
El doctor en Historia David Ballester explica la lista de víctimas a manos de la policía entre la muerte de Franco y la llegada del PSOE en ‘Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición’. Resalta el poco interés que hubo entonces por la depuración de la fuerza y la impunidad.
Los años de la Transición siguen siendo el eje de un largo debate entre los interesados por la memoria histórica en el Estado español. Unos años que van desde la muerte del dictador (1975) hasta la llegada a Moncloa de Felipe González con su mayoría absoluta (1982). Tiempos en que el aparato del Estado pasaba de una larga dictadura a una incipiente democracia amenazada por poderes fácticos que tuvieron décadas de impunidad.
Autor de ‘Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición’ (2022, Ed. Prensas de la Universidad de Zaragoza), el doctor en Historia y profesor David Ballester (Barcelona, 1960) explica en entrevista con GARA el detallado listado de los muertos durante aquellos años y establece unas categorías para identificarlos. Además, denuncia la «patente de corso» que hubo para la utilización de las armas y la dificultad para depurar unas fuerzas con ADN franquista.
En su libro establece como 134 los muertos por el Estado durante la Transición. ¿Cómo llega a ese número?
Llego
a ese número después de unas 4.500 horas de trabajo a lo largo de
varios años y de buscar la mayor cantidad de fuentes posible, aunque en
este país el accesos a fuentes policiales y judiciales siempre es muy
complicado. He tirado de hemerotecas, de contactar familiares de
victimas, y de depurar y cotejar las listas que existían hasta el
momento, poco rigurosas, sobre las víctimas de la violencia policial. Mi
intención era tanto visualizar estas víctimas con sus nombres y
apellidos, por eso el título del libro, como establecer una suerte de
criterios que acabaran con la confusión reinante –creo yo– entre mis
colegas, estableciendo unas categorías que me gustaría fueran de uso
común al respecto.
La lista no la puedo dar por cerrada, solo casi cerrada. Y hoy, de
estos 134 ya realizaría alguna modificación, agregándole gente que
provendría de casos nuevos y de aclarar los dudosos. De hecho, en el
libro en un apartado descargo a algunas victimas que aparecen como
muertos en la Transición, porque no responden a la tipología de exceso
policial. El rigor ha sido mi obsesión al respecto, a la hora de
analizar estas categorías.
¿Cuáles son?
Tres
básicamente. Primero, las víctimas de gatillo fácil, que a su vez
tienen tres subcategorías: el civil sin connotación política y que caía
bajo las balas de la policía por un control o por parte de agentes que
no estaban de servicio y en escenario de fin de semana y bar de copas;
el gatillo fácil social, la delincuencia común, ya que al no haber
depuración son los mismos hombres y mismos métodos y mataban a un
delincuente, aunque no se enfrentara al policía se lo mataba igual; y la
subcategoría menos numerosa sería la política, por ejemplo el chico
[Javier] Verdejo, que en Almería estaba poniendo en una pared ‘pan y
libertad’ y lo mataron.
«En las víctimas de gatillo fácil establezco tres subcategorías y la menos numerosa sería la política»
Estamos hablando de siete años seguidos, 84 meses, en los cuales la
policía abatía cada 18 días y medio a un ciudadano. Es la punta del
iceberg, porque también, claro está, hay gente que era golpeada, malos
tratos en comisarías, etc. Las otras dos categorías son los muertos en
represión de manifestaciones, he contado 38, y cinco muertos por
tortura. Hay consenso historiográfico de que la Transición acaba en 1982
y empieza con la muerte del dictador. Hay una visión edulcorada de la
Transición modélica, ejemplar y por tanto pacífica, pero ¿cómo se puede
decir eso si hubo estas muertes y además las 498 por terrorismo, dos
terceras partes de ETA pero también del Grapo y extrema derecha?
¿Hay muchos casos de muertes que tenga casi por probadas, a la espera de más evidencias?
Sí,
hay cinco casos dudosos que seguiré investigando a ver si puedo
descartarlos o incorporarlos, siempre llevado por esta voluntad de
rigor. A veces hay víctimas que creen que ‘contra más, mejor’, pero yo
no creo que tenga sentido. Leía el otro día a alguien que decía que hubo
600 muertos por violencia del Estado durante la Transición. Yo creo que
hay que ser rigurosos, la cantidad no va a cambiar nada. Ya una sola
muerte es terrible.
Antes mencionaba cinco muertes por tortura. En ese contexto casi suena a poco, ¿o no?
Hay
tres casos dudosos también. Tengamos en cuenta que la policía torturaba
e incorporó esa práctica execrable a la democracia y mucho más allá,
porque con la excusa de ETA esta práctica se perpetuó, aunque tenían sus
métodos para no matar. Uno de ellos es [Joseba] Arregi,
que muere en Madrid en 1981, tenemos a los tres chavales del «caso
Almería», a los que confunden con etarras, y tenemos el caso del
profesor de Matemáticas de Bilbao [Javier Núñez], que muere producto de torturas, le hacen ingerir líquidos que le destrozan el estomago. En el caso de Esteban Muruetagoiena,
por ejemplo, hay forenses que están convencidos y su hija también, pero
como historiador y por lo del rigor no lo puedo incorporar hasta que
haya un dictamen de comisión del Gobierno vasco, que está en espera.
Entonces tendrá ese aval documental.
Su labor reflejada
en el libro es un buen ejemplo del déficit que hay en el Estado español
en memoria histórica. ¿No siente que hace el trabajo que le compete a la
Administración?
En este y otros temas la sociedad civil
ha tenido que trabajar por la debilidad de la ausencia del Estado en
estos hechos. Cuando presenté el trabajo en Madrid, el secretario de
Estado para la Memoria tomó la palabra, agradeció el trabajo y dijo que
el libro se utilizaría para la memoria democrática. Si esto lo hubiera
hecho de oficio una fiscalía hubiera estado mucho mejor, porque estamos
ante unos casos de funcionarios que cometieron excesos de dimensiones
execrables, y en su inmensa mayoría van acompañados de una palabra, que
es impunidad.
«Si esto lo hubiera hecho una fiscalía hubiera estado mucho mejor, pero los casos van acompañados de una palabra, que es impunidad»
El mismo Estado garantizó la impunidad de los agentes estando de
servicio o no de servicio. Muy pocos fueron juzgados y ninguno pisó la
prisión, tenían penas menores. En el caso del guardia civil Salas, que
recibió la pena más alta, por matar en Tudela a una manifestante [Gladys del Estal]
que estaba sentada de espaldas y fue juzgado y condenado a dosaños de
cárcel. Y se produce un caso de extrema sordidez: ese mismo guardia
civil fue condecorado al cabo de unos años en el mismo pueblo en el que
mató a esta chica. España tiene 10.000 municipios y lo hacen en el mismo
municipio. Muestra la falta de sensibilidad.
La mayor
parte de las víctimas de su lista, 91, son «gatillo fácil». Para quien
no esté familiarizado con el concepto, explíquelo por favor.
Se le llama gatillo fácil al uso y abuso de las armas de fuego de los agentes que están en servicio o fuera de servicio. Es no cumplir con las normativas emanadas de la ONU respecto a la utilización de las armas y no es solo matar. Hay ejemplos de gatillo facil que no tuvieron resultado mortal, que solo generaron heridos por abuso policial. Es una praxis policial heredada de la dictadura, hasta los 80 no se implementan nuevas normativas.
«En la Transición hay patente de corso en el uso de armas y cuando la cosa era extremadamente grave, la excusa era siempre el amparo del terrorismo»
En la Transición hay patente de corso en el uso de armas y cuando la
cosa era extremadamente grave, la excusa siempre era el amparo del
terrorismo. Es sabido que Martín Villa dijo una vez «los nuestros son
errores, lo de ellos son crímenes». Las fuerzas de izquierdas en sede
parlamentaria hablaban de este tema para hostigar al Gobierno,
especialmente el PCE, no tanto los socialistas. Pedían dimisiones pero
después, hasta el próximo muerto, nadie se acordaba de lo que ocurría.
Había también un déficit de oposición…
Y
Martín Villa en sus memorias dice lo contrario, que los socialistas y
comunistas le pedían que insistiera y depurara a la policía. Pero es
falso, ni los socialistas ni los comunistas hacían de esto una bandera.
Cuando íbamos a las manifestaciones por la democracia pedíamos la
disolución de los cuerpos represivos, yo lo recuerdo. Sí he localizado
en el diario ‘El País’ un debate interesante con la sucesión de
artículos de fondo solicitando la depuración de elementos fascistas, se
produjo después de la muerte de Arregi a principios del 81. Poco después
se produce el golpe de Estado del 23F y nadie se acuerda ya luego de
las depuraciones.
«Es falso lo que dice Martín Villa, ni los socialistas ni los comunistas hacían de la depuración una bandera»
Depurar a la policía durante la Transición no era una demanda
ampliamente extendida, la sociedad española estaba por la democracia
pero con miedo, y quería paz y tranquilidad y ausencia de violencia,
producto del enorme trauma que había por la Guerra Civil y la enorme
represión. Los parámetros eran paz, orden, no vayamos a hacer nada que
pudiera cabrear a los poderes fácticos. La Transición fue lo que fue, no
como nos hubiera gustado a algunos. Cuando el pueblo español pudo
votar, encargó la tarea de hacer la reforma al que había sido el
penúltimo jefe del partido único de la dictadura, que fue Suárez, no les
dio el poder a los antifranquistas.
En esa no ruptura
con formas y métodos policiales, ¿qué nivel de responsabilidad tuvieron
el Gobierno de Suárez y el rey Juan Carlos?
Evidentemente
eran conocedores de que tenían la policía que tenían. A la hora de la
verdad, tampoco era un tema que preocupara o les ocupara tanto. Los
socialistas en 1982 llegan con mayoría absoluta y no aprueban la ley de
policia que en campaña aseguraban que era prioridad hasta 1986, porque
les quemaba el tema de Interior. Felipe González, presionado por el rey,
no pudo nombrar a Carlos San Juan, un comandante jurídico de la armada
que se decía que quería hacer «una limpia». Hay quien asegura que el
mismo monarca presiona para que González no moviera ficha, y los
policías tenían amenazado al Gobierno con hacer huelgas. Y acaban
nombrando ministro a [José] Barrionuevo.
«Hay quien asegura que el rey presiona para que Felipe González no moviera ficha, y acaban nombrando ministro a Barrionuevo»
¿Dónde fue peor todo esto?
Claramente en País
Vasco y Navarra. Hay en el libro una gráfica significativa, en la
relación del peso de las muertes que hubo y la población de las
comunidades autónomas, y todas tienen un porcentaje de muertos inferior a
su peso poblacional en el Estado, excepto Madrid, que tiene un poco más
de muertos en manifestaciones, y ya sobre todo País Vasco y Navarra,
que multiplican por hasta seis las víctimas en cuanto a su peso
poblacional. Luego desde 1982 va bajando constantemente el número de
muertes.
Para muchos queda recorrido aún en la democratización de las FSE
Sí, pero por respeto a aquello no podemos banalizar lo de ahora. Aunque tenemos una policía con muchos defectos y que dista de lo que debería ser en una sociedad democrática, flaco favor a la verdad hacemos si decimos que estamos como en aquel entonces, y cometemos falta de respeto a las víctimas.
Fuente → naiz.eus
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