Desmontar la Transición en clave LGTBI
Desmontar la Transición en clave LGTBI
Piro Subrat

Replantearse la llamada “Transición española a la democracia” es esencial para hacer una memoria histórica LGTBI justa y desprenderse de mitos que a día de hoy siguen perpetuando marcos que perjudican a buena parte de nuestra comunidad.

A raíz de mi participación en un ciclo sobre memoria histórica LGTBI en la Universitat de València donde hablé sobre la Transición, dos activistas gays me tacharon en un artículo de revisionista, de carecer de rigor histórico y solicitaron que no se me dé espacio ni en la academia ni con dinero público. La razón: criticar la llamada ‘Transición democrática’ y a quienes la hicieron posible. También minusvaloraron diversos colectivos históricos de tendencia radical ante la verdadera y real labor que hace el activismo LGTBI institucional, al cual pertenecen desde hace décadas.

Cada vez florecen más estudios que prestan atención a esa parte del activismo disidente sexual crítica con el régimen político vigente, tan tradicionalmente obviada, y no me extraña pues que surjan reacciones como esta, que vienen a decir que ciertos caminos en el mundo de la investigación no salen gratis. Esto me ha motivado a intentar trazar unos rasgos que pienso que el colectivo LGTBI debe tener claros al abordar la Transición. Porque hacer memoria histórica LGTBI y mantener el mito de la Transición supone una visión sesgada del pasado de nuestra comunidad, invisibiliza y menosprecia vivencias e identidades y perpetúa el actual statu quo, dañándonos a una gran parte de la comunidad LGTBI. 

Desmitificando la Transición

Todo el planeta se encontraba en un proceso revolucionario desde finales de los años 60: descolonización y antirracismo, revoluciones, caída de dictaduras, movilizaciones masivas, auge de viejos y nuevos movimientos sociales (anarquismo, comunismo, ecologismo, estudiantil, animalista, feminismo, antipsiquiatría…). Mayo del 68 fue la chispa más cercana, y sus ecos se dejaron oír sobradamente bajo el franquismo. En agosto la “Primavera de Praga” era la respuesta de la URSS contra sus elementos díscolos, fraccionando aún más el marxismo. Días después se asaltaba la Convención Demócrata en Chicago en rechazo a la Guerra de Vietnam, un hito histórico en EEUU que evidenciaba un clima sedicioso en alza. No es casual que un año después se recibiera a hostias a la policía en la puerta del Stonewall. En estos años, al contrario que ahora, se veía posible un cambio social profundo, una revolución que tumbara el capitalismo y desarrollara otros modelos sociales más libres, justos y deseables.

En una viñeta de Manel F. unos fachas ironizan sobre el debate en torno a la Guerra Civil. Uno de ellos concluye: “Mientras no se plantee quién ganó la Transición, ¡Ni preocuparse!”. Desde la crisis de 2008 y el descrédito político surgido, la historiografía crítica con la Transición se ha incrementado, y esto también se ha visto reflejado en la historiografía LGTBI. Multitud de problemas gravísimos vigentes tienen su origen en que, ante la reforma pactada o la ruptura con el franquismo, por mucho que el régimen se intentara homologar con Europa, triunfó la primera opción. O lo que es lo mismo: que la Transición la ganaron los mismos que ganaron la Guerra Civil, salvo que en esta ocasión pactaron con una parte de los vencidos.

La Transición la ganaron los mismos que ganaron la Guerra Civil, salvo que en esta ocasión pactaron con una parte de los vencidos

Desde los años 60 la movilización social, obrera y estudiantil era incontrolable. Se veía el fin del franquismo tal y como se conocía, en especial tras la muerte de Carrero. En abril de 1974 una revolución derriba la dictadura militar portuguesa, y las élites franquistas pretenden evitar aquí ese escenario de ruptura. Necesitan generar una “oposición honrada”, como dijo Fraga.

Dicho año el PSOE celebra el Congreso de Suresnes, donde el sector 'renovado', con el apoyo logístico del servicio secreto franquista, expulsa a un sector histórico situado más a la izquierda. Tras esto, es el primer partido de la oposición legalizado, goza de diversas ventajas de cara a las elecciones de 1977, queda como segunda fuerza y en 1979 renuncia al marxismo. La ley electoral acentuó sus resultados por encima del resto de la izquierda. El siguiente en ser legalizado fue el PCE, tras aceptar la corona, la bandera monárquica y el pacto entre élites, lo cual provocó llantos profundos entre su militancia. Se legalizó en abril, a dos meses de las elecciones, mucho antes que el resto de partidos marxistas, que empezaron su campaña electoral sin saber si se podrían presentar. O no se legalizaron a tiempo, como el PSOE fundado por los históricos, ya que éste podía quitarle votos al PSOE actual.

En octubre se firmaron los Pactos de la Moncloa para calmar la recalcitrante y combativísima movilización en la calle. Quienes se negaron a suscribirlos lo pagaron caro, como la CNT en el ‘Caso Scala’. Días antes se aprobaba la Ley de Amnistía: vendida como la ley que vació las cárceles de presos políticos, también blindó judicialmente los crímenes cometidos por el franquismo. Además, buena parte de quienes prosiguieron en la lucha regresaron al poco a la prisión. Esta ley impide juzgar crímenes franquistas en suelo español, por lo que es una piedra angular del pacto de silencio que se estableció y que pervive a día de hoy.

La mayoría de la izquierda llamó a la abstención o pidió el “no” en el referéndum constitucional, aunque se haya achacado esto a la ultraderecha. No por casualidad en Euskadi la abstención superó el 50%, mientras que el futuro PP pedía el “sí”. En el contexto previo, como durante toda la Transición, reinó el miedo permanente al fascismo y a un golpe de estado regresivo, argumento principal de UCD, PSOE y PCE para pedir el “sí”. Grupos paramilitares de extrema derecha, con apoyo gubernamental, asesinaron, acosaron y apalearon a todo el arco de la izquierda, con especial énfasis en el independentismo. Con ayuda de un poder judicial y policial jamás depurado de franquistas, sus actos gozaron de impunidad total o parcial, mientras la cárcel y las balas policiales caían sobre las movilizaciones en la calle. No se puede hablar de “consensos” entre dos sujetos si no están en igualdad de condiciones. Y en la Transición un bando poseía todo un aparato estatal, militar, económico y mediático y lo usó contra el otro sin parar.

Revisionismo histórico es decir que aquello se hizo lo mejor que se pudo y que no había alternativa. No sabemos qué pudo haber sido: ni hubo revolución social ni vuelta al franquismo. Pero sí podemos mirar a Grecia, Portugal o Argentina, ejemplos de entonces en los que se rompió con la dictadura militar y se castigó en cierta medida a sus responsables. O a Chile, que copió nuestra “Transición a la democracia” con resultados a todas luces catastróficos.

La lucha social perdió fuelle tras el 23-F y la victoria electoral del PSOE en 1982, pero ni se eliminó ni se redujo igual en todas partes. La reconversión industrial, la OTAN, la permanencia del aparato franquista, los neonazis, el terrorismo de Estado o la corrupción tuvieron su respuesta en la calle. También la LGTBIfobia, agravada con el VIH y la estigmatización derivada. 

Víctimas de la Transición

El mito de la Transición de que todo se arregló tras concluirse tiene su eco en la historiografía LGTBI: la despenalización de la homosexualidad en la Ley de Peligrosidad Social en 1979. No toda la comunidad ‘gay’ se benefició de ello. Esta narrativa no se hubiera asentado si la historiografía y la memoria LGTBI no estuvieran hegemonizadas por hombres cis gays. El trabajo de algunos es impecable, pero en otros casos ha pesado además la militancia o afinidad al PSOE por encima del rigor histórico. Un partido que ha dedicado grandes esfuerzos en fagocitar a buena parte del movimiento LGTBI en pro de sus intereses en los últimos 25-30 años, lo cual también ha salpicado la historiografía.

Tras 1979 hubo unas grandes perdedoras de la Transición: las transexuales y travestis. La Ley de Peligrosidad Social siguió penalizando la prostitución, el vagabundeo y la tenencia de drogas, lo que implicó que la policía y cárcel siguieran dañándolas debido al amplio estigma con el que vivían. Pese al clamor en la calle por abolir la ley entera, el Pacto de la Transición lo impidió: se votó una reforma que era insuficiente para ellas y para más grupos sociales. Dicha ley no se derogó hasta 1995, y parte de su articulado se incorporó al código penal actual.

Buena parte del movimiento gay de entonces se distanció de ellas porque daban mala imagen, porque la pluma no era estratégica y había que dar un aspecto de machos para calar mejor, o porque en su propuesta política no cabían ni los márgenes de la sociedad, ni las propuestas revolucionarias y rupturistas con el franquismo. Y varias de estas mismas personas han estado escribiendo nuestra historia LGTBI, lo que ha conllevado que se omitan o infravaloren colectivos como la CCAG, que sobre bases autónomas y revolucionarias estuvo movilizada en 1978-79 en Barcelona, compuesta por maricas y travestis, muchas migrantes y trabajadoras sexuales. O EHGAM en Euskal Herria, que lleva más de 45 años en la lucha y sin abandonar su anticapitalismo y su vínculo con la movilización social del país. Sin olvidar el nutrido activismo lésbico que encontró en el feminismo una fuerte alianza durante los años 80 al margen o paralela al activismo gay, ni las omitidas comunidades bi e intersex, que están ahora reconstruyendo su historia.

Tras 1979 hubo unas grandes perdedoras de la Transición: las transexuales y travestis

El relato oficial se ha esforzado en darle el protagonismo de la lucha LGTBI a ciertos colectivos y organizaciones políticas, obviando el enorme papel que jugó toda la izquierda radical, en especial el trotskismo, el independentismo y el anarquismo. Sus posturas a favor del colectivo LGTBI en los años 70 fueron más avanzadas que muchas de las actuales. Sin embargo, a día de hoy encuentran separada su memoria histórica de la LGTBI, cuando probablemente el escenario que vivimos actualmente sería mucho peor sin su papel en esos años. Sirva como ejemplo la campaña Vota Rosa, iniciada en 1988 y que pedía el voto a partidos que apoyaran los derechos LGTBI. Herri Batasuna se quejó de que su coalición nunca aparecía a pesar de que su programa electoral incluía todas y cada una de las propuestas de la campaña, superando al PSOE e incluso a IU, que siempre aparecían. Antes de que el PSOE enarbolara la bandera arcoíris, pasó sus primeros 14 años de gobierno reprimiendo y marginando los pocos apoyos sociales y políticos de la comunidad LGTBI de entonces, sin apenas mejoras legales ni campañas a nuestro favor.

Por último, las políticas dirigidas al empobrecimiento de la vida han sido endémicas en este régimen: recortes sociales, criminalización de la pobreza, endurecimiento penal, leyes represivas, ley de extranjería… Buena parte de ello propuesto o apoyado por la izquierda institucional. Si tenemos en cuenta que la comunidad LGTBI posee unos índices de pobreza mayores a los de la media, disparados si hablamos de la población trans y/o migrante LGTBI, podemos imaginar el impacto que estas políticas han tenido en nuestras vidas, aunque luego se hagan leyes a nuestro favor o se penalice discriminarnos. 

Conclusión

Si miramos con delicadeza al pasado, infinidad de mitos asentados en la actualidad se caen. El de la Transición se hunde en cualquier análisis mínimamente profundo, y en especial desde una historiografía LGTBI digna de tal nombre. Si decir esto genera controversia, habría que repensar quién escribe la historia de todo el colectivo y con qué propósito. Porque la Historia es un arma política, y como comunidad LGTBI puede servirnos para tener unos referentes sólidos con los que seguir nuestra lucha, o para caminar en círculos sin obtener victorias reales. Ante esto, que no me inviten a dar charlas en la universidad es lo de menos.


Fuente → elsaltodiario.com

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