Desenterrando la memoria del campo de concentración de Albatera
Desenterrando la memoria del campo de concentración de Albatera
Miguel Ángel Valero

 

Un equipo de arqueólogos inició el pasado mes de octubre la campaña de investigación de uno de los principales centros de detención de presos de la Guerra Civil

Unos 200 metros antes de llegar desde el norte a la estación de San Isidro-Albatera-Catral (Baix Segura), quien mire por la ventana izquierda del tren podrá ver palmeras diseminadas en estos campos de cultivo, algunos eriales, otros con plantaciones de granada. En cambio, si mira por la ventana derecha del tren lo que se ve es el municipio de San Isidro, un pueblo joven, levantado en los años cincuenta por el Instituto Nacional de Colonización, el organismo franquista encargado desde la posguerra de reorganizar la propiedad de la tierra y sus rendimientos para el régimen. Una tierra que prácticamente una década antes del nacimiento de este pueblo acogió una de las instalaciones más crueles de la Guerra Civil: el campo de concentración de Albatera, construido en 1936 por el Gobierno de la República como centro de detención y transformado a partir de 1939, tras la victoria del bando golpista, en campo de concentración y preludio del fusilamiento de miles de prisioneros de izquierdas.

Sobre las circunstancias de estos reclusos existe poca información: un par de testigos escritos y alguno oral de los pocos supervivientes de ese centro del horror. Testimonios que se han encargado de recopilar el arqueólogo e historiador de Asp (Vinalopó Mitjà) Felipe Mejías, quien al frente de un equipo de arqueólogos comenzó el pasado 18 de octubre la tercera campaña de prospecciones para recuperar las restos del campo de concentración y poner luz sobre uno de los lugares más oscuros de la etapa más oscura de la historia contemporánea de la Comunidad Valenciana.

En las dos primeras campañas que tuvieron lugar sobre las mismas fechas de 2020 y 2021, los arqueólogos se dedicaron a estudiar el terreno y, mediante retroexcavadoras y detectores de metales, delimitar el espacio que ocuparon los diferentes barracones que albergaron los reclusos del campo de concentración, así como las dimensiones y ubicación de ese terreno. Para delimitar el área del campo, Mejías admite que la fotografía tomada en el conocido como «vuelo americano», un registro cartográfico de toda la península realizado en 1957 por el ejército estadounidense, ha sido un «mapa del tesoro » para los arqueólogos, puesto que en esas imágenes todavía se podían apreciar los contornos del recinto de 140.000 metros cuadrados que años antes fue el campo de concentración.

Objetos encontrados

Otra de las finalidades de la primera campaña de prospección fue el intento de encontrar la ubicación de una fosa común con represaliados de la etapa franquista del campo, trabajo que fue realizado siguiendo las indicaciones de algunos testigos orales que señalaban zonas en las que habían aparecido restos humanos. Esa primera campaña concluyó sin que aparecieran pistas sobre aquellos entierros, por lo que, durante la segunda campaña de investigación y en esta tercera, los arqueólogos se centraron en rastrear toda la zona para recoger todos los objetos que puedan proporcionar información sobre esa etapa.

Hasta ahora se han recogido 2.500 objetos entre fragmentos de escudillas y otros utensilios de cerámica y metal, de los que alrededor de 400 son objetos significativos como balas de Mauser, el fusil utilizado por el ejército franquista; insignias de sindicatos como UGT, pertenecientes a los prisioneros, así como monedas y otros objetos como tapones de moda que, según Mejías, «todo apunta a que eran para el tratamiento tópico de la sarna», dolencia que, según explica el arqueólogo, «estaba extendida» entre los presos del campo de concentración, tal y como se recoge en algunas cartas enviadas por reclusos a sus familiares y que se han podido recuperar gracias a la colaboración tanto de particulares como de instituciones.

Divulgación del espacio

En este sentido, Mejías destaca que, además de la labor investigadora, también están comprometidos con la divulgación, y no sólo a nivel académico. Para el arqueólogo, el hecho de que puedan realizar su trabajo gracias a las subvenciones concedidas por instituciones como la Consejería de Memoria Democrática, el Ministerio español de Presidencia o la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) les obliga a «revertir , de algún modo, el esfuerzo que se hace» con los impuestos a través de la divulgación de sus hallazgos. Es por eso que tanto él como su equipo reciben siempre con agrado la visita de periodistas, de alumnos e incluso de cineastas interesados ​​en este espacio de la memoria, compartiendo el resultado de sus investigaciones en un «esfuerzo activo para que todo ese trabajo tenga repercusión», apunta Mejías.

En cambio, según explica el arqueólogo, de momento sólo se han prospectado aproximadamente la mitad de la superficie del campo, y los trabajos deben continuar. Para ello necesitan que los organismos públicos sigan invirtiendo en la concesión de una subvención del Ministerio de Presidencia a través de la FEMP para prospectar, en junio de 2023, uno de los terrenos integrados en el campo de concentración; y de otra línea de subvenciones de la Conselleria de Calidad Democrática para desarrollar la cuarta campaña de prospecciones en octubre de 2023. De hecho, el arqueólogo espera que la Generalitat pueda culminar pronto la compra de terrenos con el fin de instituir el enclave como Lugar de Memoria y musealizar el entorno para que nunca se olvide lo ocurrido hace ochenta años en estos terrenos, que hoy son campos de granadas. 



Fuente → diarilaveu

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