Victorina Cantó, una mujer emprendedora y anarquista, en los Encants barceloneses de la posguerra.
 Victorina Cantó, una mujer emprendedora y anarquista, en los Encants barceloneses de la posguerra / Antonio Gascón Ricao

 

Decían los antiguos egipcios que: “la palabra tiene un valor supremo en la creación de la realidad. Todo lo que se nombra existe y lo que se escribe existe para siempre”. Es por ello que la exposición de unos hechos históricos conforma una “realidad social y cultural” que es vivida plenamente por aquellos que, sin cuestionarla, la aceptan como cierta. Esto pasaba en la época de los egipcios y sigue pasando en la actualidad.

La diferencia reside en que los egipcios plasmaban sus historias en un soporte pétreo que hoy todavía se conserva en las paredes exteriores de los templos, donde se narran las historias de sus faraones. En los tiempos actuales nos limitamos a relatar la misma realidad en libros o en páginas web, pero el fin sigue siendo el mismo, con la salvedad de que ahora los protagonistas en ocasiones son la gente común o las propias mujeres, como es el caso que nos ocupa.

Una mujer en el reino de los hombres

Ahora que el mundo parece querer cambiar, como ejemplo de pioneras, no vendrá mal recuperar la figura de una mujer del siglo pasado, recientemente desaparecida, cuyo mérito humano fue el decidir en la posguerra que quería ser, en solitario, una propietaria-comerciante más.

Carné de Agremiada a los Encantes, 1950. Archivo del autor
 

Deseo que se cumplió, al lograr ejercer su actividad durante más de 60 años en el entonces mercado informal de los Encants de Barcelona, en unas fechas en que no era precisamente muy habitual ver mujeres que se pusieran al frente de un negocio, y menos aún en un lugar tan duro como era en aquel entorno, que en aquellas fechas era mirado con mucho recelo por los ciudadanos, al correr de común la especie de que en él se vendian, de forma circunstancial, objetos procedentes de hurtos, con la correspondiente presión policial. Asunto que permitía al gobierno mantener un cierto control de los comerciantes, muchos de ellos abocados a aquel negocio, denominado entonces de la “miseria”, a causa de la resaca de la guerra.

Los orígenes familiares

Así, de la pareja formada por José y Eloina, gente con fuertes convicciones anarquistas, el 28 de abril de 1926, nació en la C/ Montserrat, del distrito barcelonés de Atarazanas, Victorina Cantó Salinas, bebé que fue inscrito en el registro civil, siguiendo la costumbre, dos días más tarde.

Poco tiempo después aquella misma familia, visto lo complicado que era sobrevivir en Barcelona, decidió marchar a Albatera (Alicante), población que concluída la guerra civil alcanzará una triste fama a causa de la existencia de su terrible campo de concentración franquista, pero lugar donde la niña pasó su infancia y adolescencia, quedándole en la memoria que en su humilde casa se reunían de común gentes de la CNT de toda la comarca, al formar parte sus padres del sindicato local.

Labor política que iba más allá, al dedicarse la madre a la venta y distribución de la prensa anarquista de la época, entre ella Tierra y Libertad o Tiempos Nuevos o Solidaridad Obrera, con el consiguiente riesgo.

La vida en el campo

Según explicaba hace unos años la propia Victorina, durante una época de su infancia, junto con otros niños de su edad, la niña estuvo a cargo de la Beneficencia local, entre otros motivos, al ser un pariente muy próximo responsable de la misma. Detalle que debió propiciar su asistencia a la escuela municipal, donde era muy querida por las maestras, que le vaticinaban que cuando alcanzara a ser mayor sería una gran mujer.

Los recuerdos que guardaba de su infancia eran de sus parientes, todos ellos gente de campo, recordando que algunos, unos pocos, hasta poseían alguna tierra propia. O recordando la existencia en su casa en Albatera de un gran palomar y varias gavias con conejos, o del pozo que tenía la propiedad, abundantemente surtido de agua de manantial, hasta tal punto que en las épocas de sequía, los vecinos se abastecían del mismo. Aquella cierta abundancia, permitía a la familia, llevar de vez en cuando algo de comida a los sufridos maestros locales, haciéndose bueno el proverbial dicho que afirmaba que en aquel entonces “se pasaba más hambre que un maestro de escuela”.

Sin embargo, el padre no trabajo nunca de agricultor, sino de vendedor ambulante, lo que propició que durante un tiempo pudiera recorrer todos los pueblos de la comarca, y en ocasiones incluso llevándose a la niña, eso si, montada en lo alto de su carretón.

La guerra civil

Pero el tiempo fue pasando, y así llegó julio de 1936, momento en con 10 años recién cumplidos vio como su padre tomó la decisión, como muchos otros vecinos, de alistarse para combatir a favor de la República. Pasando así a formar parte del grupo del que se había hecho cargo el anarquista alcoyano Rafael Martí, alias Pancho Villa, grupo que se integró en la Columna de Hierro, unidad en la cual su padre pasó momentos muy amargos.

Visto el sesgo que estaba tomando la guerra, el padre se puso de acuerdo con su compañera aconsejándole que cuando alguien del pueblo preguntara por él, no explicase sus aventuras guerreras, dando la infantil excusa familiar de que durante aquel tiempo de guerra, su compañero había estado dedicado, como antes de la guerra, a la venta ambulante.

De aquel modo, al concluir la guerra, y tras regresar el padre al pueblo, y como ya era de esperar, la familia a causa de sus antiguas ideas anarquistas no eran bien vistos por los vencedores, convertidos entonces en caciques, y después de tener varios problemas con ellos, el padre de Victorina finalmente acabó encarcelado. Por suerte para la familia, un amigo de la infancia, entonces de derechas, logro con sus nuevas influencias sacarlo de la cárcel, avisándole que lo mejor que podía hacer era coger a su compañera e hija y abandonar a la carrera el pueblo, antes de que su persecución acabara de mala manera, tal como venía siendo lo común, y así lo hicieron.

En Francia

De aquel modo, y después de muchas peripecias toda la familia al completo acabó en Francia, donde durante años estuvieron trabajando principalmente en la vendimia. Pero gracias a la madre, pues tenía buenas manos para la costura y para las tareas del hogar, de ahí que esta acabó sirviendo en casa de los dueños de los viñedos, mientras que el padre se dedicaba de normal, al no tener oficio fijo, a sus “chapuzas”.

Después de unos años, la familia tomó la decisión de volver a España, más concretamente a Barcelona, donde debido a la penurias económicas, durante años les tocó vivir en diferentes domicilios, recogidos por amigos y conocidos que los apreciaban, consiguiendo al final acabar viviendo en la popular barriada de la Barceloneta, en casa de una hermana de la madre y tía de Victorina, que residía en un humilde piso de la calle de la Maestranza nº 59.

Durante aquella época, la familia estaba constantemente vigilada por la temida brigada político social a causa de los antecedentes políticos, tanto del padre como de la madre, siendo constantemente molestados por detalles tan nimios, como por ejemplo por no ir a la Iglesia, etc., y es a partir de aquel momento que Victorina comienza a trabajar como asalariada con una Sra. conocida de la familia, en el mercadillo de la Barceloneta, vendiendo medias y calcetines y telas. Y en ello estuvo, hasta que un día descubrió el bordado, y como le gustaba dibujar pues era una mujer muy creativa, decidió entonces tomar clases de bordadora, tanto a máquina, como a mano, convirtiéndose con el tiempo en una gran profesional de aquel ramo.

Los Encantes de Barcelona

Aquel nuevo trabajo le prestó tener una importante clientela, que unido un gran esfuerzo le permitió con del tiempo hacerse con el dinero necesario para poder comprar dos paradas en el mercado de los Encantes de la plaza de las Glorias en el año 1950. Y de aquel modo con apenas 26 años, decidió que a partir de entonces se dedicaría a la compra/venta de muebles usados y a su restauración, siendo en aquella época una de las pocas mujeres empresarias que se dedicaban a aquel oficio en Barcelona, tenido en cuenta que en los inicios desconocía todo lo concerniente a aquel negocio.

Victorina en su parada de los Encantes año 1951. Archivo del autor
 

Para poder llevar a cabo la nueva actividad, la antigua bordadora tuvo que aprender a barnizar y a reparar muebles viejos, o reparar los somieres de madera llamados de malla inglesa, los cuales cosía y reparaba con la ayuda de alambres, o desinfectándolos de los habituales chinches que en aquellos días corrían a causa de la miseria, con la necesaria ayuda de petróleo.

Labores propias de aquel negocio en la cuales fue iniciada por un hábil ebanista que de habitual colaboraba con ella en el mercado, llamado Ubaldo, en su caso antiguo Guardia de Asalto durante la guerra civil, otro perseguido más como ella. Un hombre serio y mucho más mayor que ella, al cual Victorina cuidará hasta el final de sus días, agradecida por lo que la había ayudado en sus tiempos más difíciles del inicio de su negocio.

Prueba de aquella relación humana, se conserva hoy en día un tablero de ajedrez, con un compartimento secreto, que Ubaldo, le hizo y regaló sabiendo la necesidad que tenía del mismo, en el cual Victorina, guardó celosamente durante años sus carnets de la CNT desde que empezó a militar y cotizar en la clandestinidad, allá por el año 1946, recién cumplidos los 20 años, al igual que hicieron multitud de anónimos militantes.

Carné de la CNT, año 1946. Archivo del autor
 

Victorina siguiendo la tradicción familiar, siempre se mantuvo fiel a sus ideas libertarias. Cenetista hasta la médula, nunca olvidó su raíces y gracias a lo conseguido con su negocio en los Encantes siempre procuró ayudar a quien lo necesitaba, compañera de sus compañeros y de todo el mundo, que a pesar de ser una mujer con muy pocos estudios, porque la guerra acabó con muchos de sus sueños, afirmaba con orgullo que su universidad había sido siempre la calle y su familia el pueblo, al mantener su soltería hasta el final.

Cotizaciones de la militante, Archivo del autor
 

En resumen fue una mujer libre e independiente y por supuesto muy adelantada para su época, la que nos dejó el 10 de enero de 2012. Actualmente sus paradas, transformadas en un negocio más actual, todavía continúan activas en el Mercat dels Encants, en manos de uno de sus fieles empleados, con el nombre de Muebles Victorina.


Fuente → serhistorico.net 

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