Carmen Castillo: memoria y olvido en Chile y en España
Carmen Castillo: memoria y olvido en Chile y en España 
Alfons Cervera

A la memoria de Antoni Llidó, torturado en Chile y desaparecido.

La conocí hace muchos años. Un amigo cineasta me habló de ella. Creo que fue Pedro Rosado, que llevaba siglos llenando sus documentales de revoluciones. Casi todas acabaron como el rosario de la aurora. No es fácil ninguna revolución. Nunca ha sido fácil. El 11 de septiembre del año que viene se cumplirán cincuenta del golpe de Estado en Chile. La victoria de la Unidad Popular en 1970, con Salvador Allende al frente, removió las tripas de los EEUU y, desde el primer instante, Henry Kissinger se puso a diseñar el golpe que llegaría finalmente tres años después de la mano, los tanques y los aviones del general Augusto Pinochet. A Kissinger le dieron el Premio Nobel de la Paz por organizar esa masacre que provocaría miles de muertos y desaparecidos. Y también por montar decenas de guerras en todo el mundo. Muchos galardones del Nobel dan risa. Y a veces, como en el caso del mandatario estadounidense, mucha rabia.

Llamé a Carmen Castillo a su casa de París y se vino a València para presentar su película La Flaca Alejandra. Organizábamos en la Universitat de València un homenaje a Antoni Llidó, el sacerdote valenciano que se había ido a Chile para ejercer una manera distinta de acercarse a la pobreza de las gentes, que fue militante del MIR y “desapareció” en 1974. El compromiso de Antoni Llidó, desde su llegada a Quillota en 1969, estuvo abiertamente del lado de los sectores más desfavorecidos de la sociedad chilena.

Ese compromiso y su enfrentamiento con las autoridades oficiales de la iglesia lo llevaron a la militancia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. El 1 de octubre de 1974 fue detenido en Santiago por agentes de la DINA, torturado brutalmente en el centro de la calle José Domingo Cañas y poco después entraría en la larga lista de desapariciones que jalonaron los inacabables años de la dictadura pinochetista. El Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, pudo respirar tranquilo con tanta muerte criminal a sus espaldas. Vaya mierda.

Escribo esta columna porque hace unos días, en la Universidad de Konstanz, hablábamos de algunas de mis novelas y yo saqué en una de las sesiones el nombre de Carmen Castillo. Lo he sacado muchas veces en muchos sitios. Ese día, en la ciudad del lago, también lo hice. Y recordamos que una vez, poco después de una de mis visitas, también la cineasta chilena estuvo en esa Universidad, invitada por el profesor y amigo Pere Joan i Tous.

Hablé de dos de sus excelentes documentales: La Flaca Alejandra y Calle Santa Fe. Cuando regresé a Gestalgar, mi pequeño pueblo de las montañas valencianas, lo primero que hice fue ponerme delante del televisor y no me levanté hasta haber devorado, entre la rabia, la tristeza y el desasosiego, las dos películas. Y también, cómo no y lo mismo que otras veces, sentí que algo se me removía por dentro. Y que entre lo que acababa de ver y lo que viene pasando en España desde que murió el dictador hay no sé si muchos pero sí algunos parecidos. Y me puse a escribir.

Carmen Castillo y Miguel Enríquez eran pareja y militantes del MIR. Ya antes de la victoria de la Unidad Popular el MIR había apostado por la revolución. "La revolución: cuando llueve de abajo arriba", escribía Eduardo Galeano. No siempre el MIR y el gobierno de Allende se llevaron bien. Las reformas y las rupturas chocan entre ellas muchas veces. La transición en España es una buena muestra de ese choque.

El máximo dirigente del partido era Miguel. Después del golpe militar viven en la clandestinidad. En la casa santiagueña de la calle Santa Fe. El 5 de octubre de 1974 una nutrida presencia del ejército sitia la casa. En el enfrentamiento armado muere Miguel Enríquez. Carmen Castillo, embarazada, queda gravemente herida. La llevan al hospital y pocos días después la extraditan a Londres. Empieza un largo periplo por diversos países para denunciar el golpe de Estado y la dictadura. Finalmente, se asienta en París y allí seguirá viviendo hasta ahora mismo.

En 1993 regresa a Chile, busca a Marcia Alejandra Merino, la Flaca Alejandra, y la encuentra viviendo feliz una nueva vida. Había sido una alta responsable en el MIR, fue detenida en 1974 y delató bajo tortura a hombres y mujeres con quienes había compartido militancia. La abyección máxima, como dice ella misma en la película.

La historia que cuenta Carmen Castillo es ésa: el relato de una abyección, la imposible convivencia con la culpa aunque hayan pasado muchos años. Todo el rato recorren Carmen y la Flaca las calles de sus traiciones, señala ella misma los puntos urbanos de la delación, defiende con energía y una cierta dosis de lamento que nadie es igual frente a la tortura. Ella fue de quienes se quebraron. Y luego siguió colaborando con la DINA muchos años. Y tantos años después Carmen Castillo la arranca de su isla tranquila para enfrentarla a su propio infierno y al que llenaba de muertes violentas su conciencia.

La sordidez de los centros de tortura José Domingo Cañas y Villa Grimaldi. No queda nada de lo de entonces. Un vacío donde resuenan los gritos, la mirada que se clava en el suelo como si tuvieran ojos los fantasmas, la cama electrificada y los ganchos donde con los brazos en cruz y las piernas abiertas colgaban a las víctimas de la crueldad policial y los secuestros. Los nombres de esas víctimas salen a la luz, aunque sus cuerpos permanezcan en la oscuridad de tanta ausencia. Pero hay que sacar también a la luz los nombres de los verdugos. Y muchos de esos nombres surgen de la confesión de la Flaca Alejandra. Se mezclan en el tiempo y en su boca los nombres de las víctimas de su traición y los de sus torturadores.

Pienso en lo que pasa en España. Si nombras a los verdugos puede caerte encima el peso de una justicia que protege a los criminales de la dictadura franquista. Sus familias denuncian la aparición pública de esos nombres. La justicia los mantiene en la sombra, los convierte en nada, como si nunca hubieran existido. La abyección de una justicia que se niega a ser justa con la verdad de la historia. La abyección de la justicia en España tantos años después de la muerte del dictador. Tantos años después de que empezara en nuestro país la democracia. Tantos años después de todo, la justicia en España sigue siendo poco de fiar. Para alguna gente, claro. Hay otra que sigue confiando ciegamente en esa justicia. Es la suya, la que protege a esa gente. La abyección.

Han pasado muchos años desde aquella película, desde que Carmen Castillo estuvo València para hablar de una memoria machacada y se vino a vivir a casa unos días. Recorrimos librerías, quería leer algunos de mis libros y cuando se volvió a París nos dejó la huella de esa memoria, de la suya y la de su país dolorido, para que la juntásemos con la nuestra. Y a mí me dejó, en su partida, esa amistad que a pesar de la distancia, los años transcurridos y no vernos casi nunca o nunca desde entonces seguirá en pie duren nuestras vidas lo que duren.

A comienzos de los años 2000 regresó a Chile de nuevo. Esta vez para ver qué había sido de aquel tiempo de lucha y de sus protagonistas. El símbolo del regreso: la casa de la calle Santa Fe donde fue asesinado Miguel Enríquez y ella había quedado malherida con un hijo en sus entrañas. Son muchas las historias que se cruzan en Calle Santa Fe, un documental que, con La Flaca Alejandra, he visto no sé cuántas veces y que les recomiendo con la esperanza de que me hagan caso y nunca me lo echen en cara sino todo lo contrario. Qué queda de lo de antes, de la lucha revolucionaria, de quienes siguieron en la batalla del exilio, de quienes regresaron a la llamada del MIR a finales de los años setenta y mucha de la gente que regresó acabó muerta o desaparecida.

Llega Carmen Castillo al Chile del cambio de siglo y descubre más sombras que luces, más incertidumbres que certezas, menos memoria que olvido. Y la duda que se repite, que le pone cerco a la sangre derramada: “no podía ser que hubieran muerto por nada”. El encuentro con las generaciones de jóvenes que siguen donde el MIR dejó de ser porque todo estaba descalabrado. La casa de Santa Fe no puede ser símbolo de la historia porque la historia que se vive en Chile es otra cuyos símbolos se necesitan menos. O nada.

También hay una voz que nos lo recuerda: “una dictadura es una máquina de olvido”. Qué pasará ahora con ese olvido, en el Chile esperanzado del joven gobernante Gabriel Boric, qué pasará con la memoria y el olvido

La memoria requiere de una energía que a veces se nos niega, que se va deshaciendo como charquitos de agua después de la lluvia, que no siempre se tienen veinte años para driblar los reveses del tiempo y meter el gol del triunfo para que se desate el júbilo en medio de la revolución. Y está por encima de todo la fiereza de las dictaduras. También hay una voz que nos lo recuerda: “una dictadura es una máquina de olvido”. Qué pasará ahora con ese olvido, en el Chile esperanzado del joven gobernante Gabriel Boric, qué pasará con la memoria y el olvido.

Se habla sobre todo del MIR en las dos películas. Pero no se olvida Carmen Castillo de Salvador Allende, con quien trabajó en la Moneda durante toda su etapa presidencial. Hay un remanso de ironía cuando el mismo Allende afirma, al hilo del relato de su sobrino y mirista Andrés Pascal Allende, que fueron miembros del MIR su primera “guardia” de seguridad.

La otra noche, en la ciudad de Konstanz, volvían el nombre de una mujer extraordinaria, un pedazo inmenso de memoria que necesitamos para no morirnos de asco y las palabras que en la voz de esa mujer suenan como si nos las estuviera diciendo para hablar no de Chile sino de la España del año 2022: “No sabemos todavía dónde se encuentran los cuerpos de los desaparecidos, los criminales no han sido aún condenados, no hay avenidas ni plazas para honrar la memoria de los combatientes de la resistencia”. Hay un gozo añadido en los créditos finales de la película en que no había reparado hasta ahora: los nombres de Pilar del Río y José Saramago echando una mano, otra vez más y junto a otras colaboraciones, para ayudar a que Calle Santa Fe fuera posible.

Ya sé que es verano y en verano es como si el mundo se convirtiera imposiblemente en otro. No, no es otro. Sigue siendo el mismo mundo. El que no vamos a dejar que se lo coman entre cuatro porque a veces, digan lo que digan los interesados voceros del apocalipsis, puede empezar a llover de abajo 


Fuente → infolibre.es

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