Laicismo y republicanismo
Laicismo y republicanismo
Juan Ortiz

 

La Democracia se construye en el marco de un Estado Laico, pero también esa misma Democracia tiene que construirse en el marco de un Estado republicano. ¿En qué punto de la democracia estamos? Mi planteamiento es que no hay democracia real, sino formal:

La Transición fue un proceso tras el que el franquismo se lavó la cara, se recicló para poder entrar en la OTAN y en la Unión Europea. La Constitución del 78 no fue fruto de un proceso constituyente que necesariamente hubiera llevado a la ruptura con la dictadura, sino una carta otorgada con el beneplácito de las potencias imperialistas occidentales. De hecho, los partidos republicanos no pudieron concurrir a elecciones durante este período.

Pasados los años, de nuevo, la izquierda en el Estado español mostró su debilidad ideológica y su renuncia política, cuando acepta una ley para la abdicación exprés de Juan Carlos I en Felipe VI con el apoyo de Pedro Sánchez y el silencio cómplice de IU y Podemos. La conclusión se impone: a diferencia de 1931, en los actuales momentos no existe una izquierda en las instituiones del Estado que defienda la República como modelo de Estado para este país, precisamente porque la República es el símbolo de la ruptura con el franquismo, de la superación de aquella renuncia que en 1978 nos llevó a la democracia limitada y formal actual.

Entre las miserias de aquella renuncia, no es la menor el mantenimiento del poder de una confesión religiosa, la Iglesia Católica, que influye decisivamente en la actividad del Estado. Por eso, aún no se han derogado los concordatos entre el Estado y la Santa Sede y la impunidad de franquismo y su confesión oficial siguen campando a sus anchas por este país.

Por otro lado, las leyes menores siempre están por encima de la “Ley Suprema”, la Constitución, que no es más que papel mojado en todo lo que atañe a los derechos sociales y políticos de los ciudadanos. Por eso, la República es condición necesaria para construir un Estado Laico, pero no suficiente; por cuanto la República Española no es en sí misma, como digo, sino la expresión de la ruptura con un modelo de Estado que mantiene en pie las premisas básicas del franquismo.

Laicismo y republicanismo son dos conceptos que van unidos ya que la República es el imperio de la Ley, una Ley elaborada de forma autónoma por la sociedad; y laicismo, es, por su parte. el imperio de la autonomía moral y la libertad de conciencia de los seres humanos. Laicismo y Republicanismo encuentran, por tanto, un punto en común en la libertad de los seres humanos frente a una moral que depende de agentes externos a los ciudadanos. Esta autonomía moral fue expuesta ya por Kant en su defensa de la Ilustración como la era de la mayoría de edad de los hombres y las mujeres. 

Por tanto, las leyes del Estado republicano, las leyes elaboradas por los ciudadanos de la República atendiendo a la libertad de conciencia, a la igualdad y al bien común, es decir atendiendo a la ciencia, a la razón, al conocimiento, a lo universal, son las únicas que pueden garantizar que el estado sea laico y que exista a lo largo del tiempo una separación real entre el poder civil y el poder religioso; teniendo siempre en cuanta que el poder civil, el universal, el de todos, está por encima del religioso (por muy mayoritaria que sea una comunidad religiosa determinada en un Estado). Otro punto de encuentro entre republicanismo y laicismo es el respeto de ambos por el espacio común, espacio de convivencia de todos los ciudadanos frente a los postulados del neoliberalismo y la monarquía. Republicanismo y laicismo, tal como los entendemos hoy día, hunden sus raíces en la Ilustración.

En la época de la burguesía revolucionaria, Kant recupera la expresión de Horacio: “sapere aude”, que significa: “atrévete a saber”, piensa por ti mismo. La autonomía moral, la mayoría de edad de la humanidad. Por tanto, el hombre es mayor de edad para elaborar sus leyes, las leyes del hombre y del ciudadano y no depender ni del rey ni de un hipotético dios. Durante la I República Francesa los revolucionarios redactaron la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, al mismo tiempo que Thomas Payne distribuye sus obras por Inglaterra, América y Francia: “Los Derechos del Hombre” y “La edad de la razón” defendiendo temas como la República y el laicismo. 

La monarquía siempre va unida al poder religioso impuesto por una burguesía y oligarquía dominante. La monarquía es también el instrumento de la autoridad religiosa para mantenerse en el poder. Así lo expresaba el escritor republicano Blasco Ibáñez en su novela La araña negra, donde la secta jesuita es un poder incluso superior al de la monarquía.

Sin embargo el principio formal de aconfesionalidad del Estado del artículo 16 de la Constitución monárquica del 78 no es garantía de un Estado laico. Es papel mojado como señala Europa Laica que denuncia, invocando el citado artículo, contínuos abusos confesionales de políticos o en espacios públicos por parte de funcionarios.

Recapitulando, el núcleo de laicismo y república es el mismo: la autonomía moral de los seres humanos libres para elaborar las leyes del Estado. La República es por tanto libertad para el autogobierno, soberanía nacional, poder que emana del pueblo y no del rey ni de un dios.

El laicismo es el principio de convivencia democrática que solo se puede constituir en república. Es necesario, por tanto, derogar la caduca Constitución del 78, que no fue fruto de un proceso constituyente, y dar paso a una nueva Constitución, la de la III República Popular y Federativa. El laicismo es el respeto a la individualidad de cada persona (sus creencias y convicciones) combinado con el respeto a lo común (la república como espacio común con sus leyes).

Por vez primera en la historia del constitucionalismo español se implantó un Estado laico con la II República a través de la Constitución de 1.931, estableciendo un proyecto de convivencia laicista, en cuanto a derechos cívicos y a una real separación del Estado de las religiones. Y ello en la línea que se venía desarrollando en diversas democracias contemporáneas a aquella joven república española.

No siempre democracia es el voto de la mayoría en un determinado espacio jurídico. Hay principios básicos como la dignidad humana, la libertad de conciencia, que no pueden someterse a votación de la mayoría. Si se lo hace, un grupo determinado, se estaría situando por encima de la Ley (Constitución) que han elaborado los ciudadanos de una república. Por ejemplo, se sitúa por encima de la Ley un consejo escolar que vota mantener símbolos religiosos en un determinado colegio público, que es espacio de todos.

En definitiva, el laicismo republicano es la libertad de conciencia junto a la defensa del bien común. Es un modelo de convivencia ciudadana. Laicismo y República van siempre unidos; no se pueden concebir el uno sin su expresión política y jurídica.


Fuente → pceml.info

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