitativa y seriada que me permitió hacer la primera serie histórica de renta de la tierra en Castilla desde finales del XVIII hasta 1930. Así, reconstruí cómo afectó la primera globalización al campo, la tierra y los terratenientes. Contra el lamento de los grandes labradores arruinados, demostraba que la crisis agropecuaria en España fue muy limitada para los grandes rentistas .

Obviamente, había que especializarse para competir y no todo el mundo podía hacerlo, pero los terratenientes resistieron y, después de una década, la renta de la tierra alzó el vuelo que llegó prácticamente hasta la Primera Guerra Mundial e incluso más allá. La gran derrota del rentista solo se dio en dos momentos: al final del Antiguo Régimen, cuando desaparecieron los diezmos y se desamortizaron las tierras de la Iglesia, y con la Segunda República, cuando se promovió la revisión de rentas (este fenómeno se anticipó en Cataluña a los años 20). Había, además, derivadas interesantes de carácter demográfico, ya que la crisis finisecular tenía un vínculo directo con la emigración a América. Es decir, aquí encontrábamos los orígenes de la España despoblada.


Archivo Indiano. Museo de la Emigración. Colombres. Principado de Asturias
 

La especialización de la historia agraria en los años 80 (hoy, SEHA)** es un ejemplo de ruptura de paradigma y de creación de un grupo influyente desde abajo ya que no surgimos de una cátedra sino de un conjunto interdisciplinar. Esta primera red -con gente de dentro y fuera de la universidad, con historiadores, ingenieros y economistas- cristalizó en una de las mejores revistas indexadas: Historia agraria. La cabecera, además, se caracterizó por su apertura tanto hacia el exterior -en los grandes debates internacionales- como hacia territorios de frontera del conocimiento. Esto no significaba que hubiera unanimidad, sino fomento de los espacios de disensión, como entre quienes consideraban que los suelos y el clima condicionaban en buena medida la mecanización y las posibilidades de emular las agriculturas atlánticas, y los que señalábamos cómo esto no lo explicaba todo, al ofrecer una visión excesivamente benevolente respecto al impacto social.

La necesidad de combatir la tesis de «atraso» se basó a menudo más en la idea del comportamiento «rentabilista» del terrateniente que en el potencial explicativo de la relación de producción de los que trabajaban la tierra. En consecuencia se pudieron marginar los aspectos distributivos como mecanismo de desarrollo agrario. La reforma agraria no contaba mucho. Las diferencias en estos puntos de vista y en otros han ido animando el debate de los Congresos y seminarios (abiertos al espacio ibérico-latinoamericano) donde la preocupación por la desigualdad social no está en contradicción con la historia medioambiental mientras se da cabida a temas como la historia de la mujer, comunales, el futuro de la agricultura orgánica…

Volver a Salamanca en 1991  
 
Visto en perspectiva, ganar la cátedra de Historia Económica (1992) y poder ayudar a crear una facultad y un departamento era una oportunidad única… y así lo encaré, inspirándome en el modelo de Bellaterra: economía sí, pero con historia económica. Por suerte, allí me encuentro con David Anisi —un buen teórico en economía y excelente docente— y con Vicente Donoso —número uno en economía internacional—, con quienes formo el equipo base de un modelo bien integrado, interdisciplinario y con mucha actividad paralela.
 


«Salamanca tiene unas ocho mil casas y está adornada por numerosos soberbios edificios públicos y privados, lo que la sitúa en la categoría de las ciudades de primera clases de Europa… Las calles, sin embargo, son oscuras y estrechas…». W. Bradford, «Sketches…»1809. Ed. de R. Robledo (ed), Viaje por España y Portugal, Salamanca, 2008. 
 
Historiar Salamanca  
 
Mi primera aproximación histórica, ya no agraria, la hago en el período de la guerra de la Independencia. Quizá mi aportación más relevante sea Viaje por España y Portugal (Caja Duero, 2008), donde recuperaba unas láminas comentadas por el clérigo William Bradford con una capacidad evocadora y analítica excepcional. También fue un libro posible porque entonces disponíamos del mecenazgo de las obras sociales de las cajas y de fundaciones, que hacían viable desde la recuperación, en complicidad con Ernest Lluch, de la historia del pensamiento económico de la Escuela de Salamanca, hasta la organización de encuentros internacionales sobre el primer liberalismo con la participación de todos los grandes nombres del momento.  
 
Más problemático fue historiar el siglo XX salmantino, como comprobé cuando el catedrático de Medieval José Luis Martín me encargó coordinar los dos volúmenes de historia contemporánea dentro de su proyecto de una Historia de Salamanca enciclopédica abierta y diferente. Siguiendo el modelo de la Història de Catalunya d’Edicions 62, hice una aproximación al XIX de Salamanca para analizar el desarrollo del mercado interior estudiando la economía a través de sus agentes y de las articulaciones sociales.  
 
Más polémico todavía fue el del siglo XX, ya que incluía la primera serie documentada sobre los muertos en la Guerra Civil, a cargo de Santiago M. López y Severiano Delgado. Al publicarse, el entonces alcalde, Julián Lanzarote —recordado por patrimonializar «los papeles de Cataluña»— se desdijo de la presentación por una fotografía de 1973 en la que aparecían personajes relevantes salmantinos con el brazo en alto. El secuestro temporal por el Ayuntamiento del volumen del siglo XX provocó un efecto Streisand. De algún modo, se demostraba que era posible: con dificultades, pero era posible.  
 
Historia de los heterodoxos  
 
Los heterodoxos me interesan porque suelen situarse en el límite del abismo. Y si las ciencias avanzan, es porque ponemos a prueba las fronteras del conocimiento. Incluso en el ambiente históricamente cerrado de Salamanca, los heterodoxos acaban encontrando grietas por donde penetra la luz. Siempre hay un proceso de absorción de conocimiento. España no está nunca del todo aislada. Sucedió, como pude estudiar, con Ramón Salas (La Universidad Española de Ramón Salas a la Guerra Civil, Junta de Castilla y León, 2014) y con Filiberto Villalobos (Sueños de concordia, Caja Duero, 2005).   
 
La tierra es vuestra. ¿Seguro?  
 
Si hacemos caso a los teóricos sobre el origen de la propiedad, la respuesta es afirmativa. Pero todo es siempre más complejo. Durante la redacción de mi libro, me di cuenta de la fortaleza de paradigmas como el establecido por Edward Malefakis (Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX, Ariel, 1971) y de la inercia de la pereza intelectual. Es más fácil copiar o citar que comprobar las afirmaciones o los datos estadísticos. La obra del greco-estadounidense adolecía de inexactitudes cuantitativas y cualitativas evidentes.
      
Por ejemplo, cuando ofrece los datos sobre el Registro de la Propiedad Expropiable en 1933, no parece sorprenderse de que Cataluña encabece, con diferencia, el número de propietarios inscritos mientras los pequeños propietarios del norte de España tienen una representación muy escasa. La idea de que “la ley creó muchos enemigos al gobierno” al perjudicar a los pequeños propietarios tanto o más que a los grandes no se sostiene. La movilización social que hubo en la Cataluña rural forzó la inscripción de las fincas si los dueños no querían ser denunciados.
 
Aunque Malefakis es un pilar de la historia agraria española contemporánea, no ha podido evitar cierta ambigüedad. No es raro que al año siguiente de publicar su libro participara en un libro dirigido por R. Carr junto a Payne, Ricardo de la Cierva, Salas Larrazábal o Robinson. Asegurar que la guerra civil fue el fruto natural del terror de grandes capas de la población por las proclamas de Largo Caballero era, además de una exageración, una falsedad histórica, dado que el golpe ya estaba en marcha al margen de las políticas concretas republicanas. No es de extrañar que, años más tarde, fuera considerado un clásico por los revisionistas.  
 
No era la tierra sino el respeto 
 
La reforma agraria ya disponía del mejor proyecto posible el 22 de julio de 1931, pero no se puso en marcha porque los dirigentes se asustaron ante un reto enorme que debía incluir también una reforma fiscal. Al gobierno republicano le faltaba tiempo, dinero y medios, y necesitaba una respuesta inmediata para superar un mientras tanto con levantamientos jornaleros. De aquí surgió en agosto de 1931 el plan de obras públicas municipales de 340 millones de pesetas sobre un presupuesto global de unos 4.000. Era una cuestión de coste de oportunidad: el gasto público evitaba la revolución y daba una salida rápida a las demandas más urgentes. 
 
La reforma agraria se desplegaba lentamente y con el boicot de la patronal agraria y de los propietarios medianos. Porque no se trataba solo de una cuestión económica, sino también de cambio jerárquico. Los terratenientes se quejaban entonces de que se les había perdido el respeto, que ellos interpretaban como sometimiento, pero que para los jornaleros estaba teñido de humillación. Por eso hay que entender los conflictos del período como una lucha por el reconocimiento en la línea explorada por Axel Honnet. Casos como el de Casas Viejas no representan solo una lucha por la supervivencia —que también—, sino sobre todo por la dignidad. Porque, hartos de vivir de limosnas, querían labrar la tierra. Seguir el hilo del reconocimiento puede darnos pistas menos materialistas sobre las raíces profundas de lo que sucedió en España. 
 
Ni reforma agraria, ni reforma fiscal
 

Las clases dirigentes preferían un Estado barato e ineficiente, y no caro y eficiente. De ahí que hicieran fracasar cualquier reforma, fuese cual fuese el régimen que lo impulsara. Por eso la reforma fiscal no se hace hasta 1978 y la agraria se «soluciona» con las posteriores grandes olas migratorias. En Europa, la despoblación del campo fue más lenta y progresiva. En cambio, en España, el descarrilamiento de la reforma y la ruralización fruto de la autarquía retrasaron la migración y, cuando esta se produjo, fue un estallido más concentrado e intenso. Buena parte de la actual desertización tiene sus orígenes en aquella fracasada reforma y en el desarraigo repentino posterior. 

 Un libro que le marcó…

Aparte de los de Vicens Vives y su escuela, recuerdo La España imperial de John H. Elliot (Vicens Vives, 1963). Era un libro que, como otros, tenía muy subrayado, muy interiorizado. Volúmenes que, con mi traslado a Barcelona, han quedado integrados en el fondo de la UPF. 

 … y un libro para quien empieza 

 Yo le diría que leyera La historia de Fontana (Salvat, 1974), por su capacidad de síntesis, porque no ha quedado condicionado por la coyuntura y porque trata al lector como a un adulto y no se abstiene, cuando hace falta, de introducir a autores tan relevantes como Gramsci. O para citar a un autor extranjero, La democracia de Luciano Canfora (Crítica, 2004).

** SEHA: Sociedad de Estudios de Historia Agraria

Las últimas publicaciones que permiten analizar la evolución de los temas que han ido enriqueciendo la historia agraria:

R. Robledo. (Ed). Sombras del Progreso. Las huellas de la historia agraria. Homenaje a Ramon Garrabou, Crítica, Barcelona. 2010

D. Soto Fernández y J.M. Lana Berasáin, (coords.), Del pasado al futuro como problema. La historia agraria contemporánea española en el siglo XXI. SEHA-PUZ, Zaragoza, 2018

A. Díaz-Geada, L. Fernández (coords), Senderos de la historia. Miradas y actores en medio siglo de historia rural. Comares, Granada, 2020

Fuente: Versión ampliada de Política i Prosa, febrero de 2023

Portada: La era. Fruto y esfuerzo (fotografía de Venancio Gombau, (Ayuntamiento de Salamanca / Filmoteca de C. y L.)


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