
“No te puedes imaginar la matanza que hemos hecho”: cartas italianas desde el frente franquista / Peio H. Riaño
El historiador Javier Muñoz recupera las cartas censuradas a los soldados italianos que combatieron con Franco durante la Guerra Civil en las que relatan como pueden el horror, los fusilamientos, la corrupción o las autolesiones para volver a casa
¿Qué harías por salvar a tu hijo de la guerra? ¿Recomendarle que
se autolesione? “Mira que te mando este polvo y tú te lo metes en los
ojos, ahora te doy todas las explicaciones de cómo debes hacerlo: pones
el dedo en el polvo, abres el ojo y lo pones en el párpado siempre por
dentro, luego lo limpias y lo dejas ahí un rato, debes hacerlo una vez
al día y así cuando te sientas los ojos mal pides una visita y te pones
en la negativa de que no ves”, escribió Addolorata Gennara a su hijo
Pietro. Ni los polvos llegaron a sus manos ni la explicación para librar
la muerte y regresar a Italia. Fue una de las miles de cartas leídas y
requisadas por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) franquista.
El 14 de junio de 1938 el capitán Valentini di Laviano escribe a
la condesa Anna Antineri, harto de ser engañado. Lleva escuchando desde
hace 12 meses que abandonan España y regresan a Italia. Un espejismo
que se escapa con cada batalla ganada: “Basta, esto es una estafa
deshonesta, y yo no soy ni un mercenario ni me han comprado. Estoy
cansado, estoy mal, he salvado la piel demasiadas veces porque puedo y
quiero continuar en esta vida. Y además estás tú, que sufres como yo o
más que yo; está mamá vieja y cansada”. A finales de julio de ese año,
los legionarios italianos sumaban 2.352 muertos, 8.635 heridos y 196
desaparecidos. Además, 369 prisioneros.
Morir en otro país fue la consecuencia de matar lejos. Asesinar para sobrevivir y regresar a Italia. Morir lejos de casa. Las cartas de los soldados italianos en la Guerra Civil español
(Ed. Marcial Pons) es un libro estremecedor. Javier Muñoz Soro ha
investigado las cartas del ejército fascista que Mussolini envió a
Franco, unos documentos a los que apenas se les había prestado atención y
en los que se encuentra la intimidad de una batalla escrita por una
tropa de campesinos y obreros del sur de Italia apenas alfabetizados.
Aunque había fascistas convencidos, la mayoría vinieron engañados para
llevar un sueldo a casa. Las barbaridades narradas llaman la atención,
pero más sorprendente es cómo esos soldados que volvieron mudos de la
guerra lograron hacer comprender a los demás lo que vivían y no
comprendían.
El horror por escrito
“No te puedes imaginar la matanza que hemos hecho, ahora ver los
muertos es para mí como ver una carroña, o sea, un perro y para colmo,
después de muertos les disparo con mi pistola de la rabia que tengo, así
me divierto y distraigo, les paso cerca y si está herido le ayudo a
bien morir. Todos los cuerpos acaban desnudos porque por donde pasa
nuestra infantería les despojamos de todo dejándolos desnudos. Aquí el
más listo se las arregla, quitando el último céntimo al muerto, piensa
qué final espera a un muerto”. El artillero Guido Lamporelli escribió el
22 de agosto de 1937 a su esposa, durante la batalla por la toma de
Santander. La carta no la leyó la mujer de Guido porque fue retirada de
la circulación por la censura del Servicio de Inteligencia Militar (SIM)
franquista. Demasiados detalles escabrosos sobre la deshumanización del
enemigo y la animalización de sus restos que no convenía dar a
conocer.
Javier Muñoz puntualiza que esta carta es “bastante rara” porque
los soldados no se atreven a entrar en detalles tan bestiales. “Muchas
otras cartas censuradas demuestran que despojar a los muertos de sus
pertenencias, saquear los pueblos abandonados, robar a los prisioneros o
abusar de la posición de poder para hacer negocios ilícitos fueron en
la guerra española prácticas tan comunes y permitidas por los mandos
como en otras guerras”, escribe el autor del libro sobre los testimonios
de las tropas italianas que acudieron a la ayuda del ejército de Franco
durante la Guerra Civil española.
“Sí les llamó mucho la atención la violencia franquista; los
fusilamientos no los veían bien”, cuenta a este periódico. Las familias
italianas mostraban el temor a las represalias y les aconsejaban
apalearlos, pero no fusilarlos. Franco no respetó las garantías dadas a
los prisioneros. Además, el Duce pensaba que la mejor manera de acabar
con la moral del enemigo era la represión y se mostró “encantado del
hecho de que los italianos consigan provocar horror por su agresividad
en lugar de simpatía como tocadores de mandolinas”.
Todo era posible
Las letras desde la batalla tratan de contar lo que vieron
asombrados. Todo parecía fue posible, desde el mayor de los atropellos a
la confraternización: “Ahora os quiero contar este hecho, si no lo ves
no lo crees: ayer, hacia las tres, seis falangistas (los voluntarios de
Franco) y ocho de ellos, comunistas, bajaron de la trinchera —la
distancia entre una y otra será de unos 300 metros— y en medio de un
campo de cereal han dejado de disparar, se han encontrado en medio del
campo, se han dado la mano, después se han sentado y han bebido una
botella de coñac y los demás todos en pie sobre las trincheras ondeando
la bandera. Han hablado entre ellos más de una hora, se han
intercambiado periódicos y han dado tabaco y mapas a los falangistas,
han intercambiado las camisas, total para decir después a los comunistas
que habían matado a cuatro falangistas”. La carta está firmada por
Paolo y dirigida a Cremona y podría haber inspirado a Luis García
Berlanga, en La vaquilla (1985).
“Las cartas son la realidad, no la verdad”, dice el Javier Muñoz
Soro por teléfono. “No cuentan todo pero dicen mucho. Sobre todo he
usado las que la censura retiró de la circulación porque son las más
interesantes. Son un reflejo de los estados morales y emocionales y
hablan de todo tipo de actos que las autoridades no quisieron que se
conocieran. Había un equipo de más de 200 personas en la censura,
revisando las 30.000 cartas semanales. La mayor parte de los soldados
italianos eran las primeras que debieron a escribir a sus familias, a
las que nunca habían abandonado. Y a pesar de todo, las cartas cuentan
una guerra autocensurada porque no se atreven a reconocer todo lo que
ocurre”, explica el historiador, que estuvo en el Ufficio Spagna del
Archivo Histórico del Ministerio de Asuntos Exteriores en Roma y regresó
con 8.000 fotos de los documentos que componen el libro. No existe un
volumen semejante de correspondencia en los soldados españoles. En el
archivo militar de Ávila, dice el investigador, apenas se conservan 400
cartas. “No se sabe dónde están ni qué pasó con ellas, porque en los
archivos de la censura no están”, indica.
En otro de esos escritos interceptados, leemos al sargento
Alberto Costante que acudían a rebuscar por las casas de los pueblos
conquistados: “Y todo lo que se encuentra es nuestro, yo me he apoderado
de mucha plata y tres aparatos de radio, pero he regalado todo a mis
oficiales, total me habría resultado muy difícil llevármelo a Italia”.
Entre las voces de los que no cuentan para la historia, hay una muy
llamativa: Dario Grixoni, cuyas cartas son las más brutales e
impactantes, por lo “machista, putero y chuleta”. “Todo un estereotipo
de chico con posibles que hace el cursus honorum fascista y cuya fe mussoliniana
le lleva a tomar las armas por el fascismo, contra el comunismo, por
España, por Italia y por la civilización”, escribe el historiador Javier
Rodrigo, en el prólogo al libro.
Las conductas que Muñoz Soro ha investigado durante la Guerra
Civil española le recuerdan a lo que está leyendo estos días sobre
Ucrania, pero plantea una incógnita para sus compañeros del futuro: “No
sé qué harán los historiadores con las comunicaciones de los soldados de
la guerra de Ucrania, que se comunican por Whatsapp...” .
Fuente → eldiario.es
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