Los pasados días 22 y 23 de abril han tenido lugar, en Madrid, las Jornadas sobre represión y lucha de las mujeres en el tardofranquismo, organizadas por el Grupo de Mujeres de La Comuna, asociación de presos y represaliados por la dictadura franquista.
En estas jornadas se ha señalado la importancia de prestar atención al tardofranquismo, un periodo clave de nuestra historia reciente que, sin embargo, sigue enfrentándose a un importante abandono teórico/académico y político. Es evidente que hay grandes intereses en juego y que hay sectores que se benefician de este olvido impuesto sobre los años finales de la dictadura y sobre la forma en que se gestó la denominada "Transición", pero una sociedad democrática no puede sostenerse sobre la amnesia y el silencio.
Precisamente otro de esos silencios que estas jornadas buscaban superar es el que rodea a las mujeres en la historia en general, y en la historia del tardofranquismo en particular. En este sentido, se ha enfatizado la necesidad de atender a las experiencias de las mujeres y de dejar atrás ese relato androcéntrico que continuamente nos relega a un lugar secundario, invisibilizando nuestras existencias, vivencias y resistencias. A lo largo de las diferentes mesas, mujeres diversas (obreras, estudiantes, bolleras, madres, presas…) han sido visibilizadas como protagonistas de un relato que, demasiado a menudo, las continua excluyendo, esencializando y victimizando.
Una idea clave que se ha transmitido en estas jornadas es que la represión (en este caso la represión franquista) no puede entenderse sin las resistencias (en este caso las resistencias antifranquistas y feministas). Es importante, por tanto, que a la hora de abordar las experiencias de las mujeres durante el tardofranquismo, lo hagamos desde una perspectiva que trascienda el padecimiento, de forma que el relato no se centre exclusivamente en el eje de la represión, sino que se aborden también las experiencias de las mujeres como sujetas activas, como luchadoras antifranquistas y como resistentes.
Se ha incidido, asimismo, en que esta historia, la historia de la resistencia, la estamos construyendo ahora y la estamos construyendo entre todas, a través de encuentros como este, basado en el debate entre activistas y académicas (y académicas-activistas y activistas-expertas) y estructurado en torno a diversos espacios clave: cárceles, reformatorios, maternidades, fábricas, universidad, barrios y los diversos espacios de los que el movimiento feminista se apropió tras su (re)nacer en los años 70.
La represión (tardo)franquista
Gracias a los cada vez más numerosos estudios publicados, hoy sabemos que la represión de género jugó un papel clave para el franquismo durante el golpe de Estado, la guerra y la larga posguerra. Pero también es necesario insistir, frente a un determinado relato dulcificador sobre el tardofranquismo, en que esta represión mantuvo su centralidad hasta el fin de la dictadura. El caso del robo de bebés, por ejemplo, muestra cómo el crimen mantuvo su raíz represiva aunque evolucionaran los discursos o prácticas concretas, produciéndose un desplazamiento desde las prisiones de mujeres hacia otros espacios como las maternidades. El caso del Patronato de Protección a la Mujer también es muy significativo en este sentido, pues como ha demostrado la investigadora Carmen Guillén, los internamientos se volvieron más indiscriminados en los años 60 de lo que habían sido en la posguerra, aumentando así la arbitrariedad de este encierro brutal contra aquellas jóvenes cuya sexualidad no se amoldaba a los preceptos nacionalcatólicos.
Igualmente, en el contexto de los cambios sociales y económicos que tuvieron lugar en los años 60 y 70, la represión siguió ejerciéndose ferozmente contra las mujeres que se organizaban políticamente en fábricas, barrios y organizaciones estudiantiles. Esto demuestra que el régimen no estaba dispuesto a permitir cambios en la base nuclear de su sistema social: un orden de género basado en la idea de la complementariedad entre una feminidad-privada-reproductiva-pasiva y una masculinidad-pública-productiva-activa. Por ello la represión de género franquista es una represión total, capilar, que permea todos los espacios. De ahí la necesidad de atender a los aspectos específicos de la represión de las mujeres en las comisarías, cárceles, las maternidades, los centros del Patronato o las fábricas del tardofranquismo, por ejemplo, pero también en otros espacios "olvidados", como los manicomios, donde tuvieron lugar violencias brutales, como demuestra, para el caso del Manicomio de Jesús en Valencia, el libro Nueve nombres de María Huertas Zarco.
Resistencias
Como decíamos, la represión no puede entenderse sin las resistencias. Las mujeres combatieron al franquismo desde el primer momento (por ejemplo alistándose como milicianas en el ejército republicano tras el golpe de Estado o participando en la evacuación de los niños y niñas de la guerra, por señalar solo algunas de las múltiples áreas en las que se implicaron) y, una vez perdida la guerra, siguieron resistiendo durante la larga posguerra, el tardofranquismo, la "Transición" y hasta hoy.
Se ha señalado muchas veces, su primera resistencia consistió en sobrevivir. En el entorno extremadamente hostil de la dictadura, su mera supervivencia se convirtió en una forma de resistencia. Centrándonos en el periodo del tardofranquismo en particular, a lo largo de estas jornadas hemos podido comprobar cómo las mujeres resistieron a las comisarías y cárceles, a los reformatorios del Patronato, a la explotación en las fábricas, a las carencias en los barrios, al asfixiante control social y familiar… Pero las mujeres resistieron no solo salvando sus vidas, sino también afirmando sus identidades y defendiendo su dignidad, tanto a través de "pequeños" gestos cotidianos como mediante estrategias de lucha más organizadas. Así, las mujeres se organizaron en las cárceles, en las fábricas, en las universidades, en los barrios y en todos los ámbitos donde se encontraban para luchar contra la dictadura y por mejorar sus condiciones de vida. No es de extrañar, por tanto, que muchas de estas experiencias de organización colectiva acabaran cristalizando en un movimiento feminista que durante la "Transición" abogaría por una transformación radical de la sociedad bajo la idea de que lo personal es político.
La estela de esa resistencia de las mujeres antifranquistas llega hasta hoy, a través de su lucha por la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. En el ámbito de la verdad, su lucha continúa porque, como hemos visto, aun quedan muchas piezas por montar para componer un relato sobre la dictadura franquista que incorpore las experiencias de las mujeres, de todas las mujeres. Si bien se ha alcanzado un grado de conocimiento importante sobre lo ocurrido durante la posguerra y el primer franquismo, hay un importante vacío sobre todo lo que tiene que ver con el tardofranquismo (y más con las mujeres en e tardofranquismo). Estos vacíos se aprecian también si atendemos a la realidad específica de determinados grupos, como por ejemplo las lesbianas, cuya memoria histórica se ve obstaculizada por la falta de referentes a las que acudir para trazar esa genealogía y por haber sido represaliadas por la vía de una psiquiatrización que apenas ha dejado huella documental. Otra demanda concreta en este sentido tiene que ver con la opacidad de la Brigada Político Social o el Patronato de Protección a la Mujer y de otras instituciones implicadas en la represión franquista, como la Iglesia católica, que sigue bloqueando el acceso a los archivos y, con ello, torpedeando el derecho a la verdad tanto de las víctimas como de la sociedad en su conjunto.
El principio de justicia, por su parte, reconoce tanto el derecho de las víctimas a un proceso judicial como la obligación del Estado de investigar las violaciones de Derechos Humanos y juzgar a sus autores. En esta lucha contra la impunidad es esencial recordar que los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles e inamnistiables, de ahí que la lucha por la justicia sea una línea de trabajo fundamental para organizaciones como La Comuna, por medio de la interposición de querellas (tanto en Argentina como en el Estado español) y el señalamiento a los responsables de los crímenes perpetrados bajo la dictadura. Lo cierto es que a la hora de denunciar los crímenes sufridos durante la dictadura, las mujeres han de superar diversos obstáculos vinculados, fundamentalmente, a una consideración de sus experiencias como secundarias y a una concepción patriarcal de la justicia. En este sentido, se ha señalado la necesidad de trabajar en definiciones no androcéntricas de lo que se entiende por trabajos forzados o tortura, por ejemplo. Respecto a los perpetradores, en estas jornadas se ha señalado a una gran diversidad de agentes que no han sido juzgados, que no han asumido su responsabilidad y que, por supuesto, no han pedido perdón. Al interior de las instituciones represivas (la Iglesia, la Sección Femenina, la psiquiatría, la Brigada Político Social…) se han destacado en estas jornadas nombres propios como el cardenal Gomá, el psiquiatra Vallejo Nájera o los torturadores Antonio González Pacheco (Billy el Niño), Benjamín Solsona y Ángel Castellanos, pero estos individuos no fueron "monstruos aislados" sino perfectos eslabones en el engranaje represivo franquista, un engranaje que agrupó a psiquiatras, policías, jueces, empresarios, políticos, militares y a un amplio grupo de otros profesionales.
El derecho a la reparación tiene tanto una dimensión individual (de restitución, de indemnización y de rehabilitación) como una dimensión colectiva, a través de medidas simbólicas de restitución moral. En este sentido, es reparación que las luchadoras antifranquistas sean reconocidas como tales por parte del Estado y que la sociedad en su conjunto reconozca que estamos en deuda con ellas. Para ello se requiere, claro, de una sociedad (in)formada que sepa, por ejemplo, quién fue la maestra republicana Justa Freire, quién fue el militar Millán Astray y por qué es la primera y no el segundo quien merece tener una calle en Madrid. Otra medida de reparación tiene que ver con la conservación y señalización de espacios de memoria, como se ha conseguido en la antigua prisión provincial de mujeres de Valencia o en la antigua maternidad de Peñagrande en Madrid, en los que hoy una placa explica lo que allí ocurrió. Pero lo cierto es que la mayor parte de los espacios represivos empleados por el franquismo contra las mujeres siguen sin señalizarse, habiendo, en muchos casos, desaparecido, lo que constituye una pérdida irreparable.
Todas estas medidas están directamente vinculadas con las garantías de no repetición. Para el caso concreto que aquí nos ocupa, la memoria feminista antifranquista se configura como nuestra mayor garantía de no repetición. Debemos, por tanto, seguir trabajando juntas para continuar tejiendo esa genealogía que nos permite conectarnos con las experiencias de las mujeres republicanas y antifascistas, de las mujeres que se resistieron en las cárceles, en los reformatorios, en los barrios, en las fábricas, en las universidades y en los hogares. Es esta genealogía la que nos permite no tener que partir de cero ante las amenazas que se avecinan. Esta memoria feminista antifranquista es una fuente de valores inquebrantables y una escuela de lucha y resistencia. Por ello, no puedo acabar sino dando las gracias a estas luchadoras y diciendo que es un orgullo caminar a vuestro lado y que seguimos, juntas, unidas, fuertes, porque aquí no se rinde nadie.
Fuente → blogs.publico.es
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