Kike Mur: 25 años en la memoria insumisa
Kike Mur: 25 años en la memoria insumisa

A este relato le ponen voz algunas protagonistas de una generación que lo arriesgó todo por una causa justa, la insumisión. 50.000 jóvenes, junto a madres, hermanas y compañeras, nos plantamos ante un sistema cruel. 1.670 cumplieron condenas entre barrotes. Kike Mur Zubillaga fue uno de ellos. A 25 años de su muerte en la prisión de Torrero, el Aragón insumiso sigue no olvidando para continuar la lucha.

Martes. 2 de septiembre de 1997. Aquella mañana amanecimos con un sobresalto. Un golpe que hoy sigue doliendo. El insumiso Kike Mur Zubillaga, encerrado por negarse a realizar el servicio militar, había muerto en la antigua prisión de Torrero. Su vida quedó sesgada con apenas 25 años. “Sus carceleros lo dejaron morir”. Esa frase se convirtió en una consigna. Un breve resumen de lo que sucedió aquella trágica madrugada de verano. Una verdad para hacer frente al relato oficial que trató a toda costa de eludir su responsabilidad. 

GUILLERMO

La muerte de Kike fue terrible para todas las personas que formaban el movimiento por la insumisión. Un aviso para quienes entraríamos en esta lucha unos meses después, ya en su última fase. Devastadora para quienes fueron testigos directos dentro de los muros. Guillermo Ladrero vivió todo aquello en primera persona. Como Kike, Guillermo era insumiso, muy joven, veintitantos, y estaba cumpliendo su condena en Torrero. En la misma oscura prisión de Zaragoza por la que, desde su inauguración en 1928, pasaron miles de anarquistas, comunistas, sindicalistas y antifranquistas.

Lo que pasó esa noche, y lo que seguiría después, Guillermo lo dejó escrito con detalle en un texto publicado en el proyecto Zaragoza Rebelde (“Kike Mur. Muerte de un insumiso en la cárcel”). “Ese artículo era algo que se debía hacer, relatar aquellos hechos lo más claro y explícito posible para que no se perdiera en el recuerdo y todo el mundo tuviera conocimiento de lo que sucedió y de cómo, posteriormente, todos los esfuerzos para denunciar y depurar responsabilidades se estrellaron con un muro político-judicial que se encargó de enterrar el caso”, recuerda ahora, 25 años después. El artículo “utiliza datos contrastados recogidos en el dossier que realizó Asun, madre de la Asociación de Familiares de Insumisos de Aragón y en el relato que transcribimos esa noche en el pabellón de régimen abierto de la cárcel de Torrero mientras los bomberos, en el exterior, habían intentado sin éxito reanimar a Kike casi dos horas después del primer aviso al funcionario de servicio para que avisase a los servicios médicos”.

Guillermo reconoce que “el hecho de haber podido mantener la cabeza fría entonces para recoger toda la secuencia de acontecimientos ha servido para mantener los recuerdos de aquella noche siempre en un contexto cronológico muy claro y esto ha facilitado separar los recuerdos emocionales de los hechos concretos por muy dantescos, irresponsables y miserables que realmente fueran”.

Durante las fechas siguientes, mientras las calles se llenaron de movilizaciones de rabia, se esforzaron por “seguir manteniendo la cabeza fría sabedores de lo que había ocurrido y de que aquello conllevaría depuración de responsabilidades”. “A Kike le negaron el auxilio, no le dieron ninguna oportunidad; el funcionario encargado de la sección abierta, el jefe de servicios, el director y el médico de la cárcel eran, con su omisión de socorro y su comportamiento aquella noche, responsables y eso debía tener consecuencias. Así que, confiamos en que la justicia iba a tomar las medidas oportunas tras la querella criminal que se presentó… Y evidentemente fue un error, fue un error confiar en la justicia y en creer que no podría haber impunidad ante unos hechos tan claros”, lamenta.

Fue entonces cuando el estado de ánimo “se nubló de frustración e indignación en un momento en el que el movimiento de insumisión acusaba el esfuerzo de ocho intensos años de movilización, compromiso, represión, juicios, cárcel, clandestinidad…”, continúa Guillermo. “El movimiento de insumisión, si bien había logrado calar un mensaje claro de negativa al servicio militar y a la Prestación Social Sustitutoria (PSS), estaba mostrando cierto agotamiento. Quiero decir, que en el verano del 97 no teníamos esa fuerza explosiva colectiva que sí habíamos tenido años atrás y, quizá por eso, el terrible hecho de perder a un compañero de esa manera sumado a la decepción añadida de que nadie asumiera responsabilidades políticas ni penales anuló la capacidad de análisis y respuesta”. 

ISABEL

Isabel Meléndez tenía 14 años cuando descubrió, a mediados de los 80, el movimiento antimilitarista a través de las manifestaciones contra la adhesión del Estado español a la OTAN, el desmantelamiento de las bases militares americanas, desplegadas durante la dictadura franquista, en defensa de la tierra, el medio ambiente y la autonomía de los territorios. A partir de aquellas movilizaciones, se fue implicando en diferentes colectivos. “Siempre desde un posicionamiento feminista y libertario, no adscrito a ningún partido político”, aclara.

Isabel no conocía personalmente a Kike, ni a su familia, “pero en el movimiento por la insumisión el sentimiento colectivo era muy profundo. Su muerte nos causó una gran conmoción. Afloraba la rabia ante un sistema penitenciario deshumanizado y aporofóbico, responsable de la muerte de Kike por omisión de socorro. Así como el deseo firme de que no hubiera impunidad”. Por otra parte, “nos invadió la preocupación por el impacto que lo sucedido iba a tener en nuestros compañeros presos, pendientes de juicio o en busca y captura. Sabíamos que la lucha les suponía un coste social y emocional muy alto, compartíamos sobre sus temores, pérdidas, conflictos, pesadillas persecutorias. Pero su muerte nos conectó con la vulnerabilidad, con la fragilidad, con la salud mental, con el tabú del suicidio. Y nos planteaba la pregunta de si realmente sabíamos hasta qué punto estaban sufriendo nuestros compañeros”. “En muchas de nosotras todos estos sentimientos complejos vinieron a alimentar la determinación y el deseo de seguir luchando, acompañando de la mejor manera posible, tratando de estar atentas y facilitar que se pudiera verbalizar la experiencia. Pero sabíamos que era una herida que acompañaría durante mucho tiempo a quienes lo vivieron más de cerca y marcaría de alguna manera el movimiento en Zaragoza, un movimiento que de manera orgullosa fue imparable y al que Kike contribuyó”, subraya.

Mirando atrás, Isabel afirma que en ese tiempo aprendió “a cuestionar y rechazar las estructuras patriarcales, cuya máxima expresión es el ejército. A cuestionar el pensamiento dicotómico masculino de buenos y malos, que considera que la guerra, fuerza y la imposición es eficiente, eficaz y atractiva, cuando a corto y largo plazo no lo es. Despreciando el diálogo, la palabra, la importancia del conocimiento del otro/otra o, la justicia social o la fraternidad”. Como feministas “denunciábamos también la vil utilización que se hace de las mujeres para justificar las guerras, como en Afganistán, y la relación que los ejércitos tienen con las mujeres en los territorios ocupados, bien sea a través de la prostitución, violaciones o incluso la violación como arma de guerra, hecho que denunciaba Mujeres de Negro en la guerra de la ex Yugoslavia”.

En el periodo entre 1989 y 2001, en un contexto de activismo contra las guerras y los ejércitos, se construyó “un movimiento imparable de personas en favor de la insumisión al servicio militar obligatorio y el castigo posterior para quienes no querían realizarlo, la Prestación Social Sustitutoria (PSS)”, apunta Isabel.

El servicio militar obligatorio (SMO) “era el mecanismo de adoctrinamiento de esta estructura patriarcal. Un dispositivo machista, clasista, racista, heteronormativo, al cual veíamos eran llamados nuestros vecinos, hermanos, amigos, compañeros. Los jóvenes de clase obrera dejaban más de un año de su vida allí, gastando ahorros, dejando sus trabajos, y por tanto a familias humildes sin esos ingresos, aguantando situaciones de violencia y abusos, había que adaptarse al entorno y no ser diferente. Mientras tanto, quienes tenían mejores condiciones de vida, posibilidades, contactos, podían eludir el SMO mediante prórrogas de estudios o realizaban el servicio en oficinas próximas a su domicilio”, denuncia. Además, continúa Isabel, el SMO “se edulcoraba como una oportunidad de viaje, de salir del hogar familiar, camaradería masculina, la idea de madurar y ‘hacerse un hombre”. Cuando en realidad, “en el SMO había que adaptarse al entorno y no ser diferente. Debía desaparecer todo lo relacionado con tus ideas divergentes, tu orientación del deseo, tu identidad de género y cultura”.

Como profesional de lo social, califica de “aberración” la gestión de la PSS. “Ese uso de mano de obra sin cualificar y gratuita por parte del estado o de macro ONG”. En el caso de su pareja, objetor de conciencia, quisieron enviarle a la planta de Psiquiatría del Hospital Miguel Servet. “No les importaba nada ni el sujeto que se incorpora, ni lo que podría aportar a un espacio profesional tan delicado. Por su puesto, entregó su negativa a incorporarse declarándose insumiso a la mili y a la PSS, tal y como tenía previsto”. 

JAVIER

El movimiento por la insumisión en Aragón era tan diverso como las personas que lo formaban. Unos de los grupos más activos era el Colectivo Antimilitarista Pro-Insumisión (CAMPI Aragón). Al igual que Guillermo e Isabel, Javier Ortega estuvo implicado en este colectivo creado a principios de 1992 “tras diversos y tensos debates en el movimiento antimilitarista en los que no se reconocía la estrategia de insumisión total como una opción más de la lucha contra la militarización en todas sus formas”, explica. Así, “diferentes grupos y personas en todo el Estado, decidimos ponernos a trabajar para crear nuevas vías en el enfrentamiento insumisos-estado y luchar en conjunto contra el militarismo de este sistema”. La apuesta por “la insumisión total, o insumisión brutal como comenzamos a llamarla poco después, era una postura ideológica de desobediencia y subversión activa hacia la mili, la PSS, los juicios y el talego. Nos negábamos a cumplir el servicio militar obligatorio, su prestación social sustitutoria, a presentarnos voluntariamente a sus juicios farsa y a cumplir en su caso con la orden de ingreso en prisión”. En Aragón, el CAMPI, que también participó activamente en otras organizaciones como la Asamblea Ciudadana de Apoyo a la Insumisión y la Asamblea de Insumisos, lo conformaron “principalmente insumisos con el soporte, apoyo, trabajo y cuidado de otras personas y colectivos como el feminista Ruda, el de Madres de Insumisos, el Ateneo Libertario, el Kolectivo Antimilitarista de Ejea (KAE) y diversos grupos de apoyo, bajo el amparo de la desaparecida Casa Okupada de la Paz”.

En ese curso escolar, 1991-1992, Javier tenía 19 años. “Se organizó una charla en nuestro instituto con gente del entonces Mili KK. Yo ya tenía claro que lo perder un año de mi vida en el ejército no iba conmigo. Tras la charla, un grupo de jóvenes que acabábamos de entrar al instituto tomamos la determinación de que era el momento de poner el cuerpo en esta lucha y presionar con ello al Estado y su ejército en pro de alcanzar soluciones políticas”, recuerda. Entonces existían algunos recovecos para retrasar o no hacer el servicio militar obligatorio. Uno eran las prórrogas de estudios a las que te podías acoger, otro alegar alguna cuestión médica o de salud, o que salieras excedente de cupo (durante varios años al haber más jóvenes que plazas para cumplir el SMO, se realizaba una especie de sorteo en el que quedaban fuera algunos cientos o miles de jóvenes).

Javier y sus compañeros optaron por no presentar la prórroga de estudios que les correspondía. De este modo, entraron al sorteo de quintos que se celebró poco después. “Podías proponer preferencia de destino donde hacer el servicio militar. En mi caso me daba igual pues tenía claro que no iba a hacerlo así que no me acogí tampoco a ‘ese derecho”. Y del sorteo resultó que tenía que incorporarse a filas en el año 93 “en el acuartelamiento de Melilla, donde, por cierto, tuvo que hacer mi padre el servicio militar varios años atrás”.

Ahora tocaba transmitir la decisión de hacerse insumiso a su familia y amistades. “Obviamente son cuestiones en las que no pides su opinión pues, ¿qué te puede responder tu familia y colegas si les consultas que te quieres hacer insumiso y que asumes el riesgo de un más que probable ingreso en prisión? No, estas cosas no se preguntan, sólo se anuncian para que lo sepan y tengan la información una vez que has tomado la decisión”. Javier revive el silencio de su padre, un silencio que ocultaba preocupación. El “berrinche” de su madre y de cómo ésta, al ver que no tenía opciones de convencerle para que diera marcha atrás, “se curraba certificados médicos y lo que hiciera falta para que no tuviera que hacer la mili, pero sobre todo, para que no tuviera que hacerme insumiso”. Y “la complicidad, no sin preocupación, de mis hermanas y amigos”. Pero también “el respeto y apoyo de todos y todas ellas una vez comenzó mi periplo particular. Un periplo que fue igual o muy similar al de otros cientos de jóvenes”.

A la izquierda, la carta que nos envíaba el Ministerio de Defensa. A la derecha, la negativa insumisa con la que contestábamos / Archivo CAMPI Aragón
 

Unos días antes de incorporarte a filas “te llegaba una carta de bienvenida con la hora y día en la que tenías que presentarte en el cuartel. Junto a ésta, te enviaban los billetes de tren, barco o autobús con los que desplazarte. Ahí comenzaba formalmente tu viaje de no retorno. Esa documentación que nos llegaba, la devolvíamos al cuartel junto con nuestra negativa expresa firmada a cumplir el servicio militar e incorporarnos a filas explicando los porqués de esa decisión”.

A finales de 1992 comenzaron los juicios contra los insumisos de forma masiva en Zaragoza. “Los primeros juicios consiguieron en buena parte una repercusión mediática y movilizaciones importantes. Pero el costumbrismo llevó, en buena medida, al desgaste y cansancio y los juicios pasaron por lo general a ser un trámite para la lucha final, la cárcel”, señala Javier. Esta perspectiva fue la que los llevó a acudir “a varios talleres sobre la cárcel que se organizaban desde el movimiento. Sois bastante masocas -nos decían algunos-, os estáis preparando para entrar en el talego. En parte tenían razón, pero aquellos talleres servían para tomar conciencia y estar ‘mejor preparados’ ante lo que nos podíamos encontrar”.

Al mismo tiempo que el CAMPI Aragón llevaba a cabo su estrategia, apoyaba la estrategia “mayoritaria” de presentaciones a juicio, entradas en prisión y lucha dentro de las cárceles. “Muchas personas del colectivo nos comimos dobles condenas por decirlo de algún modo, estuvimos varios meses e incluso años en situación de rebeldía con órdenes de búsqueda y captura. Cuando muchos fuimos detenidos, nos comimos, además, los correspondientes años de condena de cárcel o inhabilitación”, detalla Javier.

Al principio, continúa Javier, “nuestra visión de la clandestinidad partía de salir de la ciudad ante la supuesta represión del Estado y seguir ‘activos’, con precauciones, allá donde estuviéramos. Pero la represión al movimiento antimilitarista en general y al aragonés en particular hizo que replanteáramos la estrategia para hacerle frente con todas las fuerzas posibles”. Es entonces cuando, tras diversos debates entre insumisos en rebeldía, grupos de apoyo y CAMPI, decidieron apostar por “una insumisión total más activa dentro de nuestras ciudades, regresando gran parte de los insumisos en rebeldía a Zaragoza y asumiendo en consecuencia mayores riesgos de detención”.

La de Zaragoza llegó a ser la segunda cárcel con más presos insumisos del Estado, solo por detrás de Iruñea. Esta situación “hizo que la lucha se centrara mucho en el tema antirrepresivo dejando la insumisión relegada a un segundo plano. Y aunque todas éramos conscientes de lo que esto suponía, era difícil trabajar la insumisión dejando de lado que, en el año 96, más de 150 insumisos aragoneses habían sido juzgados, que más de 50 habían pasado por la cárcel, que más de 25 personas habíamos pasado a situación de rebeldía, que más de una docena de insumisos en rebeldía fuimos detenidos, los dos plantes en prisión, las ocho regresiones de grado…”. 

EN REBELDÍA

Los años de la insumisión, desde 1989 a 2001, fueron años de un altísimo grado de implicación y movilizaciones. Así los describe Isabel, que era parte del CAMPI Aragón a través del grupo de apoyo a su hermano Andrés -insumiso en busca y captura cuando murió Kike Mur-, de Ruda y del movimiento internacional de mujeres pacifistas Mujeres de Negro. Pero, además de participar en la insumisión acompañando a “nuestros hermanos, parejas, amigos y demás insumisos, éramos activistas; participando en otros espacios y contribuyendo al debate feminista y antimilitarista, organizando charlas, promoviendo acciones, cooperando y haciéndonos eco de movimientos en otros territorios”. La organización de los grupos de apoyo se tejía en torno a un insumiso, “siendo su grupo de confianza, de cuidados y haciendo de enlace y suministrador de todo lo necesario para seguir con la lucha, estuviera donde estuviera, pendiente de juicio, en prisión o en rebeldía -busca y captura-”.

Isabel recuerda como “excepcional” la relación con las madres de insumisos más activas. Un colectivo en el que llegaron a participar hasta 85 mujeres, y que fue fundamental. Las madres llegaron a abrir muchas manifestaciones que terminaban en la puerta de la prisión. Ellas, en primera fila. “Había un gran reconocimiento por nuestra parte hacia su valor. Para muchas de nosotras eran auténticos referentes”. Aunque “también tuvimos que reforzar a otras madres y padres, como en mi caso, personas que aun cuando simpatizaran con las ideas de sus hijos insumisos, habían crecido en la represión franquista, en pueblos con climas caciquiles, desideologizados, buscando la vida apacible del buen trabajador. Y de repente sus hijos, aquellos a los que habían tratado de enseñarles el ‘tú no te signifiques’ para su supervivencia y progresión social, ponían todo patas arriba por la defensa de sus ideas, por ir contra un sistema injusto, enfrentándose a la persecución, la prisión y la inhabilitación profesional”.

Cuando Javier se declaró insumiso los tribunales militares “ya se habían ‘quitado el marrón’ de hacer juicios a los insumisos pasando nuestros casos a la jurisdicción civil”. Dos años después, en 1995, le llegó la citación con una solicitud de pena del fiscal que iba de los seis años a la famosa dos años, cuatro meses y un día de prisión. El día en el que tenía que celebrarse su juicio Javier no acudió declarándose en rebeldía. Para hacer más visible la denuncia, celebraron a la misma hora un “concierto-fiesta-teatro-sangríada popular” con KBKS -la banda en la que toca la guitarra, y ahora, además, pone la voz- en una placita del barrio de la Madalena. “Al aire libre, sin pedir permisos, a cara descubierta…”, relata. El juez decretó orden de busca y captura internacional contra él.

Los "Güella negra", boletines antimilitaristas del CAMPI, junto a otros dossieres de la época / Archivo CAMPI Aragón
 

Los años en rebeldía tampoco fueron fáciles para nadie. “Recuerdo mis casi cuatro años en esta situación con orden de búsqueda y captura. No podía acudir a ver a mi familia en fechas señaladas como navidad, cumpleaños, etc. Si quería verlos, tenía que entrar y salir por los garajes o la escalera de incendios del edificio con la complicidad de algunas vecinas”.

Un día fue a comer a casa de su madre pues sabía que “andaba floja de ánimo”. “Tras superar el periplo para acceder a su casa nos pusimos a comer. Al rato sonó el timbre de la puerta de arriba. Mi madre empezó a temblar, le agarré de la mano y le dije: Tranquila, como hemos hablado otras veces, di que no sabes dónde estoy y no les dejes entrar en casa. Una pareja de la secreta estaba al otro lado de la puerta. Mi madre desde la puerta, y sin dejarles entrar, les tuvo que decir que no sabía nada de mí, que no sabía nada de su hijo…. ¡Qué jodido debe ser decir eso para una madre, aunque sea para protegerte! Recuerdo que los policías aprovecharon la ocasión para intentar humillarla: ¿Pero qué clase de madre es usted que no sabe nada de su hijo? Yo oía la conversación desde el baño con la puerta entreabierta. Ya no podía más y pensé, se me van a llevar detenido pero por saltar encima de ellos. De repente, oí a mi madre que les decía: Más vergüenza les tiene que dar a ustedes y a sus hijos perseguir a chavales que no han hecho nada. Y les cerró la puerta en sus narices. Se fueron, y nosotras nos dimos un abrazo de los que son difíciles de olvidar”.

Otro día, Javier volvía a Zaragoza desde el pueblo con su padre. “Había ido a echarle una mano en el campo. Él conducía y yo iba de copiloto para minimizar los riesgos ante posibles controles. De repente, al dar una curva topamos con un control de la Guardia Civil. A mi padre le temblaba todo. Recuerdo cogerle la pierna y decirle: Tranquilo, no pasa nada, es un control de carretera. No estaba acostumbrado a lidiar con estas situaciones. Bajó la ventanilla. Con la voz entrecortada les contó que volvíamos a Zaragoza desde el pueblo. El agente le dijo: Parece usted muy nervioso. Mi padre contestó: Joder están aquí seis agentes con metralletas en las manos, ¿cómo quieren que esté? Afortunadamente, sólo le pidieron la documentación a mi padre y nos dejaron marchar. El resto del viaje lo pasó en silencio, sin decir nada. La pierna le seguía temblando y sus ojos mojados delataban una mezcla de miedo y de rabia contenida”.

“La familia, colegas y compas de curro tuvieron que acostumbrarse a preguntar siempre ¿quién es? antes de abrir una puerta, a mirar por la mirilla, a observar a los coches parados que resultaban sospechosos, a estar constantemente en alerta. Cómo se lo curraron todos los y las compas de la cooperativa de la que formaba parte, conmigo y con los cinco o seis currantes que estábamos en la misma situación de rebeldía. Cómo se lo curraban los bares y algunos establecimientos del Gancho cuando iban las secretas con fotografías nuestras a preguntar si nos habían visto por el barrio y éstos les respondían que si no tenían otra cosa mejor que hacer. Cómo mi pareja tenía que soportar estas situaciones y mi tozudez…”, recuerda con emoción.

En 1999, tras casi cuatro años en esta situación, le detuvieron al salir del trabajo en un control rutinario. “Me llevaron a Jefatura, y a los pocos minutos ya estaba mi madre allí junto con mi abogado, Fernando Burillo y docenas de personas y amigos en la puerta pidiendo mi libertad”. Tras pasar la noche encerrado le trasladaron ante el juez y éste le puso en libertad con una nueva fecha de juicio para quince días después. “Recuerdo que cuando salía del juzgado me preguntó el juez: ¿Vas a venir esta vez al juicio o tendremos que traerte a la fuerza? Yo le dije: Usted haga su trabajo y siga sus normas que yo haré lo que tenga que hacer y dicte mi conciencia… Y mi conciencia me dijo que no fuera a ese nuevo juicio-farsa. Y así lo hice, sólo que esta vez, y como hacía unos años que habían vuelto a modificar la ley cambiando las condenas de cárcel por inhabilitación, se nos podía juzgar sin nuestra presencia y condenar. El juicio se celebró sin mi presencia y fui condenado a no sé cuántos años de inhabilitación. No fui nunca a recoger la sentencia”. 

LO NUESTRO ES LA MEMORIA

En el verano de 2001, se cerró la antigua cárcel de Torrero. Y con ella su oscuridad quedó como un triste recuerdo del pasado. El 31 de diciembre de ese mismo año se ponía punto final al servicio militar obligatorio. Cinco meses después de la despenalización del delito salieron los últimos insumisos presos de prisión. En la calle, los juicios continuaron hasta mediados de año. Pero ni los tribunales -civiles o militares-, ni la cárcel -1.670 jóvenes pasaron por prisión-, ni las inhabilitaciones -miles-, pudieron frenar la insumisión.

Pasado un tiempo, en 2005 la prisión fue derribada casi en su totalidad. En octubre de 2010, la Asamblea de Okupas de Zaragoza transformó el edificio que se mantenía en pie en un espacio liberado y autogestionado, un espacio que ahora ilumina el barrio. Sin barrotes, sin cerrojos, sin candados. Una plaza de libertad que perdura hasta hoy, bajo la amenaza del Gobierno municipal de las tres derechas (PP, Ciudadanos y Vox) que, como a tantos otros proyectos autogestionados, lo tiene en su punto de mira.

Aquí, en el Centro Social Okupado que lleva su nombre, se celebró el pasado 2 de septiembre el homenaje a Kike Mur Zubillaga. El día en el que se cumplieron 25 años de su muerte, aún hoy con un nudo en la garganta, nos reencontramos el Aragón insumiso en una emotiva jornada en la que reflexionamos sobre el pasado, el presente y el futuro. Una conversación en la que quedó claro que, a pesar de todo el daño sufrido, a pesar de las cicatrices, la desobediencia civil funciona, que “hicimos lo que sabíamos hacer”. Que “la insumisión fue la apertura a la militancia en otros colectivos, una red con otros movimientos”. Que todo aquello, fue “una lucha de esperanza y enriquecedora”, donde “la imaginación y el sentido del humor se mezclaban con la reivindicación política”. Hubo poesía, micro abierto y un cenador musical. Se estrenó una elaborada exposición con material histórico del movimiento insumiso, se proyectó el documental “Desobedientes. La insumisión presa”, se puso en valor la lucha antimilitarista actual, y un nuevo mural quedó pintado en las paredes exteriores del CSO.

En palabras de Fernando Gimeno, Fer, insumiso del CAMPI y, como Guillermo, testigo directo de la muerte de Kike Mur, a las que en el acto puso voz una compañera de la Asamblea del CSO: “En todo este tiempo, el recuerdo de Kike no se ha desvanecido sino que ha permanecido en nosotras y nosotros. Y, además, ha tomado forma de contornos abiertos y aristas vivas en los ladrillos y pasillos de esa maldita cárcel, deconstruida y reedificada hoy sobre los valores de la solidaridad, la desobediencia, la creatividad y la libertad. El tiempo es fugaz y escurridizo y unas veces se nos va de las manos, y otras muchas nos rodea silencioso con los brazos del olvido. Por eso nosotras no hablamos de recordar, sino de no olvidar. Lo nuestro no es la nostalgia, lo nuestro es la memoria”.

“Fue un pulso y una larga lucha de 15 años que no se reducía a la desaparición de la mili y su sucedáneo social, la PSS, sino que buscaba una transformación del mundo desde una postura antimilitarista, antiautoritaria, feminista y antirracista. No olvidar que fue una pequeña gran victoria, que no queríamos mili porque no queríamos obedecer, ni queríamos participar del engranaje militar de un ejército dedicado a proteger y mantener intactos un sistema económico, un régimen político, una ‘nación’ y una sociedad de los que algunas personas nos sentíamos tan distanciadas y de los que no queríamos formar parte”, añade Fer.

En su artículo en Zaragoza Rebelde, Guillermo escribió: “El sistema que nos encarceló durante una década fue incapaz de ayudar a Kike ni antes ni después de su muerte”. Una frase que “se explica por sí sola”, sostiene hoy. “Una de las consignas del movimiento de insumisión era denunciar las condiciones de las cárceles. Conscientes de que por motivos políticos podíamos ser encarcelados y sabedores de que teníamos cierta repercusión social, debíamos convertirnos en altavoces de lo que estaba ocurriendo dentro, destapar las miserias del sistema penitenciario, mejorar las condiciones de las presas y los presos y agitar el debate sobre el modelo carcelario”. Un trabajo que en Aragón han venido desarrollando colectivos como ASAPA o CAMPA. Sin embargo, “el propio sistema se esfuerza en mostrarse incapaz de asumir su responsabilidad y apuesta por seguir con un modelo penitenciario sancionador que oculte la realidad de presos y presas lejos del resto de la sociedad”, critica. 

MATARIFES

Lo nuestro es el nosotros y nosotras, lo nuestro son los sueños, lo nuestro es el espacio solidario de un tiempo infinito. Porque nuestra lucha no es del hoy, ni del ahora, nuestra lucha es también del mañana, del después del hoy cuando ellos sean un triste recuerdo. Pero nunca solas. Siempre de a dos o tres. O mucho más que una sola.

Estos versos de Sergio Schoklender fueron recitados por Fer, cuya voz atravesó los muros de la prisión de Torrero para quedar grabada en la introducción al conocido tema “Matarifes”, incluida en el tercer disco de El Corazón del Sapo, todo un himno anticarcelario. Fer, vocalista de la banda, estaba entonces en segundo grado. Su mensaje quedó recogido “a través de una llamada desde el teléfono público que había en el centro penitenciario y ante la presencia del funcionario de turno. A ese teléfono se podía acceder a través de una instancia presentada con anterioridad. La llamada la realizó a un contestador automático, ya que no había otra forma de hacer la grabación pues desconocíamos cuándo podían permitirle acceder al teléfono. Si se presta atención se escucha el chirrido de las grandes puertas automáticas que llevaban a las diferentes galerías. No sé si existen otras grabaciones del interior de la cárcel, pero considero que sin duda es algo de gran relevancia histórica”, explica Guillermo, que también es el guitarrista de los Sapos.

La entrada de Fer y Guillermo en la cárcel en julio de 1997 fue en un momento en el que El Corazón del Sapo estaba haciendo muchos conciertos. “Fer y yo estábamos en busca y captura desde 1994 con una condena en firme de un año de prisión y ambos nos habíamos negado a la remisión condicional que nos habría evitado cumplir esa pena. Manteníamos un pacto en el que, si uno era detenido, el otro forzaría su detención. Y precisamente fue, tras un concierto y al ir a devolver la furgoneta que habíamos alquilado, cuando Fer fue detenido por la policía y una semana después yo ingresé en el talego”. Esto frustró por un tiempo la marcha de los Sapos pero no los planes que tenían de grabar otro disco. “Cuando pasamos a régimen abierto y retomamos los ensayos fuimos cerrando las canciones que teníamos en marcha y fueron varias las letras que tomaron forma definitiva durante las noches que regresábamos a la celda del pabellón. Fer plasmó en la letra de ‘Matarifes’ unos sentimientos salidos directamente de las entrañas”, continúa Guillermo. Ese disco, ‘Fuego al cielo de los cuervos’, lo grabaron mientras estaban en régimen abierto, regresando todas las noches a dormir al talego.

Y llegó el día de la venganza. 23 de abril de 2017. En el mismo lugar “donde dejaron morir a Kike” presenciamos la vuelta a los escenarios de El Corazón del Sapo, tras 17 años de parón, en una acción para reivindicar las luchas y sueños de la insumisión. Un acto de justicia poética. “Ahí se juntaron muchos sentimientos después de tantos años y fue un verdadero placer poder participar de algo tan especial como lo que vivimos ese día en un espacio que, eso sí, ya se había liberado del tufo a dolor y muerte de la cárcel”, asegura Guillermo. “Nunca pensé que desearía tanto volver a un lugar del que deseé tantísimo escapar”, reconoció Fer hace cinco años. 

SEGUIMOS EN LA INSUMISIÓN

Ha pasado un cuarto de siglo desde la muerte de Kike. Se dice pronto. 20 años desde el final de la mili. Pero una idea sigue intacta en el Aragón insumiso: No olvidar. El precio fue muy alto, demasiado alto. Pero Guillermo lo tiene claro. Volvería a hacer lo mismo “sin dudarlo”. “Las decisiones que fui tomando esos años eran reflexionadas y seguras y eso me hace pensar que haría lo mismo. Con la perspectiva del tiempo quizá tome más sensibilidad en las repercusiones que entonces se podían producir en el ámbito particular y familiar, que siempre me apoyó, pero sin duda estoy orgulloso de haber participado de este histórico movimiento colectivo”.

Javier reconoce que la muerte de su compañero en prisión fue “un gran palo”. “Como ha dicho Guillermo, nuestro colectivo y el movimiento en general comenzábamos a mostrar síntomas de agotamiento. La práctica totalidad de los miembros del CAMPI estaban o habían estado en prisión o estábamos en busca y captura. Dos de los insumisos que pasaron esas horas trágicas con él pertenecían al CAMPI (Guillermo y Fernando). Se apostó por la denuncia pública con las fuerzas que nos quedaban y por la judicialización a los matarifes -mal llamados funcionarios- de la cárcel de Torrero que le dejaron morir sin hacer absolutamente nada para evitarlo. Pero lo que llaman justicia es solo un sistema que protege y ampara a los de arriba. Nadie pagó por ello. Todas las causas se archivaron sin más”.

“No podemos olvidar que Kike murió al otro lado de esos, hasta ayer, oscuros muros”, remarca Fer. “No olvidar -continúa- que en febrero de ese mismo año otro compañero insumiso Unai Salanueva Beldarrain de la Txantrea moría cuando debía regresar a la prisión de Iruñea. No olvidar porqué estaban presos. No olvidar que ambos fueron encarcelados por sus ideas, por su manera de pensar, por su forma de ser o quizás por su forma de no querer ser. Ambos entraron vivos en prisión, y la prisión y el sistema de valores sobre los que esta eleva sus vallas y alambres nos los devolvió muertos”.

“Kike ha seguido y sigue presente en nuestra memoria”, concluye Javier para recuperar las palabras de “un compañero insumiso en el acto que se organizó en el 25 aniversario de su muerte: Si alguna vez tengo que entrar de nuevo en prisión, entraré sonriendo y pensaré que en unos años este centro de exterminio ya no será una cárcel, será un Centro Social Okupado que llevará nuestros nombres”.

Mirando hacia el futuro, y en un clima actual de conflicto bélico, Isabel recuerda que entre los objetivos del antimilitarismo “no sólo está el no participar en el ejército sino también su disolución, analizar el modelo de relación, comunicación y cooperación entre los países. Reivindicar la desescalada armamentística, conscientes de lo que la militarización implica a nivel social y medio ambiental y el impacto que el mantenimiento, almacenaje de armas y las guerras tienen a corto, medio y largo plazo en las sociedades. Sacando a la luz los intereses que las promueven, alejados en la mayoría de los casos del interés general de los pueblos”. Y destaca que “es el miedo el que justifica, sin embargo las guerras se olvidan en cuatro días en los países lejanos que las promueven, mientras las heridas permanecen décadas o siglos, siendo el germen de otros conflictos”. Por eso, el mensaje del reciente homenaje a Kike Mur cobra tanto valor hoy: “Recordar para seguir luchando”.


Artículo escrito por un insumiso a la mili y la PSS.


Fuente → arainfo.org

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