Las generaciones socializadas durante los años de mayor represión tienen menos simpatía por el estado propio
Siguiendo uno de sus puntos doctrinales más importantes, una de las primeras decisiones que el general (y futuro dictador) Francisco Franco tomó al pisar territorio catalán fue la eliminación del Estatuto de Autonomía del 1932. "El Estatuto de Cataluña ha muerto", clamaba el Diario de Burgos el 9 de abril del 1938, un día después de que se aprobara el decreto ley de derogación. Poco a poco, la batería de medidas contra la lengua y la cultura se fueron desplegando. "Si eras patriota, habla en español", decían unos letreros colgados en Lleida justo después de la entrada de las tropas franquistas. Centenares de profesores y funcionarios fueron depurados o sancionados y el catalán se replegó esencialmente al ámbito privado. Incluso en las postrimerías del franquismo, y como explicaba Antoni Batista recientemente , la frase "hablan en catalán" solía romper toda presunción de inocencia. Como bien nos han documentado los historiadores, el anticatalanismo institucional, asociado a un elevado grado de represión, constituyó una de las piedras angulares de la dictadura franquista.
Si miramos los datos del Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS), los catalanes que se socializaron políticamente entre 1917 y 1959 y que, por lo tanto, estuvieron más expuestos a los hechos de la Guerra Civil y la dictadura posterior, son menos independentistas que el resto de cohortes. Se trata de un grupo de personas, como mínimo las que todavía viven, entre las cuales aumentó el apoyo en la independencia a partir del 2008-2010, tal como lo hizo en el resto de grupos de edad. Así, cerca de un 20% de personas pertenecientes a la cohorte socializada durante la Guerra Civil y los años más duros de la dictadura apoyaban la independencia en 1991, un porcentaje que llegó a subir a más del 40% en 2011.
En la prensa internacional, cuando se habla de Catalunya se suele mencionar el pasado represivo para explicar el movimiento independentista. ¿Pero hasta qué punto es así? Décadas después, ya con la llegada de la democracia, se podría argumentar que muchos catalanes decidieron pasar página y que la losa represiva del pasado era una cuestión que había que perdonar. Un hilo argumental que apuntaría al hecho, por ejemplo, de que buena parte de las elecciones post-Transición las ganaron partidos de ámbito estatal o que durante los años ochenta y noventa el apoyo a la independencia era más bien bajo. Incluso algunos historiadores, buena parte de los cuales encapsulados en la derecha mediática, han insistido que la represión cultural franquista también se produjo en otros lugares y que la guerra y la posguerra no fueron un caso de "España contra Cataluña".
El argumento opuesto, sin embargo, apuntaría que el legado cultural, de actitudes y de comportamiento derivado del franquismo va mucho más allá del voto y se manifiesta en un poso anticatalanista que todavía hoy existe entre una parte importante de la población española. Como detallaba el ARA hace unas semanas, los catalanes son los ciudadanos menos queridos del Estado, una tendencia que ya se observaba en una encuesta del CIS del año 1994. Así mismo, una corriente importante del nacionalismo español ha tenido históricamente una relación poco crítica con los asuntos de la Guerra Civil y la dictadura franquista, lo cual habría podido ayudar a hacer que la memoria de la represión no se desvaneciera
Los estudios empíricos llevados a cabo hasta ahora indican que la represión franquista llevó a una parte importante de ciudadanos a generar lo que se denomina un “sesgo antirrégimen” ideológico. Es decir, aquellas zonas con más represión tienen ciudadanos que son más de izquierdas de lo que lo habrían sido si la represión no hubiera existido. ¿Pero qué sabemos del efecto de la represión franquista sobre el apoyo a la independencia? ¿La generación que sufrió más represión es hoy en día más independentista? ¿Es la que ha hecho aumentar el apoyo a la independencia?
Fuente → es.ara.cat
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