Carlos Hernández Expósito, desmontando la versión oficial de la Transición

Carlos Hernández Expósito, desmontando la versión oficial de la Transición / Angelo Nero

Cuando se cumplían exactamente cuarenta años del alzamiento militar que había dado origen a la guerra civil española, la guardia civil asesinaba a Carlos Hernández Expósito, de 29 años, al que no dudaron en calificar de maleante habitual

«Sobre las 4.30 horas de la madrugada del domingo, día 18, la guardia del puesto de la Guardia Civil del Puente de Segovia (Madrid), que había sido alertada por explosiones en otros edificios, advirtió a tres individuos merodeando por las inmediaciones del cuartel, junto a las tapias del mismo; dada la voz de alto, los tres individuos, lejos de acatarla, emprendieron rápida huida, siendo perseguidos por los miembros de la Benemérita, que efectuaron algunos disparos por la calle Milagrosa, por la que escapaban los sospechosos. Algún tiempo después, en un descampado sito en la calle Ramón Molina, esquina a la de Herminia Puertas, se localizó a un joven herido de un disparo, quien fue inmediatamente trasladado a la casa de socorro desde donde tras los primeros auxilios, se le condujo a la Residencia 1 de Octubre, en la que ingresó cadáver. Diligencias posteriores permitieron identificar a la víctima como Carlos Hernández Expósito, nacido en 1947, soltero, del que constan antecedentes en las dependencias policiales como maleante habitual». Esta el comunicado de la Dirección General de Seguridad, que el diario El País, el 20 de julio de 1976.

Dos días antes, cuando se cumplían exactamente cuarenta años del alzamiento militar que había dado origen a la guerra civil española, la guardia civil asesinaba a Carlos Hernández Expósito, de 29 años, al que no dudaron en calificar de maleante habitual, pese a que solo constaba una detención en su ficha policial, por “conducta impropia”. Al día siguiente de su muerte, el 19, otro diario madrileño, Informaciones, destacaba en primera plana: “Provocación terrorista en el 18 de julio”, para continuar bajo el titular: “Unas treinta bombas hicieron explosión, casi a la misma hora, en diversos edificios públicos. Considerables destrozos en la Casa Sindical de Madrid, en el Ministerio de Justicia y en el Consejo Nacional”. Era la aparición de los GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), un grupo armado que se había fraguado en Vigo a partir de la Organización Marxista-Leninista de España (OMLE). Precisamente Vigo había sido escenario de una de sus acciones ese día, pero también Ferrol, Bilbao, Barcelona, Sevilla, Segovia y Madrid. En total explotaron 28 artefactos ese día.

El diario Informaciones, comenzaba así el relato de esa jornada: “Un muerto y siete heridos es el balance de víctimas, como consecuencia de esta cadena de atentados terroristas en España. Carlos Hernández Expósito, delincuente habitual según la policía, encontró la muerte cerca del Puente de Segovia por disparos de la guardia civil al haber desobedecido el alto. La fuerza pública trataba de detener a terroristas”.

Adolfo Suárez, hasta entonces Ministro de Gobernación y Vicesecretario general del Movimiento, llevaba tan solo dos semanas al frente del gobierno español, sucediendo a Carlos Arias Navarro. Había sido también director de TVE, y tenía las habilidades de comunicación necesarias para pilotar la farsa de la Transición, aunque tuviera que maquillar a los muertos o a esconderlos bajo la alfombra. Cualquiera que muriera bajo las balas de las fuerzas de orden pública era sospechosos de terrorismo o, al menos, de delincuente común.

En declaraciones recogidas a El País, dos días de la muerte del joven, su padre, Fidel Hernández García, afirmaba: “Mi hijo no era maleante habitual. Vivía de su trabajo. Ni tan siquiera me han dejado identificarlo. No hemos visto su cadáver todavía. Hemos expuesto en el depósito de cadáveres, que hasta podría tratarse de otra víctima, que el fallecido podría ser otra persona, otro Carlos Hernández Expósito, pero todo ha sido inútil. En el Instituto Anatómico Forense nos han impedido ver el cuerpo de Carlos. Por lo visto, hasta dos horas antes del momento del entierro, no nos permitirán ver a mi hijo. Y lo de maleante habitual, no sé de donde se lo han sacado. Carlos solamente sufrió un arresto, y de eso hace diez años, por un acto de inmoralidad en la vía pública.”

Ese mismo año, el primero sin el dictador, pero con el sucesor que había designado para dejar “todo atado y bien atado”, el rey Juan Carlos I, las fuerzas de seguridad y los grupos parapoliciales se llevaron por delante la vida de 38 civiles, un trágico balance que inauguró en febrero un joven gallego, Teófilo del Valle Pérez, de 20 años, en un control policial y continuó con la matanza de Vitoria del 3 de Marzo de aquel 1976. Los asesinatos de Vitoria despertaron una ola de solidaridad y de repulsa en todo el estado, con numerosas manifestaciones en las que también murieron bajo la violencia del estado, Juan Gabriel Rodrigo Knafo, de 19 años, en Tarragona, y Vicente Antón Ferrero, de 18, en Basauri. El largo inventario de víctimas de la Transición Sangrienta no había hecho más que comenzar.

Todas estas muertes vinieron acompañadas de la oportuna versión oficial, la única que merecía la credibilidad en los medios de comunicación que, durante años, aplaudirían esa Transición como modélica. Según el comunicado de la DGS sobre la muerte de Carlos Hernández, el joven se había dado a la fuga a la carrera, ignorando el alto policial, pero su padre en El País, volvía a desmotar esa versión: “Mi hijo no podía correr. Cojeaba. Había sido operado quince días antes de una fístula en una pierna, en la derecha. Es más hace dos meses y medio sufrió otra operación en la misma pierna y tenía serias dificultades para caminar. Fue intervenido en ambas ocasiones en la Clínica Puerta de Hierro. Estaba dado de baja y el día el suceso había estado comprando herramientas para incorporarse al trabajo el lunes. Era escayolista de profesión. Vivía en Huerta de Castañeda, 35. Carlos pasó dos años trabajando en Australia como emigrante. Puedo asegurar con toda certeza que no tenía ideas políticas.”

Al término de su entierro, unas ciento cincuenta personas quisieron manifestarse en señal de repulsa por su muerte, algo que fue impedido por las fuerzas de orden público que, además, realizaron varias detenciones.

El diario Informaciones, por su parte, cerraba el artículo donde se reflejaba la muerte del joven, dentro de la noticia de la acciones de los GRAPO, de esta manera: “El camino de la democracia no es fácil y está erizado de obstáculos. Uno de ellos, que hay que remontar, bajo el estímulo de unos atentados criminales, que este es un país de organizarse en democracia.” Carlos Hernández no pudo encontrar ese camino de la democracia, esa fiesta en la que se seguirían enriqueciendo los mismos que en la dictadura, como Martín Villa, entonces ministro de interior, y también sus cómplices necesarios, aquellos que, fingiendo ser oposición al régimen, lo apuntalaron, para acabar en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35. Todavía está esperando a que, 46 años después de su asesinato, esa democracia haga efectivos en su caso los principios de Verdad, Justicia y Reparación.


Fuente → nuevarevolucion.es

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