“Nos llamaban terroristas porque nos atrevimos a encararnos a las fuerzas represivas”

“Nos llamaban terroristas porque nos atrevimos a encararnos a las fuerzas represivas” / Ritama Muñoz-Rojas 


Hace pocos meses, Bernardo Fuster (Valencia, 1951) ha vuelto a ponerse los zapatos de Pedro Faura, su alter ego, el cantautor que, en los primeros años 70 y por encargo del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), recorría Europa dando conciertos para llamar la atención sobre la realidad política y social que se vivía en España. “¿Conociste a Pedro Faura?”, le preguntaron alguna vez a su regreso del exilio y ya recuperada su verdadera identidad. Y él no lo contaba. En aquel tiempo, mediados de los 70, Bernardo Fuster era parte de la compañía teatral Tábano; luego llegaría Suburbano, la famosa banda de rock de la que salieron canciones como La Puerta de Alcalá. En determinados círculos, los de la cultura, Bernardo Fuster era una persona conocida; pero su historia y su compromiso político con una banda considerada como terrorista no los conocía casi nadie, y él tampoco lo contaba. Una vida, la suya, medio secreta para casi todos, como también resultó ser la de su padre, que era alemán y nunca habló con su hijo de su pasado nazi. Por eso resulta tan bonito el nombre del disco que Fuster ha sacado hace unos meses, volviendo a Pedro Faura: Que el tiempo no borre. Un título que tiene mucho que ver con nuestra memoria, la que hay que recuperar, y que es lo que ocupa ahora buena parte de su trabajo. Por ejemplo, sacar a la luz en un documental la desconocida historia de La cámara de la cárcel de Carabanchel, que cuenta cómo se las ingeniaron unos presos del FRAP para introducir una cámara en esa prisión durante los años duros de la represión, y las fotos que hicieron.

¿Cómo y por qué empieza su compromiso político?

Hay dos líneas que influyeron mucho. Por un lado, la línea que podemos llamar cultural o musical; desde pequeño estuve siempre muy ligado a la música. Y por otro lado, la línea más política. Yo empecé a los 15 o 16 años en el Instituto Sorolla, de Valencia: allí teníamos una especie de grupito medio anarquista que se llamaba Bandera Negra. Aunque era casi como jugar a ser anarquistas, es verdad que poco a poco te vas concienciando. Por el lado musical a mí me gustaba mucho tocar la guitarra, y tuve contacto con Paco Ibáñez porque lo llevamos a cantar a nuestro pueblo; cuando Paco Ibáñez prácticamente no podía cantar en España se nos ocurrió la locura de escribirle a París y preguntarle que si vendría a cantar a nuestro pueblo, un pueblo pequeño de la provincia de Valencia que se llama Ayora; y nos contestó que sí, que venía. El caso es que vino desde París, cantó, y estuvimos hablando con él.

Se nos ocurrió la locura de escribir a Paco Ibáñez y preguntarle si vendría a cantar a nuestro pueblo

Luego fui evolucionando, porque en aquella época entrabas en la militancia por lo que se llamaba la suerte de los encuentros. Yo tenía un amigo de las Juventudes Comunistas que me dijo que me integrara en su grupo y me convenció enseguida. No me costó nada saltar del anarquismo al comunismo porque no tenía ni idea teórica de ninguna de las dos; vamos, que mi formación intelectual y la de todos en ese momento era muy baja; simplemente éramos tipos que queríamos enfrentarnos a aquello, que nos enterábamos de lo de Ruano [el asesinato de un militante antifranquista bajo custodia policial] y estábamos en contra del régimen.

¿Cuál era la manera de enterarse de lo que pasaba? Me refiero a lo que tenía que ver con la oposición al franquismo; la prensa no informaba sobre eso.

Siempre llegaba alguien que traía información. Escuchábamos la BBC, Radio Pirenaica, Radio Tirana. En el instituto había un cura progre, creo que era del Partido Comunista, que también nos contaba cosas. En las misas de ese cura se cantaban canciones de Paco Ibáñez, Labordeta, Raimon.

¿Cómo fue su incorporación al FRAP?

Estuve un tiempo en las Juventudes Comunistas, pero aquello se me quedaba muy corto. En ese momento se formaron en Valencia una cosa que se llamaba Comités Antiimperialistas, y que luego se integraron en los Comités Pro-FRAP, todavía no existía el FRAP, que se crea un poco después, en París, en casa de Arthur Miller. Entré en el FRAP, y ahí la cosa empezó a gustarme más, porque la acción era mucho más directa, empezamos a enfrentarnos con la policía. La primera acción importante en la que estuve, todavía como aprendiz porque acababa de entrar, fue el derribo de la estatua de José Antonio en Valencia, en el 72, en la época dura de Franco. Mi misión era cruzar unos coches, cada uno tenía la suya, y se derribó la estatua de José Antonio. Aquello tuvo mucha repercusión; era una acción muy osada. Esa vez oí por primera vez disparos de la policía. Y a partir de ahí, me integro del todo en acciones del FRAP: ataques a bancos, participamos en la quema de la SEAT de Valencia cuando en Barcelona la policía mató a tres obreros de CC.OO.; seguíamos una política de autodefensa, porque se trataba de defenderse del terrorismo de la dictadura: así era como nos lo plateábamos, ellos tenían unos cuerpos armados terroristas y teníamos que defendernos. Ese fue mi proceso inicial.

Eso entrañaba un peligro real para todos los que como usted estaban en esa lucha. ¿Cómo se protegían?

Las medidas de seguridad eran muy fuertes, aun así, siempre había grietas por las que la policía se colaba y por eso se producían las detenciones. Visto desde ahora, era fácil infiltrarse. De hecho, yo conocí a un infiltrado que llegó a estar bastante alto en el FRAP. Lo sé porque cuando detuvieron a un compañero, lo vieron en la comisaría con la policía. En las acciones era el más osado, el que se atrevía hacer cosas que nadie se atrevía. ¡Claro, era policía! Para las medidas de seguridad, en las células teníamos lo que se llamaban las citas de seguridad. Consistían en acordar un lugar determinado, en el que ciertos días a una hora que también se concretaba, estaba el responsable de la célula y pasábamos por ahí. Era el único momento en que podíamos contactar con él, y él veía que no había caído nadie; cuando alguno de nosotros llevaba dos días sin aparecer por la cita, situación de alarma. Acudías a esas citas, aunque estuvieras enfermo.

Comunicarse por teléfono, impensable, claro.

Jamás, nunca nos comunicábamos por teléfono. Además, teníamos todos nombres falsos. Yo solo conocía a los cuatro o cinco de mi célula, y de ellos, uno era el responsable, que pertenecía al eslabón superior. En una detención, yo solo podría cantar sobre cuatro personas de las que no sabía el nombre. En otros sectores, como la universidad, era distinto, porque la gente se conocía.

Cuando te ponían una cita con alguien que no conocías había una serie de contraseñas, teníamos trucos para esquivar a nuestros perseguidores

Las citas estaban muy controladas. Cuando te ponían una cita con alguien que no conocías había una serie de contraseñas, por ejemplo, te decían que fueras a una plaza en la que tenías que ver a un tipo con un periódico determinado, y había una pregunta que estaba ya concretada, por ejemplo: “¿Dónde está la exposición de Picasso?”; “en la Gran Vía”; entonces ya sabías que era la persona. También había métodos para protegerte si te seguían: por ejemplo, pararte en un escaparate y comprobar si había alguien que se comportaba de manera rara detrás de ti; si alguien se repetía mucho, te metías en el metro y salías rápidamente cuando sonaba el pitido para cerrar las puertas; al que te seguía no le daba tiempo; había trucos. De todas formas, cuando te seguían tenías que informar a la organización para tomar medidas porque ya estabas tocado. Yo estuve fichado, ¡claro! Pero nunca me detuvieron.

Bernardo Fuster, en la época en la que cantaba como Pedro Faura. / Cedida.

¿Cómo conseguían el material para esas acciones?

La gasolina era fácil de obtener, bastaba que tuvieras una moto. El ácido sulfúrico era mucho más complicado. Generalmente se podía conseguir en universidades, en la facultad de química, y con una botella era suficiente para muchos cócteles molotov. Era mucho más complicado lo que tenía que ver con las imprentas, conseguir los clichés, la tinta, los folios, eso sí que era complicado porque estaba todo controlado. En esos años, yo puse una imprenta clandestina en Valencia.

Vemos que hasta ahora su actividad se desarrolla en Valencia. ¿Por qué el traslado a Madrid?

Me voy de Valencia cuando cae la imprenta que yo dirigía: era la imprenta en la que se elaboraba la propaganda que luego tirábamos en barrios, en universidades. Era un piso que se había alquilado con documentación falsa, en el que teníamos dos multicopistas en unas habitaciones totalmente aisladas con colchones para que no se oyese el ruido, aunque se oía siempre, pero bueno. Ahí se elaboraba una propaganda que luego se pasaba a un contacto, y ya se distribuía como fuese. ¿Cómo se compraba la tinta? Pues con una documentación falsa, y los que trabajábamos ahí teníamos tres o cuatro personas de apoyo que para determinadas compras les dabas un carnet falso, porque te lo pedían. Si tú ibas a comprar tinta para una multicopista, tenías que dar el DNI, y este era falso. En aquella época era muy fácil de falsificar.

¿Cómo cayó la imprenta?

No lo sé, eso nunca se sabía. Probablemente porque había un confidente. Un día llegó la policía, se llevó a las personas que estaban trabajando allí, dos o tres. Yo llegué más tarde, en mi vespino, y me llamó la atención que delante de la puerta había unos obreros con un mono azul, que parecía que estaban intentando abrir una zanja, pero que no la abrían, no se sabía bien qué estaban haciendo. Y pensé, qué raro es esto. En aquella época tenías un sexto sentido que te obligaba a estar siempre atento. Así que decidí pasar de largo. Y efectivamente, estaban esperándome. Así que me fui, y ya no volví a Valencia.

Teníamos dos multicopistas en unas habitaciones totalmente aisladas con colchones para que no se oyese el ruido

Y llega a Madrid.

Sí, pero primero fui a Zaragoza. Desde la organización me dijeron que me fuese a Asturias, pero me fallaron las citas; y vine a Madrid. Entonces ya mi vida era clandestina absoluta y estaba liberado, evidentemente, porque yo no podía hacer ni trabajar en nada.

Se ha referido a las casas de apoyo y a personas, como usted, liberadas [los liberados o liberadas eran las personas que trabajaban para una organización, la que fuera, y se les pagaba por ello]. ¿De dónde procedían los fondos para afrontar los gastos de la organización?

Había gente que tenía dinero y lo ponía. Gente, cómo decirlo, gente con mucha pasta, de izquierdas, que ayudaban. Incluso artistas famosos, de izquierdas, dieron dinero y bastante; eso se ha sabido luego. Y luego otra parte de los fondos llegaban a través de la organización y no sabías cómo. Yo sé que se hizo algún atraco a bancos.

Otra parte de los fondos llegaban a través de la organización y no sabías cómo. Yo sé que se hizo algún atraco a bancos

¿Había contactos con grupos de fuera de España?

Sí, claro. Cuando me fui, primero a Francia y luego a Alemania, estaba en contacto con todos. Toda la izquierda europea tenía totalmente mitificada la lucha antifranquista. Tenías apoyos por todos lados.

Estando en Madrid, se traslada a Francia. ¿Por qué?

En Valencia, en el 72, ya había grabado varias cintas de caset que se vendían como apoyo a huelgas o al movimiento, asociaciones de vecinos. Se vendían clandestinamente, claro. Algunas de esas cintas llegaron a la dirección del FRAP, y se enteraron de que el que las había grabado era un miembro de su organización. Entonces un día me citan para decirme si estaría dispuesto a salir al extranjero, de alguna manera, a exiliarme, porque aquí ya estaba buscado y tenía que vivir de forma clandestina. Entonces, me fui de España y me convertí en un cantante de agitación y propaganda antifranquista; participaba en mítines y en todo tipo de actos para apoyar y difundir la lucha contra el franquismo.

¿Quiere decir que le ofrecen difundir la lucha contra el franquismo fuera de España a través de la música?

Efectivamente, creo que soy la única persona que ha entrado en la música por una directriz política. Desde luego siempre me gustó la música y siempre toqué y me dediqué a ella. Ellos entendieron la música como una herramienta que aglutinaba y servía para unir y animar a las personas que estaban en contra del régimen. Ellos [el FRAP] lo entendieron así, lo montaron bien y estuve casi dos años actuando por toda Europa. En Francia grabé dos discos. Te llamaban para un mitin en Portugal, en Suecia, en Noruega, en Italia; todo el día apoyando actos de la lucha antifranquista con mis canciones.

¿Por qué vuelve a España?

Se produce una escisión fuerte en el FRAP por la línea que había que seguir; yo no estuve en absoluto de acuerdo y estoy dentro de esa escisión. Ya ha muerto Franco y se están dando pasaportes para poder volver. Se da una primera amnistía, a la que me podía acoger, porque estaba dirigida a personas que habían participado en la lucha antifranquista, pero que no tenían delitos mayores. Pensé que me podía acoger a esa amnistía para regresar a España, y decidí volver.

Durante esos primeros tiempos de la Transición, la policía y las bandas fascistas trabajaban juntas

Cuando regresa, ¿se siente seguro, en el sentido de que ya no le pueden detener?

Detenerte siempre podían hacerlo; porque durante esos primeros tiempos de la Transición, la policía y las bandas fascistas trabajaban juntas, a muchos niveles eran los mismos, y sabían quién era quién. Mira lo que hicieron en el despacho de abogados de Atocha. Ibas siempre con miedo y con precaución. Por suerte, enseguida empecé a trabajar en un grupo de teatro que se llamaba Tábano; y en Tábano conocí a Luis Mendo, y montamos Suburbano. Volví en el 76, y Suburbano se creó en el 80; hubo cuatro años que estuve buscándome la vida como podía.

Bernardo Fuster, en la época en la que cantaba como Pedro Faura. / Cedida.

La cosa es que usted entra y forma parte de uno de los grupos de rock más potentes de esa época (Suburbano), pero nunca se le relacionó con ese pasado de lucha antifranquista y con ser miembro del FRAP.

Claro, porque durante un tiempo yo no contaba nada; estaba trabajando en Tábano, estaba trabajando con Aute, estaba en Suburbano. Era el momento más duro de la Transición. Pensé que contar mi pasado era exponerme demasiado y también podía perjudicar a mis compañeros. Y esa parte, no la conté. Tardé mucho en contarla hasta que un día, un periodista que andaba trabajando sobre la canción política de autor para una exposición en la Biblioteca Nacional, Fernando Lucini, sacó los discos que había grabado en Europa. Él fue quien hizo público que yo era Pedro Faura. Alguna vez me habían preguntado: “Tú que has vivido en París, ¿no has conocido a Pedro Faura?” Nunca contesté que era yo. Pero hubo un momento en que decidí contarlo.

¿Cómo era la vida en el exilio? ¿Se relacionó con otros exiliados?

Claro, ahí estábamos todos juntos. Ibas a tocar con gente que era de otras organizaciones. Yo era muy amigo de Imanol, el cantante vasco que por entonces era de ETA VI; conocí a José Bergamín, a gente de la Nueve, a gente del maqui; gente por la que sentía una gran admiración y con los que la relación era de tú a tú, porque estábamos todos en lo mismo, y las diferencias políticas se notaban poco. En el exilio podías hablar abiertamente con todos. Y es que hay un problema grave que tenía la clandestinidad, que era el no poder relacionarte abiertamente con nadie, ni siquiera con la gente de tu partido, porque tú solo tenías relación con la gente de la célula y poco más, y las discusiones políticas eran muy escasas; no podías hablar abiertamente con una persona del PCE y llegar a acuerdos; era todo muy cerrado. Ese es uno de los problemas graves que trae la clandestinidad.

¿Cómo fue la vuelta a España?

La vuelta a España fue muy dura, porque cuando has estado seis años en una organización y lo has dado todo por ella, cuando tienes compañeros que han sido torturados, condenados a muchos años de cárcel, o incluso, fusilados, de pronto te das cuenta que ya no tienes ese soporte con el que has vivido durante años; ya no tienes a tu lado la organización, el soporte ideológico. Entonces sientes un gran vacío, una situación de desamparo; es algo parecido a lo que le pasa al que siempre ha creído en dios y de pronto se da cuenta de que es todo mentira. Eso pasa también con la política.

Y cuando llega esa escisión en el FRAP, usted abandona.

Sí, me voy, y no vuelvo a tener contacto con ningún compañero de mi época del FRAP hasta muchos años después. Además, Pedro Faura, por decisión propia, estaba enterrado y lo ha estado hasta hace apenas dos años, en que he visto que volvemos otra vez a todo el facherío franquista que actúa sin complejos con la extrema derecha en el Parlamento; por eso decidí que había que resucitar a Pedro Faura, recuperar alguna de esas canciones políticas que forman parte de la Memoria Histórica; porque a través de la música, de una canción, puedes identificar muy bien un hecho histórico. La música refleja muy bien el estado anímico, la emoción y el compromiso que se da en un determinado momento. Además, ahora la canción de autor se mueve mayoritariamente dentro de una línea blanca, bastante poco comprometida. Hay que recuperar la memoria, la resistencia y el compromiso, también con la música.

Faura ha estado enterrado hasta hace dos años, en que he visto que volvemos al facherío franquista que actúa sin complejos con la extrema derecha en el Parlamento

Para terminar, su relación con su padre, sus ideas y cómo de pronto llegan a su vida. Aquello debió ser traumático.

Bueno, tampoco fue tan traumático. Yo sabía que mi padre siempre había sido nazi. Era alemán y como muchos alemanes de aquella época, había participado en el movimiento nazi. Lo que me sorprendió fue enterarme de que había sido un funcionario de la Embajada [alemana] al que nombraron jefe de las juventudes hitlerianas, y que, tras la derrota alemana, se quedó aquí, protegido por Franco durante más de un año y con una documentación falsa. Es curioso, pero tanto él como yo, en distintos tiempos, tuvimos que vivir con nombre falso, aunque en trincheras opuestas.

¿Nunca hablaron de política?

No, nunca.

Él conocería sus ideas, supongo.

Por supuesto. Si no las conocía al detalle, se las podía imaginar, sobre todo después de mi huida de Valencia. Es más, estoy seguro de que cuando yo estaba buscado por la policía, él llegó a protegerme. Porque yo, en aquella época, tenía documentación alemana por ser hijo de alemán; la documentación alemana me protegía, porque si te cogían o te torturaban se les complicaba al ser yo súbdito de otro país. Por eso decidí seguir como alemán. Pero tuve que renovar mi documentación alemana en un momento en el que yo estaba perseguido, y eso suponía un problema de seguridad para mí. Mi padre me renovó los papeles para evitar que yo fuera a la embajada. No recuerdo qué le dije para que lo hiciera sin contarle la verdad, pero el caso es que lo hizo.

La relación con su padre, ¿era buena?

Al principio, cuando yo estaba en España clandestino, no había casi relación, porque, claro, yo no podía contarle lo que hacía. La situación de mi casa era la del ochenta por ciento de las familias que tenían un padre de derechas. Luego, cuando volví del exilio, me llamó mucho la atención que él nunca me echó en cara mi actividad política. Nunca me preguntó nada sobre mi actividad, como si no hubiera existido ese tiempo. También es cierto que yo tampoco conocía la suya. Sabía que trabajó en la embajada alemana; yo pensaba que era profesor de música en colegios alemanes que, lógicamente, estaban vinculados a las juventudes hitlerianas. Yo iba muy poco por el pueblo, pero cuando iba, era una relación normal. Cuando me enteré de que estuvo protegido por Franco, escondido con otra identidad porque lo reclamaron los aliados, él ya había muerto. Porque si no, por supuesto, le hubiera preguntado. Me hubiera gustado mucho conocer cómo fue esa red que se montó aquí, en España, para proteger a los nazis, cómo se les daba la documentación… La verdad es que conocer todo ese tema me daba mucho morbo. Lo hablé en varias ocasiones con Almudena Grandes como documentación para el libro del Doctor García, y en algún momento me cita.

Esto que me pasó a mí, que es muy llamativo visto ahora, un padre nazi y un hijo que sale muy de izquierda, se daba mucho

Por eso usted va tirando del hilo, y se va enterando de cómo se movían los nazis en España durante el franquismo.

Claro, como no me lo pudo contar, lo investigué. Y sé que se creó aquí una red, con una señora que se llamaba Clara Stauffer, que era la secretaría de Pilar Primo de Rivera, una red para apoyar a los nazis, a los que se proporcionaba una documentación falsa. En aquella época, 1945 o 1946, no existía el carnet de identidad que ahora tenemos todos, y lo que se les daba era un carnet de Falange. Esta señora era familia de los Mahou; su padre era un alto mando que dirigía la fábrica de cervezas y su madre era la dueña de Loewe.

Esto que me pasó a mí, que es muy llamativo visto ahora, un padre nazi y un hijo que sale muy de izquierda, se daba mucho. La relación con él, cuando yo ya no estaba tan directamente relacionado con el FRAP y ya no era un “terrorista”, no era especialmente estrecha, pero no había enfrentamientos entre nosotros.

Ha dicho “cuando yo ya no era un terrorista”. ¿Cree que usted fue un terrorista?

Así es como nos llamaba la dictadura. Pero los terroristas eran ellos. Recuerdo que en el pueblo, la gente tenía miedo cuando se cruzaba con “la pareja”, que es como se llamaba a la Guardia Civil. La policía torturaba, los jueces condenaban a largas penas de cárcel, el Estado era un Estado dictatorial, mantenido con la represión y el miedo. Nosotros estábamos en grupos de autodefensa contra su terrorismo. Pero es verdad que, en esa época, los terroristas en España éramos los anarquistas, los del FRAP y los de la ETA; porque hasta la muerte del tirano, fuimos los que nos atrevimos a encararnos con las fuerzas represivas. Y pagamos por ello.


Fuente → ctxt.es

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