La patria y la memoria

La patria y la memoria
Laura Hojman

He vuelto a experimentar ese extraño sentimiento que podríamos llamar patriotismo; sí, creo que deberíamos usarlo más y quitarle el sentido desvirtuado que han querido otorgarle precisamente quienes nunca hicieron nada por el bien de su país

El 22 de febrero se cumplieron 84 años de la muerte de Antonio Machado, y cuatro desde que el pequeño equipo que creamos para rodar el documental “Los días azules” llegamos a Collioure para emprender aquel proyecto.

Recuerdo como si fuera ayer el largo camino en furgoneta desde Sevilla, el amanecer en el camping de Argelès sur mer, junto a la playa que sirvió de campo de concentración para albergar a cientos de miles de refugiados españoles y el primer plano que rodamos, un monolito junto a la playa con una leyenda: "A la memoria de los 100.000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelès, tras la RETIRADA de febrero de 1939. Su desgracia: haber luchado para defender la democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939. Hombre libre, recuérdalo".

Siento aún la emoción de entrar por primera vez al pequeño cementerio de Collioure, tan tranquilo y silencioso, y encontrar la tumba de don Antonio, llena de flores frescas, de cartas, de mensajes, y de una bandera republicana, como la que cubrió su féretro el día que lo enterraron.

"Ojalá mi padre hubiera visto esto", me repetía una y otra vez una bella señora con el cabello blanco, lágrimas en los ojos y un marcado acento francés.

Bastaba con pasar allí unos minutos para ver cómo se acercaban personas sigilosamente, muchas de ellas hijas, hijos o nietos de exiliados republicanos que visitaban aquella tumba como si fuera la de sus propios familiares, de los que nunca recuperaron sus cuerpos.

"Aquí está don Antonio", me dijo Monique Alonso, primera presidenta de la Fundación Antonio Machado en Collioure, "pero junto a don Antonio están todos los hombres y mujeres que tuvieron que cruzar la frontera y murieron por los mismos motivos que él".

Aquellos días de 2019 pudimos presenciar algo histórico. Por primera vez, un presidente del Gobierno de España en ejercicio visitaba la tumba de Machado. Se trataba de una visita oficial, de un acto de reparación y respeto no solo al poeta, sino a lo que representa su tumba en el exilio. El presidente Pedro Sánchez, acompañado por una comitiva de representantes de nuestra cultura e instituciones, así como de descendientes de aquellos exiliados, también recorrió las playas de Argelès y la tumba de Azaña en Montauban, donde pronunció por primera vez un perdón en nombre del Estado español.

"Ojalá mi padre hubiera visto esto", me repetía una y otra vez una bella señora con el cabello blanco, lágrimas en los ojos y un marcado acento francés.

Durante aquel discurso, una anciana gritó un "Viva España". Y esta frase, que a fuerza de costumbre hemos aprendido a asociar a épocas oscuras, cobró un nuevo significado

Durante aquel discurso, una anciana gritó un "Viva España". Y esta frase, que a fuerza de costumbre hemos aprendido a asociar a épocas oscuras, cobró un nuevo significado.

Me sentí orgullosa de mi país, igual que me he sentido esta semana al ver el fin de los trabajos de exhumación de la fosa de Pico Reja en mi ciudad, la fosa común más grande de Europa occidental, en la que se han recuperado 1.786 cuerpos de víctimas del franquismo.

En el acto de cierre, tras seis años de trabajos, una mujer exclamaba al depositar la arena que volverá a cerrar la fosa: "Por mi madre, que murió con miedo y no pudo buscar a mi padre·.

Volví entonces a experimentar ese extraño sentimiento que podríamos llamar patriotismo; sí, creo que deberíamos usarlo más y quitarle el sentido desvirtuado que han querido otorgarle precisamente quienes nunca hicieron nada por el bien de su país.

Al ver los actos de reparación y justicia, de humanidad, de Pico Reja y de Collioure, me siento ciudadana de esa patria que no es la de las banderas en los balcones, sino la que consiste en desear lo mejor para mis conciudadanos

Yo sentí el patriotismo de Machado, de María Lejárraga, de Lorca, de Clara Campoamor, de Federica Montseny, de Francisco Giner de los Ríos, de Cernuda, de María Zambrano. Ese que aparece reflejado en la "Encyclopedie" de Diderot en la que se lee que la "patrie" no es el lugar donde hemos nacido, como cree la concepción vulgar, sino que significa "estado libre" del que somos miembros y cuyas leyes protegen nuestra libertad y nuestra felicidad.

Yo, al ver los actos de reparación y justicia, de humanidad, de Pico Reja y de Collioure, me siento ciudadana de esa patria que no es la de las banderas en los balcones, sino la que consiste en desear lo mejor para mis conciudadanos: las mejores escuelas, los mejores hospitales, los mejores centros de atención para los mayores, las pensiones dignas o la recuperación de la memoria como una alternativa al silencio y al olvido. La memoria que permite sanar, que da lugar a la palabra, que nos permite avanzar como sociedad y la reorganización de un recuerdo colectivo.

Hubo un tiempo en el que un grupo de hombres y mujeres, profesores, poetas, actores, bibliotecarios, músicos, maestros... se embarcaron en un proyecto llamado misiones pedagógicas patrocinado por el Gobierno de la Segunda República. Enseñaban a leer y escribir a los niños de las aldeas sin escuelas, llevaban la risa a los pueblos a través del cine, el teatro y los títeres, daban clases de literatura y geografía, montaban bibliotecas ambulantes, exposiciones con reproducciones de los cuadros del Museo del Prado. Lo hicieron porque amaban a su país, porque creían en la patria. Hombre libre, recuérdalo.


Fuente → eldiario.es

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