La reflexion de un filósofo sobre Franco (y II)
La reflexion de un filósofo sobre Franco (y II)
Ángel Viñas

 

Dejemos de lado la guerra civil. Cualquier historiador militar dirá que en ella Franco aprendió sobre la marcha. Por ejemplo, a no perder el tiempo de charla con sus amigotes (como señaló en unos recuerdos no destinados a la publicación el embajador Serrat). O a manejar grandes unidades (porque durante año y pico los militares fascistas y nazis no entendían sus maniobras hasta que él, en su bondad, se lo explicó detenidamente: había que ir ”limpiando” la retaguardia. Añadiré que como luego hicieron los nazis en Polonia y la URSS especialmente)

Dueño y señor de los destinos de España el inmortal Caudillo se lanzó a la tarea de la represión cum recuperación. Aparece así el estratega económico, aunque lamentablemente el profesor Villacañas no parece haber leído ningún libro al respecto (desde protagonistas, por ejemplo, José Larraz a los escasos escritos de Franco se conservan en materia de economía como si la deseable para España hubiera sido una de tipo cuartelero, según la denominó Javier Tusell). Un estratega económico, cuyo genio hacendístico se sacó del magín algunas de las medidas más rocambolescas, sin base económica alguna, como el arbitrio llamado subsidio del combatiente, el arbitrio del plato único y del día sin postre.

Tampoco analiza nuestro autor la génesis de los lamentables resultados, ni la fundamentación filosófica del Estado franquista, caso de que su conducator tuviese en mente alguna idea doctrinal de lo que era un Estado. El profesor Villacañas se fía de economistas un tanto raritos y que en la actualidad hay que identificar con lupa. Y, en cuanto a los filósofos, llama la atención que no haya hecho la menor referencia a Johann Gottlieb Fichte, que inaugura la filosofía del idealismo alemán y representa el idealismo subjetivo o ético –una de sus tres corrientes principales. Al fin y al cabo es la que intenta introducir la razón en la historia, que es el ámbito de las acciones humanas, éticas y jurídicas, para ordenarla.

Decimos que nos llama la atención porque es precisamente Fichte el autor de El Estado comercial cerrado, un Estado ideal racional, ajustado a la forma totalitaria de organización económica, estructurado como un Estado autárquico, regido por un sistema económico desconectado con el comercio exterior, con una economía planificada defensora de los mecanismos destructivos del libre comercio.

La obra de Fichte contiene las dosis adecuadas de voluntad de poder e ingenuidad económica necesarias para plasmarse en las realidades económicas de los Estados totalitarios de la primera mitad del s. xx. En este sentido, Franco quería industrializar España (por eso dedicó, como han señalado Francisco Comín, Miguel Martorell, Jordi Maluquer de Motes y un montón de otros especialistas) una gran parte de los presupuestos del Estado a las fuerzas de seguridad, a exportar todo lo exportable al Tercer Reich y a depender, críticamente, de los suministros de las repelentes potencias anglosajonas.

Eso sí, el profesor Villacañas recurre a la historia del INI y a su dedicación a las industrias de la defensa para SALVAR A LA PATRIA, por si la atacaban, La historia de las relaciones exteriores, en el período 1939 a 1953, no es importante. Al final, los norteamericanos acudirán en su socorro, como han indicado (¡sorpresa, sorpresa!) algunas publicaciones del Banco de España, como si no hubiera otras.

Hace ya muchos años dirigí una historia de las relaciones económicas de España, bajo la inmarcesible guía de aquel superhombre que hasta hace poco algunos hablaban de elevar a los altares. Un pequeño tomo de 1.500 páginas basadas en EPRE pura y dura. El profesor Villacañas se guía, sin embargo, por Gramsci y su intuición. ¿Qué ocurre? Pues nada menos que Franco supo cómo sacar a la PATRIA (su patria, bien entendido) del atolladero al que la autarquía la había llevado. Que siguiera la reflexión del gran teórico italiano no está probado. Tampoco que su obra contará en las lecturas de mesa de noche del “Caudillo”.

Nos cuenta, eso sí, algo que está más que demostrado: lo de la autarquía, en realidad, fue una entelequia, porque en el fondo, a lo largo de los años cincuenta del pasado siglo, la economía fue regularizándose y gracias a los norteamericanos y a unos cuantos economistas (no olvida citar a Juan Sardá y a Enrique Fuentes Quintana, ¡bravo!) se abrieron las fronteras. Incluso lanza un cable salvavidas al almirante Luis Carrero Blanco, como ya intentó Tusell. Con Gramsci todo se arregla.

En realidad, a Carrero Blanco, como codirector de la política económica de la dictadura, no le salva ni su ángel de la guarda. Yo me siento un poco autorizado para subrayarlo porque en mis incursiones por los archivos de la Presidencia del Gobierno de la época me encontré con un plan completo, firmado por el señor almirante, para reforzar a toda marcha la producción industrial patria. Lo hizo a finales de 1957, es decir, cuando Franco supuestamente se disponía a seguir al pie de la letra la estrategia gramsciana, aconsejado por algunos ministros del Opus Dei (a quienes, posiblemente, los españoles deberíamos estar agradecidos por los siglos de los siglos).

En la biblioteca de la UCM el profesor Villacañas podrá encontrar los tomazos de Política comercial exterior en España (1931-1975) y en el segundo, a partir del capítulo VIII, un análisis que mezcla las dimensiones político-económica, la actuación gubernamental, papeles internos y los planes del todopoderoso ministro subsecretario de la Presidencia. El original se hallaba en el archivo de la presidencia del Gobierno, serie SG, caja 4, E 115/57. Si prefiere consultar una fotocopia del original, la encontrará en la colección de papeles que entregue hace años a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia.

Informo de esto porque es de esperar que no haya ocurrido al original lo que pasó con una conferencia secreta, dada por Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) a la nueva Comisión delegada del Gobierno para Asuntos económicos, meses antes pero en el mismo año 1957. En ella el simpar “Caudillo” ya exaltó las virtudes del guayule como forma de remediar la carencia de caucho que dificultaba los transportes de mercancías que unían a los hombres y tierras de España. ¿Estrategia? Si no ya autarquía, por lo menos de industrialización sustitutiva de las importaciones. Más presentable.

En el caso de que el profesor Villacañas no se hubiera enterado de las proclividades auténticas de Franco y de Carrero Blanco podría también ir al AGA en el que hallará, salvo que también haya desaparecido, la carta que el segundo envió a su colega y “amigo”, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella (olvidadas, por supuesto, sus reivindicaciones de España y su heroica cruz de hierro). Estaba en el legajo R-12028, Expediente 2, y la he utilizado en mis clases de máster. (No recuerdo ya si también la entregué a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia).

¿Su tenor? España, frente a tres tenebrosas Internacionales (la comunista, la socialista y la masónica) no podía bajar la guardia. Eran en lo espiritual ateas y en lo político albergaban la pretensión de “dominar el mundo”. Su objetivo común estribaba en “hacer desaparecer los regímenes que, como el nuestro (católico, antisocialista, anticomunista, anticapitalista y rabiosamente independiente) son impermeables a su acción de dominio”.

No sé si esto es lo que también sugirieron, mutatis mutandis, Maquiavelo y Gramsci y que hoy podría recitar, con algunas nuevas tonalidades, VOX.

Claro que los expertos podrían aducir que ello no se compadece con el señero ejemplo en la segunda mitad del siglo XX que dio la España de Franco aceptando un régimen de capitulaciones de cara a los EE.UU. Recuerda en algunos aspectos al del fenecido imperio otomano ante las grandes potencias. Ahí sí que se vio la sabiduría no maquiavélica pero sí, al menos, galaica del tan enaltecido “Caudillo”.

¿Y los orígenes de la “revolución pasiva”? Tampoco hay que volver a pensadores de la Italia renacentista y/o casi contemporánea. Hubo tres vectores detrás. El primero y más importante, la amenaza inmediata de la suspensión de pagos internacionales de España. El segundo, la pugna por parte de los sectores más abiertos al mundo en la Administración civil (no en la militar) por no perder el tren en el contexto de la recuperación de las economías europeas occidentales. El tercero, la falta absoluta de alternativas que no fuera una apertura vigilada, controlada y medida en el aspecto económico. Salvo, naturalmente, que la orgullosa España de Franco se hundiera en la ignominia internacional. No sabemos muy bien por qué el profesor Villacañas presenta la transformación de Francia, bajo De Gaulle, como una circunstancia adicional que contribuyó a que Franco llegase a aceptar el Plan de Estabilización (p. 216).

Pero fue una aceptación muy medida. El Plan de Estabilización y Liberalización de 1959, sobre el que se ha escrito largo y tendido, pero con respecto al cual el profesor Villacañas solo menciona un libro de pasada y un par de artículos de historiadores del Banco de España disponibles en la red, fue un éxito. La primera contribuyó a arrojar de la España rural a millones de emigrantes en el interior y también al exterior. En ambos casos ya se habían hecho algunas pruebas, incluso de puertas afuera. En este terreno, por ejemplo, con el Reino de Bélgica, en los términos establecidos en la convención bilateral de 1956 (ojo al año).

La liberalización se aplicó a las mercancías, a los servicios y a los capitales (en este caso, con reparos). Pero luego, a pesar de los obispos, presbíteros y religiosos del montón, se abrió la puerta de par en par a los turistas extranjeros. Salvo en este último caso (¡Benidorm!), con cautela en los anteriores.

El profesor Villacañas menciona, correctamente, el sector financiero. Hubiese debido leer algo más porque la liberalización de las importaciones fue casi flor de un día. Duró no más de ocho años. Los suficientes para que la economía se reequipase tras los señeros ejemplos del biscuter y del 600. Se trató de seguir levantando, con capital y patentes extranjeros, eso sí, una nueva industria automovilística y sus derivadas.

En la lectura de esta segunda parte, al igual que en la primera, hay algunas afirmaciones que, aquí y allá, dejan en el lector una sensación de cierto desconcierto. Señalemos, a título de ejemplo, la afirmación según la cual “[l]os republicanos habían hecho desaparecer las reservas del Banco de España, pero Franco lo volvía a comprar.” (p. 308) No parece ésta la mejor manera de expresar la necesidad que el esfuerzo bélico impuso a la República para financiar, con las reservas en oro, la adquisición de armamento que sólo estaba dispuesto a venderle a la URSS, casi en exclusiva.

Asimismo, que se pretenda hacer creer al lector que “se avanzaba lentamente hacia una política de mímesis con Europa, con la aprobación de la Ley de Bases de la Seguridad Social y la creación del Instituto Nacional de Previsión, que extendía la cobertura de Seguridad Social a todos los trabajadores, incluidos los agrarios” (p. 326). Ocurre, sin embargo, que dicha Ley de Bases no pasó de ser una reordenación de sistemas asegurativo-contributivos profesionales ya existentes cuya cobertura distaba mucho de acercarse a la universalidad de prestaciones, y además, no integró los regímenes especiales.

Por otro lado, emanan molestos efluvios de escritor en mi modesto entender algo turiferario cuando aborda los años del Opus Dei. Se trata de la pretensión de hacer pasar de matute la idea de que durante el periodo desarrollista Franco pretendió imitar el esquema europeo (así se encabeza el capítulo 13).

El profesor Villacañas expone las opiniones que López Rodó desarrolla en sus Memorias sobre aquellos años, en las que presenta su obra como la efectiva europeización económica y social de España, con elementos propios de lo que luego nuestro estimado autor denomina “revolución pasiva”: la que puso en práctica las reformas que respondían a los supuestos anhelos regeneracionistas y progresistas de Franco y que, no menos supuestamente, culminaron el proceso modernizador de europeización y vertebración de España defendidas por Ortega (p. 220). ¡NO!

Más adelante, no es López Rodó sino el propio profesor Villacañas, quien sostiene que “Franco había visto que resultaba necesario mejorar las condiciones de vida y alentó la idea de homologación con Europa […] Los tiempos exigían, como dijo, ‘movimientos de integración económica europea’, que afectarán a la estructura de la nación.” (pp. 294-295). ¡No y no! Franco nunca fue un regeneracionista, sino un ultranacionalista de aroma cuartelero que nunca aspiro en primer lugar a asentar y modernizar la convivencia nacional.

Tampoco fue un europeísta, pues para Franco ser cosmopolita era ser antiespañol. Mucho menos un liberal, por mucho que se empeñe el profesor Villacañas al afirmar que “el había sido fascista con los fascistas y ahora liberal con los yanquis” (p. 350), o que había que usar “tanto como fuera posible [a Suárez], antes de que todo el mundo descubriera su inconsistencia, para asegurar la política liberal del franquismo.” (p. 489).

¿Dónde están Castracani, Maquiavelo y Gramsci detrás de ello? Nowhere. Su aparición en el relato de la evolución económica de la España de Franco resulta ser un producto de la imaginación, expuesto eso sí brillantemente, de un catedratico de nuestros días.

De todas maneras, reconozco de nuevo humildemente no ser filósofo. Por eso he acudido a uno de mis amigos. Es economista, brillante; ha pasado muchos años por el corazoncito del análisis económico de la Comisión Europea y, por fortuna, es también doctor en Filosofía. Se ha jubilado recientemente en la Universidad de Valencia. Hace unos años le pedí que pensara en las supuestas glorias de Franco en materia económica.

¿Su respuesta?: fue una rémora para la economía y la política de España. Sin él, y sin su dictadura, nos hubiéramos incorporado mucho antes -y mejor- a la expansión económica europea occidental.

No encuentro nada mejor que reproducir la referencia en la red en la que cada hijo de vecino puede fácilmente encontrarla acudiendo a un ordenador:

 
En lo que se refiere al desarrollo político no es necesario lanzar las campanas al vuelo. Hubo que esperar a que Carrero Blanco y Franco subieran a los cielos para que la última paria política e ideológica en la Europa occidental tratara de empezar a recuperar el tiempo perdido. 
 
FIN 
 

Fuente → angelvinas.es

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