Esta España nuestra

Esta España nuestra
Arturo del Villar

ASEGURA el artículo 56:1 de la vigente Constitución borbónica que “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia”. Lo malo es que algunos habitantes de territorios españoles se consideran forzados a serlo, y rechazan por los medios a su alcance ser llamados españoles. Se trata de un problema secular que lleva a la cárcel o al exilio a algunos súbditos de su majestad el rey católico que no se resignan a serlo.

Eso es lo que sucede ahora, porque en otros momentos históricos provocó la ejecución de los independentistas, especialmente durante la dictadura fascista en el siglo XX, debido a que el dictadorísimo decía simbolizar él también “la indisoluble unidad entre los hombres y los pueblos de España”.

La realidad de España ha variado enormemente a lo largo de la historia. Hubo un tiempo bajo el reinado de Felipe II (1556—1598) en que dominaba sobre España, Portugal, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, los Países Bajos, una extensa parte de América, territorios africanos, las islas Filipinas, llamadas así en su homenaje, e islas adyacentes. Entonces se dijo que en el Imperio español no se ponía el Sol. Pero las colonias quisieron independizarse, y el imperio acabó por desaparecer en 1976, al abandonar el Sáhara.

Esta España nuestra, por utilizar un canto patriotero, es el residuo de aquella España imperial. Los territorios sometidos por la fuerza al dominio de España fueron disgregándose de la metrópoli, que ha quedado reducida a una parte de la Península Ibérica, las islas adyacentes y dos territorios africanos. Continúa siendo España, pero muy diferente de la sometida al despotismo de Felipe II. Se ha modificado al paso de los siglos.

En las naciones independizadas de España existen monumentos en honor de los próceres independentistas. En general las poblaciones antaño sometidas por la fuerza al dominio español detestan todo lo relacionado con esta palabra, aunque la diplomacia comercial lo disimule. En los Países Bajos se asusta a los niños diciéndoles que si no se portan bien llegará el terrible Duque de Alba español a castigarlos, porque sus actuaciones sanguinarias son inolvidables por muchos si-glos que pasen.

En esta España nuestra simbolizada por nuestro señor el rey católico, que Dios guarde, como era obligado añadir, existen súbditos forzosos que se sienten colonizados, rechazan el borbonismo y reclaman un referéndum. Lo reivindican pacíficamente, a diferencia de todos esos otros pueblos que fueron desconectándose de su dominio por el éxito de las armas. Su pacifismo no evita que algunos sean condenados a cárceles y multas, y que otros se refugien en el exilio que les ofrecen países acogedores.

El estudio de la historia demuestra que al final los independentistas triunfaron, y el Imperio español desapareció, porque es imposible mantener a un pueblo sujeto a un poder extraño. Los patriotas condenados por el colonialismo español están considerados actualmente héroes en sus naciones respectivas, e incluso en Madrid se alzan monumentos a la memoria de los mártires Rizal de Filipinas y Martí de Cuba.

España ha seguido siendo España mientras perdía las colonias. Ahora en nuestra España hay unos territorios que también desean independizarse. El día en que lo consigan no desaparecerá España, sino que se transformará, como lo ha venido haciendo durante toda su historia. La España conquistadora de Felipe II es distinta de la España actual, pero el concepto de España es el mismo, con las características distintivas de su época correspondiente. La persona del rey lo impide, aunque tanto en 1868 como en 1931 el pueblo español expulsó a los reyes de la época, y España continuó siendo España, pero más libre y alegre.

Nunca España fue más real que cuando no tuvo rey. Es preciso distinguir entre la realidad y la realeza, dos términos parecidos, pero de significado muy diferente. La realidad histórica confirma que la realeza es la rémora de todos los procesos desarrollistas iniciados por el pueblo. El rey no simboliza la unidad española, sino su tragedia.

Se mantiene el llamado problema español porque la monarquía lo necesita para proteger su propia existencia. Cualquier conato de emancipación por parte de un grupo de españoles forzados a serlo es castigado inmediatamente. Parece que los monárquicos suponen vivir ahora como en la época de Felpe II, cuando los tercios españoles aterrorizaban a los europeos. España sigue siendo España, pero no se parece nada a la antigua, como no se parecerá a la nueva.  

La solución del problema nacionalista en los territorios independentistas solamente puede ser una República Federal, formada por las repúblicas libres de esos lugres junto con la República Portuguesa y la Española. Es muy fácil de aplicar, pero la figura del monarca lo impide, con su pretensión de simbolizar a la España verdadera. Solamente representa a esta nación anacrónica en el siglo XXI, que todavía en sus sueños sin fundamento continúa combatiendo en San Quintín.

La historia no se detiene y cambia los conceptos y las realidades, y también la realeza. Debemos vivir a la hora del mundo, olvidando los tiempos pasados que para algunos parecen gloriosos, aunque para otros son decadentes. En ese aspecto, la figura del tiránico y despiadado Felipe II resulta un pésimo modelo. No ha habido ningún Felipe bueno en la monarquía española. Es un nombre gafado desde aquel Felipe I el Hermoso que hizo enloquecer a su mujer. Éstos son otros tiempos. Debemos demostrarlo.