Ez, Eskerrik asko. La ventana de Gladys
Ez, Eskerrik asko. La ventana de Gladys
Angelo Nero
El documental muestra la incipiente lucha ecologista en un estado que tenía muy poco de democrático y mantenía las estructuras de la represión intactas para apagar cualquier contestación social, fuera esta una protesta laboral o una movilización antinuclea

A finales de los años sesenta se fundó el Comité Don’t Make a Wavek, en Vancouver, Canadá , con el objetivo detener las pruebas nucleares en la Reserva Natural Nacional Amchitka, en las Islas Aleutianas de Alaska, que dio lugar al movimiento ecologista Greenpeace. Durante toda la década de los setenta el movimiento antinuclear empieza a crecer en Francia, y, sobretodo, en Alemania, que se intensifica a partir del accidente de la central nuclear de Three Mile Island, en Harrisburg, EEUU.

En el estado español la oposición a las centrales nucleares fue especialmente activo a principios de los ochenta, especialmente en Euskal Herria, donde estaban proyectadas cuatro centrales nucleares. “Ez, Eskerrik asko. La ventana de Gladys” es un documental estrenado en 2019, dirigido por Bertha Gaztelumendi, con guión de Sabino Ormazabal que recoge esas luchas del movimiento antinuclear, a partir del asesinato de Gladys del Estal, una joven militante ecologista que perdió la vida a manos de un guardia civil, mientras participaba en una pacifica manifestación antinuclear en Tudela, un 3 de junio de 1979. Sabino Ormazabal, guionista del documental, fue uno de los pioneros en los movimientos antinucleares, ecologista y antimilitaristas en Euskadi, siempre desde la no violencia y generando espacios de desobediencia civil.

El documental Bertha Gaztelumendi narra los inicios del movimiento antinuclear vasco, a través de la vida y muerte de Gladys del Estal, nacida en Caracas en el seno de una familia vasca que se había refugiado en Venezuela tras la guerra civil. Su padre, Enrique del Estal Añorga, había combatido en el batallón Meabe de las Juventudes Socialistas Unificadas, integrado en el Euzko Gudarostea. La familia regresó a Euskadi en 1960, cuando Gladys tenía cuatro años, fijando su residencia en Donostia. Muy tempranamente se manifestaron las inquietudes ecologistas de Gladys y militó en los Comités Antinucleares de Euskadi y en el grupo ecologista de Egia, el barrio donostiarra donde vivía. En el momento de su asesinato compaginaba sus estudios de Químicas con su trabajo como programadora de informática en una pequeña empresa.

Aquel fatídico 3 de junio de 1979, en una Jornada Internacional contra la Energía, reivindicativa, pero también festiva y pacífica, que se estaba celebrando en Tudela, contra el Plan Energético Nacional, y asimismo de carácter antimilitarista, ya que se protestaba contra el Poligono de Tiro de las Bardenas, muy próximo a esa población navarra, y tras una violenta carga de la policía armada, Gladys, junto con otros compañeros y compañeras, inició una sentada de protesta, y uno de los guardias civiles que habían acudido para reprimir la concentración, José Martínez Salas, le disparó con su subfusil a la joven, que murió en el acto.

El guardia civil que asesino a Gladys fue condenado a 18 meses de prisión, en 1981, como autor de “autor responsable de un delito de imprudencia temeraria, con resultado de muerte”, pero no llegó a ingresar en prisión, y solo dos meses y medio después de salir la sentencia fue condecorado con la Cruz del Mérito de la Guardia Civil, por el gobierno de Calvo Sotelo. En 1992 también fue condecorado con la Cruz del Mérito Militar por el gobierno socialista de Felipe González.

El documental muestra también la incipiente lucha ecologista en un estado que tenía muy poco de democrático y mantenía las estructuras de la represión intactas para apagar cualquier contestación social, fuera esta una protesta laboral o una movilización antinuclear, utilizando toda la maquinaria franquista para impedir la libertad de manifestación, expresión o asociación. En Euskalherria habían programado cuatro centrales nucleares, Deva, Tudela, Ispaster, Lemoniz, y cada uno de estos proyectos generó un ciclo de luchas populares que comenzaron en la década de los setenta, en plena dictadura, y se alargaron hasta mediado de los ochenta, cuando se consiguió el cierre de Lemoniz.

Paralelamente al desarrollo de las organizaciones que apostaban por la desobediencia civil y por la no violencia, en los años setenta nacen grupos de oposición armada al régimen, con la que también se confluyen en objetivos como la oposición a las centrales nucleares, de hecho no son pocos los que atribuyen a la organización armada ETA parte del mérito de la paralización de Lemoniz, debido a sus continuos atentados a la central en construcción, y a la muerte de dos de sus ingenieros jefes.

En el relato sobre la violencia política se tiende a invisibilizar la violencia del estado, que para según que sectores es legítima, ese monopolio que definió Max Weber y que especialmente durante la Transición, dejó cientos de víctimas a lo largo de todo el estado, especialmente en Euskalherria, como Gladys del Estal, para las que no hubo justicia. Un estado que sigue sin reconocer a Gladys del Estal como víctima, mientras sigue manteniendo las condecoraciones a su asesino. Cuando desde los colectivos memorialistas se pide Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de No Repetición, cuando se invoca el derecho a abrir las fosas para recuperar los restos de las víctimas del franquismo, cuando se habla de anular las condenas, a menudo nos dicen: ya han pasado ochenta años, no hay que reabrir heridas. Pero nos encontramos con el mismo discurso con las víctimas de la Transición, como Gladys.

El debate antinuclear sigue abierto, en un momento, además, de una fuerte crisis energética en Europa, “el presidente del instituto económico alemán Ifo, Clements Fuest, abogó por posponer la desconexión de las tres últimas centrales nucleares que siguen todavía en funcionamiento en Alemania”, mientras en Francia, el presidente Macron aboga por “la construcción de nuevos reactores de última generación y dar marcha atrás en el desmantelamiento previsto de los reactores con más años”. Tal vez sea este el momento de reactivar el movimiento antinuclear, para que Gladys, desde su ventana, sonría, como ese sol que desde los coches de los ochenta nos gritaba: Nuklearrik? ez eskerrik asko?



Fuente → nuevarevolucion.es

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