Viendo las imágenes, ampliamente reproducidas por los medios de comunicación hasta la jactancia, del entierro de la monarca británica, Isabel II, en el que hubo el mayor ramillete de monarcas, unos con mando en plaza y otros solo con el título sin más, en definitiva, vividores de todo el planeta, viene sin esfuerzo alguno a la cabeza, aunque parafraseado, el pasaje introductorio del libro “El Señor de los Anillos” de JRR Tolkien:
“Un entierro para encontrarlos, un entierro para gobernarlos a todos, y atarlos a las tinieblas en la Tierra donde se extienden los vividores”.Nunca jamás ha habido tal concentración de vividores en un mismo lugar y, claro está, los patrios no podrían faltar, tanto los titulares como los llamados eméritos en una “cuchipandi” que negaban que se iba a dar, con un carcajeante emérito sabedor de haber conseguido su blanqueo internacional, a pesar de tener causas pendientes en esa misma tierra, junto a unos supuestamente resignados titulares de la monarquía local.
En el regreso del rey emérito a España se hizo todo lo posible para impedir una imagen conjunta de unos y otros como muestra de una presunta desaprobación, aunque estuvieron juntos dando buena cuenta de manjares lejos del alcance de la mayoría social, faltaría más. Algunos defendieron sin más argumentos que aquello era una decisión del monarca titular para impedir un blanqueo de la figura del emérito por sus actividades ilícitas, cuando no, ética y moralmente muy reprochables y menos ejemplarizantes.
Sin embargo, ahora cuando lo tenían más fácil, se han prestado inequívocamente, no solo a un blanqueo nacional, sino internacional, a quien sigue manteniendo que no tiene que dar al pueblo español ninguna explicación de su conducta de la que se ha librado de poner sus reales posaderas en el banquillo de los acusados por el dudoso argumento de la prescripción de los posibles delitos cometidos y de una mal entendida inviolabilidad inherente a su condición de Jefe del Estado.
El rey, tras el saludo filopaternal, con beso incluido, mantuvo una actitud Impertérrita en todo momento, mientras que a su consorte y con suerte, a pesar de su tradicional actitud distante e hierática, se le vio presuntamente incómoda, dirigiendo miradas desaprobatorias al emérito por su actitud displicente. Su obsesión por el cuido de su imagen no fue óbice para que en su día se mensajeara con aquel delincuente a quien llamaba “compi yogui”, dándole ánimo y apoyo mientras mandaba a la mierda de forma versallesca a la prensa. O cuando en las puertas de un centro religioso pugnaba con la emérita para impedirle una foto junto a sus nietas ante la hilaridad del numeroso público allí presente.
En las imágenes con sobredosis de postureo con barroca y trasnochada solemnidad que han ofrecido los medios británicos hubo blanqueo, hipocresía, displicencia, frialdad, etc. De todo menos humanidad.
Fuente → punoenalto.com
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