Llega el mes de junio y con él, Ciutadella de Menorca se enciende para preparar su tan esperada fiesta, donde los caballos son el eje vertebrador de la misma. ¿O quizás no?
Sant Joan se celebra los días 23 y 24 de junio y el domingo anterior a esos días, y su origen se remonta a principios del siglo XIV, seguramente por ello es la fiesta más tradicional y emblemática de Menorca. En su origen, hecho que aún se mantiene en la actualidad dentro de los actos protocolarios que se han ido sumando, la obrería del santo se dirigía a caballo, en romería, a una pequeña ermita rural a las afueras del pueblo (llamada, ahora, Sant Joan de Missa) para honrar a su patrón. De la qualcada, como llaman a la cabalgata, el grueso está formado por cavallers, que son los payeses de todas las edades del municipio. También la forman los caixers, como representación de los cuatro estamentos sociales de sus orígenes: iglesia (Capellana), artesanos (Caixer Casat), los payeses (Caixers Pagesos) y Caixer Fadrí, un aprendiz soltero que procede, alternando por bienios, del campo o de la ciudad, y la nobleza (Caixer Senyor). Conduciendo la qualcada, acompañado de su tambor y del fabiol (jaramillo), con unas sencillas pero características notas, el notificador municipal, al que llaman fabioler.
Mientras vamos repitiendo una vez tras otra el mantra de que la fiesta de Sant Joan es de los campesinos y que los caballos son los protagonistas, los verdaderos protagonistas controlan en la sombra todo aquello que rodea la fiesta y un poco más allá. La nobleza de Ciutadella, a pesar de su clara decadencia, continúa compartiendo, junto a los nuevos terratenientes, la esfera de poder del pueblo. Y esto, en gran parte, es gracias a la perpetuación del sistema de vasallaje en que el franquismo convirtió la fiesta de Sant Joan.
Sant Joan y su historia empiezan mucho antes de 1946, donde desde su nacimiento, la fiesta religiosa, pero del pueblo, evolucionaba de forma natural a medida que lo iba haciendo la sociedad. Aunque a priori, esta fiesta, podría bien parecer una recreación, la verdad es que de representación tiene más bien poco: los nobles siguen siendo nobles, el vasallaje continua, y las mujeres seguimos siendo relegadas al papel invisibilizado de la fiesta. Volvamos a ese pasado franquista del que Menorca no se libró. La isla fue el último resquicio republicano de les Illes Balears, siendo especialmente represiva, en la Guerra Civil española (1936-1939), con los alzados y la iglesia hasta su derrota, de hecho, la nobleza fue clave en la caída de la Menorca republicana, por esa razón de alguna manera se les premió. Para garantizar la continuidad de la dictadura durante cuarenta años, el Régimen de Franco no solo utilizó la represión que ya conocemos, no solo dejó miles de personas en cunetas que, cerca de medio siglo después de la muerte del dictador, todavía no hemos devuelto a las familias, el Régimen bien supo dejarlo todo atado y bien atado.
El sentimiento identitario del pueblo se construye, también, con la fiesta patronal, por lo tanto, incidir directamente en ella, cargarla de simbología y evidentemente controlarla, fue una pieza clave para poder establecer el control de la mejor manera posible, con la complicidad del pueblo. Y esto no solo pasó con la fiesta de Sant Joan, el franquismo se apropió de todo el folclore de las distintas regiones para someterlo a su servicio.
Es en 1946 cuando la fiesta, siempre a manos de la Universidad o el Ayuntamiento, posteriormente, en la elección de cargos o en su organización, pasa a manos de la nobleza. Con la creación de una Junta de Nobles, Sant Joan pasa a estar al servicio de estos, y así indirectamente al servicio del Régimen. No nos debe extrañar entonces que la historia nos haya dejado ilustres cómo Josep Pons Lluch, un señor del Régimen, que en 1977 redactó una compilación de todo aquello que él denominó «tradición oral», descartando lo que no le interesaba y dejándolo así por escrito, el Régimen bien sabía que no hay tradición más ferviente que la que se escribe. Ahora bien, la tradición oral a la cual Pons Lluch hacía referencia tenía como intención crear un inmovilismo de la fiesta, viendo como el postfranquismo y la democracia amenazaban con poner en el punto de mira la estamental sociedad que construía Sant Joan, que a la práctica se traducía en mantener el privilegio de las clases acomodadas. Y es que la relación de vasallaje que se potenciaba con la escenificación de la qualcada de Sant Joan venía precedida por todo el año de trabajo de los campesinos en las tierras de los señores, con un sistema conocido como «ses amitges» que hoy todavía perdura en algunas de las tierras que siguen en manos de la nobleza, un sistema feudal de gestión de la tierra que consiste en la repartición a partes iguales de ingresos y beneficios, entre el propietario de la tierra y el campesino que la explota.
Randall Collins defiende que las representaciones y los rituales como los de Sant Joan determinan al mismo tiempo las reglas políticas y la estructuración social y que, por tanto, son vehículo para la dominación y la estratificación. Así las representaciones marcan las identidades de los diferentes grupos, estableciendo un estatus diferente entre ellos y creando relaciones de poder de unos sobre otros que son justificadas por la carga emocional. No debemos despreciar el sentimiento identitario con que se justifican estas conductas, puesto que ello puede conllevar la exclusión de grupos disidentes o críticos con las normas establecidas. De aquí la polaridad y el éxito que tuvo Pons Lluch en su creación del concepto bon Ciutadellenc (buen ciudadelano). Pons Lluch, de una forma totalmente intencionada, vincula los conceptos bon ciutadellenc y bon santjoaner. De este modo todo aquel que ponga en entredicho aquello que el orden existente establece dentro de la fiesta será señalado como un mal santjoaner y, por tanto, como un mal ciutadellenc.
Así es como asumiendo el control de la fiesta e incidiendo directamente en el sentimiento que esta genera en el pueblo, cierto grupo de personas privilegiadas, consiguen perpetuar su poder, a pesar de que este sufra cambios o se adapte a las nuevas formas de influencia.
Es este el motivo real por el cual en las fiestas de San Juan, en 2022, todavía no salen mujeres. El mismo sistema de vasallaje que se ha utilizado en la relación, señor – campesino, se ha utilizado contra las mujeres. Y son ellas las que muchas veces salen a defender en nombre de esa tradición a todo aquello que limita sus derechos, es el ciclo, que empezó con el franquismo, el que se cierra con ellas mismas imposibilitando el ejercicio de sus derechos. De esta forma, se coarta a toda aquella que sueñe con cambiar el modelo, muchas veces desde el propio seno familiar. El hecho de que este debate, presente en Ciutadella y extendido también en el resto de Menorca, haya sido constantemente silenciado con la complicidad de Ayuntamientos y cargos públicos no es más que el último intento para mantener la inmovilidad del (des)orden existente en las fiestas de Sant Joan. Permitir que un cambio sustancial como es la inclusión de la mujer en la participación activa en el ámbito visible de la misma, dejaría la puerta abierta a la posibilidad de un cambio estructural en profundidad, y esto la nobleza no lo va a permitir. Este cambio podría conducir a la democratización de la fiesta y de este modo acabar con los privilegios de la clase acomodada, entre ellos, con el negocio de favores que implica muchas veces la elección de cargos en cada bienio.
De este modo inmovilizando la fiesta, apropiándose del concepto tradición, cerrando la puerta a cualquier cambio estructural y apelando al sentimiento identitario que esta genera en la sociedad actual, se permite la perpetuación de un sistema feudal que lejos queda de la Ciutadella democrática que algunas deseamos.
Sumidos en el redescubrimiento de nuestra identidad, la cautela de la izquierda actual que se contenta con hacer pequeñas acciones mientras los señores se lo permita, nos deja entrever un horizonte peligroso, donde la ultraderecha cada vez coge más fuerza y donde el Régimen, no tan solo no queda lejos, sino que se recicla para volver renovado y con más fuerza, todo como siempre, con la complicidad de algunos. Esto no deja de ser una experiencia anecdótica entre el alcance de todo lo que la dictadura consiguió consolidar, pero no debemos banalizar el poder de la identidad, de los pequeños símbolos, esos que construyen la sociedad en la que después vivimos. El poder de la identidad será el poder de los pueblos.
Notas:
Les Festes de Sant Joan de Ciutadella. Sota l’ombra del poder, Amadeu Corbera, 2013.
Protocols de les Festes de Sant Joan, Josep Pons Lluch, 1977
Fuente → sinpermiso.info
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