Abril de 1931: La CNT española entre la república y la revolución

Abril de 1931: La CNT española entre la república y la revolución (2011) Guillermo

En abril de 1931, España volvió a un sistema republicano por segunda vez en su historia, tras la efímera experiencia de la república de 1873-1874. El nacimiento de esta nueva república permitió a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) recuperar la legalidad. Pero pronto se enfrentó a una elección: ¿dirigir la lucha hacia la revolución social o conseguir reformas a favor de la clase obrera?

 

En enero de 1930 fue depuesto el dictador Primo de Rivera, que, con el apoyo del rey Alfonso XIII, había establecido una dictadura militar desde 1923. Entonces se instauró otra dictadura, llamada «Dictablanda» (literalmente «dicta-mole» para caracterizar la naturaleza del régimen) dirigida por el general Dámaso Bereguer.

A pesar de estos cambios en la fachada, las manifestaciones antimonárquicas, orquestadas principalmente por los socialistas y los republicanos [1], siguieron intensificándose. Estos acontecimientos obligaron al rey a flexibilizar el régimen y volver a una monarquía parlamentaria. El 12 de abril de 1931 se convocaron elecciones municipales y los republicanos ganaron. Con el apoyo del ejército, los republicanos deciden pasar a la ofensiva y proclaman el 14 de abril la Segunda República Española, dirigida provisionalmente por un comité revolucionario. En realidad, este comité no tenía nada de revolucionario, ya que sus primeras acciones sólo servían para tranquilizar a la burguesía: preservación de la libertad religiosa, defensa de la propiedad privada, etc.

No hay que olvidar que todo este periodo de agitación política se produjo en un contexto marcado por la crisis económica de 1929, que afectó especialmente a la población española, con un importante aumento del número de hombres y mujeres en paro.

La vuelta a la legalidad

Para la CNT, la caída de la dictadura y el advenimiento de la Segunda República permitieron una vuelta a la legalidad. De hecho, las dos décadas anteriores habían estado marcadas para la CNT por periodos de represión violenta, y otros, más raros, de relativa libertad de acción.

Desde su creación [2] hasta aproximadamente 1918, la Confederación había emprendido un amplio proceso de organización del sindicalismo, agrupando a las asociaciones de trabajadores y estructurando sindicatos industriales únicos. Esta organización permitió a los sindicatos librar luchas victoriosas contra la patronal. En los albores de la Segunda República, según los historiadores, la central sindical tenía entre 800.000 y un millón de afiliados y era la principal organización obrera [3].

También gozaba de un prestigio relativamente alto entre las masas trabajadoras, debido en particular a las numerosas luchas que libró para defender los intereses de los trabajadores. Un colaborador de Combat Syndicaliste en España llegó a decir que «el entusiasmo del pueblo español por la CNT era extraordinario». [4]

Un viento de esperanza en la clase obrera

La llegada de la Segunda República, vista como una posibilidad de cambios importantes, y la mejora de las condiciones de trabajo, generaron una gran ola de entusiasmo entre los trabajadores. El líder socialista de la UGT, Largo Caballero, fue nombrado ministro de Trabajo e introdujo rápidamente una serie de leyes en favor de los trabajadores: el derecho a la baja por maternidad, una ley de contratos de trabajo, un salario mínimo y, por primera vez, una semana de permiso remunerado. Al mismo tiempo, Caballero creó comités mixtos formados por sindicalistas, representantes del Estado y empresarios. El objetivo de estos comités era evitar en lo posible los conflictos en las empresas, especialmente las huelgas. Estas medidas excluyeron efectivamente a la CNT [5] que, ideológicamente, no podía aceptar participar en los consejos conjuntamente con los empresarios y abandonar la acción directa. Sin embargo, parece que estos comités fueron poco utilizados, especialmente en las regiones donde la CNT seguía siendo la organización dominante.

La República a debate

Sin embargo, la llegada de la República suscitó una serie de debates en el seno del centro anarcosindicalista. Los antiguos dirigentes de la CNT -en particular Pestaña, del Comité Nacional; Peiró, de la Unión Regional de Cataluña y Clara, directora de Solidaridad Obrera, entre otros- definieron como objetivo inmediato el fortalecimiento de la organización para mantener a la CNT como la principal organización proletaria. Para ello, dieron prioridad a la difusión de la propaganda entre los trabajadores, pero también a la formación, en este contexto de relativa libertad. Sin embargo, otra parte de los militantes influyentes de la CNT -representada por García Oliver, Ascaso y Durruti- mantuvo otra posición. Para ellos, la República abría un periodo potencialmente revolucionario, y había que hacer todo lo posible (huelgas generales, llamamientos a la insurrección) para que la revolución comenzara antes de la consolidación de un régimen democrático republicano burgués.

Una opinión probablemente compartida, en Francia, por Pierre Monatte, quien escribió en 1931 que «la mayor responsabilidad recae sin duda en los anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo». ¿Serán capaces de aglutinar a todos los revolucionarios en torno a ellos, de dirigir a la clase obrera y de cumplir las diversas tareas que exige una revolución? ¿Serán capaces en tres meses, en seis meses, de recuperar de las manos fracasadas de la burguesía el destino de la revolución?» [6]

Una heterogeneidad ideológica

Estas dos visiones marcan una verdadera división ideológica dentro de la organización. La CNT se definió, en Madrid en 1919, en su segundo congreso, como una organización anarcosindicalista cuyo objetivo final era la instauración de una sociedad comunista libertaria. Sin embargo, los largos periodos de clandestinidad no permitieron a la Confederación continuar su labor de profundización ideológica, y las oposiciones entre las distintas tendencias se hicieron cada vez más fuertes.

Algunos militantes anarquistas decidieron entonces, para contrarrestar la influencia de -según ellos- los elementos moderados (en particular la aparición de los comunistas) en el seno de la CNT, fundar en Valencia, en 1927, la Federación Anarquista Ibérica (FAI), una organización anarquista basada en una agrupación de afinidad. A partir de 1931, estos «faístas» desarrollaron una activa propaganda para mantener un ambiente casi prerrevolucionario en los sindicatos de la CNT.

Según Nicolas Lazarevitch [7] en 1931 esta tendencia representaba «una gran minoría» en el congreso de la CNT de 1931 que deseaba «que la CNT estuviera influenciada por la FAI […] no una dirección a la manera del PC […] sino que ejerciera una influencia moral suficiente para que el sindicalismo fuera menos materialista, menos económico, y se preocupara más por el hombre, el individuo, la Moral y la Ética». [8]

La otra tendencia agrupa a los sindicalistas apegados a la independencia política del sindicalismo, y representa «la tendencia anarcosindicalista» según Lazarevitch [9], pero considerada por los observadores y militantes de la FAI como «moderada». Esta tendencia, liderada en particular por Pestaña, fue mayoritaria en el congreso de 1931. Sin embargo, aunque los «faístas» eran minoritarios, su influencia en los sindicatos cenetistas creció desde los primeros meses de la República.

Primera escisión en la CNT

Durante 1931, algunos de estos militantes «moderados» publicaron el Manifiesto de los Treinta -de ahí el nombre de «Trentistes»- en el que exponían su visión de los acontecimientos que marcaron el advenimiento de la República y las aspiraciones revolucionarias de una parte de la CNT.

La cuestión de la relación con las instituciones está en el centro de este debate. Para los «trentistes» y sus partidarios, la democracia burguesa debía utilizarse en favor de las reformas favorables a la clase obrera, ya que las cuestiones políticas no eran competencia del sindicato. Por otro lado, los sindicalistas anarquistas eran claros defensores del antiparlamentarismo, viendo en la República sólo un nuevo medio de opresión de la burguesía y los capitalistas. Esta disputa será la fuente de una creciente disensión.

Poco a poco, los «trentistes» fueron quedando en minoría, sobre todo tras la mala gestión de las huelgas y los conflictos. Tuvieron que renunciar a sus mandatos y las secciones sindicales fueron excluidas [10]. Estas exclusiones llevaron a la formación de «sindicatos de oposición». Algunos optaron por hacerse autónomos, otros se unieron a la UGT.

A finales de 1932, Pestaña y otros militantes recién excluidos de la CNT continuaron su labor y fundaron el Partido Sindicalista [11]. Esta escisión tuvo un impacto relativamente grande en una CNT que estaba viendo disminuir su número de miembros. Sin embargo, la escisión no benefició principalmente al Partido Sindicalista, sino a la UGT, que estaba creciendo rápidamente gracias a la legislación sindical.

El movimiento revolucionario contra la reacción

El régimen republicano, considerado inicialmente como favorable a la clase obrera, pronto mostró su verdadera cara, la de defensor de los intereses de la burguesía. Así, ya en 1931, apenas unos meses después del advenimiento de la República, los terratenientes y los dirigentes industriales que habían huido del país cuando cayó la dictadura volvieron a hacer negocios. La reacción parecía cada vez más cercana. En enero de 1931, la CNT se pronunció declarando «que en el momento en que se proclamara de nuevo una dictadura, [la CNT] declararía una huelga general y revolucionaria con todas las consecuencias que pudieran derivarse». Esta declaración, aunque relativamente clara, no era muy concreta.

Al mismo tiempo, la FAI defendía la tesis de la ofensiva revolucionaria, considerada como la mejor manera de contrarrestar la posible instauración de una nueva dictadura. Es difícil saber si esta postura tuvo alguna repercusión real en los hechos, pero durante el mismo mes de enero de 1932 estallaron insurrecciones en toda España. Algunos fueron rápidamente sofocados por la represión del gobierno. Otras, como la del valle del Llobregat en Cataluña, duraron unos días. Los mineros de Figols decidieron lanzar la ofensiva por la revolución social en España decretando la instauración del comunismo libertario. La ciudad fue rápidamente rodeada por el ejército bajo las órdenes de los republicanos. Después de cinco días, viendo que ningún otro pueblo se unía a la batalla, los mineros de Figols decidieron rendirse, tomando la precaución de esconder a los más implicados entre ellos. En Valencia, Alcoy, Málaga y Barcelona estallan algunas huelgas generales de solidaridad para protestar contra la represión y las detenciones masivas de sindicalistas.

Esto era sólo el principio…

En el año y medio de su existencia, la República había visto una treintena de huelgas generales y más de 3.000 huelgas parciales, especialmente en la industria. Para Emilienne Morin estaba claro que «el gobierno intentaba por todos los medios provocar a la clase obrera». Le Combat syndicaliste, n°46, agosto de 1931 También estallan los movimientos de desempleo, ya que los socialdemócratas y los liberales son incapaces de encontrar soluciones a la crisis económica.

Pero la represión antisindical también estaba en marcha en 1932, con casi 400 muertos, 9.000 detenciones y más de 150 deportaciones. Una de las más famosas de estas deportaciones fue la de un centenar de anarquistas y sindicalistas (entre ellos Durruti y Ascaso) a bordo del barco transatlántico «Buenos Aires» con destino a Guinea. En respuesta a esta deportación, estallaron huelgas generales e insurrecciones en toda España sin más resultado que nuevas oleadas de represión.

El 10 de agosto de 1932, un intento de golpe de Estado fue frustrado por la convocatoria de huelga general de la CNT. La posición parecía cada vez más delicada entre la voluntad de lanzar una revolución social para derribar una República burguesa y la lucha contra la dictadura amenazante. Hasta el comienzo de la revolución española, la CNT intentó, en varias ocasiones y en diferentes regiones, desencadenar una insurrección capaz de iniciar la revolución social. Sin duda, la CNT salió ligeramente debilitada numéricamente de la revolución burguesa de 1931, pero al mismo tiempo se radicalizó. Poco a poco, los bandos que se enfrentarían en los acontecimientos revolucionarios iniciados en 1936 parecían ir tomando forma, incluyendo republicanos, comunistas, anarquistas, anarcosindicalistas, etc. Pero el inicio de la guerra española también supuso un apaciguamiento de los conflictos dentro de la propia CNT y un reagrupamiento ideológico en torno a la famosa máxima de Durruti: «¡Adelante con el fascismo, hermano gemelo del capitalismo! Ni uno ni otro pueden ser discutidos, ¡deben ser destruidos!

Guillermo (AL Angers)

Notas

[1] En particular, las organizaciones que firmaron el Pacto de San Sebastián el 17 de agosto de 1930. En esta reunión se formó un comité revolucionario que en abril de 1931 se convirtió en el gobierno provisional dirigido por Niceto Alcalá-Zamora, representante de la derecha liberal republicana.

[2] Véase AL n°200 «La CNT, nacimiento de la leyenda».

[3] A modo de comparación, en 1931 la Unión General de Trabajadores contaba con 200.000 afiliados y el Partido Socialista Obrero Español con 23.000. El Partido Comunista Español era todavía casi inexistente.

[4] Le Combat syndicaliste, n°45, julio de 1931

[5] Sin embargo, los dirigentes de la CNT ya habían obtenido en 1931 el reconocimiento de la Confederación por parte de las organizaciones patronales como interlocutor viable y la posibilidad de entablar negociaciones.

[6] La Révolution prolétarienne, mayo de 1931

[7] El anarcosindicalista ruso Nicolas Lazarevitch permaneció en España de junio a noviembre de 1931. Al haber vivido los excesos de la Revolución Rusa, tenía una visión crítica de los acontecimientos.

[8] La Revolución Proletaria, julio de 1931

[9] Idem

[10] En Sabadell, una ciudad de Cataluña, más de 20.000 sindicalistas fueron excluidos de la confederación.

[11] Esta nueva organización se presentaba como una fuente de inspiración para los sindicatos, pero también como un partido capaz de representar a la clase obrera dentro de las instituciones republicanas, acercándose así a una visión anglosajona del sindicalismo. Se disolvió en 1937 tras la muerte de Pestaña.

[Traducido por Jorge JOYA]


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