La miliciana en la guerra civil: realidad e imagen

La miliciana en la guerra civil: realidad e imagen

Durante la Segunda República se dotó a la mujer española de nuevos derechos que las llevó a ocupar lugares alejados de la tradicionalidad, ejemplo de ello fueron las milicianas, mujeres pertenecientes al bando republicano que se alistaron en la milicia para luchar contra el fascismo durante la Guerra Civil y que rompieron con la idea de que la guerra era un espacio exclusivamente masculino.
 

   El cine español  las ha representado, en muchas ocasiones, como heroínas y como figura romántica de los años de guerra pero, ¿es coincidente la imagen cinematográfica transmitida de ellas con la realidad que vivieron?

 La mujer en la Segunda República

   Con el alzamiento de la Segunda República el 14 de abril de 1931, la mujer de la sociedad española de la época ganó nuevos derechos que fomentaron la participación activa de algunas de ellas en la Guerra Civil. Es por ello importante destacar cómo y en qué sentido la figura femenina adquiere protagonismo en los años previos al conflicto bélico.

   Las mujeres, hasta entonces tratadas como menores de edad (Vadillo, 2016), vieron como sus años de lucha desembocaron en una Segunda República que trató de cimentar la igualdad de género. El primer acercamiento a esta igualdad se dio a través del sufragio pasivo concedido en las elecciones a Cortes Constituyentes en junio de 1931, este otorgaba el derecho a presentarse como candidatas en el proceso electoral pero no a ser electoras. De un total de 470 diputados solo tres fueron mujeres: Margarita Nelken (Partido Socialista Obrero Español), Victoria Kent (Partido Republicano Radical Socialista) y Clara Campoamor (Partido Radical) (Medialdea, 2015).

El 9 de diciembre del mismo año, con la promulgación de la Constitución, se reconoce el derecho al sufragio femenino en España:

Artículo 36. Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes.

Además la Constitución recogía el acceso en igualdad a la vida pública:

Artículo 40. Todos los españoles, sin distinción de sexo, son admisibles a los empleos y cargos públicos según su mérito y capacidad, salvo las incompatibilidades que las leyes señalen.

Y a la educación, desarrollando posteriormente la legislación para crear una escuela pública, obligatoria, laica y, lo más importante, mixta:

Artículo 48. El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada.

Pero la libertad individual de la mujer se alcanzó con el reconocimiento del divorcio en la Constitución, este derecho se consolidó en los siguientes meses con la promulgación de la primera Ley de divorcio en España:

Artículo 43. La familia está bajo la salvaguardia especial del Estado. El matrimonio se funda en la igualdad de derechos para ambos sexos, y podrá disolverse por mutuo disenso o a petición de cualquiera de los cónyuges, con alegación en este caso de justa causa.

Otro de los grandes logros de la Segunda República fue el reconocimiento del derecho de asociación recogido de la siguiente manera en la Constitución:

Artículo 39. Los españoles podrán asociarse o sindicarse libremente para los distintos fines de la vida humana, conforme a las leyes del Estado.

   Todos estos nuevos derechos conformaron un respaldo a la figura femenina, alzando su valor y otorgándole un nuevo estatus en la renovada sociedad incipiente de la Segunda República.

 Organizaciones femeninas antes de la Guerra Civil 

   El deseo de ruptura para con una sociedad patriarcal dio lugar a destacadas organizaciones femeninas que aunaron el esfuerzo de las mujeres para alcanzar una vida más libre. Muchas organizaciones políticas, tanto partidos como sindicatos, constituyeron en la Segunda República asociaciones femeninas.

    Una de ellas es la  Asociación de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, de orientación comunista. Fue una entidad asociativa de carácter feminista creada por la Internacional Comunista tras alcanzar Hitler el poder en 1933 e impulsada en España por Dolores Ibárruri La Pasionaria (Martínez, 2013). Tenía como principal objetivo conseguir la independencia de las mujeres para su total integración en la sociedad (Martínez, 2013), siempre teniendo un contenido más político que social y educando a las mujeres una actitud combatiente ante el fascismo. Aunque su origen radica en el PCE estaba conformada por mujeres pertenecientes a diferentes orientaciones políticas progresistas: socialistas, comunistas y republicanas en su mayoría. En 1934, tras la revolución de Asturias, la asociación se declaró ilegal y centró su actividad en socorrer a niños de familias obreras represaliadas bajo el nombre de Organización Pro Infancia Obrera (Martínez, 2013). Con el estallido de la Guerra Civil la rebautizada como Agrupación de Mujeres Antifascistas adquirió un papel muy destacado en el frente (Martínez, 2013).

La derecha femenina también ejerció su derecho al asociacionismo durante la Segunda República, la Falange Española de las JONS tenía una Sección Femenina fundada en 1934 por José Antonio Primo de Rivera. Su objetivo residía en “la asistencia a los presos del partido y a las familias de los caídos en las luchas callejeras” (Guardo, Martínez, Rodríguez y Sanz, 2012).

Además, la organización de las Margaritas, conformada por mujeres carlistas, no cesó su actividad durante la República y en febrero de 1936 formó a sus asociadas en materia de enfermería y primeros auxilios de cara a la cercana Guerra Civil.

   El desarrollo de la guerra provocó el surgimiento de gran cantidad de asociaciones de mujeres cercanas tanto al bando nacional como al  republicano y se potenció la actividad de las ya existentes.

LAS MILICIANAS

    En los años en los que transcurre la Guerra Civil, el bando republicano hace que la figura de la mujer adquiriera nuevas posiciones que la sacan del entorno hogareño al que había sido relegada consiguiendo que adquiriera poder, confianza y, como no, nuevos roles en la sociedad.

   De entre todos ellos destaca la figura de la miliciana que, lejos de conformarse con servir en la retaguardia, decidió incorporarse a las milicias, empuñar un arma y participar de manera activa en los frentes de combate. Este hecho, además de estar impulsado por las libertades que la mujer había adquirido durante la Segunda República también fue una respuesta natural ante el levantamiento fascista, si los hombres tomaban armas y afrontaban la lucha, ¿por qué no lo iban a hacer las mujeres?

   En una contienda en la que el fuego empezaba al grito de “Hombres al frente, mujeres a la retaguardia” ellas decidieron, por voluntad propia, dar un paso más allá rompiendo con la segregación por sexos y haciendo oídos sordos a aquellas voces que las consideraban estorbos.

   La miliciana consiguió que su figura se hiciera mito, un mito que sigue teniendo eco en la actualidad. Mujer valiente, fuerte e independiente, con un objetivo muy claro: la lucha antifascista.

 Inicios de la miliciana

   En los primeros meses de guerra, la lucha armada dejó la puerta abierta tanto a hombres como a mujeres, ya que los deseos de empuñar las armas eran compartidos por ambos sexos. A diferencia de los hombres, que fueron reclutados y buscados de manera directa para su inmediata incorporación en las milicias, la mujer eligió libremente su participación en ellas.

“Me siento en mi sitio como en ninguna parte, protegida y protectora, libre porque me atan unos lazos que yo he querido”. (Etchebéhère, 2014, p. 117).

El rechazo por parte de los canales oficiales de alistamiento, debido a razones de género, llevó a muchas mujeres a reivindicar su derecho en la participación en la contienda, teniendo que demostrar constantemente su valía y utilidad en el frente.

Pero el desprecio que había en lo alto hacia el género femenino era tan grande que, en  los primeros tiempos, no admitían a gran cantidad de mujeres voluntarias que  prestaban a la labor de enfermeras. Claro que entre esas mujeres no había muchas  enfermeras, pero tenían una gran voluntad para cuidar a los heridos.   (Jiménez de Aberasturi, 2012, p. 71-72).

Si hablamos de cantidad, la existencia de mujeres milicianas era escasa pero no por ello fue menos importante su aportación en la Guerra Civil, de hecho, sus labores iban más allá de disparar un arma contra el enemigo. Su versatilidad era tremendamente necesaria en los frentes de combate. Si nos remitimos a los datos recabados por Mary Nash (1999) podemos deducir que la presencia de la miliciana no era numerosa:

La miliciana vasca Casilda Méndez era la única mujer en su unidad en el País Vasco;  posteriormente, cuando fue al frente de Aragón después de la caída del norte, sólo  había otra mujer en su unidad. Las catalanas del frente de Aragón, constaban de una  pequeña élite de  mujeres, mientras que, al parecer, el grupo más grande había sido el  contingente de 30 milicianas que acompañó a uno de 400 hombres a las Islas Baleares  en agosto de 1936. El testimonio de Mika Etchebéhère también señala que en los  frentes del centro de España el número de milicianas era bajo, si bien el Quinto  Regimiento ya contaba con una presencia femenina en los primeros meses. Otras  crónicas registran la presencia de unas pocas milicianas asturianas, una de las cuales  era capitana de la compañía de artillería del Segundo Batallón Asturias.

Las razones que llevaron a estas mujeres a formar parte activa de la lucha armada a través de las milicias fueron diversas. Estaban principalmente impulsadas por su arraigada conciencia política ya que, muchas de ellas, formaban parte de organizaciones con ideología marcada y que potenciaban y animaban a la inclusión de la mujer en la esfera política. Como consecuencia a esto, la mujer sintió la necesidad y el deseo de participar en la guerra porque también era su cometido, es decir, su conversión a miliciana fue una respuesta natural.

El hecho de que existiera una presión que las obligara a realizar labores en la retaguardia fue otra razón para que algunas quisieran acabar con este lastre y decidieran empuñar las armas. En este caso, el motivo de impulso estaba más cerca de conseguir un nuevo lugar en la sociedad que a razones políticas o ideológicas, aunque estas siempre estaban presentes.

Por otro lado, hubo mujeres que decidieron formar parte de la milicia porque familiares directos formaban parte de ella, así fue como esposas, madres, novias y hermanas acompañaron a sus milicianos al frente y lucharon codo con codo contra el fascismo.

Otro de los muchos motivos que llevó a la mujer a formar parte de la milicia fue el ambiente veraniego y de aventura aparente que rodeó los primeros meses de la Guerra Civil, esto llevó a muchas de ellas a dejarse llevar por el acontecimiento que suponía salir de sus casas y rodearse de personas que estaban fuera de su círculo habitual. Así lo refleja María García en su diario durante el desembarco de Bayo:

Hoy como cada día fuimos a los baños, en donde, en vista de los abusos que hacen los  milicianos, principalmente las chicas, que se creen que han venido de veraneo, hay  que llevar permiso para bañarse.  (Aguilera, 2014).

Pero la libertad de la que hacían gala estas milicianas no tardó en ser inhibida por parte de sus propios compañeros. A pesar de ser hombres de corte no tradicional y que presumían, henchidos de orgullo, de defender sus derechos y luchar contra el fascismo, sus mentes no estaban preparadas para ver a una mujer empuñando un arma. Este rechazo llevó, en muchas ocasiones, a la mujer de vuelta a las labores del hogar pero dentro del propio frente. Esto queda patente, en numerosas ocasiones, en el libro “Mi guerra de España” (Etchebéhère, 2014):

“El sargento de la Legión viene a decirme que los hombres se niegan a barrer y a  recoger sus camas porque es un trabajo de mujeres que pueden hacer nuestras cuatro  milicianas.”   (Etchebéhère,  2014, p. 65).

Muchos de los hombres que convivían con la miliciana consideraban que las tareas que estas realizaban no era “trabajo de mujeres”. La debilidad de la mujer y su utilidad para labores más relacionadas con el cuidado fue otro de los argumentos más utilizados para retirarla de la línea de combate.

“Parece que las mujeres tienen más frío que los hombres. Se lo he oído decir a  menudo a mi padre. (…) Tú no deberías hacer guardia por la noche.”   (Etchebéhère, 2014, p. 89).

Por lo tanto, las tareas que llevaron a cabo las milicianas como “mujeres de guerra” estaban constantemente interrumpidas por los hombres que las preferían ejerciendo labores de cocina, limpieza y/o sanitarias, siendo este uno de los motivos por los que las aceptaban en el frente.

“Soy de la columna “Pasionaria”, pero prefiero quedarme con vosotros. Aquéllos  nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Solo servíamos para lavar los platos y la  ropa.”  (Etchebéhère, 2014, p. 109).

Jiménez de Aberasturi (2012) recoge el testimonio de Casilda Hernáez Vargas, conocida como Casilda “la miliciana”, en el que cuenta que las mujeres tenían adjudicada la segunda categoría o la tercera y que, en ocasiones, se les permitía ayudar en las faenas de la cocina y, en otras, intervenir en los combates.

Además de sus labores “hogareñas”, es importante reflejar, también, la existencia de la miliciana de la cultura que educó a soldados y a niños, cuyos padres estaban en el frente, contribuyendo, de esta manera, al nuevo mundo que se estaba preparando (Jiménez de Aberasturi, 2012). Mika Etchebéhère fue una de esas milicianas y consiguió llevar libros y revistas a las primeras líneas de guerra para entretener y distraer a los soldados de las calamidades de las trincheras. Su proyecto cultural también incluía enseñar a leer y a escribir a aquellos que no sabían, no  eran pocos pues, el porcentaje de analfabetismo existente, era bastante alto. Valiéndose de maestros de escuela convertidos a milicianos consiguió llevar a cabo este plan con éxito:

Yo explico que una novela interesante llega a hacer olvidar los piojos, que nada cuesta  probar. A los primeros que tienden la mano les pregunto qué clase de libro prefieren.  Las respuestas difieren poco: “nada que sea aburrido”.  Observo con atención a los que piden revistas que tengan muchas ilustraciones.  Deduzco que no saben leer, pero pongo cuidado, no les pregunto. Dirigiéndome al  grupo anuncio que dentro de dos días tendremos una escuela aquí mismo y que habrá  recompensas de permisos para quienes aprendan pronto las primeras letras.  Entretanto, los que saben leer deberían hacerlo en voz alta para los que todavía no saben, si es que a éstos les interesan las historias que cuentan los libros.  (Etchebéhère, 2014, p. 434-435).

Pero la mujer miliciana no se conformaba con participar en las labores auxiliares que ofrecía el frente, muchas se rebelaron y reivindicaron su derecho a tomar las armas, consiguiendo emprender acciones de combate o incluso alcanzar altos rangos dentro de la milicia.  La mujer iba, poco a poco, alejándose de lo que había sido.

“Se acabó la mujer circunscrita a los quehaceres domésticos y a la cama para dar gusto al marido” (Jiménez de Aberasturi, 2012, p. 66).

A pesar de esto, siempre le rondaba el rol de madre que, además de empuñar el arma y disparar contra el enemigo, debía preocuparse del cuidado moral y físico de los hombres en el frente:

“Una vez más me descubro capitana madre de familia que vela por sus niños  soldados”   (Etchebéhère, 2014, p. 316).

Por mayores que fueran los avances sociales conseguidos en la Segunda República, el machismo quedaba patente en la sociedad y era así reproducido en los frentes de combate. La incapacidad de separar el género de la persona provocaba, en numerosas ocasiones, el malestar de la miliciana:

-Vamos, moza, deja de llorar. Llorando con lo valiente que eres. Claro, mujer al fin…  La frase me cruza como un latigazo. El dolor y la humillación me hacen apretar los  puños y  arder la cara. Levanto despacio la cabeza buscando una respuesta que lave la  ofensa. Solo acierto a decir:  -Es verdad, mujer. Y tú, con todo tu anarquismo, hombre al fin, podrido de  prejuicios como  un varón cualquiera.  (Etchebéhère, 2014, p. 483).

Durante las primeras semanas de la Guerra Civil se difundió la imagen de la miliciana como la de heroína, las mujeres soldado fueron “elogiadas como símbolos de la generosidad, el valor y la resistencia popular antifascista” (citado en Nash, 1999). Pero también se les dejó muy claro, a través de la propaganda, cuál era su lugar en toda aquella lucha.

La mujer pudo participar en el combate armado y sentirse parte activa de él a través de las milicias, pero se podría decir que la lucha de la miliciana en los frentes de combate fue doble, tuvo que enfrentar su propia condición de mujer ante sus compañeros, poco preparados para lo que acontecía, y al fascismo, que hasta ese lugar la había llevado.

 Últimos tiempos de la miliciana

Pasados los primeros meses de la guerra, entre finales de 1936 y principios de 1937, la figura de la miliciana se fue diluyendo. Del fervor propagandístico que las jaleaba se pasó a su rechazo absoluto en el frente apelando a justificaciones sexistas y convenciéndolas de la valía de su participación lejos de las trincheras.

Tanto partidos como sindicatos se pusieron de acuerdo para retirar a la mujer de los frentes, incluso las organizaciones femeninas que, meses y años antes, se habían encargado de formar ideológicamente a la mujer, ahora les pedían que se retiraran a la retaguardia.  Francisco Largo Caballero, presidente del gobierno de la República y ministro de Guerra, reguló esta situación aprobando decretos militares que ordenaban la retirada de la mujer del frente de combate, además de avisar a voluntarios extranjeros para que las mujeres no se alistaran en la milicia (Nash, 1999).

Ejemplo de este boicot a la mujer son las posiciones de partidos tan feministas como el PSUC, que cambió su llamamiento de la mujer al frente por el llamamiento a la retaguardia, y organizaciones femeninas como la Sección Femenina del POUM que, a pesar de haber impulsado la formación militar de la mujer, declaró que su responsabilidad en la guerra debía ser diferente a la del hombre (Nash, 1999).

Los motivos la retirada de la miliciana del frente, a pesar de ser dispares, siempre estaban impulsados por el rechazo al género femenino. Durante los años de guerra incluso se pudieron ver a niños empuñando armas en los frentes de combate, como Clavelín, que luchó en Sigüenza junto a Mika Etchebéhère (Etchebéhère, 2014), y ningún organismo oficial se preocupó de retirarlos a la retaguardia o devolverlos a orfanatos o casas de acogida, por lo que la retirada de la mujer de la lucha armada chirriaba cuando se apelaba a razones “objetivas”.

Una de las razones que se daban para alejarlas de la contienda era que su utilidad era mayor en la retaguardia llevando a cabo labores de auxilio, sanitarias, limpieza, cocina… Esto no era más que el resultado del acomodamiento del hombre con respecto a las labores del hogar. En muchas ocasiones, como se ha mencionado en el anterior apartado, el hombre se negaba a llevar a cabo estas tareas porque “eran cosas de mujer” y por eso apelaban a su buen hacer en este tipo de quehaceres. Sí es cierto que la utilidad de la mujer en el frente, en la mayoría de los casos, cubría también labores de retaguardia (entendiendo estas como las de auxilio, cocina y limpieza) además de las de “soldado”, pero este no es un motivo firme para limitar su actividad de manera exclusiva a uno de los dos ámbitos.

La falta de preparación militar fue utilizada como otro motivo de rechazo a la mujer. Ninguna organización femenina, salvo la del POUM (Nash, 1999), se preocupó de dar formación a la mujer en lo relativo a las armas, pero los hombres que tenían conocimientos militares no se lo pusieron fácil a aquellas milicianas dispuestas a aprender de ellos:

Vigila a la Abisinia porque es muy capaz de marear a los milicianos hasta que  alguno  le preste el fusil.  ¿De dónde venía esta Abisinia que encontré entre los nuestros a mi regreso del  hospital? Su apodo le sentaba de maravilla. Tenía la piel muy oscura, ojos de  azabache, la cabeza coronada por dos pesadas trenzas tan negras como sus ojos,  y  dieciséis años que parecían veinte. Alta, de pecho enhiesto, su mono de miliciana no  conseguía ocultar su talle de maja ni quitarle el andar danzarín de muchacha de  Barrios Bajos. Se pasaba el día canturreando la misma tonada:  «Ay Maricruz,  Maricruz, maravilla de mujer…»; apuntar un paso de baile, abordar un miliciano a  derecha, otro a izquierda con una petición invariable:

«Enséñame a desmontar el fusil.  Sé cargarlo, pero desmontarlo todavía no, y un día yo también tendré un fusil».  (Etchebéhère, 2014, p. 61).

El argumento definitivo fue el de la prostitución. Se llevó a cabo una campaña propagandística en la que se vinculaba a la miliciana con la prostitución acusándolas de ejercer como tales en los frentes y ser propagadoras de enfermedades venéreas (Nash, 1999).

Al igual que ocurrió con hombres excarcelados, durante los primeros tiempos de la Guerra Civil formaron parte de la milicia algunas prostitutas que decidieron colaborar llevando a cabo tareas de enfermería o como milicianas (Nash, 1999).

“Me entero de que entre ellas hay varias de un burdel vecino que vienen a  enrolarse en las milicias.”  (Etchebéhère, 2014, p. 42). 

Este particular hecho llevó, a principios de 1937, a asociar la figura de la miliciana con la de la prostituta, estando esto muy lejos de la realidad:

Y, cuando Clara Campoamor se atreve a escribir que las milicianas eran unas prostitutas, se me revuelve la sangre. (…) Me rebelo contra las leyendas de los nacionales y de los de nuestro propio campo, esas derechas malditas que se disfrazaban de izquierdas -como ahora mismo- y que tendían a dar una visión denigrante de la mujer que participaba en los combates. Me insurjo contra esas patrañas. (Jiménez de Aberasturi, 2012, p. 58).

Lo que sí, en este caso Casilda Hernáez, se defiende como inevitable, es el surgimiento de vínculos entre hombres y mujeres en el frente, pero se contempla como algo natural en entornos hostiles como la guerra:

Eso de que la mujer aquella iba al frente para acostarse con milicianos… todo eso es mentira. Ahora bien, nadie podrá evitar que donde hay mujeres y hombres se creen simpatías y afinidades; algunos lo llaman atracción química o atracción celular, y que se formen lazos, sobre todo en lugares alejados de las zonas urbanas como el frente de Aragón. Pueden existir contactos físicos, morales y espirituales, entre el hombre y la mujer que se encuentran en los frentes. Lo contrario sería una aberración. (Jiménez de Aberasturi, 2012, p. 66).

Esta acusación iba más allá, puesto que, de los problemas sanitarios surgidos durante la contienda, las enfermedades venéreas fueron uno de los más graves. El detonante de este problema no fue causado porque entre las milicianas hubiera prostitutas, sino por el crecimiento del negocio de la prostitución, altamente frecuentado por milicianos de permiso (Nash, 1999).

La progresiva integración de las milicias al Ejército Popular, creado en octubre de 1936, terminó de excluir a la mujer del frente de combate.

La miliciana pasó de ser una heroína de guerra, ejemplo de patriotismo y lucha antifascista, a ser repudiada por los propios organismos (partidos, sindicatos u organizaciones femeninas) que las habían respaldado durante las primeras semanas.

A pesar de esta sacudida a través de excusas débilmente justificadas, no todas las mujeres abandonaron la lucha armada. Muchas hicieron oídos sordos a estas acusaciones y continuaron su labor en el frente destacando, en muchos casos, entre los compañeros que las rodeaban. La pureza ideológica de la miliciana que permaneció en el frente dio lugar a múltiples relatos que, con el tiempo, la mitificaron.  A partir de 1937 la miliciana como tal siguió existiendo, pero su presencia se redujo notablemente.

 Perfil de la miliciana y su reflejo en la propaganda

El perfil de mujer que decidía convertirse en miliciana estaba caracterizado por la juventud y la libertad de responsabilidades del hogar, tales como el cuidado de los hijos. Pero, además, se conoce la existencia de alguna mujer de edad madura que participó en la guerra, sobre todo aquellas que decidían acompañar a sus hijos o maridos.

Al igual que ocurrió con los hombres, es posible que la mujer obrera de clase baja se pudiera sentir atraída por las milicias por el jornal de diez pesetas al día, cantidad lo suficientemente golosa en ese momento como para que les compensase el sufrimiento que trae la guerra:

No sé si tienes idea de lo que representaba esa suma para los obreros y campesinos que nunca habían ganado semejante jornal. Ni siquiera en nuestra columna, que contaba con muchos militantes políticos, conseguimos que los milicianos rechazaran las diez pesetas. (Etchebéhère, 2014, p. 406).

Orwell en “Homenaje a Cataluña” refleja el interés de muchos por las diez pesetas y que esto provocaba que el frente se llenara de individuos completamente inútiles:

Muchachos que con quince años eran traídos por sus padres para que fueran alistados, evidentemente por las diez pesetas diarias que constituían la paga del miliciano y, también, a causa del pan que, como tales, recibían en abundancia y podían llevar a sus hogares. (Orwell, 2001, p. 29).

Lo verdaderamente relevante para la decisión de enrolarse en las milicias es la conciencia ideológica que las empujó a luchar contra el fascismo. Solían ser chicas que frecuentaban sindicatos, partidos o sus organizaciones femeninas y que participaban en ellos de manera activa, aunque, como se ha hablado anteriormente, existía todo tipo de perfiles, incluso aquellas que buscaban ampliar sus redes de contacto, siempre con fines matrimoniales, como ocurría con las “madrinas de guerra” que se carteaban con los soldados en el frente (Nash, 1999).

La vestimenta que identificaba a la miliciana era diversa, cada partido utilizaba un estilo diferente de uniforme, pero existía una prenda común a casi todos ellos: el mono azul.

“Pasa un camión repleto de muchachos y chicas vestidos con el mismo mono azul. La milicia ha encontrado su primer uniforme.” (Etchebéhère, 2014, p. 43).

Otro de los elementos comunes en el uniforme de la miliciana era el gorro rojinegro y su pañuelo a juego, común, sobre todo, en la FAI y el POUM.

Las clases de gorras eran casi tan numerosas como quienes las llevaban. Se acostumbraba adornar la parte delantera de la gorra con una insignia partidista y, además, casi todos llevaban un pañuelo rojo o rojinegro alrededor del cuello. (Orwell, 2001, p. 25).

Compartir uniforme con los hombres supuso otro avance puesto que este hacía las veces de unificador poniendo a milicianos y milicianas al mismo nivel. Pero como se indica en “Homenaje a Cataluña”:

No se trataba en verdad de un uniforme: quizá “multiforme” sería un término más adecuado. La ropa de cada miliciano respondía a un plan general, pero nunca era por completo igual a la de nadie. Prácticamente todos los miembros del ejército usaban pantalones de pana, y allí concluía la uniformidad. Algunos usaban polainas de cuero o pana, y otros, botines de cuero o botas altas. Todos llevábamos chaquetas de cremallera, de las cuales unas eran de cuero, otras de lana y ninguna de un mismo color. (Orwell, 2001, p. 25).

Pero lo que, definitivamente, identificaba a la miliciana era el fusil al hombro, no olvidemos que su labor en el frente era la de combatiente, por lo tanto, en la mayoría de los casos, eran mujeres que portaban armas.

La figura de la miliciana convertida en heroína fue utilizada, en los primeros tiempos de la Guerra Civil, como instrumento propagandístico por parte del gobierno republicano para implicar a las democracias internacionales en el conflicto y para movilizar a los hombres apelando a su deber viril (Borraz, 2016). Su admirada popularidad las llevó, en alguna ocasión, a ser portada de periódicos afines a la República.

También su figura se vio representada en carteles de diversa índole.

El cartel muestra a una mujer miliciana vestida con mono azul que empuña su arma e insta, mediante su dedo índice, a que estas se enrolen en la milicia. Este puede ser uno de esos ejemplos en los que se apela de forma indirecta a los hombres. Además el cartel sigue la línea del creado por Alfred Leete en 1914 en el que aparece Lord Kitchener llamando al alistamiento en la armada británica y en el que, en 1917, James Montgomery Flagg se inspiró para crear el conocido cartel del Tío Sam.

Una vez pasada la primera etapa que posicionaba a la miliciana como heroína de guerra, se pasó a rechazarlas por diversas razones. Las enfermedades venéreas fue uno de esos motivos que las alejaron de los frentes.

En los carteles que aparecen a continuación se relaciona la enfermedad de manera directa con la mujer, y por ende con la miliciana.

En la última etapa activa de la miliciana y entrado ya el año 1937, se hacen diversos llamamientos para convencer a la mujer de que abandone el frente y centre su labor en la retaguardia.

Milicianas de renombre 

Mica Feldman (1902-1992), también conocida como Mika Etchebéhère, nació en Santa Fe (Argentina). Desde muy joven tuvo contacto con organizaciones anarquistas que despertaron en ella ideales libertarios. A la edad de 18 años se trasladó a Buenos Aires donde comenzó sus estudios de odontología y participó de manera activa en la revista Insurexit de corte anarcocomunista y marxista libertario.   Junto a Hipólito, su marido, en 1924 entró a formar parte del Partido Comunista argentino pero por poco tiempo, ya que ambos fueron expulsados debido a las disputas internas (Etchebéhère, 2014, p. 25-28).

El espíritu revolucionario de la pareja les llevó a buscar la  lucha en Europa. Tras establecerse en ciudades como París, Berlín y viajar en 1934 a Asturias donde se estaba desatando la revolución, en julio de 1936 Mica llegó a Madrid donde le sorprendió el levantamiento fascista, alcanzando así la lucha que tanto habían buscado. Mica formó parte de las milicias del POUM y, tras el fallecimiento en combate de Hipólito, jefe de la columna, ocupó su puesto asumiendo el mando de 150 hombres. Participó como jefa de la columna del POUM en las batallas de Sigüenza, Moncloa, Pineda de Húmera y Cerro del Águila (Constenla, 2012) y allí fue conocida como “La capitana”. Fue de esas pocas milicianas que formó parte del ejército popular en la 14ª División hasta el final de la guerra, participando en las batallas de Guadalajara, Jarama, Brunete y Levante (Etchebéhère, 2014, p.487). En 1938 decide dejar el frente para centrarse en las tareas de alfabetización entre los combatientes heridos (Etchebéhère, 2014, p.488). Cuando, en 1939, Madrid fue ocupada por las tropas fascistas, Mica fue detenida por dos falangistas pero logró salir indemne y volvió a París, desde donde volvió a su tierra natal, Argentina. Pero en 1943, tras alcanzar el poder el peronismo, decide volver a Francia donde establece su lugar de residencia y fallece en 1992 (Etchebéhère, 2014, p.492-493).

Casilda Hernáez Vargas (1914-1992), hija de madre soltera y, por ello, también conocida como Casilda Méndez Hernáez, nació en Cizúrquil (Guipúzcoa). Ingresó en las Juventudes Libertarias de la CNT y fue condenada a 29 años de cárcel en 1934 por portar material explosivo y por repartir pasquines propagandísticos. Cumplió su condena en la prisión militar del fuerte de Guadalupe (Hondarribia) y en la cárcel de mujeres de Alcalá de Henares, pero solo  durante 2 años, ya que en febrero de 1936 salió en libertad debido al triunfo del Frente Popular en las elecciones (Jiménez de Aberasturi, 2012, p.7).  Una vez fuera de prisión conoce a Félix Liquiniano, el cual se convirtió en su compañero de vida, y vuelve a la CNT, combatiendo en las calles de San Sebastián, cuarteles de Loyola, Peña de Aya y Frente San Marcial. Además formó parte de la Columna Hilario Zamora, procedente de Lérida, con la que combatió en el frente de Aragón alcanzando el rango de teniente (Jiménez de Aberasturi, 2012, p.8). En 1937 se puso al frente de un taller confederal de confección pero, lejos de abandonar la lucha, al poco tiempo se reintegró en el frente con la 153 Brigada Mixta con la que combatió en la batalla del Ebro (Jiménez de Aberasturi, 2012, p.8). Con el fin de la Guerra Civil, Casilda, que se ganó el sobrenombre de “la miliciana”, se exilió en Francia estableciendo su domicilio en la ciudad de Lorient donde dio cobijo a numerosas personas que, como ella, eran perseguidas por llevar a cabo actividades revolucionarias y luchaban contra el fascismo (Jiménez de Aberasturi, 2012, p.8). Casilda “la miliciana” falleció en Biarritz en 1992, lugar al que volvió después de su exilio y en el que descansó junto a su compañero Félix.

Rosario Sánchez Mora (1919-2008) nació en Villarejo de Salvanés (Madrid). A los 16 años se trasladó a vivir a Madrid donde se hizo militante comunista.  Con el estallido de la Guerra Civil se alistó como voluntaria en el frente de Buitrago del Lozoya y luchó contra las tropas del general Mola en Somosierra, tras dos semanas de enfrentamiento fue destinada a la sección de dinamiteros para fabricar bombas de mano caseras, por este motivo desde entonces fue conocida como “la Dinamitera” (Coleto, 2015). En su labor como dinamitera sufrió un accidente causado por la pólvora en el que perdió la mano derecha. Tras recuperarse de sus heridas volvió al frente como telefonista en la 46ª División (Coleto, 2015). Allí conoció a grandes poetas republicanos como Antonio Aparicio o Miguel Hernández, que dedicó a Rosario un poema2 (Fonseca, 2006).  En 1937 “la Dinamitera” se convirtió en jefa de cartería de su división desempeñando esta labor hasta la batalla de Brunete donde el lado republicano fue derrotado.  Finalizada la Guerra Civil, fue detenida y encarcelada bajo pena de muerte en Villarejo. Fue trasladada a diversas prisiones hasta que en 1942, habiendo cumplido 3 años de su pena, fue puesta en libertad debido a un beneficio penitenciario concedido por el régimen franquista (Fonseca, 2006). Rosario Sánchez continuó viviendo en Madrid ganándose la vida como estanquera hasta que en 2008 falleció (Fonseca, 2006).

Concha Pérez Collado (1915-2014) nació en el barrio de Les Corts (Barcelona). Su padre, que participó de manera activa en el movimiento libertario, inculcó en ella los valores anarquistas y, con tan solo 16 años (1931), Concha se unió a la causa. Ese mismo año ingresa como delegada en el comité de la CNT y en 1932 entra en la FAI (Moroni, 2008). Un año más tarde, tras ser detenida por portar un arma, cumple 5 meses en la cárcel modelo (Moroni, 2008).  En 1936 ingresó en el Comité Revolucionario del barrio de Les Corts (EFE, 2014) donde vivió los primeros coletazos de la guerra.  Además participó en el asalto al cuartel de Pedralbes, formó parte del grupo armado Los Aguiluchos de Les Corts y también luchó en los frentes de Caspe y Belchite (EFE, 2014). Casi finalizada la guerra escapó de Barcelona y permaneció en el campo de refugiados de Argelès (EFE, 2014). Tras su vuelta a Barcelona en 1942 sufre represalias, pero logra convivir con ellas y llevar una doble vida en la que combina el trabajo como vendedora y los encuentros con compañeros anarquistas (Moroni, 2008).  Con la muerte de Franco, Concha constituye el sindicato de Comercio de la CNT y en 1997 forma parte de la asociación “Mujeres del 36” que se dedica a difundir las vivencias de las militantes (Moroni, 2008).  La lucha de Concha Pérez termina en el año 2014 cuando fallece en Barcelona a la edad de 98 años.

Simone Weil (1909-1943), filósofa francesa, nació en París. Desde muy joven se vinculó a movimientos de extrema izquierda de carácter anarquista y sindicalista-revolucionario. A pesar de declararse pacifista y defensora de la neutralidad y de la no intervención participó como miliciana en la Guerra Civil española. Weil pensó que esta guerra era en defensa de la paz y que, si se ganaba, se podrían frenar la Segunda Guerra Mundial (Bea Pérez, 2013). Cercana a ideas anarquistas y trotskistas, cuando se enteró de la sublevación militar viajó hasta Barcelona y se enroló en el Grupo Internacional de la Columna de Buenaventura Durruti (Bea Pérez, 2013).  Combatió en Pina de Ebro, cerca de Zaragoza, pero un accidente la alejó del frente pocos días después de su llegada. Una vez recuperada de sus heridas volvió a Francia (Bea Pérez, 2013). Tras su corta estancia en España, Weil defendió encarecidamente la labor de los anarquistas españoles y continuó su vinculación con grupos antifascistas. Simone Weil, enferma de tuberculosis, falleció en Ashford (Inglaterra) en el año 1943 a la edad de 34 años.

Paulina Odena García (1911-1936), conocida como Lina Odena, nació en Barcelona. Desde muy joven se vinculó con el PCE y, en 1931, fue enviada a la URSS para estudiar en la Escuela Marxista-Leninista de Moscú (Gascón s.f.). En 1933, y ya de vuelta en España, fue nombrada secretaria general de las Juventudes Comunistas de Cataluña y candidata al Parlamento de la República (Gascón s.f.). Tras el fracaso de la sublevación de octubre del 34 en Cataluña, Lina pasó a la clandestinidad (Gascón s.f.). El estallido de la guerra la sorprendió en Almería, donde llevaba a cabo su trabajo en la unificación de las juventudes marxistas. Allí participó en combates y fue nombrada delegada del comité local, siendo su columna la encargada de tomar Guadix y Motril (Gascón s.f.).  En septiembre de 1936, cerca de Granada, un error garrafal la condujo hasta un control falangista en el que se suicidó antes de que consiguieran detenerla (Nash, 1999).

 Reflejo de la miliciana en el cine español

Una vez definida la realidad de las milicianas en la Guerra Civil, se analizará si esta coincide con la imagen que se ha transmitido de ellas en el cine producido o coproducido en España.

Este estudio se llevará a cabo analizando 3 películas en las que la mujer miliciana tiene presencia, ya sea como protagonista o como secundaria, en una trama que se desarrolla en la Guerra Civil, siendo los títulos a analizar los siguientes: Libertarias (Aranda, 1996), Tierra y libertad (Loach, 1995) y Las bicicletas son para el verano (Chávarri, 1984).

Libertarias (Aranda, 1996)

La película “Libertarias” es una producción española del año 1996 dirigida por Vicente Aranda. Cuenta la historia de una monja, María, que, tras verse obligada a abandonar el convento, conoce a un grupo de milicianas pertenecientes a la organización femenina Mujeres Libres que la hacen consciente del sentido de la revolución. Junto a ellas y a alguna prostituta a la que consiguen convencer, María se va al frente conociendo, así, el verdadero sentido de la lucha en los frentes de combate.

Aunque parezca contradictorio, durante la Guerra Civil sí existieron monjas cercanas al bando republicano. Queda constancia de ello en “Mi guerra de España” (Etchebéhère, 2014) cuando se habla de la existencia de unas monjas que se han declarado milicianas en un convento que sirve de cuartel al POUM. Teniendo este dato en cuenta, la presencia de María como protagonista de “Libertarias” no está fuera de lugar.

La primera aparición de las milicianas se da dentro del prostíbulo, allí, ante el inicial rechazo de las prostitutas que cuestionan la orientación sexual de estas, tratan de aportar razones atractivas para que las mujeres que trabajan en este lugar dejen la “mala vida” y ocupen otra posición dentro de la sociedad. Concha Liaño, una de las fundadoras de Mujeres Libres, defiende ante las prostitutas que:

El amor debe ser libre, no comprado. No hay ninguna mujer decente mientras no lo seamos todas. Pero esto debe acabar ahora mismo. Ha terminado ya. Estamos aquí para ayudaros. Compañeras, hermanas, en nombre de todas las mujeres de España os abrimos los brazos para ayudaros a recobrar vuestra dignidad  de obreras, de hermanas, de madres o de novias. ¡Alistaos en los liberatorios de prostitución! ¡Vivan las mujeres libres! ¡Viva la revolución social y libertaria!

Ante esto, las prostitutas se levantan a favor de la revolución y se dan a la causa. Por lo tanto, se representa el primer motivo para pertenecer a las milicias, la lucha por ocupar un lugar diferente y revalorizar la figura de la mujer dentro de la sociedad.

Decididas a partir hacia Barcelona, las dificultades para llegar hasta allí se hacen cada vez mayores debido al rechazo a la mujer, utilizando como principal excusa la falta de transportes. Tras insistir, y no sin descalificaciones de por medio como “¡a fregar platos!”, consiguen viajar: “Tú y tus putas vais a coger un tren que sale mañana para Barcelona, un regalo que yo te hago.”

Otra de las negativas para partir al frente viene de la mano de la propia organización femenina a la que pertenecen, Mujeres Libres. En la sede, tratan de convencer a las milicianas para que “abandonen el fusil por la máquina industrial y la energía guerrera por la dulzura que hay en toda alma de mujer”. Además, también se apela a la sensibilidad de la psicología femenina y a los cuidados maternales como razones para mantenerse en la retaguardia, lejos del frente.

Esta negativa provoca que broten las reacciones por parte de las milicianas. Pilar, interpretada por Ana Belén, argumenta, de la siguiente manera, la importancia de que la mujer esté presente en el frente de combate:

No entendemos por qué la revolución tiene que correr a cargo de la mitad de la población solamente. Somos anarquistas, somos libertarias, pero también somos mujeres y queremos hacer nuestra revolución, no queremos que nos la hagan ellos. No queremos que la lucha se organice a medida del elemento masculino porque si dejamos que sea así estaremos como siempre, jodidas. Queremos pegar tiros para poder exigir nuestra parte a la hora del reparto y, sobre todo, queremos dejar bien claro que en estos momentos el corazón no nos cabe en el pecho y sería un desatino quedarnos en casa haciendo calceta. Queremos morir, pero queremos morir como hombres, no vivir como criadas.

Sus palabras no hacen referencia a la lucha antifascista ni a razones ideológicas, por lo que la razón que lleva a estas mujeres a la guerra es similar a la de las prostitutas, simplemente tratan de alterar el orden dentro de la sociedad encargándose ellas mismas de su propia lucha, dando, de esta manera, valor a la figura de la mujer.

Pero también, y más adelante en la película, Floren, miliciana interpretada por Victoria Abril, hace referencia a razones ideológicas para tratar de sosegar el disgusto de María ante el asesinato de un obispo:  “Entérate de cuántas formas hay de matar.”

Floren aporta a María libros de autores como Kropotkin, pensador político ruso o Bakunin, anarquista ruso. Además también se menciona a Lenin y a Mateo Morral, anarquista español que atentó contra Alfonso XIII en 1906 (Pérez Abellán, 2015).

Llegadas a Zaragoza todas visten el uniforme de miliciana: mono azul combinado con pañuelo y gorro rojinegros. Allí deben pasar una nueva criba, donde se les aconseja entregar las armas porque pueden participar en el frente prestando una ayuda eficaz sin luchar con las armas en la mano, es decir, llevando a cabo labores de retaguardia. Finalmente son enviadas a Pina de Ebro por la tranquilidad de la zona. Una vez allí, María es la única que no porta armas, pero sí hace uso del altavoz para lanzar mensajes a los fascistas y propagar de esta manera los nuevos ideales que ha adquirido.

Establecidas en la posición de Río Hondo junto a otros compañeros, las mujeres compaginan las tareas de retaguardia con la lucha armada, tanto cuerpo a cuerpo como en las trincheras.

La relación con dichos milicianos con los que conviven es cordial, pero en alguna ocasión las tratan como a objetos sexuales. Otros milicianos les dedican palabras de rechazo como “¿No os molestan las tetas para pegar tiros?” o las someten a preguntas incómodas de índole sexual como “¿Confraternizáis con los milicianos?”.

En relación a la asociación de las milicianas con las enfermedades venéreas, la película muestra cómo se llevan a cabo análisis médicos para conocer su estado de salud. El resultado de este examen es desfavorable para la mujer en general ya que, tras descubrir en alguna de ellas enfermedades de transmisión sexual y algún embarazo, Buenaventura Durruti las rechaza alejándolas del frente y pidiendo que las lleven de vuelta a Barcelona.

En este caso, tanto mujeres como hombres, se rebelan ante la nueva orden. Los hombres que conviven con ellas defienden que: “Si quisiéramos impedir que una mujer entregue su vida en la lucha contra el fascismo seríamos unos revolucionarios de pacotilla.”

Ante lo que se rebate que Mujeres Libres ha puesto en marcha un centro de lavado y planchado en el que las milicianas serán útiles, reiterando que es imprescindible su retirada del frente. A lo que Pilar contesta lo siguiente:   “¿Lo veis? La canción de siempre, ¿es que los hombres no sirven para lavar y planchar?”

“Libertarias” muestra la total integración de la mujer en el frente de combate, donde no se le niegan las armas, aunque sí se hace un guiño a la falta de conocimiento militar de algunas mujeres cuando Floren dispara un arma y, de manera aleatoria, mata a un contrario.

Pero el filme sobreestima la cantidad de milicianas activas en los frentes, ya que de 11 personas en la posición inicial, 6 son mujeres, magnificando así su presencia. Las milicianas de “Libertarias”, en muchos casos, son coincidentes con las milicianas reales, pero la película favorece a la mitificación de esta figura, frente a la cruda realidad que les tocó vivir.

Tierra y libertad (Loach, 1995)

“Tierra y libertad” es una película dirigida por Ken Loach y coproducida en el año 1995 por España, Alemania y Gran Bretaña. Muestra, a través de un flashback, cómo un personaje basado en la figura de George Orwell llamado David Carr, militante del Communist Party y procedente de Liverpool, marcha a la Guerra Civil española, primero como combatiente de las milicias del POUM y después de las Brigadas Internacionales. En el frente, David tiene contacto con otros compañeros procedentes de diferentes lugares de Europa y también con dos milicianas Maite y Blanca, convirtiéndose esta última, interpretada por Rosana Pastor, en un elemento central de la película.

La figura de la miliciana en el filme va adquiriendo progresivamente mayor protagonismo. Su primera aparición es durante los entrenamientos que ofrece el POUM a sus milicianos, que como Orwell define en “Homenaje a Cataluña”:

La llamada “instrucción” consistía simplemente en ejercicios de marcha del tipo más anticuado y estúpido: giro a la derecha, giro a la izquierda, media vuelta,  marcha en columnas de a tres, y todas esas inútiles tonterías que aprendí cuando  tenía quince años. (Orwell, 2001, p. 25).

Maite, interpretada por Icíar Bollaín, durante estos entrenamientos, reivindica la necesidad de empuñar un arma en lugar de continuar con la inútil instrucción. Su enrolamiento en las milicias, al igual que el de Blanca, está fundamentalmente impulsado por su conciencia ideológica y por el deseo de luchar contra el fascismo. Durante esta instrucción Maite aparece vestida de calle, es decir, no viste el uniforme característico de la milicia, pero una vez que aparece en el frente, viste mono azul y porta un arma.  Uno de los milicianos, en su llegada al frente y tras ver a Blanca, que también viste el mono azul y porta un arma, asocia su figura con la prostitución utilizando la malsonada frase: “las putas también están en el frente”.

Aunque a modo de broma, más adelante, los milicianos vuelven a mencionar el vínculo de esta miliciana con la prostitución, calificándola como “chica buena y barata”. Esta acusación se retoma casi al final de la película, cuando, una vez configurado el Ejército Popular, las milicianas empiezan a estar mal vistas.

En cuanto a las tareas que llevan a cabo, ambas milicianas participan de manera activa en la lucha armada, pero además realizan labores en la retaguardia, ya que son las encargadas de cocinar y, además, se preocupan del cuidado moral y físico (a través de labores de auxilio) de sus compañeros.  La cantidad de milicianas representadas en “Tierra y libertad”, en este caso dos, podría considerarse representativa, puesto que, en relación a los hombres configuran una minoría.

La cordialidad en la relación con sus compañeros milicianos se hace patente de manera constante y en ningún momento se apela a razones de sexo para que no ocupen las trincheras. Pero la cinta también representa el rechazo a las mujeres en el frente por parte de los organismos superiores:

¿Sabes?, ahora ya no permiten que luchemos las mujeres. Reglas nuevas.  Puedo ser enfermera, conducir un camión, ser cocinera, pero no puedo  disparar un arma nunca más. Como mujer debo saber dónde está mi lugar.

Es a partir de este momento cuando Maite se encarga exclusivamente de la cocina y Blanca se centra en las labores auxiliares. No abandonan el frente pero sí la lucha armada, centrándose en dichas tareas de retaguardia. “Tierra y libertad” no menciona a organizaciones femeninas, ni a los impedimentos que se le pone a la mujer para acceder a la milicia, ni a su falta de conocimiento militar. Tampoco se mitifica su figura ni se nombra a ninguna miliciana de renombre.

La representación de la miliciana en “Tierra y libertad” se acerca a la realidad, pero hay algunos factores importantes que no se abordan.

 Las bicicletas son para el verano (Chávarri, 1984)

“Las bicicletas son para el verano” es una película española, estrenada en 1984 y dirigida por Jaime Chávarri. Basada en la obra teatral homónima de Fernando Fernán Gómez, cuenta la historia de una familia cercana a los ideales republicanos. El más joven de los cuatro miembros, Luis, interpretado por Gabino Diego, en el florecer de su adolescencia, quiere que su padre le compre una bicicleta para disfrutar con su pandilla del verano de 1936. En este contexto veraniego y lleno de vida estalla la Guerra Civil, y, lo que antes eran prioridades, quedan relegadas a un tercer plano o, incluso, desaparecen, como el deseo de tener una bicicleta para disfrutar con los amigos. La miliciana en “Las bicicletas son para el verano” aparece de manera fugaz pero trazando de manera muy clara el perfil que se quiere transmitir de ella.

En un primer momento, en un desfile de milicias, la mujer aparece integrada en sus filas, vistiendo el uniforme y portando armas, pero no se la representa en el frente de combate, por lo tanto, el filme omite el tema del sexismo durante la lucha armada y su retirada a la retaguardia. Tampoco aborda los motivos que llevan a la mujer a enrolarse en las milicias así como los impedimentos que se les ponen para que participen en la guerra. En cuanto al número de milicianas que se representan en la película, sobre todo en el desfile mencionado, es notorio. Es cierto que el número de mujeres milicianas lejos de los frentes era más elevado porque sus labores podrían estar más centradas en el auxilio, pero no debemos olvidar que en los frentes de combate no configuraban una mayoría. Otra de las apariciones que hace se da cuando, en un bar o café utilizado como lugar de encuentro de miembros del bando republicano, aparece bailando encima de una barra, dedicando a este momento 2 minutos de película. La mujer, que baila al son del cante de los hombres que la jalean desde abajo, coquetea con ellos. Esta representación no se vincula directamente con la prostitución, pero sí está muy cerca de ello, desvirtuando así la figura de la miliciana. Además, esta escena representa la relación que la miliciana, esta en concreto, tiene con sus compañeros, que está más cerca de lo sexual que de la camaradería.

La cinta no mitifica en ningún momento la figura de la miliciana como heroína, pero sí puede convertirla en un símbolo erótico, ya que también se habla del Socorro Rojo como lugar al que van “chicas”:

(Luis) -¡Pobres chicas! Sabe Dios dónde andarán en una situación como esta.  (Luisito) -Algunas van al Socorro Rojo.  (Luis) -¿Al Socorro Rojo?  (Luisito) -Sí, inscriben socios, hacen un periódico, se reúnen con los amigos…  (Luis) -¿Y bailan?  (Luisito) -No, papá, ¿por qué iban a bailar?  (Luis) -Pues hazte del Socorro Rojo, hombre, hazte del Socorro Rojo. Pero, ¿no se han  hecho tus amigos?  (Luisito) -Sí, pero es que me da no sé qué, como antes era de la Juventud Católica.  (Luis) -¿Y tus amigos no? Anda, anda, anda… Que tu madre se queja de que hace más  de un año que no vas a misa y antes de empezar esto…

Se puede concluir que el papel secundario de la miliciana en esta película se aleja bastante de la realidad y se acerca más a una representación como mito erótico.

Conclusión

En el imaginario colectivo, la figura de la miliciana se muestra magnificada y, en algunas ocasiones, alejada de la realidad que vivieron. No son pocas las veces que, en el cine, se representa a un elevado número de mujeres en los frentes de combate, se alarga su estancia en ellos o se las relaciona de manera directa con la prostitución, siendo esto último fruto de la propaganda de la época para acercarlas a las labores de retaguardia. Además, no debemos olvidar que la estancia de la miliciana en los frentes de combate fue algo anecdótico y no dilatado en el tiempo ya que, a finales de 1936, ya se estaba lanzando contra ellas elementos propagandísticos con diversas razones que las alejaban del frente.

Con el análisis realizado en este estudio, se puede concluir que el cine ha colaborado en el engrandecimiento de su figura a lo largo de los años, convirtiendo su realidad en un mito.

Otro aspecto a destacar es el motivo que alejó a la mujer del bando republicano de la lucha armada: su sexo. En el recorrido realizado por la realidad de las milicianas, se puede observar la manera en que los derechos otorgados a la mujer por la Segunda República se desvirtuaron en el transcurso de la contienda, volviendo a considerarla un estorbo en aquellos lugares alejados del entorno tradicional.

A pesar de los ideales defendidos por el bando más progresista, el machismo quedaba patente, sobre todo cuando se esperaba que la mujer en el frente se dedicara al cuidado del hombre, centrándose en tareas de cocina, limpieza y a mantenerse lejos de las armas. Este aspecto puede llevar a una importante reflexión y es que, a pesar del esfuerzo de la Segunda República por dotar a la mujer de derechos con los que ubicarlas en un lugar adecuado en la sociedad, su interiorización no acabó de concluirse ya que el sexo contrario, en la práctica, seguía rechazando a la mujer empoderada.

Las milicianas trataron de romper las barreras invisibles que fomentaban la desigualdad de género mediante la lucha antifascista y, aunque en un primer momento fueran consideradas heroínas de guerra y ejemplo a seguir, sus deseos por ocupar el lugar que querían, y no el que se les imponía, se vieron truncados. La razón de que esto ocurriera puede deberse, simplemente, a la novedad de la situación, es decir, los derechos otorgados a la mujer eran relativamente nuevos y el hecho de que una mujer pudiera ocupar un terreno tradicionalmente reservado a hombres, como la guerra, era algo que podía impactar a la sociedad del momento.

Pero, aunque con el tiempo se haya magnificado su figura, no es de ley quitarles mérito. La miliciana supuso en la sociedad española mucho más que una figura paramilitar antifascista, fue, aunque por poco tiempo, un ejemplo de lucha por la igualdad de género que con la llegada del fin de la guerra y la instauración de la dictadura franquista, vio relegar sus derechos y libertades a un tercer plano, derechos que aún a día de hoy siguen siendo motivo de lucha.


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