
El desenlace del proceso constituyente chileno va a ser un factor clave en la disputa por la hegemonía regional e internacional entre la reacción y el progresismo, entre la derecha neoliberal y la izquierda y las reivindicaciones de los pueblos.
Las noticias en los días previos no hacían presagiar nada bueno,
aunque la esperanza de estar asistiendo a otra maniobra más de la
derecha mediática abría una rendija a la esperanza para la izquierda
chilena, latinoamericana e internacional. Sin embargo, es necesario
reconocerlo con toda la crudeza, el rechazo del 62% a la propuesta de
nueva constitución en Chile constituye una derrota indiscutible y sin
paliativos.
Debido a la identificación de la izquierda chilena
con la propuesta de nueva constitución y a la incapacidad para integrar a
otros segmentos sociales en la opción del Apruebo, sus destinos han
quedado indisolublemente ligados. Así, se hace urgente obtener
aprendizajes que permitan reconducir la definición de un nuevo marco
político e institucional más igualitario y democrático, a la vez que
consigue entroncar con las aspiraciones y reivindicaciones de las
mayorías sociales del país.
La necesidad de hacer una correcta
interpretación de la realidad material sobre la que opera la política,
mucho más si es desde una voluntad transformadora, se convierte en un
elemento nuclear. En este caso, los resultados de las elecciones a la
Convención Constitucional, en un contexto de auge del movimiento de
masas, ofrecieron una imagen en cierta forma distorsionada de las
corrientes de fondo que estructuran la sociedad chilena.
Quizá,
las urgencias provocadas por años de dictadura y de ausencia de
perspectivas y las esperanzas generadas por la victoria de Boric a lomos
de las movilizaciones populares de 2020, no permitieron percibir los
límites del momentum político. Ahora, ante el avance de las posiciones
de centro-izquierda dentro del Gobierno, es necesario evitar que el gran
éxito de la Convención Constitucional (participación popular, quiebre
del sistema de partidos, visibilización de los grandes problemas del
país) se convierta en una victoria pírrica que allane el camino de los
sectores más conservadores.
En relación a los contenidos del
texto constitucional, la situación generada en Chile nos muestra la
importancia de dar respuesta a los intereses y necesidades expresadas
por las grandes mayorías. Si esto no es así, o es percibido por estos
grandes sectores como algo ajeno a la realidad que necesitan transformar
para mejorar sus condiciones de vida, los cambios pretendidamente
revolucionarios pueden conllevar el germen de la reacción y el
retroceso.
En cuanto al método, el proceso de discusión y debate
en el seno de la convención constitucional se ha caracterizado por ser
farragoso y de difícil comprensión para el público en general, alejando a
la mayoría de la población del mismo y, por lo tanto, alienándola de su
resultado final.
A nivel comunicativo, los grandes
conglomerados mediáticos chilenos, contrarios a todo cambio que ponga en
cuestión la estructura elitista configurada por la dictadura
pinochetista, han sabido aprovechar las expresiones más extravagantes de
diferentes convencionales, deslegitimando el proceso en sí mismo, la
propuesta de constitución y, por ende, al conjunto de la izquierda y de
las expresiones sociales y políticas que protagonizaron las protestas
que dieron lugar al momento actual. La mayoría de la sociedad chilena ha
sentido el proceso como algo ajeno a su vida, a sus intereses y, por
qué no reconocerlo, como una amenaza.
No obstante, nada se ha
perdido. Como diría García Linera, «vencer, caerse, levantarse, luchar,
vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro
destino»: los más de 3 años de mandato presidencial restante, permiten
vislumbrar algunos elementos de optimismo de cara al futuro.
El
elemento más importante es, pese al rechazo de la propuesta sometida a
referéndum del 4 de septiembre, la deslegitimación de la Constitución de
1980. El legado pinochetista no es más una alternativa para el pueblo
chileno, la reacción no puede anclarse en un pasado oscuro, aunque haya
podido crear confusión y dificultar la aprobación de avances necesarios.
Aun
en un contexto de una democracia liberal en el que el poder político se
encuentra limitado por la oposición activa de las élites económicas
(cuyo ejemplo más cruel lo encontramos el ominoso 11 de septiembre de
1973), existen resortes que pueden ser activados para llevar a cabo
transformaciones reales de las condiciones de vida de los chilenos y
chilenas. Estos cambios (en los sistemas públicos de educación y de
salud, incrementos salariales, medidas de igualdad que contribuyan a
mejorar la posición de las mujeres, etc.), sentidos por la población
como positivos, pueden generar las condiciones de posibilidad que abran
los candados que impiden avanzar en un marco constitucional más
integrador y democrático.
La izquierda en su conjunto se juega,
nos jugamos, mucho. El peso económico, político y cultural de Chile en
el entorno latinoamericano es muy importante, por lo que el desenlace de
su proceso constituyente va a ser un factor clave en la disputa por la
hegemonía regional e internacional entre la reacción y el progresismo,
entre la derecha neoliberal y la izquierda y las reivindicaciones de los
pueblos.
No podemos olvidar que otros procesos centrales en la
configuración de la realidad presente en Latinoamérica, como son las
elecciones presidenciales de octubre en Brasil, la creciente violencia
política contra en Argentina o la estabilidad del gobierno progresista
de Colombia, van a estar fuertemente condicionados por la definición del
proceso chileno y la rearticulación de las fuerzas de izquierda (y de
derecha) que pueda provocar.
Desde el internacionalismo y desde
el conjunto de la izquierda tenemos la responsabilidad de apoyar
consciente y pacientemente este proceso de recomposición y búsqueda de
alternativas que consigan aglutinar diferentes sensibilidades y
conformar mayorías favorables a cambios de progreso, incluso cuando su
aroma revolucionario no nos retrotraiga a heroicas gestas del pasado.
Fuente → naiz.eus
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