España país de súbditos, no de ciudadanos
España país de súbditos, no de ciudadanos
Rafael Silva
 
“Carlos Herrera reta a Pedro Sánchez a salir a la calle con Juan Carlos I a ver quién recibe aplausos y quién abucheos. Hay un mecanismo menos medieval, Carlos, para medir estas cosas: que se presenten los borbones a elecciones, a ver si mantienen la jefatura del Estado”

(Ramón Espinar)

No puede ser democrático (y mucho menos, una democracia plena y avanzada) un país que no posee todas sus instituciones pasadas por el tamiz de este sistema. Y el nuestro, por más que posea un partido que se llame así, no es un país de ciudadanos, sino de súbditos, o de vasallos si se prefiere, de un Rey. Y por tanto, no democrático, por mucho que se vote cada cuatro años. Y es que aunque estemos definidos en la Constitución como una Monarquía Parlamentaria, es decir, donde la figura del Rey es únicamente símbolo y representación del país, poseemos una figura del monarca casi medieval, con aquello de la inviolabilidad del Rey. Es algo que se resume muy bien con el ejemplo que una sentencia de unos jueces británicos reflejaban recientemente, a tenor de la demanda presentada por Corina contra el Rey (Emérito) Juan Carlos: según este principio de inviolabilidad, el Rey podría entrar en cualquier joyería y robar un collar de diamantes, y no podría ocurrirle absolutamente nada. ¿Cabe este soberano disparate, y nunca mejor dicho, en cualquier mentalidad democrática?

¿Dónde puede caber, entonces? Pues en la mentalidad de personas que no piensan ni sienten como demócratas, sino como súbditos. Unos súbditos que entienden que los monarcas no son personas, sino pocos menos que Dioses, como ocurría hace bastantes siglos. Y por tanto, como los Dioses, no pueden delinquir, porque eso forma parte de la naturaleza humana, pero no de los Reyes. Y en efecto, tal es el grado de alienación mental y de embrutecimiento de nuestra población, situación que avanza día a día, tal como si fuera un proceso de Alzheimer que va corroyendo nuestra sociedad, a pasos agigantados. Evidentemente, esta situación es perfectamente compatible con otras muchas que también expresan el grado de embrutecimiento de nuestra sociedad, tales como el nivel de conformismo y pasividad, que podríamos traducir como “enormes tragaderas” ante los constantes escándalos de corrupción, del presente y del pasado, que van apareciendo día sí y día también en nuestros medios de comunicación: escuchas ilegales, tramas rocambolescas, sinvergüenzas y delincuentes a destajo, tesoreros multimillonarios, y mil ejemplos más que podemos traer a colación, tremendamente ilustrativos de esta situación que podríamos definir como de “ponzoña nacional”.

Y todo este execrable hedor también se manifiesta en otros actos y decisiones de nuestra política exterior, tal como la reciente visita del Emir de Catar, agasajado por nuestro Gobierno, empresarios, periodistas y políticos de turno, a cambio de obtener de dicho país una cifra de inversión faraónica, así como un aumento de la cuota de gas que nos suministra, ahora que la situación comienza a ponerse fea por nuestro enfrentamiento con Rusia a raíz de la guerra en Ucrania. Para hacerse una idea de las trazas “democráticas” de Catar, recomiendo a los lectores y lectoras este reciente vídeo de Juan Torres López, donde explica perfectamente todas las lindezas que en dicho país ocurren. Y evidentemente, tampoco puede ser muy democrático un país que alaba a otros que no lo son, que se somete a ellos y sus dictadores por dinero, que los agasaja con los máximos honores, y que les concede las más altas condecoraciones. Somos, por tanto, un país de súbditos.

Pero volviendo a la vergüenza del Rey Emérito, hemos tenido que asistir a todo un bochornoso espectáculo y un proceso de blanqueamiento de su figura a todas luces antidemocrático, reflejado en mil detalles, quizá el más vergonzante de todos ellos fuese el recibimiento entre vítores de algunas personas congregadas en Sanxenxo el fin de semana pasado. Una vez salvado de los procesos judiciales y de las investigaciones fiscales que le acosaban (salvo la que mantiene la Fiscalía británica, que de momento se ha negado a reconocerle ningún tipo de inmunidad), a Juan Carlos de Borbón no se le ocurre otra cosa que venir a Galicia un fin de semana para participar en una regata (y lo volverá a hacer próximamente, viendo cómo ha sido recibido). La maquinaria de sus periodistas, políticos, aristócratas y empresarios amigos le prepara el terreno, destacando su “legado” en pro de la instauración de la democracia en España (algo absolutamente falso), y de la “modélica” Transición que fuimos capaces de desarrollar (algo aún más falso). En resumidas cuentas, nada de explicaciones (“Explicaciones…¿de qué?”, tuvo el valor de contestar a una periodista), ni de rendición de cuentas, ni de actitud de arrepentimiento ante tantas tropelías reales.

Y dejemos claro (tal como destaca Jesús Maraña en su reciente Carta Abierta) que la justicia no ha dictaminado la inocencia del Emérito en los delitos por los cuales se le investigaba: lo que ha dictaminado es que dichos delitos no se podían juzgar, bien por haber prescrito, bien por la inexistencia de suficientes indicios, o bien por estar amparados por el susodicho manto de la famosa inviolabilidad, toda una aberración antidemocrática. Evidentemente, el trato de favor ha sido manifiesto y vergonzoso. Ningún otro ciudadano o ciudadana de este país, ante la misma situación, hubiese recibido tal trato por parte de la justicia. Y eso no es democracia. Eso ocurre en países donde existen únicamente súbditos, vasallos de un Rey, que le rinden continuamente pleitesía (o bien en dictaduras). No en países donde existen ciudadanos libres e iguales. La conclusión se nos ofrece clara y cristalina. No hay más ciego que quien no quiere ver. Pero no pasa nada: el próximo 10 de junio volveremos a contemplar el mismo bochornoso espectáculo de personas que vitorean en la calle a quien ha estafado al Estado durante décadas, valiéndose de su privilegiada e inviolable posición, mientras nuestros políticos de turno continúan manifestando a boca llena que somos “una democracia plena y avanzada”. Continuará…


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