La eclosión de la juventud y feminismo en España (años 60 y 70)
La eclosión de la juventud y feminismo en España (años 60 y 70) 
Soledad Bengoechea

 

La, la, la y las chicas yeyés

Era un frío mes de marzo de 1968 y la juventud irrumpía con fuerza en España. Una cantante española, Massiel, se encontraba actuando en México. De pronto recibió una inesperada propuesta: la de representar a España en el Festival de Eurovisión, que ese año se celebraría en el emblemático Royal Albert Hall de Londres. Seguramente, en aquel momento, nadie en España esperaba el triunfo de una cantante española, pero lo cierto es que la noche del 6 de abril Massiel vivió una victoria histórica al alzarse como ganadora con La, la, la, una canción creada por el Dúo Dinámico. La joven madrileña, que entonces contaba con solo veinte años de edad, venció en su terreno y por un único punto al Congratulations del británico Cliff Richard, que partía como favorito.

En principio, Radiotelevisión Española (RTVE) había seleccionado para el festival a un intérprete barcelonés, Joan Manuel Serrat, poco conocido por aquel entonces. Pero este impuso una condición, y fue rotundo: o interpretaba La, la, la en catalán, su lengua vernácula, o no iba a presentarse. Las autoridades franquistas no podían tolerar aquel pulso, así que caso cerrado: se pensó en sustituirlo y se escogió a Massiel. En once días ella tuvo que aprender la canción, ensayarla y acudir al festival en la capital británica. Hizo una interpretación vibrante, llena de entusiasmo. ¡Y triunfó! Para el evento lució una estampa a la última moda juvenil, exhibiendo un airoso vestido de flores con minifalda que adquirió en París en la boutique del conocido modista Courrèges, autoproclamado inventor de la minifalda junto con la vanguardista Mary Quant («Una mujer es tan joven como su rodilla», dijo ella). Estaba radiante. Sin dudarlo, Franco quiso aprovechar la ocasión. Pidió hacerse la foto de rigor con la laureada artista y entregarle el Lazo de Dama de Isabel la Católica, que premiaba su inesperado éxito. ¡Pero Massiel respondió con un no rotundo! ¿Fue ese el motivo por el cual la vengativa Televisión Española no dudó en vetarla durante meses?

Massiel, ganadora de Eurovisión en 1968.

 

Massiel formaba parte de la estela de las chicas yeyé que por entonces tenían tanto éxito en Europa. Este movimiento había nacido en Francia a principios de la década de los años sesenta, lanzando al estrellato a cantantes muy jovencitas como France Gall, Françoise Hardy o Sylvie Vartan. En España la nueva moda alcanzó un tremendo éxito, que duró incluso más que en otros países. Entre 1963 y 1968, los yeyés representaron una de las corrientes predominantes en la escena musical del país.

Pero ¿qué era una chica yeyé? Ser una chica yeyé significaba introducir en las costumbres juveniles un estilo de vida, una trasgresión. Una forma de ser, de vestir, una actitud, un comportamiento ante los cambios sociales de una década tildada de prodigiosa. La mejor década hasta la fecha. Sin duda. En un principio, el movimiento yeyé lo representaban chicas jóvenes interpretando de manera desenfadada. En general eran muchachas de ciudad, incluso podría decirse de grandes ciudades. El mundo rural, una vez más, quedaba algo al margen. Sobre todo hasta que la televisión impusiera su presencia en todos los hogares. La mayoría de las canciones hablaban de amor y desamor, con sus pequeñas dosis de sexualidad. Pero el término yeyé fue bastante más que un estribillo de las canciones de los sesenta. Los jóvenes dejaron de vestirse como los adultos. Dieron lugar a una moda propia: la moda joven. La chica yeyé seguía la corriente de aquellos años que dejaba de lado la recatada moda anterior: por supuesto, minifalda, vestidos tipo imperio, escotes redondos, manga corta, toque envasé y zapatos con tacón… Imitando a las extranjeras, las españolas optaron por el bikini en playas y piscinas; cambiaron los peinados y el maquillaje, surgió el cardado y las pestañas postizas. Los complementos se tornaron muy exagerados, como las grandes gafas de sol; dentro de todo el conjunto, simbolizaban esa gran transformación que poco a poco se iba realizando. Por supuesto, estas eran jóvenes de clase media, en su mayoría estudiantes. Tenían acceso al tocadiscos y a los registros de canciones en discos de vinilo, e hicieron de la música el cauce privilegiado de expresión de la libertad en la nueva juventud española. De la chica modosa, educada para casarse, se pasó a la joven resuelta, independiente, que empezaba a usar pantalones y que había descubierto una relación chico-chica más libre.

No era un movimiento radical, pero se situaba un poco al margen de la estructura establecida. Por primera vez durante la dictadura, el imparable cambio social que se estaba produciendo y que culminaría en el resto de Europa en el Mayo del 68 francés conseguía penetrar en nuestro país. El régimen franquista no se sentía nada cómodo con las nuevas tendencias. Algo que quedó claramente demostrado en la pieza que el NO-DO dedicó a la visita a España de los «apóstoles» de los nuevos tiempos: The Beatles.

Ya se podían bailar ritmos trepidantes que hacían mover todo el cuerpo; especialmente el rock and roll, con su provocativo balanceo de caderas a lo Elvis Presley y sus desinhibidos saltos. Pero la que verdaderamente creó un hito fue la generación yeyé. Dentro de los estrechos límites que marcaba la dictadura, esta generación anhelaba y reclamaba una mayor libertad, una forma de vida no tan sujeta al rígido corsé de la moral católica del franquismo. Las chicas se alejaban más y más de la mentalidad de sus madres, por no decir de sus abuelas. Representantes de la música yeyé en nuestro país fueron Marisol, Lita Torelló, Salomé, Lorella, Ana Belén, Karina, Gelu o Rocío Dúrcal. En la película Historias de la televisión (1965), Conchita Velasco, principalmente actriz y no tanto cantante, interpretó por primera vez la canción La chica yeyé, un tanto empalagosa para algunos gustos, aunque alcanzó entonces una popularidad impresionante. Ahora puede parecer una canción remilgada, mas en aquella época de prohibiciones proponía un nuevo modelo de mujer joven. Como decían algunas de sus estrofas: «Con el pelo alborotado y las medias de color» o «Y vendrás como siempre a suplicarme que sea tu chica yeyé». Otra cantante yeyé importante fue Karina. Cierto que hubo muchas otras (como Lita Torelló, o Rosalía, Gelu e Ivana, por citar solo a cuatro), pero Karina tenía algo. Rubia y con ojos claros, parecía francesa. Y eso ya era mucho. Su paso a Hispavox, en 1963, lo marcó su intervención en el televisivo Escala en Hi-Fi. La discográfica presentó a Karina como una chica moderna, pero sin exagerar, para que también fuese aceptable por los adultos más jóvenes. Y acertó de pleno.

En aquellos sesenta, Guillermina Motta puso sal y pimienta a la Nova Cançó, un movimiento casi asambleario de cantautores que extendieron por Cataluña canciones de cosecha propia. La invitaron a cantar una canción en casa del cantautor Pi de la Serra y este le dijo: «Si haces dos canciones más ya puedes venir a cantar este sábado». Así, la joven debutó en el casino del Figaró en 1963. En la Nova Cançó, Guillermina Motta representó pronto el toque de picardía, desenfadado y desvergonzado, en medio del espectro estilístico que se iba ampliando: la mediterraneidad de Maria del Mar Bonet abría el acordeón de los sonidos hasta el infinito. Motta era, por excelencia, la vena heterodoxa de todos ellos, por el hecho de abrazar tanto el cabaret como el rescate del cuplé catalán y porque imprimió un estilo de dicción musical que la hacía inconfundible.

A pesar del régimen político que no permitía las libertades democráticas en España, coincidiendo con la introducción de esta música llegaron —por fin— algunas libertades. A ello no fueron ajenas ciertas tibias reformas legislativas, como la ley de prensa (1966) y la ley de libertad religiosa (1967). Estas crearon la sensación de una mayor libertad en la vida cotidiana. A los cambios de carácter económico y religioso vinieron a sumarse la emigración española al extranjero y el turismo. Los turistas traían nuevas costumbres y formas de vida más modernas. Una oleada de liberalidad socavaba los usos de una moral fosilizada, y se iniciaba un fuerte movimiento social laicizante que alejaba cada vez más a la mujer de la influencia eclesiástica. Llegaba mayor información de lo que pasaba fuera, tanto a través de los familiares que habían emigrado como de los medios de comunicación que no sufrían una censura tan rígida como la de décadas anteriores. Así, una generación de jóvenes introdujo un soplo de aire fresco en el clima social del franquismo, triste y rancio. Las tragedias que traumatizaron a generaciones anteriores durante los años de la guerra civil y la posguerra —la emigración política y económica, el hambre y la dura represión— quedaban cada vez más alejadas en el tiempo.

Los guateques

Aquella fue también la época de los famosos guateques. Un guateque era una simple reunión de jóvenes de ambos sexos, un baile bullicioso, una fiesta en la que se comía, se bebía, se fumaba y se «movía el esqueleto». A finales de los cincuenta y primeros años sesenta, un grupo de estos jóvenes se encontraban a eso de la media tarde de un sábado o domingo en casa de uno de ellos. Solían tener entre los quince y veinte años. Invitaba aquel o aquella joven que disponía de una salita capaz de albergar a cuatro o cinco parejas, por término medio. Bailaban al ritmo de las canciones en boga. Eso sí, en la sala, el tocadiscos ocupaba un lugar principal. Alguien tenía que ocuparse de ello y a menudo la persona propuesta era aquella que bailaba peor. Generalmente, un chico. Antes de las fatídicas diez de la noche regresaban los papás y el guateque tocaba a su fin. Hacia 1965, un tocadiscos era un derroche, carísimo, costaba como mínimo de dos mil a tres mil pesetas, el sueldo medio mensual de una oficinista. Poseer uno de estos aparatos era todo un lujo. Y, claro: se necesitaban discos, aquellos vinilos de cuatro canciones. A España llegaron tarde. Hasta 1953 los españoles no pudieron disponer de ellos. Solo a mitad de los sesenta se fueron popularizando.

Al principio de la tarde se bailaba rock and roll. Por las ventanas entornadas de la salita salían ráfagas de música… y carcajadas. A menudo, algún vecino del patio abría a medias una contraventana, asomaba la cabeza e increpaba fogosamente a los jóvenes. Estos se esforzaban por calmarlo, pero seguían con su alboroto. Al atardecer, ya con las luces del salón medio apagadas, sonaba música lenta y las parejas bailaban agarradas. Entonces el barullo y las risas se acababan. Al salir de las fiestas algunas chicas subían a la parte trasera de la motocicleta que su afortunado chico había comprado a plazos mensuales: una Vespa o una Lambretta.

Para bastantes muchachas, la etapa de salir con un chico se hacía insufrible cuando se alargaba mucho sin que llegase la declaración de amor. Esto era absolutamente necesario para comenzar las relaciones. Ellas, normalmente, la primera vez que el joven les declaraba su amor no respondían de inmediato con un «¡Sí!», sino con un «¡Tal vez!» o un «¡Déjame pensarlo!», que se convirtieron en las respuestas más normales. El decir sí a la primera denotaba por parte de la mujer demasiada impaciencia por tener novio, así que con esas otras contestaciones se ponía a prueba la capacidad de sufrimiento del chico y su tenacidad.

Durante el noviazgo, la novia preparaba su ajuar: se bordaban sábanas, toallas y mantelerías, añadiendo las iniciales del nombre y del apellido de la novia. No era costumbre bordar las del novio, puesto que se contemplaba que el noviazgo se podía romper. Lo que no estaba bien visto es que ella saliera con amigas cuando él tenía que estudiar, incluso debía guardarle ausencia fielmente si este se iba de viaje o, sobre todo, cuando se marchaba a realizar el servicio militar. La mayoría de las chicas eran sumisas. Él, en cambio, sí podía salir de noche con amigos, frecuentar bares y cafés. Cuando el compromiso se acababa, había la costumbre de que se devolvieran los regalos y las cartas. Muchas veces, esta petición solía ser un pretexto por parte de la novia para reanudar de nuevo las relaciones.

Queremos el mundo, y lo queremos ahora

Ya a finales de los sesenta y entrados los setenta, en las grandes ciudades empezaron a proliferar clubs de reunión o discotecas con una característica común: su entrada era la de una cafetería normal, pero una puerta en el fondo conducía por una estrecha escalera de bajada a una sala no muy grande. Había luces rojas, no muchas, en las paredes. Allí, chicos con melenas y chicas con minifaldas, muy jóvenes, bailaban a buen ritmo. Tenían un cierto parecido con los guateques, pero sin el control paternal, lo cual les daba un aire de mayor libertad.

En esta época, que coincidió con la popularización del Seat 600, algunas mujeres comenzaron a conducir, y también a fumar, sobre todo tabaco rubio, pues se decía que era menos perjudicial. En los anuncios aparecían mujeres al lado de hombres en el trabajo, todos fumaban y transmitían un mensaje de igualdad. Las primeras mujeres que fumaron fueron las universitarias y las trabajadoras asalariadas, no las amas de casa. Una vez más, las mujeres del mundo rural o de ciudades pequeñas quedaron fuera de esta modernidad.

El movimiento feminista

No nacemos mujer, sino que nos convertimos en una.

Simone de Beauvoir

Un tarde luminosa de mediados de los años sesenta, Paloma González Setién organizó un curso de cocina en Madrid. No, no le gustaba especialmente la cocina. No le dedicaba mucho tiempo. Pero se vio obligada a ello. Era el reclamo necesario para reunir un auditorio compuesto por mujeres. En realidad, el curso fue la excusa que le permitió constituir la Asociación de Amas de Casa de Moratalaz. Se ganó a pulso para la causa a un grupo de féminas. A raíz de estos encuentros pronto se fundó el Movimiento Democrático de Mujeres (MDM). No fue fácil cambiar la mentalidad de las mujeres de entonces, recordaba más tarde aquella pionera del feminismo en Moratalaz. Además de González Setién, destacaron como iniciadoras del Movimiento Democrático de Mujeres Merche Pintó y Dulcinea Bellido.

La fundación del Movimiento Democrático de Mujeres se había planeado en reuniones celebradas en la primera mitad de los años sesenta entre mujeres del Partido Comunista de España (y del PSUC en Cataluña), y otras independientes, dando lugar a su constitución como tal en 1965. En Cataluña, las comunistas Maria Rosa Borràs y Giulia Adinolfi, italiana afincada en Barcelona, fueron dos de sus impulsoras. La madrileña Manuela Carmena también participó de manera relevante en este movimiento feminista catalán. Carmena, con el tiempo futura alcaldesa Madrid, represaliada entonces por su militancia comunista, tuvo que dejar Madrid y recalar primero en Valencia y después en la Ciudad Condal por un tiempo. El Movimiento Democrático desapareció en Cataluña en 1969, mientras que se mantuvo en Madrid y en otras zonas de influencia del Partido Comunista de España.

Durante la década de los sesenta, la conciencia antifranquista había calado hondo en muchas mujeres que formaron parte de la política de resistencia contra la dictadura. Pero las organizaciones de izquierdas siempre estaban lideradas por varones. Mientras ellas supuestamente eran partícipes de la lucha antifranquista movidas por estímulos afectivos y de parentesco, los hombres lideraban la lucha asumiendo el poder. A través de esta separación deliberada de la motivación de las actuaciones y actividades políticas que llevaban a cabo hombres y mujeres, se justificaba la prolongación del ámbito doméstico y los cuidados de las mujeres, delimitando sus espacios de actuación. Las mujeres se vieron obligadas a enfrentarse no solo a la misoginia del franquismo, sino también al machismo de izquierdas. Cuando ponían sobre el tapete las reivindicaciones que les eran propias, las reivindicaciones femeninas, recibían como respuesta la evasiva de que lo prioritario era acabar con el franquismo y el capitalismo, mientras que los problemas específicos de las mujeres podían esperar. Ello provocó que algunas mujeres se decidieran a crear organizaciones políticas no mixtas, solo femeninas.

Otro factor relevante para la contundente impronta del movimiento feminista durante el franquismo fueron las obras escritas por feministas de la década anterior y de sus coetáneas. Sirvieron como armazón teórico para sus reivindicaciones, propuestas, y actividades políticas clandestinas enfocadas a lograr derechos para las mujeres.

El primer libro que obtuvo una notoria celebridad entre las feministas de los sesenta fue El segundo sexo, obra de la filósofa existencialista francesa Simone de Beauvoir. Según la autora, así es como los hombres habían percibido a las mujeres históricamente: como lo otro, como sujetos secundarios y de menor importancia, como segundonas. Este ensayo de 1950 fue vetado en España e incluido por la Iglesia en el índice de libros prohibidos, lo que retrasó su accesibilidad a todas las mujeres españolas hasta una década después. La mística de la feminidad, ensayo de la feminista liberal estadounidense Betty Friedan, se publicó en castellano en España en el año 1965 y se convirtió en otra de las lecturas que contribuyó a la formación de las mujeres del movimiento feminista. Este libro derivaba de un artículo que más tarde se convirtió en el primer capítulo de la obra, cuyo título era «El malestar que no tiene nombre», en el que Friedan expone una dolencia general que asola a las mujeres, llegando a traducirse en crisis nerviosas y verdaderos problemas de salud mental derivados de la insatisfacción de ser únicamente esposas, madres y amas de casa. Durante toda su obra, Betty desmonta el mito de la feminidad que atenaza a las mujeres y las retiene en un estado de infantilización y domesticidad cuyas consecuencias son verdaderamente negativas.

Simone de Beauvoir

 

En el ámbito español, destacó la figura de la jurista y periodista Lidia Falcón. Los derechos civiles de la mujer (1963) y Los derechos laborales de la mujer (1965) fueron los dos primeros títulos de una trilogía. Pero el tercer volumen, Mujer y sociedad, análisis de un fenómeno reaccionario, tuvo que hacer frente a la censura. Hasta 1969 no pudo publicarse en España.

Desde los años sesenta hasta la promulgación de la Constitución de 1978 los temas predilectos de las feministas en su lucha corrieron paralelos a los que planteaban las mujeres de los partidos y sindicatos de izquierda y movimientos vecinales: la problemática de los presos políticos, la necesidad de sindicatos democráticos, la carestía de la vida, los problemas de los barrios, la libertad de publicación, el derecho a la educación, la igualdad jurídica, las mejoras de las condiciones laborales, la necesidad de guarderías, comedores y lavanderías gratuitas; salario igual por igual trabajo, derecho al descanso, control de la natalidad, el divorcio, la prostitución, el ocio, el deporte, el recuperar la memoria del feminismo español, romper con los mitos construidos en torno a la familia, como la virginidad, la maternidad y la cosificación de la mujer. En definitiva, un conglomerado de reivindicaciones. Pero su activismo no se redujo a meras charlas, pues también realizaron actos de desobediencia civil, tales como saltos en la calzada, cortes de tráfico, boicot a la cesta de la compra, reivindicaciones sobre su derecho a reunión y asociación, distintos tipos de manifestaciones y concentraciones, conferencias, ruedas de prensa, manifiestos…

En los años sesenta y hasta el año 1986 el Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer mantuvo una gran actividad. Una acción que se traducía tanto en publicaciones, abarcando la problemática en la que se veían inmersas las mujeres, tales como el aborto, la violencia sexual o la necesidad de anticonceptivos, como en la esfera pública, junto con otros colectivos. Por su parte, la Asociación Española de Mujeres Juristas dedicó sus estudios al análisis de las leyes que afectaban directamente a las mujeres con la finalidad de promover un cambio social. La Asociación para la Promoción y Evolución Cultural, legalizada en 1974, un año antes de la muerte de Franco, desplegó una gran actividad cultural, en la que tuvieron lugar numerosas conferencias y encuentros con célebres feministas de otros países. Finalmente, en septiembre de 1975, poco antes de la muerte del dictador, surgió el Seminario Colectivo Feminista.

En los últimos años de la dictadura, aparecieron en España grupos feministas radicales influenciados por el feminismo de segunda ola. ¿Había que luchar contra el sistema capitalista o lo fundamental era acabar con el patriarcado? Y es que el movimiento de mujeres en España tuvo una doble dirección: por un lado existía una concepción de la lucha de la mujer como indisociable de la lucha de clases, lo que puede resumirse en el concepto de doble militancia; por otro, frente a esta postura, se situaba el feminismo radical, el cual exigía una única militancia, solo en organizaciones femeninas y feministas, no en partidos y sindicatos.

La primera presentación pública del feminismo español tuvo lugar en Madrid a pocos días de la muerte de Franco. Fue en las Jornadas por la Liberación de la Mujer de 1975, celebradas al calor del Año Internacional de la Mujer proclamado por la ONU. En este encuentro, las mujeres se hallaban más seguras: se presentía un cambio, se intuía que se estaba a un paso de la democracia. Los planteamientos fueron duros: se produjo un ataque a la familia, a la sociedad patriarcal y al autoritarismo, tanto el estatal, como al ejercido por el varón sobre la mujer. Paralelamente se fundó la Asociación Universitaria Para el Estudio de la Mujer (AUPEM), que nació debido a la fuerte discriminación contra la mujer en la enseñanza, tanto en la escuela como en la universidad. Esta organización estaba compuesta por estudiantes de izquierda y de extrema izquierda. Un año más tarde, en 1976, se celebraron en Barcelona las Jornades Catalanes de la Dona, que se consideró la segunda presentación pública del movimiento. Asistieron más 4000 personas.

A pesar de los diferentes enfoques mantenidos por cada grupo, existió una coordinación para acciones conjuntas a través de la Plataforma de Organizaciones y Grupos de Mujeres (desde 1978, Plataforma de Organizaciones Feministas de Madrid), que impulsó campañas, como la que se llevó a cabo en 1976 y 1977 por la amnistía para los delitos de aborto, anticoncepción, adulterio y prostitución, que mantenían en las cárceles españolas a cientos de mujeres. Las manifestaciones ante la cárcel de mujeres de Yeserías se sucedieron. Asimismo, numerosas feministas se daban cita en las Salesas madrileñas cuando se celebraban juicios contra mujeres acusadas de adulterio o contra periodistas que habían publicado artículos sobre anticonceptivos. En 1978, con la democracia y tras intensas campañas, llegó la despenalización tanto del adulterio y amancebamiento como del uso, propaganda y difusión de los anticonceptivos. La lucha por el divorcio y por el derecho al aborto seguiría abierta durante años. La recuperación del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora sirvió asimismo de punto de confluencia y vino marcada por las acciones de solidaridad del movimiento feminista con trabajadoras que sostenían importantes conflictos laborales.

Los movimientos de liberación femenina dieron siempre mucha importancia a la autonomía económica de las mujeres. Por no decir que era el punto en el que más incidían y coincidían, pues se consideraba una condición indispensable para no tener que doblegarse ante nadie y poder elegir el cauce de sus vidas. Visivilizemos a algunas de aquellas mujeres pioneras: Empar Pineda, Cristina Alberdi, Paca Sauquillo, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Lidia Falcón, Ramona Parra o Nati Camacho, notorias feministas, han sido un ejemplo en este sentido: son o han sido alcaldesas, las primeras abogadas de mujeres víctimas de malos tratos. Pero no solo ellas estuvieron ahí, donde tocaba. Otras mujeres, mujeres sencillas, amas de casa, trabajadoras fabriles, empleadas de comercio, de hogar, asalariadas de la educación, de la salud, científicas y un largo etcétera, muchas, más de las que se han contado, estuvieron ahí, participando y proponiendo, conquistando un espacio por el que todavía hoy es necesario seguir peleando. Avanzando, a pesar de todo.

Notas
Carmen Aniorte, «El inesperado triunfo de Massiel en Eurovisión tras la renuncia de Serrat», ElEspañol.com, 2015, elespanol.com; Carlos Cala, «Medio siglo del triunfo de Massiel en Eurovisión: la historia detrás del éxito», Cadena Ser, 5 de marzo de 2018, cadenaser.com
 
«La generación ye-ye y la música en la España de los 60», ElTrasteroDePalacio.wordpress.com, 2014, eltrasterodepalacio.wordpress.com
 
Jaume Collell, Guillermina Motta, aquel toque de picardía, 21/12/2014. lavanguardia.com

Manuel Román, «Recordando los guateques de los 60», LibertadDigital.com, 2015, libertaddigital.com

Francisco Arriero Ranz, El movimiento democrático de mujeres del antifranquismo a la movilización vecinal y feminista, tesis doctoral, 2015.

Noelia Felpet, 17/6/2017, “EL FEMINISMO TARDOFRANQUISTA DE LOS AÑOS 60-70”, La Guarida Humanista, laguaridahumanista.wordpress.com

Begoña Barrera López El Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer (1960-1986). Investigación y reivindicación feminista del Tardofranquismo a la Transición, Bulletin hispanique, ISSN 0007-4640, Vol. 118, Nº 2, 2016, págs. 611-628 
 
Amaya Larrañeta, Las mujeres españolas de mayo del 68: las impulsoras de una revolución social que precedió a la democracia. Ver más en: 20minutos.es

Fuente → serhistorico.net 

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