Blas Infante y su denuncia del Estado español
 Blas Infante y su denuncia del Estado español
Carlos Ríos

 

Si Andalucía es colonia interior del Estado español, Blas Infante va a buscar en el proceso de conquista de Andalucía y de construcción de este (la potencia administradora del destino del Pueblo Andaluz desde hace más de 500 años) las causas de nuestro subdesarrollo, porque “las causas del decaimiento de Andalucía no son, por tanto, fatales; no dependen de la Naturaleza, sino de la Historia”

 

Estamos a pocos días de conmemorar el asesinato de Blas Infante por el fascismo. Si la noche del 10 al 11 de agosto de 1936 el fascismo le quitó la vida a las afueras de la ciudad de Sevilla para silenciarlo, los 40 años de franquismo siguientes y la posterior transición a la monarquía parlamentaria tampoco fueron en balde y fabricaron un andalucismo a la medida del Estado español.

  Así, resultó que desaparecieron el pensamiento y las propuestas originales de quien dedicó su vida a la liberación del Pueblo Trabajador Andaluz, proletariado, mujeres, jornaleros, juventud andaluza…, para ser sustituidas por un Blas Infante mutilado y conveniente a los intereses de la oligarquía. Tanto es así que ya casi todas las fuerzas con representación en el Parlamento se declaran “andalucistas” convirtiendo dicha categoría en un término vacío de contenido. Este proceso (que ya traté de forma general en este texto) ha ocultado entre otras cuestiones la denuncia que el andalucismo revolucionario de Blas Infante hizo del Estado español.

El movimiento que Blas Infante dirigió -y que terminó siendo una de las razones para que el fascismo acabara con su vida- denunció el carácter imperialista y reaccionario del Estado español. Una denuncia que fue constante una vez pasada la primera etapa de su pensamiento, en la que escribe Ideal Andaluz (1914). La obra, que Blas Infante denominó posteriormente como “un libro de juventud”, tiene en este sentido un cariz regionalista que superará rápidamente para no volver a él. El punto de inflexión es la llegada a sus manos de la Constitución Federal de Andalucía unos años después, en torno a 1917. El texto había sido redactado por quienes habían sido ideólogos y agitadores de la revolución cantonal andaluza de 1873, y ve la luz justo diez años después, en 1883. Cuando Blas Infante conoce esta Constitución para Andalucía que en su artículo 1º declara “Andalucía es soberana y autónoma y no recibe su poder de ninguna autoridad exterior”, sus tesis políticas van a avanzar estableciendo una ruptura definitiva con el Estado español. El impacto es tal que reeditaron en su editorial Avante el texto constitucional y difundieron extractos y resúmenes del mismo a través de sus órganos de prensa, incorporando su artículo 1º como punto de partida para la lucha por la liberación de Andalucía.

 Voy a abordar brevemente la posición sobre España del andalucismo revolucionario siguiendo los propios textos de Blas Infante, a través de los cuales vamos a recorrer la crítica demoledora que lanza hacia el Estado español. Los fragmentos recogen ideas que va a reproducir el notario de Casares en muchos otros textos y tienen el objetivo de ilustrar su pensamiento reproduciendo sólo las más significativas. A la lectora o lector que quiera profundizar en esta cuestión o en alguno de los numerosos temas tangenciales que estas reflexiones abren, le recomiendo que acuda directamente a los textos de Infante, donde podrá sacar sus propias conclusiones sin el sesgo que la historiografía oficial ha aplicado a su pensamiento político hasta hacerlo, prácticamente, irreconocible.

1. ¿Qué es “España” para Blas Infante?

La categoría “España” en Blas Infante tiene una concepción dialéctica.

Por un lado, España es una denominación geográfica sinónimo de la península ibérica. Por ello a veces Infante habla de Españas, en plural. Tal y como reza la introducción que a una de sus obras, editada en 1931, escribió la Junta Liberalista: “Un pequeño continente original” (Infante, 1979: 14). En el mismo libro Infante concreta su definición: “España es un continente en miniatura…” (Infante, 1979: 19), y la reafirma en otros muchos pasajes de su obra: “¿Qué le interesaba a todos los pueblos peninsulares -a España-, que Cuba fuese, como dicen ahora, nación?” (Infante, 1984: 176). Es solo desde esta perspectiva desde la que se pueden entender algunas afirmaciones que realiza, contradictorias con sus tesis políticas, y que vistas de esta forma dialéctica adquieren coherencia: “Andalucía, de la España más española entre las Españas, de la que hubo de condensar siempre la energía auténtica u original de España diluida en el europeísmo del centro y del Norte” (Infante, 1979: 23).

 Por otro lado, Infante va a concebir España como una categoría política. Un Estado fruto de un proceso histórico marcado por las ansias expansionistas de la nobleza, alimentadas por los reyes y el papado medieval, y fundamentado en la conquista y dominación de los distintos pueblos peninsulares, que criticará ferozmente:

La España del “tanto-Monta”, la avaricia y la falsía -Fernando-, o la intolerancia y la crueldad -Isabel-; la España austriaca, continuada por los Borbones y apuntalada por la Restauración, agonizaba, agoniza aún, ya mas próxima al acabamiento (Infante, 1984: 135).

Este bloque social dominante Infante lo resume denominándolo como “Europa”. Fue esa Europa la que consiguió expandir el naciente capitalismo mercantil, avalada y acompañada por las bulas de la Iglesia católica, por el Báltico y el Mediterráneo para después trasladarlo a América. Blas Infante la señala como la promotora de la opresión nacional de Andalucía: “Europa fue nuestra conquistadora y Castilla la avanzada de su ejército contra nosotros” (Inédito, AAX: 2i). Por eso:

La lucha no es entre el Norte y el Sur de la Península. El duelo está concertado entre Europa y Andalucía. Nuestra nación va contradiciendo cada vez más la barbarie de Europa. Los príncipes cristianos españoles no constituyen más que la vanguardia de la Europa salvaje (Inédito, AAZ: 128).

Un Estado español que considera ilegítimo desde el mismo proceso histórico que lo construye y que deposita buena parte de su imaginario nacional-católico (que también denuncia) en la conquista de Andalucía:

¡Las Cruzadas! El robo, el asesinato, el incendio, la envidia destructora, presididos por la Cruz. Nos quitan nuestros territorios peninsulares y llamándonos perros nos despeñan por los barrancos de la Mariánica. Fernando el Bizco nos arrebata Córdoba y Sevilla. Sangre y fuego. Empiezan a quitarnos la tierra…

Por último, ISABEL, la empeña-joyas, la Católica, título que le concede el Papa por haber degollado [a] la valiente población malagueña… Isabel consuma la obra. Se queman bibliotecas, se destruyen templos e industrias… La Uniformidad, principio de la barbarie germánica, ha triunfado aparentemente… (Infante, 1979, 75).

 La falta de legitimidad del Estado español lo lleva a afirmar que debe desparecer: “La Historia, a pesar del Estado artificioso, ha respondido siempre al hecho natural de esta estructura federalista, destruida formalmente por el interés patrimonial monárquico” (Infante, 1979: 43). Y, por ello, concluye en los años 30: “Quiebra de Europa y de España tradicional. Es la hora” (Infante, 1979: 87). No observa que el Estado español haya utilizado otro método que el del fusil para administrar otras naciones, como Andalucía, preguntándose: “¿Quién es un pueblo para tutelar a otro pueblo?” (Infante, 1984: 160). Y denuncia la alienación que produce en la población de la nación opresora la ideología imperialista y supremacista de la oligarquía:

Porque una cosa es que los pueblos -como entidades políticas- cuyo Estado representa el centralismo opresor crean en esos perjuicios y otra muy diferente el que, precisamente, merced a esta creencia falta de fundamento vengan a arrogarse perjuicios efectivos (Infante, 1984: 164).

Ataca de manera frontal el relato histórico del españolismo, que pretende negarnos a las andaluzas nuestra propia condición de nación oprimida, y defiende el movimiento independentista que solo unas décadas antes había conseguido echar al Ejército español de la mayor de las Antillas:

…ni nosotros los hijos de aquel pueblo morisco habíamos conquistado Granada, sino al contrario, habíamos sido conquistados con ella; ni la tierra cubana era hija e ingrata a los españoles quienes, al contrario, exterminaron allí o asesinaron a la raza aborigen, ni los cubanos habían abofeteado a nadie con querer ser libres. […] ¿Qué le importaba a mi pueblo que Cuba fuera libre? ¿Qué le interesaba a todos los pueblos peninsulares -a España- que Cuba fuese, como dicen ahora, nación? (Infante, 1984: 175).

 Ridiculiza el españolismo, calificando a su pretendida nación como una “nación cadáver” con motivo de la ocurrencia -tan solo unos años antes (en 1914)- en plena I Guerra Mundial de recrear una “Fiesta de la Raza” cada 12 de octubre. Una celebración que a día de hoy seguimos padeciendo bajo la denominación de “Fiesta de la Hispanidad”:

Así se comprende que esas momias de conciencia petrificada que hicieron de España la nación cadáver, de espíritu muerto e identidad desvanecida, hayan tenido como única manifestación de neutralidad activa, redobladora del esfuerzo, como único alarde espiritual en estos tiempos de recia briega, la instauración de la Fiesta de la Raza, como si la gloria de individuos y de pueblos fuese conferida por la necia alabanza propia (Infante, 1919: 5).

Sintetiza en una sentencia inapelable el proceso histórico de conformación del Estado español: “España fue y es una hacienda unificada por el derecho ʻdivinoʼ de los reyes” (Infante, 1984: 167). Y por eso concluye que el problema del Estado español es su propia existencia, en una reflexión en la que aúna de forma dialéctica el doble significado que atribuye al término y explicábamos más arriba: “…El mal de España ha estado en sobrevivirse a su pasado imperialista” (Infante, ADA: 12). Por ello hace esta rotunda confesión, en primera persona, en uno de sus manuscritos que aún hoy no han sido editados:

De España no quiero más Patria que mi pueblo de abolengo andaluz o musulmán, con arraigadas y profundas aspiraciones de rebeldía humanista. Y no digo que me enorgullezco de haber nacido en España porque yo no he nacido en el Toboso, ni en Zaragoza, ni en Lérida ni en Bilbao. Yo he nacido en mi pueblo (Inédito, ADA: 14).

Pero, a pesar de la afirmación que acabamos de recoger, se solidariza y mantiene una posición internacionalista con los pueblos peninsulares con los que Andalucía comparte las mismas prisión: el Estado español (Campos, 2020: 313). Son conocidas su solidaridad pública y las visitas que, junto a otros andalucistas revolucionarios, realizó al Puerto de Santa María, donde se encontraban Lluis Companys y otros políticos catalanes, en 1934. Y, de forma genérica, afirma:

Las nacionalidades íberas están esclavizadas por la acción secular de una tiranía insensata sin ejemplo en los países de todo el mundo en cuanto a la impunidad con que fue y es ejercida por los centralistas españoles (Infante, ABD: 11).

2. El Estado español, causa de los males de Andalucía

Como hemos visto, para Blas Infante el Estado español no es más que un resultado de la expansión del naciente capitalismo católico-europeo en la península ibérica que conquistó Al Ándalus, perpetrando un largo listado de crímenes como los ocurridos a la entrada de las tropas castellanas en la ciudad de Málaga o de Galera. Y una de las funciones que le reconoce es sostener la opresión nacional de Andalucía en el presente:

En la subconsciencia de España un crimen aguarda el asomar a su conciencia actual, florecido en el dolor de un remordimiento. ¡Andalucía! Esta es una razón de aquella mayor inquietud. Y es la otra, el que España todavía se apercibe mandataria de Europa (Infante, 1979: 63).

Si Andalucía es colonia interior del Estado español, Blas Infante va a buscar en el proceso de conquista de Andalucía y de construcción de este (la potencia administradora del destino del Pueblo Andaluz desde hace más de 500 años) las causas de nuestro subdesarrollo, porque “las causas del decaimiento de Andalucía no son, por tanto, fatales; no dependen de la Naturaleza, sino de la Historia” (Infante, 1982: 70). Es esta una inquietud que va a desarrollar incluso en la etapa inicial de su pensamiento fuertemente regionalista, como podemos comprobar si leemos su primera obra, Ideal Andaluz. Así, señala que la existencia de España como Estado opresor ha sido altamente perjudicial para el Pueblo Trabajador Andaluz y de este nada se puede esperar. Lo manifestó en un artículo aparecido en El Regionalista en 1919, sin firmar, pero de su inconfundible autoría:

Los poderes de Madrid no harán nada por nosotros. Andalucía habrá de resolver, por sí, sus tremendos problemas. Por esto, si en nuestra mano estuviera la fuerza, estaría también la libertad, a la orden de Andalucía (VV. AA, 2019: 12).

 Insiste en otros escritos en la complicidad, por acción u omisión, del Estado español en los problemas del Pueblo Trabajador Andaluz:

Andalucía, el país a quien un pueblo de labradores convirtió en vergel de Europa, es hoy un pobre erial (…), un pueblo de jornaleros, es decir, de labradores sin tierras que se agolpan en los hoscos vallados de los latifundios salvajes, contemplando cómo se entregan a las bestias del monte y cómo se niegan a los hombres las tierras fecundas de las que sus antepasados hicieron jardín. Nada hizo España por reparar esta tremenda injusticia (Inédito, AW: 3).

En sus escritos y propuestas políticas va a estar presente siempre el problema de la gran propiedad agraria, que está ligado directamente al proceso de conquista y sometimiento de Andalucía:

El problema agrario de Andalucía no es tal problema agrario o de crisis de un ramo esencial de la actividad humana como es la Agricultura. Es problema más hondo; el problema de un pueblo a quien le fue arrebatado por la conquista el solar de la Patria, la tierra que engalanaron sus padres. Desde entonces, muerta nuestra libertad, arrasada nuestra civilización… (Inédito, AET).

Y, en concreto, en la preponderancia de los intereses de los herederos de la nobleza conquistadora -convertida en terrateniente- que quedó a cargo de la colonia, extendiendo figuras como los repartimientos y las encomiendas que luego se aplicarían en las colonias americanas de Castilla. Unos intereses que perduran y acomodan las acciones de gobierno incluso en la época contemporánea:

En pocos países se mantiene la propiedad territorial de abolengo, o sea la concedida en grandes porciones a los señores y capitanes de la conquista, con más persistencia que en Andalucía (Infante, 1982: 195).

Y este problema, que es propio de una nación conquistada como Andalucía, no se limita a la propiedad agraria, sino que se extiende también a los entornos urbanos, donde lo que se acumula en pocas manos no es la tierra, sino la vivienda o “habitación”:

Con este problema de la habitación ocurrirá lo mismo que sucede con esa cuestión sombría que dicen “Problema Agrario Andaluz”, y que no es tal problema agrario, sino el más fundamental problema de un Pueblo que desconoció el feudalismo en los tiempos medievales; reducido, ahora, a esclavitud feudal, por haberle sido arrebatada, desde hace siglos, la tierra que perteneció a sus padres, por la conquista, o por el Despojo (…). Pero, jamás han llegado, ni llegará nunca a resolver nada, desde el Centro depredador. Y, así, durante cinco Siglos… ¡Pobre Andalucía, sin tierras en el Campo, y en las ciudades sin habitación! (Mitin de la Cámara de Inquilinos en Sevilla, el 27/5/1923).

  Un Estado español al que califica como “Dictadura-medieval” (Infante, 1984: 114) y que tiene entre sus funciones la opresión del Pueblo Trabajador Andaluz:

…Andaluces: Si el Estado Centralista Español fue y es, como dicen sus sostenedores, la España viva, execrad esa sierpe de España. Renegad de ella…

Renegad de esa España. Ella no resolverá el problema urgente de vuestra vida. Mantiene esclava vuestra tierra. Os niega el pan…

¿Por qué llamáis patria a esa España? ¿Qué paternales desvelos tenéis a España que agradecer? (VV.AA, 2019: 13).

Pero esta opresión no se manifiesta solo en lo económico. Infante apunta a otras consecuencias de “…la miseria y la tiranía política y espiritual que infligiera la dominación española durante el último lustro de siglos…” (Infante, 1983: 145), señalando a lo cultural. El Estado español -en tiempos de Blas Infante y aún hoy- ridiculiza la cultura popular andaluza, fruto de nuestro carácter de pueblo oprimido, ya que “la continuación conquistadora se expresa en la persistencia de conceptos despectivos elaborados por la enemiga hacia nuestra cultura y contra nosotros” (Inédito, ABO: 7). Todo ello después del epistemicido – uno de los cuatro grandes epistemicidios del siglo XVI, en palabras del antropólogo Ramón Grosfoguel (VV.AA., 2017: 27)- que Infante describe casi un siglo antes de que lo denominara así el profesor puertorriqueño:

Andalucía se ofrecía como una objetividad, inconfundible. Pero los andaluces la llevan dentro de sí, y la acción conquistadora no se había limitado a arrasar la casa maldita. Casa herética, vinieron a destruir de ella todo lo que pudieron derribar… (Infante, 1984: 146).

 Y alude a la prohibición de la lengua dictada por Felipe II mediante la Pragmática de 1567, que obligaba a toda la población andaluza a aprender castellano en tres años:

Andalucía es el único pueblo peninsular que tuvo que hablar un idioma cuya prosodia repugnaba su garganta y a quien proscribieron hasta el alfabeto que contiene las grafías propias para representar los sonidos correspondientes a la constitución particular de su laringe, condenándole a usar un alfabeto extraño con el cual le privaron aun de la dicha de ver fotografiada su palabra verbal, en la escrita… (Iniesta, 2007: 262).

Pero Blas Infante es perfecto conocedor de que la rapiña y el saqueo no son cosas que el imperio castellano y su correlato contemporáneo, el Estado español, hayan aplicado de forma exclusiva a Andalucía, y señala:

Los españoles decían en la última guerra transatlántica que los cubanos eran unos “ingratos”. Pues, ya vimos por qué fueron los españoles a Cuba, como fueron los ingleses a la India, etc, por el huevo y no por el fuero (Infante, 1984: 165).

 Su crítica como revolucionario es más amplia y condena a todos los Estados burgueses del momento, sabedor de que son la representación de los intereses de una clase oligárquica contra las clases populares. Meros herederos de los regímenes absolutistas de la Edad Moderna cuya avaricia, cuando escribe estas líneas, se ha cobrado millones de vidas en la I Guerra Mundial:

Militares, banqueros, diplomáticos, reyes, colonialistas, antisocialistas, industriales, visiones y celos de estadistas, ¿son estos el pueblo? Estos son los individuos que personifican el Estado, los herederos del derecho divino de los reyes o colaborantes con los reyes en la participación de este derecho.

Estos individuos, excitados sus instintos de vanidad y rapacidad, han llevado a los pueblos a la guerra ofrendando a sus apetitos millones de vidas humanas. Porque los estados son ellos, o los políticos que ponen como agentes (Infante, 1984: 173).

3. También es una cuestión de tamaño

 Blas Infante rechaza igualmente al Estado español por considerarlo demasiado extenso para la nueva sociedad socialista que propone y precisa con todo tipo de detalles en su obra La Dictadura Pedagógica. Este argumento (recurrente en los procesos de emancipación nacional y que se pregunta sobre las magnitudes más idóneas de las formaciones sociales para la participación popular en las decisiones políticas) fue -medio siglo después de que Blas Infante lo formulara- desarrollado profusamente por el profesor de economía y filosofía política Leopold Kohrii.

Infante apela a este elemento y señala que “han sido los pueblos pequeños los núcleos de las culturas más poderosas o admirables” (Infante, 1984: 166). Una idea que expone cuando se refiere a la construcción de la sociedad comunista: “Es más fácil laborar por la hermandad en el seno de las sociedad pequeñas que en el de las muy grandes” (Infante, 2021: 194).

No considera los Estados burgueses como legitimados para negar el derecho a la autodeterminación y expresa: “El Estado no tiene derecho a contradecir las voluntades de núcleos interiores que, dentro del territorio nacional, surjan aspirantes a una vida independiente” (Inédito, AAX: 2). Y denuncia las pretensiones de todo imperialismo disfrazadas de un pretendido “cosmopolitismo”. Un elemento que sorprende que estuviera presente a principios de siglo pasado y que aún hoy sigue utilizándose por parte de la izquierda y derecha españolistas. Ante él Blas Infante apunta:

…contra el reconocimiento de la libertad de los pueblos se ensaya otra resistencia cuya subsistencia es la de las patrañas, consideradas universalmente: la del universalismo político. Esto es, concluir las distinciones populares en núcleos de mayor extensión y llegar hasta el Estado Único, hasta el Parlamento único de la Tierra. ¡Cualquiera se entendería en ese parlamento!

No coincide, precisamente, este cosmopolitismo con el hecho de la existencia de muchas naciones… (Infante, 1984: 177).

4. La II República española, incapaz de solucionar nada

En su obra La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía, Infante denuncia cómo la II República española, en un momento mundial crucial que él denomina revolucionario, constituye una mera continuidad de las instituciones precedentes. Otro Estado español que sigue siendo, lógicamente, el mismo. Para él los políticos de la burguesía republicana son absolutamente incapaces de construir un modelo de Estado español distinto a “la vieja España” (Infante, 1979: 12) ni de solucionar los problemas más elementales del proletariado andaluz: “Y el hambre, la terrible hambre jornalera, ésta es más amarga siendo republicana que monárquica, porque, además de ser hambre de pan, es hambre de esperanzas defraudadas por la República” (Infante, 1979: 33). Insistirá en muchas otras ocasiones en el fraude que ha supuesto la II República española y hasta va a advertir en 1932: “Que mediten mucho los que tienen la obligación de poner remedio a lo que puede ocurrir (…) defraudando a la enorme masa campesina de Andalucía” (Iniesta, 2007: 170).

 Y se vuelve a referir al carácter plurinacional del Estado español defendiendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos: “¿Qué nos importa a los andaluces que sean libres los gallegos o los vascos o los catalanes?” (Infante, 1984: 177).

 Por eso concluye en esos años que “para la España actual no hay solución política posible porque tampoco existen, para ella, posibilidades biológicas” (Infante, 1984: 148). Y por eso, en el acto que celebra en Córdoba en 1931 adelanta que “si las Cortes Constituyentes no hacen caso de reivindicaciones políticas y económicas andaluzas, esta región proclamará la república constituyendo el Estado Andaluz” (Diario de Córdoba, 20 de junio de 1931).

5. Por Andalucía y la Humanidad

El sentido profundamente internacionalista del andalucismo revolucionario de Blas Infante lo empuja a denunciar los nacionalismos de la época (en su inmensa mayoría de corte conservador), declarando su posición como la de un nacionalismo “antinacionalista” (Infante, 1979: 69). Por ello se sitúa contra cualquier chovinismo y declara que “si combato contra los que enjuiciaron livianamente este país (Andalucía), tengan presente que lo hago, no por la Patria, sino por la verdad” (Inédito, AEE: 1-2).

Todo lo dicho hasta ahora nos obliga a abordar del lema en el escudo de Andalucía. Para comprender el lema del escudo nacional, “Andalucía por sí, para España y la Humanidad” (que inspiró también una estrofa de nuestro himno nacional), necesitamos hacer una primera consideración: el escudo fue aprobado en la Asamblea de Ronda de 1918. En esta asamblea no se había producido todavía la ruptura entre el andalucismo revolucionario que lideraba Blas Infante y otras corrientes andalucistas de carácter conservador que tenían en el notario José Gastalver a su principal referencia. Habida cuenta del carácter polisémico del término España para Blas Infante, que hemos señalado más arriba, así como de lo ecléctico de la Asamblea de Ronda en cuanto a sus posiciones políticas, esta versión del lema parecía la que con más probabilidades sería aprobada por todos los participantes en dicha Asamblea.

 En segundo término, tenemos que considerar que hasta el final del franquismo las únicas modificaciones de dicho lema son las realizadas por el propio Blas Infante, motu proprio. La primera será la modificación que realiza el Centro Andaluziii de Madrid justo en los años 1922-23 (en los que Blas Infante reside en la capital castellana), quedando redactado el lema de la siguiente manera: “Andalucía por sí, por Iberia y la Humanidad”. Una modificación que no responde a ningún acuerdo colectivo, sino, con toda probabilidad, a las preferencias del notario de Casares, que compartió con su círculo políticamente más allegado en el Casa de Andalucía de la villa y Corte. La segunda modificación la realizará en un cliché de plomo con soporte de madera que encarga y todavía se puede ver en la que fue su última residencia -desde finales de 1932 hasta que fuera asesinado por el fascismo-, en Coria del Río. Su familia lo conservó tras su detención en julio de 1936 y posterior asesinato por el fascismo. El lema era el mismo: “Andalucía por sí, por Iberia y la Humanidad”. Un lema que aparece en otros escritos de su autoría. De esta forma podemos concluir que, como opción personal, Blas Infante prefería este último al lema al acordado en la Asamblea de Ronda.

 Por último, hemos de considerar que en algunas de sus obras altera el lema simplificándolo en el elemento que menos le agrada, atendiendo a lo arriba indicado. Aquí lo reduce: “Andalucía por sí; pero no para sí, sino para la Humanidad” (Infante, 2021: 193), cuando explica el sentido de pertenencia nacional, refiriéndose a las naciones oprimidas:

El fin natural de la existencia de un pueblo es como el de la existencia de un individuo, el de engrandecerse por sí, pero no para sí, sino para la Solidaridad entre los hombres, es decir: para los demás pueblos de la Tierra (Infante, 2021: 192).

 Y lo resume, también en otras ocasiones, como en el acto celebrado en Córdoba en junio de 1931, en un “Andalucía para sí y para la Humanidad”, y en algunos de sus escritos (Infante, 1983: 101) y conferencias (Infante, 1919: 7).

Para el andalucismo revolucionario de Blas Infante el concepto de Iberia aparece opuesto al de España (o Estado español) tanto como el de la mediterraneidad de Andalucía aparece opuesto a Europa, como bloque geopolítico que terminó con la civilización andalusí (Campos, 2020).

 A partir de finales de los años 70 la izquierda independentista andaluza y otras fuerzas superaron esta dicotomía bajo la fórmula: “Andalucía por sí, por los pueblos y la Humanidad”, que se mantiene hasta hoy.

6. Recuperar la soberanía

 La recuperación de la soberanía andaluza va a ser para Blas Infante un mandato expuesto en la Constitución Andaluza de 1883, de la que ya hemos hablado. En concreto, un mandato de su artículo 1º, que afirma:

Andalucía es soberana y Autónoma; se organiza en una democracia republicana representativa, y no recibe su poder de ninguna autoridad exterior al de las autonomías cantonales que le instituyen por este Pacto.

La propuesta política de liberación andaluza de Blas Infante va a girar en torno a este artículo, aunque la alusión directa a términos como “separatismo” o “independencia” va a aparecer en pocas ocasiones en sus declaraciones públicas, pero sí en la prensa del andalucismo revolucionario desde, al menos, 1917. El propio Blas Infante firma una pieza en la revista semanal Andalucía sobre las deportaciones a las que fueron condenados varios andalucista revolucionarios de Córdoba con motivo de los sucesos de enero de 1919. En ella además de recoger distintas reflexiones y noticias sobre estas deportaciones recoge el testimonio de Eugenio García Nielfa, un deportado a Valdepeñas de Jaén, que acaba de ser liberado:

Nos lo ha contado Nielfa. Este recibe su orden de libertad. El pueblo se congrega para tributarle un homenaje. El mismo grito, a cuyo conjuro hubo de cercenarse la estátua de Barroso en Córdoba, resuena ahora en las concavidades de los montes aquellos: «¡Viva Andalucía libre!». En el pueblo, alguno añade: «¡Nos han erigido en virreinato!». Entonces contesta la gente con un viva fervoroso a la «independencia de Andalucía» (revista semanal Andalucía, n.º 150, 23 de julio de 1919).

 Otra ocasión será la entrevista que en 1931 le hace Francisco Lucientes para el diario madrileño El Sol y en la que se refiere al ejercico represivo de 1919 que acabamos de referir:

La Dictadura, pese al sigiloso proceder que observábamos, proceder que sólo descifró en España el Sr. Cambó al decirme en una charla de tren que “liberalista” quería decir “separatista”, nos destrozó nuestras sociedades, deportó a los adheridos de Córdoba y clausuró las escuelas (Infante, 1983: 219).

 La recuperación de la soberanía política andaluza fue una de las claves de su pensamiento como país conquistado, aunque no fuera su carácter independentista afirmado tan abiertamente en otros textos:

…Andalucía jamás llegó a constituir provincia. No fue miembro vivo de una nación, sino país conquistado, influyente por su solera cultural sobre el resto de la península, a la cual vino a expresar ante el Mundo (Infante, 1979: 81).

 Por eso señala en uno de sus textos inéditos:

Nosotros aspirábamos a una restauración autárquica de Andalucía tan plena, por lo menos, como la que pretendían los pueblos más avanzados en esta vía desintegradora del centralismo peninsular (Inédito, ABO).

 Entiende que Andalucía es merecedora de adquirir su independencia nacional o, como él la denomina, su autarquía:

…a esos pueblos que han destacado en lo pretérito una intensa individualidad cultural hay que reconocerles, actualmente, una autarquía; la pidan o no actualmente. Máxime cuando, como ocurre con Andalucía, su vida política fue negada por la arbitrariedad conquistadora, por una cruenta acción asimilista, aún gravitante sobre ella… (Infante, 1984: 207).

 Y determina la existencia de un Estado andaluz como imprescindible para la emancipación del Pueblo Trabajador Andaluz, siempre y cuando no sea un Estado al modo de los estados burgueses ya existentes:

… es indudable que la acción de un Estado político correspondiente a Andalucía llegaría a acelerar este resultado de que nuestro Pueblo recuperara su espíritu con tal que a ese fin conspirase el poder de aquel Estado y, naturalmente, siempre que su constitución y organización respondiese a nuestra propia Historia. Es decir, que no se formara un complejo burocrático más, animado por tales o cuales intereses… (Iniesta, 2007: 247).

Cualquier semejanza del horizonte político al que aspiraba Infante para nuestro país con la Andalucía autonómica actual es un chiste, puesto que el régimen actual es una mera descentralización de la administración estatal española sin autonomía efectiva alguna (ni económica ni política ni legal).

…nosotros no tenemos, por ahora, otras denominaciones que las de “República Andaluza o Estado libre o autónomo de Andalucía” para llegar a expresar aquella “Andalucía soberana, constituida en democracia republicana” que dice el artículo primero de la Constitución elaborada para Andalucía, por la asamblea de Antequera, hace medio siglo, en 1883… (Infante, 1979: 60).

Quienes se acogen a su participación en la Asamblea pro-Estatuto de 1933 o a su nombramiento como presidente de honor de la Comisión pro-Estatuto durante el gobierno del Frente Popular para tildarlo de “autonomista”, a pocos meses de su asesinato, aprovechan un movimiento táctico del andalucismo revolucionario (consciente de la asonada fascista que se preparaba) para desdibujar sus tesis políticas y planteamientos estratégicos más profundos. A este respecto Blas Infante explicaba en una carta al escritor Cases Carbó: “Nosotros hemos practicado la táctica política. No hay más que una táctica: acomodación de la conducta política, según las exigencias o permisiones de las circunstancias vigentes…”.

La visión infantiana del Estado español la dejó ya meridianamente clara en 1919. La exponía en el Manifiesto de Córdoba (redactado en la asamblea de Córdoba de 1919) del que fue uno de los principales inspiradores:

Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros (…). Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional…

Por eso denuncia el principio de las nacionalidades, establecido por el presidente estadounidense W. Wilson al finalizar la I Guerra Mundial, que considera da todo el poder a los Estados y abandona los derechos de países como Andalucía:

¿Cómo va a haber paz mientras que los Estados constituidos sean dueños de las naciones, con derecho a determinar interiormente una Ley inexorable política que impida en el interior de un territorio metropolitano y colonial el surgimiento de nuevos pueblos? […] Fingen creer que cada nación elige a su propio Estado, y siguen la ley de abstención absoluta de no intervención en los asuntos internos de cada país. Y, estos asuntos internos suelen provenir nada menos que de la existencia en un Estado de pueblos diferentes que aspiran a un Estado propio, y a los cuales esclaviza aquel Estado… (Infante, 1984: 189).

 Y en este contexto histórico niega cualquier posible ayuda de la Europa capitalista en la liberación de Andalucía, en base al propio proceso de conquista de Andalucía que denunció en numerosas ocasiones:

¿Cómo, pues, iban a determinarse los europeos, nuestros bárbaros conquistadores, en favor de Andalucía esclavizada, animados por sentimientos que, a priori, señala una autarquía correspondiente al abolengo de foco cultural director, tal como lo hicieron con respecto a Grecia y a Italia, si ellos eran nuestros conquistadores? (Infante, 1984: 200).

Frente a esta lógica estatista de los 14 puntos de Wilson, Blas Infante propone el principio de las culturas, que pone el acento en el proceso histórico de las distintas formaciones sociales y el respeto de los derechos nacionales de los pueblos por encima de un principio de las nacionalidades que termina dejando la cuestión en manos de los Estados, como una mera cuestión interna. En uno u otro caso se puede afirmar para él el carácter nacional de Andalucía:

Ya vimos que Andalucía podía llegar a fundamentarse, incluso, argumentando el principio de las nacionalidades. Veamos, ahora, cómo su fundamentación conforme al principio de las culturas es tan sólida que acaso ningún pueblo del mundo pueda llegar a asentarse sobre él con más firmeza o con más derecho (Infante, 1984: 191).

Las alusiones que Blas Infante hace al estado libre tampoco son casuales. La categoría “Estado libre”, en una clara referencia al Estado libre de Irlanda, que ejerció como estado semi-independiente de Gran Bretaña entre 1922 y 1949, cuando se proclamó la República de Irlanda. Hay diversas referencias al caso irlandés, cuya emancipación del imperio británico fue dramática y desarrolló sus lances finales en la primera mitad del siglo XX:

Andalucía es la Irlanda española, cuyo suelo fértil, rico y productivo, está convertido, por una cruel paradoja, en el país del hambre. Para que en nosotros renazca la alegría, debemos los andaluces redimirnos conquistando nuestra propia tierra (Infante, 1983: 226).

Y en 1913 escribe, en un manifiesto georgista de su autoría: “Andalucía es el país de los latifundios. Es la Irlanda española” (Lacomba, 1988: 96). Merchán Álvarez plantea que la vinculación a lucha por la independencia de Irlanda de Henry George (que en 1881 escribió La cuestión de la tierra. El problema agrario en Irlanda y en el mundo) es la razón por la que el andalucismo revolucionario se interesó por los planteamientos económicos georgistas.

7. Conclusión

Todo lo dicho nos lleva a afirmar que Blas Infante y sus correligionarios entendieron el Estado español no como una institución neutral, sino como el instrumento de la oligarquía para la opresión nacional de Andalucía. Una opresión que, fruto del proceso histórico que conformó el país andaluz, tiene un claro elemento de clase. Por ello no entendían su proyecto de liberación nacional andaluza sin poner en el centro la explotación del Pueblo Trabajador Andaluz y el proceso histórico que hizo esta explotación posible. Entendieron el carácter rapaz e imperialista que la nobleza y la burguesía le habían dado al proceso histórico de construcción del Estado español, que afectó a Andalucía, pero también a otros pueblos peninsulares y del continente americano. Y, por último, fueron conscientes de que dicho Estado, así como la explotación del Pueblo Trabajador Andaluz, estaban sometidos a las leyes de la historia y, por tanto, se podía terminar si las clases populares andaluzas se organizaban para este fin.

Nos lo resume Blas Infante en una frase: “Nosotros aspirábamos, y aspiramos y seguiremos aspirando, a la elaboración de un Estado libre en Andalucía” (Infante, 1979: 60).

Carlos Ríos.

Granada (Andalucía), 8 de agosto de 2022.

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Bibliografía

Campos, F. M. Apuntes para la liberación de Andalucía, Hojas Monfíes, Granada, 2020.

Infante, B. La Sociedad de las Naciones, Hnos. Gómez, Sevilla, 1919.

Infante, B. Ideal Andaluz, Fundación Blas Infante, Sevilla, 1982.

Infante, B. La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía, Aljibe, Granada, 1979.

Infante, B. Antología de textos, Fundación Blas Infante, Sevilla, 1983.

Infante, B. Fundamentos de Andalucía, Fundación Blas Infante, Sevilla, 1984.

Infante, B. La Dictadura Pedagógica. Estado actual del alma de la Sociedad comunista. Algunas sugerencias sobre el carácter, composición y actuación del Poder que venga a regir su proceso creador, Hojas Monfíes, 2021, Granada.

Iniesta, E. Los inéditos de Blas Infante, Fundación Blas Infante, Sevilla, 1989.

Iniesta, E. España o las Españas debate con Blas Infante, Comares, Granada, 1998.

Iniesta, E. Blas Infante. Toda su verdad vol. II, Atrio, Granada, 2003.

Iniesta, E. Blas Infante. Toda su verdad vol. III, Almuzara, Córdoba, 2007.

Lacomba Abellán, J.A. Regionalismo y autonomía en la Andalucía contemporánea (1835-1936), Caja de Granada, Granada, 1988.

Kohr, L. El colapso de las naciones, Virus, Barcelona, 2018.

VV.AA., Blas Infante: revolucionario andaluz, Hojas Monfíes, Granada, 2019.

Hemerografía

Grosfoguel, R “Racismo/sexismo epistémico, universidades occidentalizadas y los cuatro genocidios/epistemicidios del largo siglo XVI” en VV.AA. Independencia n.º 64, Nación Andaluza, Granada, 2017.

Merchán Álvarez, A.En torno a las ideas agrorreformadoras de Blas Infante y su formulación legislativa en el proyecto de reforma agraria de Santiago Alba” en Anuario De Historia Del Derecho Español, 1997.

Notas

I Estas referencias bibliográficas se corresponden a los escritos inéditos de Blas Infante. Los indicaré con un (Inédito…), añadiendo el código con dos o tres letras del legajo y el número de página conforme a la codificación realizada por Enrique Iniesta y consultable en Iniesta, E. Los inéditos de Blas Infante, Fundación Blas Infante, Sevilla, 1989.

II Leopold Kohr nació en Austria en 1909. Su obra dio lugar a la filosofía small is beautiful. Estrecho colaborador con el nacionalismo galés, fue un furibundo anticomunista (distanciándose en este punto del carácter revolucionario y socialista de Blas Infante).

III Los Centros Andaluces eran los núcleos (unas veces con espacio físico y otras veces como mero grupo de partidarios) que el andalucismo revolucionario articuló por toda Andalucía y por lugares donde existía emigración andaluza hasta que la dictadura de Primo de Rivera los ilegalizó.


Fuente → nuevarevolucion.es

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