Las colas de Franco en Londres
Las colas de Franco en Londres 
Matías Escalera Cordero

"Está claro que los trabajadores ingleses llevan despistados, como toda la clase obrera europea", escribe Matías Escalera

 

No sé si a alguien más le ha pasado lo que a mí contemplando las largas colas ante la capilla ardiente de la reina Isabel II en Londres. Llevaba unos días alucinando con la reacción de las masas ante el acontecimiento (descontada la de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, que come aparte). Estupefacto por la cándida estupidez acrítica y servil de la respuesta de la inmensa mayoría de los trabajadores ingleses, como sucedió, con la famosa princesa del papel couché, hace unos años. Está claro que los trabajadores ingleses llevan despistados, como toda la clase obrera europea, en eso no son diferentes, muchas décadas, pero lo que he visto estos días y estas imágenes de las colas interminables me han traído a la memoria las colas, también interminables, ante la capilla ardiente de Franco, en la Plaza de Oriente, y me han dado la misma impresión que me dieron aquellas entonces, siendo joven e inocente, como era, el que, en realidad, son un signo de final de un tiempo, más que de la continuidad del pasado.

Me ha pasado como con lo del Brexit, la impresión de que, a menudo, los pueblos, como las personas, viven en la inopia, como confundidos de tiempo, creyendo que viven en uno que ya no existe porque hace mucho que ya pasó.

El que Beckham, el futbolista, se pase doce horas en la cola, vale; que “quinientos” jefes de estado, más que países en el mundo, según alguna prensa del régimen, se hayan dado cita en el asunto, vale; los ladrones y criminales suelen formar pandillas que se muestran respeto en estas ocasiones, por lo menos es lo que sale en la saga de El Padrino, y yo me atengo a la biblia cinéfila. «Hijo, lo que sale en el cine por algo será», decía mi abuela.

Que a la prensa internacional y a los telediarios, al servicio de las familias, se les haga la boca agua con las colas y la parafernalia de corte fascista que rodea a todo este fasto, lo comprendo, es lógico; pero que las masas de trabajadores se sumen a la feria, eso ya es para explicárselo y explicárnoslo, como que muchos de esos trabajadores sean negros y asiáticos, procedentes de las antiguas colonias o sometidos a la semi esclavitud de la precariedad y de la pobreza en la Inglaterra de hoy.

¿No es sorprendente que solo algunas voces se hayan alzado públicamente ante esta exhibición desvergonzada de riqueza procedente del latrocinio y de un omnímodo poder? La pregunta que les hacía otro veterano futbolista de la Premier a su gente de raza, sobre la contradicción que había entre sus orígenes y la persona a la que rendían pleitesía, así como las respuestas que este recibió por su atrevimiento; igual que las medidas represivas contra los pocos que han osado manifestar en público su desacuerdo o extrañeza, no han hecho más que traerme a la memoria aquellos días que siguieron a la muerte de Franco, la misma imbécil servidumbre de las masas, la misma sensación de soledad, mas una idéntica impresión de que estábamos, de que estamos, en el final de un tiempo.

Si los ingleses creen que siguen siendo la metrópolis de un imperio se van a llevar una buena sorpresa. La ilusión y el ensueño narcótico de la ignorancia no dura mucho. Y, además, no veo a este memo de Carlos III sosteniendo esa ilusión y dando material estupefaciente bastante al papel couché televisivo, como, antaño, la vieja reina y sus vástagos, vagos y vividores donde los haya, entre los que él mismo se contaba, pero a los que cubría y defendía con su halo de majestad procedente de otros tiempos. Y nosotros sabemos hasta dónde pueden ser vividores esta gente. Aunque siempre les quedará Ayuso, en Madrid, para echarles una mano.


Fuente → lamarea.com 

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