Qué quiere decir ser pacifista ahora
 

Qué quiere decir ser pacifista ahora
Francisco Fernández Buey

No fechado, seguramente es un texto de 1999. Fue escrito durante (y contra) los bombardeos otánicos sobre las principales ciudades de la destruida República Federal de Yugoslavia.
 
 Una de la operaciones más hipócritas, entre las muchas declaraciones hipócritas a las que estamos asistiendo en estos días, es la utilización, por parte de los cortesanos dedicados a lavar la cara de los dirigentes de la OTAN, de textos sueltos de pacifistas históricos, como Russell o Einstein, contra los pacifistas y antimilitaristas de hoy, o sea, contra todas aquellas personas que habiendo criticado la discriminación étnica practicada por el régimen de Milosevic y habiendo exigido la autodeterminación de Kosovo propugnan al mismo tiempo el cese inmediato de los bombardeos sobre la RFY [República Federal de Yugoslavia] y una salida político-diplomática, no militar, al conflicto de los Balcanes. Russell escribió y luchó también contra la primera guerra mundial y, aún más radicalmente, contra la invasión norteamericana de Vietnam. Y Einstein no fue solo pacifista de la primera hora, durante la primera guerra mundial, sino también de la última que lo tocó vivir: la llamada “guerra fría”, en la que denunció tanto el autoritarismo de unos como, sobre todo, lo que llamó “el poder desnudo” existente entonces en el lugar en que vivía, los Estados Unidos de Norteamérica.

Así que convendría poner las cosas en su sitio. Voy a intentarlo.

Todas las comparaciones entre la situación existente desde 1990 en los Balcanes y las guerras anteriores son inexactas, inapropiadas. Es inexacta la comparación habitual con la guerra de España cuyo eje y motivo principal fue la cuestión social: la guerra civil española no fue una guerra entre etnias o comunidades del estado español. Es inexacta la comparación con la segunda guerra mundial provocada por el expansionismo del nacional-socialismo hitleriano: la Serbia de hoy no es la Alemania de 1939 y si hay alguien interesado en modificar fronteras en esa zona a su favor ese alguien está dentro de la Alianza Atlántica. También es inexacta la comparación con la primera guerra mundial, en la que el conflicto de intereses entre potencias imperiales jugó un papel esencial: lo que queda de la RFY no es un imperio; lo que queda de los aliados de la RFY, la antigua URSS, tampoco lo es ya; si hay alguna acepción razonable para la palabra “imperio” hoy en día esa acepción solo puede emplearse para los Estados Unidos de Norteamérica, que es la potencia central en esta guerra.

La forma que ha tomado esta guerra a partir de la decisión de la OTAN de bombardear las principales ciudades de la RFY tampoco se puede comparar con lo ocurrido hace unos años en el golfo Pérsico, aunque si nos atenemos a la estrategia del Pentágono y a las armas que está utilizando la OTAN hay puntos de contacto con ella. A lo que más se va pareciendo esta guerra es a lo ocurrido en el sudeste asiático a partir de la intervención norteamericana en Vietnam y Camboya. Además de la destrucción de Vietnam, el efecto indirecto de aquella intervención, particularmente en Camboya, fue desastroso: desató uno de los genocidios más terribles de la historia de la humanidad que solo se detuvo a partir de una nueva intervención, la de un Vietnam, desangrado pero victorioso, en Camboya.

No hay duda de que la limpieza étnica había empezado en Kosovo antes de la intervención de la OTAN. Existen numerosas pruebas de ello. Pero en ese período había todavía un potente movimiento de oposición a Milosevic en Belgrado que se manifestó en la calle con la participación de cientos de miles de personas, muchas de ellas estudiantes y universitarios. Lo peor ha venido después de los bombardeos: la discriminación en masa de los albano-kosovares, las persecuciones, las vejaciones y la expulsión de sus hogares de casi todo un pueblo.

Que una cosa ocurra después de otra no quiere decir en todos los casos que la primera sea causa directa de la segunda. Cierto. Pero precisamente en este caso, como en el de Camboya, hay una relación de causa a efecto muy patente. Si se piensa con calma no se puede aducir que esto que ha ocurrido después de empezar los bombardeos estaba ya en el propósito del régimen de Milosevic. Lo menos que puede decirse al respecto es esto: que las intenciones del un día socialista, luego banquero y finalmente nacionalista, Milosevic, se han visto favorecidas por la situación creada por los bombardeos. Las declaraciones de los últimos albano-kosovares llegados a la frontera albanesa, o a Macedonia, son inequívocas: ahora huyen sobre todo de las bombas, del hambre, del horror. Son menos conocidas entre nosotros las declaraciones de serbios de Belgrado, opositores o no al régimen de Milosevic, que están huyendo, por razones parecidas, también a Macedonia o a otros países.

Un pacifista, en el sentido socio-cultural de la palabra, no es alguien que tenga miedo a morir en la guerra. En ese sentido pacifistas lo somos todos, en mayor o menor medida. Tampoco es alguien que esté dispuesto a aceptar pasivamente la paz de los cementerios, o sea, la tiranía, con tal de que no haya conflicto. Un pacifista no es alguien que no quiera morir. Es alguien que no quiere matar y que busca fórmulas para la resolución pacífica y racional de los conflictos. Un pacifista de finales del siglo XX, que no sea fundamentalista o esencialista, jamás aducirá en favor de su causa que está luchando contra el Demonio, como ha hecho Blair. Un pacifista del siglo XX tiene que saber que aducir la Moral (como si solo hubiera una Etica) en favor de su causa equivale a volver al pasado, a la moral mesopotámica, a la descalificación por bárbaro del que no sea de los nuestros, al olvido de que la barbarie de los nuestros ha sido frecuentemente, a lo largo de la historia, la más horrorosa de las barbaries y, sobre todo, equivale al olvido de que las declaraciones contra el Imperio del Mal, en nombre de la Moral con mayúscula, están en el origen de numerosos desastres históricos en los que acaban sufriendo todos los inocentes.

Este es el caso. Un pacifista en esta guerra tiene que saber que los primeros en sufrir en este conflicto han sido los albano-kosovares. Ellos han sido las primeras víctimas de la primera barbarie (no hablo aquí de lo ocurrido en Bosnia). A partir de ahí un pacifista tiene que preguntarse: ¿Qué hacer para parar ese sufrimiento? ¿Había otras vías diferentes de los bombardeos? Personas razonables que no se consideran pacifistas en pie de paz han contestado afirmativamente a esa pregunta: las había, había otras vías, durante las conversaciones de Rambouillet. Por ejemplo: una fuerza de interposición de las NN.UU. en Kosovo que, según el corresponsal del New York Times, fue aceptada en su momento por el parlamento federal yugoeslavo.

El argumento más fuerte que he escuchado en favor de los bombardeos y descartando esa otra salida, es éste: en los Balcanes estaba pasando ya algo muy parecido a lo ocurrido en la Alemania nazi y, por tanto, para parar el holocausto había que cortar de raíz su principio. Además, estaba el antecedente inmediato de lo ocurrido en Bosnia. Comparto la sensibilidad moral de las personas que hablan así, y más todavía si son judíos con memoria del ayer que se solidarizan con musulmanes de hoy. No creo, sin embargo, herir la sensibilidad de estas personas si digo que el argumento está equivocado. El “por tanto” que pretende llevar a la conclusión no funciona bien aquí.

Precisamente por lo que se sabía sobre Bosnia, por la sensibilización de la comunidad internacional ante el antecedente y por la existencia de varios mediadores favorables a una fuerza de interposición de las NN.UU. en Kosovo se habría podido, hace tres meses, detener el propósito de Milosevic sin bombardear objetivos civiles en Serbia. El principal aliado de Serbia, Rusia, estaba por una solución así. Hubiera sido una de las primeras veces en la historia de las NN.UU. en la que se habría podido solventar el veto de alguna de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad. No se hizo. La OTAN decidió por su cuenta, y en un momento decisivo. Lo que estaba en juego (y lo sigue estando) era: o una reestructuración democrática a fondo de las NN.UU. o una ampliación de las funciones de la OTAN. Coincidiendo con el 50 aniversario de ésta, se ha elegido lo segundo. Es razonable preguntarse por qué. Dicen que dijo Voltaire: “Los hombres se sirven de las palabras para ocultar sus pensamientos y de los pensamientos para justificar sus injusticias”. Creo que eso vale para los unos y para otros (también para los nuestros). Y ahí hay una de las claves para entender lo que está pasando.

Una vez iniciados los bombardeos un pacifista no fundamentalista, amante de Russell y de Einstein, tiene que saber también que el sufrimiento existente hace tres meses se ha extendido mucho. Las víctimas son ahora habitantes de Kosovo que no tienen por qué identificarse con Rugova ni con el ELK [Ejército de Liberación de Kosovo], y habitantes de Belgrado y de otras ciudades serbias que no tienen por qué identificarse con Milosevic ni con la oposición a Milosevic: son víctimas civiles que no participan en la guerra, que no están armadas: simplemente la sufren. Rebelarse contra el tirano ha sido un principio ético-político bastante compartido a lo largo de la historia. Pero no conozco ningún principio moral que dé derecho a alguien a bombardear a los de abajo porque estos no acaban de rebelarse contra el tirano. Eso es inhumano. Las expresiones “guerra humanitaria” y “daños colaterales” son de una hipocresía intolerable en estas circunstancias.

Cuando un pacifista de hoy pide el cese de los bombardeos no lo hace tampoco por neutralidad. No pretende emular a Poncio Pilatos. Y menos lo hace por aquel tipo de neutralidad contra el que escribían y cantaban Gabriel Celaya y Paco Ibáñez cuando éramos jóvenes y ni siquiera pacifistas. Lo hace por humanidad, que es muy distinto. “Humanidad” es precisamente la palabra más empleada por los estudiantes serbios recientemente entrevistados en la prensa francesa, estudiantes que fueron hace un año manifestantes contra Milosevic y que ahora están desesperados, desencantados, y claman en su totalidad contra la OTAN.

Se debe comprender las razones de las víctimas albano-kosovares cuando, en su desesperación, piden más bombardeos en Kosovo y en Belgrado. Y se debe comprender al mismo tiempo las razones de los estudiantes serbios cuando, en su desesperación, exigen el fin de los bombardeos que están destruyendo su país. Algunos dicen que eso es demasiada comprensión. Que no se puede estar al mismo tiempo con las víctimas y con los verdugos. Desde luego, que no se puede. Pero se puede, y creo que se debe, estar al mismo tiempo con las víctimas de las dos partes. Y, estándolo, se puede y se debe seguir proponiendo, una vez más, el cese de los bombardeos y una salida político-diplomática al conflicto. Es inexplicable, con las informaciones que tenemos ahora (dentro de unos cuantos años, me temo, tendremos muchas más) el que precisamente al día siguiente de que aparezca en el horizonte una propuesta seria en favor de la paz, y con mediadores comprometidos, se intensifiquen los bombardeos con el argumento de que estamos ganando la guerra. ¿Quiénes?

Hay quien replica que esta forma de pensar es una ingenuidad y que este pacifismo que no se quiere fundamentalista se basa en un racionalismo trasnochado e inoperante. Lo que había antes era irracional y tiene que ser combatido irracionalmente, han afirmado algunos de los dirigentes norteamericanos, según me dicen amigos de allí. No me lo puedo creer. Si me prueban que eso es así, que hay gente que manda, y que da órdenes a los pilotos y que piensa que a la irracionalidad solo se puede contestar con la irracionalidad, me bajo enseguida. Porque la conclusión de eso es: ya no hay nada que hablar. Y creo que a estas alturas casi todos conocemos ya las consecuencias prácticas de esa forma de mandar e imponer que algunos (¿ingenuamente?) llaman pensar. Si pensar fuera eso entonces el “por tanto”, el conocido ergo de los maestros de la lógica, se habría convertido definitivamente en un mazo, en una bomba, en una ametralladora. Y no solo contra los otros, contra el adversario, contra el Imperio del Mal, que se dice, sino contra todas las personas razonables.


Notas complementarias 

1) FFB es autor de esta irónica reflexión (autobiográfica) que tal vez no llegara a publicar: 

Cuando en el 67, en el Sahara, apoyé a los Testigos de Jehová que se negaban a empuñar las armas, mis amigos de extrema izquierda (que luego cambiaron oportunamente de camisa) me criticaban con el argumento de que un comunista no puede ser pacifista.

Cuando volví del desierto y protesté en Barcelona contra la guerra de Vietnam, los que mandaban entonces (que también cambiaron oportunamente de camisa) me persiguieron con el argumento de que un comunista no puede ser pacifista.

Cuando en 1984 me metí en el movimiento anti-OTAN y fundé en Valladolid un centro antimilitarista, los nuevos mandamases (que se habían caído ya oportunamente del caballo en el camino que va de Damasco a New York) me tildaron de utópico pseudopacifista porque un comunista no puede ser pacifista.

Cuando en 1986 me hice objetor de conciencia a los gastos militares y pasé la parte correspondiente de mis impuestos a organizaciones antibelicistas, los responsables de Hacienda (que luego resultaron prevaricadores), además de bloquearme la cartilla de ahorros, me compararon con los evasores fiscales del momento (que luego fueron indultados) y me cantaron telefónicamente la vieja canción: “un comunista no puede ser pacifista”.

Cuando estalló la guerra del Golfo pérsico y salí a la calle con otros y firmé manifiestos para exigir la paz, los mandamases de los dos principales partidos políticos del país (oportunamente de acuerdo ya en hacer de felpudo de la política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica) me dijeron que bombardear Bagdad era parte de la guerra justa contra el Demonio y que, además, un comunista no puede ser nunca pacifista.

Y ahora cuando denuncio las barbaridades de la nueva guerra que mata a kosovares y serbios de la ex-Yugoslavia, los amigos de ayer me dicen que ser pacifista es precisamente estar a favor de la intervención armada de la OTAN y que, obviamente, un comunista como yo no puede ser tampoco en 1999 pacifista.

Podría haber elegido el silencio, como dicen que hizo Karl Kraus, para dejar encendida una bomba de relojería verbal, Los últimos días de la humanidad. Pero antes de optar por el silencio voy a hacer una pregunta. A quien corresponda:

¿Qué creen los mandamases de este mundo que tiene que hacer un comunista para ser considerado pacifista? 

Fuente: Texto recogido en el volumen de M. Sacristán y F. Fernández Buey Barbarie y resistencias. Sobre movimientos sociales críticos y alternativos.


Fuente → elviejotopo.com

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